A mi padre, de no ser por ti todo esto sería en vano.









No se muere el que se va, solo muere el que se olvida.”

Cancerbero, en su canción “El primer trago”.

Existe más de un sueño en cada vida, tal vez existan tantos como años. Para mí el último es: Saber. Creo que es el más largo y el menos realizable.”

Maurice Maeterlinck.

A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se concentra en un único instante.”

Oscar Wilde.

I

Seis treinta de la mañana, por alguna extraña razón me despertaba temprano en mis días libres. Hacía cuatro semanas de ello. Cualquiera, en mi posición, se levantaría tarde, con la esperanza de que los días vacíos acabaran lo más rápido posible. A decir verdad, empezaba distinguir menos los días en aquel cubículo de oficina de los días feriados. O eso es lo que pensaba mientras veía, recostado en la cama, las pequeñas estrías que se le hacen a la pintura del techo, que lucen levemente con la poca luz que alcanza a entrar por las persianas del apartamento.

No hacía sino voltear, cada cuantos segundos, a ver el despertador, el cual no dejaba de mover lentamente las manecillas. Como si esperara que mi mente fuera tan asertiva como los engranajes que lo mueven; como si mi cara rancia, ya de tanto desvelo, no le indicara que anhelo seguir durmiendo un poco más. Y así, entre minuto y minuto, por más rabia que pudiera contener, lo que más me perturbaba el alma es la tristeza que me acechaba desde hace tiempo.

Tomás de Aquino dijo en alguna de sus obras que la cura para la tristeza es un buen baño con agua tibia, pensé, mientras me daba la motivación suficiente para levantarme y dirigirme a la regadera. Ojalá también cure las deudas, decía en voz baja, como si de un soliloquio se tratase. Mientras, el agua recorría mi cuerpo, de hemisferio a hemisferio, hasta terminar por encontrarse con la coladera.

La ropa cómoda era buena para la ocasión, la deportiva para nada, pues, por la mañana, lo único que podía pensar era en desayunar algo con un poco de fibra, mientras veía, en el noticiero, la información del clima.

A mi mente llegaba la idea de que los días eran cada vez más monótonos. Como las nubes advirtiendo que la chica del clima diría que hay probabilidad de precipitación; como la fibra en el cereal que me ayudaría a cagar en un par de horas; cómo pagar el recibo del servicio de electricidad y que éste llegara a mi buzón el siguiente bimestre, como las uñas que me muerdo hoy, para mañana crecer nuevamente y nuevamente ser mordidas.

Así, mientras aparentaba ver el televisor y comer cereal sonó el timbre del apartamento, al parecer, alguien llamaba a la puerta.

II

¿Quién podría ser? Me repetía obsesivamente, sabiendo que solo podría ser una persona. Tal vez Sofía había cambiado de opinión, quizás estaba a punto de recibir un abrazo y una sincera disculpa de su parte. En retrospectiva sentía que ni siquiera lo merecía, que solo sería un éxito para mi ego y mi necesidad de tener todo controlado. Cuando de pronto el timbre volvió a sonar.

— ¡Ya voy! — Grité, mientras me ponía un par de sandalias ya desgastadas y pensaba en lo ridículo que me vería frente a ella con esta barba mal rasurada, las ojeras hasta medio cachete y la pinta de alguien que no ha parado de beber.

Sonó el timbre una tercera vez. Me acerqué a la puerta y quité el seguro para poder abrirla. Me dispuse a abrir la puerta con la idea de que era Sofía, del otro lado, que estaba aquí para hablar de todo lo que pasó, de aquella pelea que tuvimos ya hace un mes. Al levantar la vista me desconcertó por completo la persona que estaba justo frente a mi puerta. Me vio fijamente mientras parecía sonreír levemente y no pude evitar preguntarle:

— ¿Qué hace aquí?, ¿Cómo?…

— No fue difícil saber donde estabas, hijo.

