El portaretratos

El portaretratos

Maestre

22/12/2020

La foto había estado en uno de los cajones de los armarios de la abuela. Era el retrato de un joven del primer tercio del siglo XX. Clase social media, de la que existía en su época, 1935. Su rostro enmarcaba el inicio de un futuro, -para él prometedor-. Irradiaba vida, sin problema aparente que ensombreciera su mirada. Aunque un elenco de sorpresas pudieran ocupar su vida como la de tantos otros con los acontecimientos bélicos que rodearon la geografía europea.

El color sepia del fondo de la imagen es la reseña del tiempo en que se realizó. Tendría dieciocho años. Camisa blanca con el primer botón desabrochado, el cabello castaño oscuro, cejas pobladas y mirada penetrante pero honesta y limpia. La imagen denotaba seguridad en si mismo. 

De repente, una bocanada de aire entró por la ventana y el portarretratos volcó haciéndose añicos el cristal que sujetaba la foto. Sentí su presencia. Salió del marco y se dirigió a mí. La conversación emanó poco a poco, con una charla fluida que nada tenía que ver con la que recordaba de el. Algunos recuerdos de antaño se situaban para mí,  como medio siglo atrás. En este momento, cada una de las palabras que salían de su boca se traducían en una conversación amable, con la voz ya anciana replegada en la sabiduría que ofrece el haber vivido mucho durante largo tiempo. Sus consejos,  que durante tanto tiempo había ninguneado e ignorado,  en este instante, formaban parte de una conversación alegre, serena e impregnada de la sabiduría que aporta el paso del tiempo.

En un ligero arrebato y sin dilación, me pidió que mirara a mi alrededor. En la habitación solo nos encontrábamos el y yo. En principio, no le entendía, ¿Qué era lo que quería que encontrara en ese espacio tan pequeño? Le hice caso y miré dentro del armario, encontré un collage, también algo amarillo como su foto, que denotaba  el paso de los años.  Cuando lo coloqué sobre la mesa de escritorio, vi  emergiendo  una árbol que él encabezaba en una agrupación donde se encadenaban figuras humanas que fui reconociendo poco a poco.   

Entonces me dijo que a pesar de haberse sentido fracasado en algunas de las experiencias de su vida, ahora, en este momento,  cuando miraba el mundo que rodeaba mi habitación, había comprendido que no había perdido el tiempo, su legado había llegado lejos y se sentía orgulloso de cuanto había dejado atrás.

Cuando levante la mirada del árbol genealógico,  descubrí que el portarretrato posaba firme sobre la chimenea y su foto permanecía fija en su interior.  

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