Estaba buscando la tienda de relojes cuando vi, reflejada en un cristal, la imagen de Laura. Ya me había reconocido y venía hacia mí. Nos saludamos muy cordialmente y empezamos a hablar. Ella estaba buscando unos zapatos. Me ofrecí a acompañarla y darle mi visto bueno. En lo que encontramos el modelo que le gustaba pudimos contarnos algunas cosas. No nos habíamos visto casi un año y la situación entonces no fue muy cómoda. Ahora era diferente porque el tiempo se había ocupado de dispersar ese sentimiento triste por la pérdida de un familiar. Ella también me ayudó a escoger el reloj que le iban a regalar mis compañeros de la empresa al jefe del departamento de publicidad. Llevaba trabajando allí casi cinco años y me había ganado la confianza de los empleados. Laura me pareció un poco triste y preocupada. A pesar de tener una buena situación económica, parecía que la vida no le satisfacía. Pensé que la causa sería el desagradable caso que la hizo salir en la prensa. Intuí que no debía tocar el tema, ya que eso me metería en embrollos. Le pregunté por Ramiro. Me dijo que estaba bien, que en el trabajo le habían dado un ascenso y que no podía superar todavía la tragedia. Nos quedamos parados en medio de un pasillo y creí que era un buen momento para la despedida, sin embargo, ella me detuvo y me pidió que almorzáramos juntos.

Nos habíamos conocido en la universidad. Unos amigos me la habían presentado en una fiesta y al principio quise ligar con ella. Teníamos química, pero ella estaba con otro chico y no quiso crear un conflicto. Luego se separó de él, pero ya me había comprometido con Cristina y de nuevo se frustró nuestra posible relación, así que quedamos como amigos. Más tarde ella conoció a Ramiro y se casó. Su matrimonio iba bien hasta que sucedió el percance. Fui pensando en lo que debía decirle para evitar que la conversación se relacionara con su vida conyugal. Pensé que lo más apropiado sería elegir un tema relacionado con los espectáculos y así podría monopolizar la charla. Llegamos a un restaurante de comida italiana y nos pedimos unas pizzas con vino. Le comenté sobre algunos proyectos de mi trabajo y pasé a los temas culturales, quería contarle sobre el libro que estaba leyendo, pero ella me interrumpió.

—Patricio, ¿sabes que llevo una carga que me está matando? —Lo inesperado de la frase me dejó en una situación difícil y traté de armarme de valor, ya que sabía lo que vendría pronto.

—Sí, Laura, me imagino que la pérdida de Dieguito te sigue pesando mucho, pero, mujer, la vida debe continuar. Eso pasó y no hay forma de volver atrás.

—Sí, Patricio. Lo entiendo a la perfección, pero esto va más allá. Es un remordimiento de conciencia que crece con rapidez y me está matando—. La miré con atención y descubrí que su rostro estaba muy demacrado y que a la luz del día el maquillaje lograba disimular sus ojeras y arrugas, pero en un interior destacaban mucho.

—Bueno, y ¿qué es eso que te quita el sueño?

—No te lo puedo contar aquí. Lo siento, pero si fueras tan amable de acompañarme a un lugar menos concurrido, te lo podría decir.

—De acuerdo, y ¿a dónde podríamos ir?

—Cerca de aquí hay un parque. Podríamos buscar una banca alejada de la gente y allí te lo comentaré todo.

Mi cabeza estaba echa un embrollo. No lograba adivinar lo que quería comentarme Laura. Traté de liberar la tensión haciéndole alguna broma o contándole sobre las ultimas metidas de pata de los políticos. De nada sirvió. Tenía un aspecto fúnebre, me la imaginé como a un preso que va a recibir su pena de muerte. Sus ojos estaban a punto de soltar las lágrimas y sus labios estaban tensos. Me callé y esperé a que eligiera el lugar apropiado para hacerme su revelación. Eran las cuatro de la tarde y muchos paseantes caminaban tranquilos por allí. Había parejas besándose, ancianos con sus perros y algunas madres con sus cochecitos dándole el biberón o el chupete a sus peques para que se callaran. Vimos una banca alejada y decidimos sentarnos allí.