— Eh…. — Intentaba, con mucha confusión aún, explicar lo que pensaba en ese momento, pero una leve intuición me decía que tal vez eso no era importante. Al final, si él está aquí es para ayudarme.

— ¿Puedo pasar?, Necesito hablar contigo.

— Claro…

Pasamos por el pasillo del apartamento que conecta la salida con la sala.

— Solo es un lugar provisional, en tanto vuelvo a agarrar las riendas… ya sabe. — Intentaba excusar mi situación actual, cuando sabía con certeza que no tenía ninguna opción, ningún camino que recorrer después de aquel calmado apartamento, desde aquella noche en que salí de casa y dejé a Sofía atrás.

Una vez en la sala no hacía sino verlo mientras tomaba asiento, esa forma suya de observar las cosas a su alrededor, como uno de esos pequeños gatos que recorren el lugar donde se encuentran, aquel apartamento, con un sentido inocente de curiosidad. El desconcierto era evidente, un ligero escalofrío recorría mi espalda, como si estuviese pasando algo por alto, como si el mundo estuviera totalmente de cabeza. Realmente creí que sería Sofía quien estaría aquí… o quizá él se enteró de lo que sucedió… mi mente trataba de entender cómo era posible y, aún así, seguía pensando solo tonterías. Me centré un poco en la situación, me dirigí al otro extremo del sofá y tome asiento. Tenía que saber cómo era posible, seguir mi intuición y, sobre todo, saber porque estaba mi padre aquí.

III

Sabía que estaba aquí por alguna razón y, por más que quería saber exactamente por qué y cómo supo donde vivía, no podía dejar pasar la calidez que se emanaba en aquel apartamento, una sensación de alivio que me reconfortaba. Hacía tanto tiempo que no lo veía; tantos años que pasaban desde que no sentía que estaba frente a alguien con quien pudiera platicar de forma abierta, esperando siempre un gran consejo.

— Es un lugar acogedor. — Dijo. Y yo pensaba en lo extraño que sonaba eso, no sin antes descartar que se tratase de condescendencia, pues él nunca fue de esas personas consideradas, ni mucho menos.

— Me recuerda un poco a casa, ¿Recuerdas cómo se veían las paredes mal zarpeadas de la cocina?, era increíble cómo podíamos vivir ahí. — Le decía tratando de romper el hielo que tantos años habían esculpido entre él y yo.

— Si, claro que lo recuerdo. Cómo no hacerlo, si fuimos tú, tus hermanos y yo quienes levantamos uno a uno cada bloque, cada viga, cada pared de aquella casa. Además… era cómoda, como aquí. Tal vez por eso te parezca similar.

— Mamá la termino, la casa. Cuando te fuiste fue lo primero que pensó. No soportaba no ver su casa terminada.

— Tu mamá era muy objetiva, siempre estaba pensando en algo que hacer, no podía quedarse sentada un momento sin antes sentir que desperdiciaba el día.

— En cambio nosotros, — Le decía mientras sonreímos un poco, como si ambos supiéramos la respuesta. — Nos la pasábamos acostados, viendo películas en Netflix todo el día.

— Si, tu madre vivía quejándose por eso. Quería que estuviera detrás de cada cosa que hacía. A veces me sacaba un poco de quicio… Pero esas tardes viendo películas siempre fueron muy relajantes.

— Y no es algo que haya dejado cuando… te fuiste. Sigue igual de mandona que siempre, aunque ya no soy yo quien la padece.

— ¿Cómo está ella? — Me preguntaba, y yo seguía sintiendo que algo estaba pasando por alto.

— Bien… supongo. En realidad no estoy muy seguro, hace un tiempo que no la visito. Supe que estaba viviendo con Alexis y creo que a él no le molesta, al contrario, disfruta mucho de cuidarla.

