«-Después de todo, no es fácil fingir un adiós sin marcha, una paz sin calma, una noche sin proceso penal, ojalá amor mío ahí en esa cárcel dónde ahora estás te traten bien, te dejen salir a tomar el sol diez minutos al día y cuando oscurezca pienses en mí; cómo ese raro recuerdo que llega borroso después de las once de la noche, hora dónde ya no hay cosa alguna por la cual distraerse. Ojalá amor mío recuerdes que por mil doscientas veinticinco noches te quise escribir cartas al remitente, pero que jamás tú dirección me diste, que al tiempo que las escribía así mismo las quemabas con tus querellas y tus alegatos a ese tribunal que poco a poco se tornó nuestra vida. Que todos tus testigos apelen en mi culpabilidad demencia, y que este loco no fue más que un trastorno de personalidad. Amor mío que tus mañanas sigan coloridas con tus barnices, con tus labios rojos, y tus esmaltes de colores, que llenes esos cajones de días camuflados con el frío de la ausencia que se hace más notoria, y del calor de las noches sin sentidos; que el próximo defendido a tu favor sea el hombre menos tangible y más material, porque uno efímero y textual no sólo es complicado sino también poco casual, siendo en tu caso lo poco casual sinónimo de agonía. Te dejo amor mío con tus días tus leyes, tus Fiscalías dormidas y tu falta de litígia, tu exceso de amor propio, y tu insincera caridad por el prójimo al que llamas amor.»

Rolan Gélvez

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