Comprobé que no hubiera polvo en el asiento y el respaldo y me senté. Laura se dejó caer. Puso el bolso a su lado, se acomodó el vestido, exhaló por el cansancio y se inclinó un poco. Permaneció unos minutos así. No me atreví a romper el silencio porque ella estaba concentrada. Seguramente quería ordenar sus ideas para comenzar a hablar. Esperé tratando de ocultar mi nerviosismo, pero me delataron las manos, que inquietas se retorcían y entrelazaban. Miré hacia el frente y centré mi atención en la gente, los árboles y algunas flores.

—¿Recuerdas cómo sucedió todo? —me preguntó con voz tensa.

—Claro que lo recuerdo. Lo pusieron en todos los periódicos. Fue una tragedia horrible, pero ¿para qué te mortificas con despertar ese recuerdo? Entiendo que es muy doloroso, pero hay que dejar que la vida siga, no puedes estar atada a ese percance por toda la vida…—me interrumpió mirándome con dolor.

— Es que las cosas no fueron así —Me cogió de la mano e hizo una larga pausa. Temblaba y estaba muy fría—. Toda esa historia es una patraña.

—¿A qué te refieres? Sé más clara, no lo entiendo.

—Quiero decir que las cosas no fueron así. En realidad, todo fue de otra manera.

—Y, entonces, ¿cómo sucedió?

—Te pido, por favor, que por ningún motivo le cuentes esto a nadie. ¡Prométemelo! —le cogí las manos y la miré con sinceridad. Ella sabía que podía confiar en mí—. !Prométeme, que pase lo que pase, no se lo contarás a nadie!

—Te lo juro. Puedes confiar en mí, ya sabes que desde siempre he guardado todos tus secretos.

—Bueno, escucha con atención y no me juzgues. Tenía que hacerlo así y ahora me arrepiento. Esta carga me va a matar y hasta ahora lo he soportado en soledad. Te lo contaré porque sé que eres más fiable que cualquiera de mis conocidas, incluso más que mis familiares—. Asentí con la cabeza y dejé que tomara valor para lo que me iba a decir. Estaba claro que era algo terrible y la primera suposición fue que se separaría de Ramiro, pero eso no era tan grave, después me preparé porque si se trataba de la muerte de su hijo adoptivo, eso sería muy duro y no sabía si tendría la cordura suficiente para tranquilizarla.

—Pues, díme lo que sea, te prometo que seré como una tumba.

—En los periódicos salió la noticia de que unos desconocidos se habían metido a mi casa para asaltar y que al resistirme me golpearon, luego el pequeño Dieguito había salido en mi ayuda y lo habían golpeado muy fuerte…

—Sí, eso fue desastroso y lo que vino después me pareció horrible. Todas esas sospechas, interrogatorios. Ramiro estaba deshecho por completo.

—Es verdad. La cosa fue muy mal y nos dejó muy afectados, pero es que hasta ahora nadie sabe al cien por ciento la verdad.

—¿La verdad? ¿A qué te refieres?

—Es que las cosas no sucedieron así. Le mentí a la policía.

—Pero, ¿cómo es posible? ¿No se había aclarado ya? ¿Te han citado para abrir de nuevo el juicio?

—No, no de ninguna manera es que todo fue culpa mía.

—Oye, no te culpes por algo que fue circunstancial, nadie sabía que eso iba a suceder. Fue el destino y sigues aquí.