— ¡Ay Alexis!, siempre fue el consentido de tu madre. Por más que intentaba regañarles a ti y a tus hermanos ella siempre los defendía. En especial a Alexis, aun cuando se equivocó en tantas cosas. ¿Recuerdas aquella vez que salió de casa y llegó con un piercing en la ceja?

— Claro. — Le decía mientras reíamos ambos. — ¡Pero esa vez mamá también se enojó mucho! Recuerdo que ya ni sabían qué hacer para controlarlo.

— De igual forma creció bien, logró encontrar el amor y se casó. Y por supuesto, ahora cuida muy bien de junior… ese bebe, recuerdo que la última vez que lo vi el precioso apenas daba sus primeros pasos.

— Mamá pasa mucho tiempo con junior, lo cuida mucho. En cierta forma le ayuda a pasar los días ocupada, supongo que ya casi no piensa mucho en lo que sucedió. Al fin y al cabo junior ya tiene ocho años y te sacó hasta las cejas, realmente se parece bastante a ti. Igual que Alexis. — Le dije, un poco melancólico, tratando de recordar la situación de cada uno de los miembros de la familia, como tratando de sacar de mi memoria toda la información importante que se dicen las personas cuando están reencontrándose después de tanto tiempo.

— Sé que fui muy terco en aquella ocasión… — Me dijo, como sabiendo que empezaba a ponerme un poco triste, como si supiera que estaba tratando de recordar aquello que estaba pasando por alto, pero que mi intuición me intentaba decir que no lo hiciera, y ahí estaba, nuevamente, aquel escalofrío.

— No fue tu culpa, ambos lo sabemos. — Le interrumpí esperando que aquel escalofrío no me volviera a recorrer la espalda.

Entonces me sonrió un poco y yo le ofrecí una bebida energética pues sabía que eran de sus favoritos. Después de todo, fue de él quien saqué aquel vicio. Me dirigí a la cocina y tomé dos latas del refrigerador, ambas frías y le ofrecí la de sabor original.

— Aquí tienes pa’…

— ¿Y qué fue de Nicolás, que has sabido de él? — Me dijo mientras abría la lata y empezaba a beberla.

— Sé que consiguió un buen puesto en el sector público, gana muy bien… Se casó, no tuvo hijos, al menos no hasta ahora. Pero vive muy bien, nos hablamos de vez en cuando.

— Sabes, cuando se recibió de Arquitecto, sentí que fue un gran logro, para la familia, sobre todo porqué Alexis se aferró a no terminar sus estudios. — Sus palabras sonaban tan sinceras, pero a mi me perturbaba cada vez más. Sabía perfectamente que así lo había sentido. Pero no era el tipo de persona que hablara tan abiertamente de lo que sentía, no sin maldecir un poco antes, como queriendo dar un argumento a favor de lo que dice más que expresar lo que siente.

— Básicamente fue el sustento de la familia durante un par de años, claro hasta que empecé a trabajar en algo estable y pude conseguir mi primera exposición.

— Nunca pensé que terminarías siendo artista, osea si, siempre fuiste demasiado sensible, pero creí que seguirías con la ingeniería.

— Ni te creas, yo también pensé lo mismo. Pero bueno, en estos momentos es cuando más desearía haberla terminado. Nicolás es quien me ayuda un poco estos últimos días, la inflación subió tanto en el país que… uff… es más difícil mantenerse vivo.

Me miró fijamente a los ojos. Me sentí algo nervioso. Sabía que pensaba que mi situación era peor que lamentable, pero no iba a decirme que estaba bien, era impensable que se comportara comprensivo y empezara a decir cosas que me hicieran sentir mejor. Estaba muy seguro de que me reprendería, diciendo que fui un completo imbécil por haber dejado a Sofía, que necesitaba poner mi mediocre vida en orden. Y realmente era eso lo que esperaba. Esperaba un verdadero regaño, como los que me daba cuando no sacaba buenas notas en el colegio. En cierto punto, necesitaba seguir siendo su hijo pequeño, tan solo eso.