—No, déjame contarte la verdad. Es que yo lo organicé todo —Sus palabras me desconcertaron mucho. Primero, creí que estaba alterada por el sentimiento de culpa, pero después su cara cambió y empezó a confesarme que ella era la culpable de verdad—. Tú sabes que cuando conocí a Ramiro no sabía que había adoptado un hijo y que el niño estaba con su ex esposa. Luego, me enamoré de verdad. Tenía la ilusión de formar una familia. Lo visualicé como si fuera una realidad en la que pronto viviría. Las primeras semanas, cuando no sabía nada de su vida pasada me dejé llevar por él. El enamoramiento me tenía embobada. Disfrutaba cada momento, él era muy cariñoso y amable y decidí que era el hombre perfecto. Seriamos felices con su posición social, una casa propia y nuestros hijos. Me pidió que nos casáramos y lo acepté sin dudarlo, pero después de la Luna de Miel comenzaron las sorpresas. Llegó su mujer Carolina y le dijo que se iba a trabajar al extranjero, que no se podía llevar al niño mientras no se acomodara en un piso y se afianzara en su nuevo empleo. Me miró con odio y me gritó en mi cara que no era ni la mitad de ella, que era muy poca cosa para Ramiro y que él me dejaría en cuanto conociera otra mujer más guapa. Esa maldición estropeó todo lo que tenía hasta ese momento — Tuve la intención de interrumpirla, pero me pidió que esperara hasta que ella terminara—. El niño, ya lo sabes, tenía un carácter difícil. No lo podía controlar, era demasiado rebelde y no me escuchaba en absoluto. Ramiro se la pasaba trabajando y dejó de ser amable, me llegó a gritar por no controlar a su hijo. Le propuse que se negara a la adopción, que dijera que el chico era problemático, pero se enfureció y comenzó a gritarme. Después, con más calma, me explicó que pronto su esposa se lo llevaría y que haríamos nuestra vida juntos como lo habíamos acordado al principio de nuestra relación. Lo malo es que pasó mucho tiempo. Se me fue colmando la paciencia y esa eterna espera comenzó a desquiciarme. Cada vez que brillaba la esperanza de que se fuera Diego, su madre nos daba más largas por percances e imprevistos que se inventaba. Cuando ya lo vi todo perdido, tomé la decisión.

—Pero, ¿cómo es posible? Si se veían muy bien. Hacen una perfecta pareja. La gente siempre comentaba que parecían unos jóvenes enamorados.

—Pues, era solo la apariencia. En la casa todo iba mal y cada vez peor. Diego era muy indisciplinado, me escupía a la cara y me amenazaba con contárselo todo a Ramiro. Me harté de la situación porque Ramiro solo me decía que fuera tolerante, que el pobre niño había estado en un orfanato y que tenía sus traumas. Lo peor fue cuando le puse el ultimátum. Se lo tomó a broma y dijo que tuviera paciencia. Fue entonces cuando se me ocurrió la idea. Elaboré mi plan y cambié. Me hice más cariñosa, dejé de meterme con Diego y le permití que viviera a sus anchas. Todo cambió y Ramiro mordió el anzuelo. Aproveché todas las ocasiones que tuve para que la gente pensar a que nuestra relación era perfecta. Cuando las cosas se acomodaron de la forma que yo quería, me decidí.

—Bueno, entonces tu plan si compuso la situación y lo que pasó, pues fue cosa del destino. Eso quiere decir que tu relación irá bien y, al final, podrás realizar lo que deseabas. Lástima por el niño, pero seguro que Dios lo tendrá en su santa gloria.

—No, no me entiendes. Lo que pasa es que yo organicé el crimen.

—¿Cómo puedes decir eso?

—Sí, te he pedido que me oigas porque ya no soporto la carga. Es demasiado para mí. No es fácil llevar una cruz tan pesada. Mira, cuando supe que había unos tipos que componían tejados y que eran extranjeros, se me ocurrió la idea de fingir un asalto. Ramiro tenía bastante dinero en la caja fuerte y yo sabía la combinación. Les propuse mi plan y les pareció mucho dinero el que les ofrecía. Al principio pensamos que sería suficiente con una paliza al niño, pero luego lo pensé mejor y decidí que tenía que cambiarlo todo de tajo.

—Pero, no me vas a decir que tú y esos hombres…

—Pues, así fue. Les dije que llegaran a la hora en que había menos vecinos en sus casas, que actuaran como si fueran a hacer un trabajo por encargo y después actuaran rápido. Me golpearon de verdad y me rompieron la ropa, me hicieron abrir la caja fuerte y me amenazaron con una pistola, después actué como si quisiera huir, se pusieron violentos y nos amenazaron. Todo quedó grabado en las cámaras. Diego se puso agresivo y lo mataron. Luego se fueron. Llamé a la ambulancia y a la policía. Lo demás ya lo sabes.

Me dejó impresionado la confesión. No sabía cómo actuar y sentía un nudo en el estómago. Una mezcla de asco y pena me recorría el cuerpo. Tenía el rostro desfigurado y me quedé mirando el suelo. Laura se levantó, me pasó la mano por el pelo y me recordó que le había prometido guardar el secreto. No sé cuánto tiempo permanecí allí sentado. No vi cómo se fue Laura y después empecé a caminar sin rumbo. No era necesario volver a la oficina, por eso me fui a mi casa y traté de distraerme con algo. Empecé a leer, pero el libro no lograba sacarme de mis pensamientos, salí a correr un poco, pero el ejercicio no funcionó. Me senté a oír música y vi programas de todo tipo en la tele, pero no les puse atención. A las doce de la noche me metí a la cama. No dormí bien y me presenté en la oficina con el regalo del jefe. El festejo fue habitual, se hicieron las felicitaciones de siempre, se puso la mesa para agasajar a los empleados, y se anunció que a las tres de la tarde se suspendían las labores para que la gente se pudiera tomar una copa de vino. Entablé conversación con mis compañeros de trabajo y hablamos de cosas sin importancia. Rocío nos comentó sus progresos en el baile, Daniel comentó que se iba de vacaciones a la Patagonia y cuando me llegó el momento no supe qué decir. Me disculpé y me fui a mi casa.

Traté de tomar el asunto con calma. Si bien era cierto que la conciencia moral me instaba a hacer una denuncia a la policía, mi razón se esforzaba en demostrar que la situación era justa. Era inmoral mi razonamiento porque, como dicen, una muerte es una tragedia, y lo era, pero Laura fue engañada. Ramiro la sometió a vivir en un infierno, tuvo un momento de locura provocada por las circunstancias y actuó como cualquiera lo hubiera hecho. En ese momento me centré en la situación y me pregunté si yo lo hubiera hecho, o si Patricia o Carolina lo hubieran soportado. No, la naturaleza femenina era diferente. Ellas necesitan tener seguridad en la vida. Económica, sentimental, física o de cualquier otro tipo, es seguridad era fundamental para una mujer, pero el asesinato es peor que todo. Nada podía justificarlo. Fuera quien fuera Dieguito, no merecía que lo hubieran matado y sobre todo por la frustración de una mujer. No me quedó otra salida más que la de ir a la policía y hacer la denuncia. Sabía que me lo preguntarían, que tendría que firmar mi declaración y fungir como testigo en el nuevo caso que se abriría en cuanto se supiera la verdad. Laura me condenaría, Ramiro me llamaría embustero y la gente me vería como un salvador y, al mismo tiempo, como un traidor sin palabra de honor.

Lo estuve barajando unos días. La decisión me parecía muy difícil y creía que una persona con sentido común ni siquiera se lo pensaría. Cuando finalmente me decidí, pedí el día en la oficina. Ordené mis ideas y me puse un traje limpio. Cuando iba en dirección a la comisaría me detuve a comprar el diario. Lo que vi me causó tanta impresión que estuve a punto de orinarme en los pantalones. Vi la foto de Laura. El titular decía que se había suicidado. Empecé a leer y me dio rabia el comentario del reportero que especulaba con dos hipótesis: el remordimiento de conciencia y la infelicidad. Decidí irme a la oficina. En mi casa me habría reprochado todas las estupideces que habían pasado por mi cabeza durante esos días. En mi despacho sonó el teléfono. Era Ramiro.

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