— Es justo eso de lo que vengo a hablar contigo, hijo. — Me dijo con una voz seria, pero no molesto, sino más bien preocupado. Y yo solo podía pensar en que mi intuición era cierta, en que mi padre estaba aquí para ayudarme con mis problemas, que estaba pasando algo por alto que levemente empezaba a recordar.

IV

Después de un breve silencio, le pregunté si no tenía un poco de hambre. Ahora ya sabía que mi padre estaba aquí para hablar conmigo sobre mi vida, estaba seguro que iba a darme un consejo, pero eso implicaría, como siempre, un par de regaños antes de decirme que es lo que tenía que hacer. Papá y yo éramos muy similares, pero si había algo diferente entre nosotros era que soy más pasivo al enfrentar los problemas. Él, en cambio, siempre tuvo una tenacidad de hierro para afrontar las cosas, incluso cuando estaba equivocado.

Al parecer quería darme consejos, pero estaba calmo, no estaba molesto como solía estarlo cuando trataba de darme su ayuda, quizás el tiempo lo ablando un poco, quizás el hielo que había entre nosotros le advertía que no podía ir como de costumbre y empezar a levantarme la voz tratando de explicarme qué era lo que hacía mal. Pensé, que si estaba aquí no era solo para darme consejos, realmente me había extrañado tanto como yo a él. Y lo confirme cuando aceptó mi invitación para almorzar. Me tomó un poco de tiempo y él esperó tranquilo, casi como otra persona, a que acabara de hacer un poco de comida. Un par de huevos revueltos, panceta de cerdo bien dorada y una buena lata de bebida energética, una comida que tanto acostumbramos comer en los tiempos en los que yo era tan solo un joven que, al igual que aquel hombre sentado en el sofá, esperaba paciente en una de las sillas del comedor a que él terminara de hacer de comer.

Conversamos mientras comíamos, recordando los tiempos en los que la familia aún estaba junta, cuando apenas éramos solo unos jóvenes, mis hermanos y yo. Realmente disfrutaba de aquella conversación en la que el pasado era la pieza fundamental. No quería que acabara. Estaba muy feliz de ver a mi padre después de tanto tiempo. De pronto, aquella sala en aquel calmado apartamento se sentía más como casa que como cualquier otro lugar en el que pudiera estar. Y empezamos a hablar del universo y de Dios. Siempre era así con él, empezábamos hablando de cómo el presidente y los corruptos diputados gastan millones en sus lujosas vidas mientras el pueblo se jodía tratando de vivir al día, pasando por cómo se mueve este mundo, las cosas que se nos ocultan al pueblo hasta llegar al universo, la moral y las deidades si acaso existieran. Y yo pensaba en lo extraño que eran los temas de conversación de papá. Empezaba a comprender mejor tantas cosas, como la razón por la que mi padre no se llevaba bien con personas de su edad, quiero decir, yo era de las pocas personas que estaba igualmente loco como él para hablar de tantas tonterías y conspiraciones. La conversación era tan fluida, tan enriquecedora que se terminó por comer la mañana, y al igual que la conversación se comía la mañana, el tiempo se comía la conversación dirigiéndonos lentamente al presente, al momento en el que, se suponía, él debía empezar a preguntar por mi vida personal, por los errores que estaba cometiendo estas últimas semanas. Y así fue, preguntó por mi cara demacrada, por lo delgado no pareció preocuparse pues nunca fuí alguien robusto, ni mucho menos. Le dije que solo pasaba por un pequeño bache, que estaba ya saliendo de todo eso. Que no era la gran cosa. Entonces comencé a sentirme un poco triste y un poco molesto. Anhelaba tanto una reprimenda, pero él solo se sonreía un poco, me miraba con esa cara de angustia pero seguía estando feliz por verme, se limitaba a tratar de comprenderme.

— ¿Por qué no dices nada?… ¿no fue a eso por lo que viniste? — Le contesté un poco molesto.

— ¿Qué fue de Sofía? — Respondió calmado, tratando de evitar molestarse, evadiendo mi pregunta.

— Nos dejamos… más bien… nos dimos un tiempo. Realmente no estoy seguro. Tampoco creo que sea importante ya. — Le contesté un poco resentido.

— Hijo, las personas a nuestro alrededor son lo más importante. No te des el lujo de perderlas. — Dijo con un tono piadoso.

— Es tan extraño que lo digas porque tú nunca hacías nada para demostrarlo. — La sangre me empezó a hervir lentamente. ¿Por qué no se molestaba conmigo?, ¿Por qué no me pone en mi lugar como tantas veces lo intentó?

— ¿Qué fue lo que pasó, hijo, por qué se separaron? — Insistía en hablarme de forma cariñosa.

— Suspiré de molestia. — Dijo que ya no es lo mismo de antes… que me volví distante, que… que ya no la entiendo… que solo me la pasaba triste, y mis obras parecían las de un sujeto que odiaba al mundo. Entonces peleamos, le dije que no sabía cómo me sentía, que debía hacer algo por comprenderme. Se lo tomó muy a pecho, dijo que siempre había luchado por nosotros, pero que yo era un agujero negro que consumía todo a su paso, que volvía todo triste… — Suspiré de tristeza. — Y… a decir verdad creo que hizo lo correcto. Como puedo pedirle que me entienda si ni siquiera yo sé porque me siento así… Corrió mientras aún podía hacerlo… Pensé que sería ella quien tocaría en la puerta… siempre era ella quien regresaba, quien pedía una disculpa… que idiota.

— Ve a hablar con ella, hijo, pídele perdón… sabes que necesitas de ella. — Mientras pronunciaba aquellas palabras, no hacía si no ponerme más molesto… ¿Por qué era tan generoso conmigo al hablar? El nunca pidió perdón por algo que hizo, aún en el peor de sus errores, siempre se excusaba, diciendo que tenía algo de razón.

Mi molestia se empezaba a notar en mis expresiones, viéndonos fijo a los ojos, mis cejas empezaban a juntarse, arrugando el entrecejo, la mandíbula se me tensaba al igual que mis manos dejaban de estar inquietas y empezaban a sentirse duras como piedras. Esa no era la forma en la que siempre me hablaba, la forma en la que decía las cosas. Porque de pronto era tan compasivo y tan agradable al decir lo que los demás hacían mal. Como esperaba que reaccionara si él fue de quien saque esta explosividad, este temperamento tan arrogante y molesto. No podía soportarlo más, podía recordar perfectamente aquello que había pasado por alto, tenía tantas cosas en mi interior que decirle, cosas que había guardado durante tantos años.

V

— ¿Y quién eres tú para decirme eso ahora? — Le respondí de forma arrogante, sabiendo que era lo último que debía hacer. Recordando la última vez que le hablé de esta manera y lo mucho que me arrepentí después.

— Estás molesto conmigo… adelante, te escucho. — Respondió de forma calmada.

— ¡Si, estoy molesto contigo! Cómo esperas que reaccione, si es tu culpa que yo sea así, si esto es lo único que aprendí de ti. — Las palabras salían de mi boca con mucha seguridad pero yo me sentía más triste que enojado. Cada vez era más obvio que me había comportado mal con Sofía, que había arruinado todo, que todo realmente era mi culpa y solamente mía.

— Esperar que te reprenda, hijo, es como pensar que aún te considero solo un joven ingenuo. Y tú no lo eres… Eres todo un adulto.

— ¡Deja de fingir que me comprendes! Siempre fuiste arrogante con nosotros. No hacías sino recalcar cada que podías que tú estabas en lo correcto y nosotros equivocados.

— No seas terco, hijo. Sabes que te hace mal. No te aferres a algo que ya ni siquiera importa.

— ¿¡Cómo puedes decirme eso!? Si tu fuiste la persona más terca… aquellos días… ¡aquella mañana! — Gritaba, como tratando de demostrar un punto más que tratando de explicar lo que sentía. Pues en el fondo sabía que estaba en lo correcto, en que le daba demasiada importancia a algo del pasado. A algo que no hacía sino ponerme triste por las mañanas, de forma sibilina.

Entonces, un pequeño silencio nos envolvió en el tiempo, las horas en el reloj habían corrido de manera apresurada, como si los engranajes de aquel tonto aparato se hubiesen vuelto locos y hubiesen jugado con nosotros.

Las lágrimas caían de mis ojos recorriendo aquellas ojeras enormes que el alcohol y las desveladas habían pronunciado. Me paré del sofá y di un par de vueltas, nervioso, con los hombros encorvados tratando de ocultar mi rostro, justo como aquella mañana.

— No estás molesto en realidad… — Me dijo, con un rostro triste, pero sumamente comprensivo. No era un regaño lo que me daba. Se sentía, más bien, como una disculpa.

— Por… ¿Por qué no nos dijiste nada? ¿Por qué insististe en decir que todo estaba bien? Me… Me hiciste mucha falta. — Le decía, incapaz de controlar mi llanto, incapaz de sentirme molesto por cualquier cosa que pudiera creer que guardaba como un rencor absurdo de autocompasión.

— Sabes que los quise más que nada, a tu madre y a ustedes. Fueron mi mundo. Todo lo que hice, lo hice por ustedes.

— Me hubiese gustado, al menos, despedirme…

— Eso es todo lo que tienes, hijo. No debes estar triste por eso. Tu debes seguir tu vida… visita más seguido a tu madre, lleva un obsequio a junior de mi parte, devuelve todo lo que te presto Nicolás… pero por sobre todo, arregla las cosas con Sofía, sabes que ella es el amor de tu vida.

— Entonces… ¿Por qué no vienes conmigo? Vamos con mamá, junior se pondrá muy alegre con verte… — Le decía, intentando convencerme a mí mismo de que existía una remota posibilidad de que se podría.

— Ambos sabemos que eso no es posible… al fin y al cabo, si estoy aquí es porque esta será la última vez que nos veamos… nuestra despedida.

— Siempre te extrañaré pa’…

— Lo sé, hijo. Yo también los extraño muchísimo. Pero debemos seguir, cada uno por su camino.

— Esa mañana, te vi directo a los ojos, tenías algo que decirme… ¿qué era eso que no me dijiste?

— Eres un hombre fuerte, sé que me equivoque en muchas cosas, que tenías mucho que aprender todavía. Pero siempre estuve orgulloso de ti. Eres mi hijo menor, el pequeño consentido de tu padre, solo quería que no me guardarás rencor.

La noche oscurecía aquella sala, aquel apartamento. Y ambos, nos veíamos entre lágrimas y sonrisas a medias. Después de una leve pausa, de un ligero silencio, nos abrazamos fuertemente y nos despedimos. Papá salió de aquel apartamento para jamás regresar.

VI

Seis treinta de la mañana, entre abrí mis ojos con un poco de confusión que se aclaró cuando vi las estrías de la pintura del techo. Lagrimas empezaron a caer de mis ojos, lentamente, no por lo que sucedió sino por lo que significaba. La cruda realidad, pues a fin de cuentas, todo había sido un sueño. Y no podía ser de otra forma, pues papá había muerto hace siete años. Una mañana después de haber estado muy enfermo, fingiendo que se encontraba bien, se desplomó frente a nosotros antes de poder llevarlo al hospital.

No perdí ningún segundo de la mañana, llamé rápidamente a mamá para preguntarle como estaba, que si podía visitarlos a ella y a Alexis, de ser posible invitar a Nicolás para una comida y, quizás, ponernos de acuerdos para un intercambio de regalos en Navidad.

Después de pensar un poco, en la regadera, en cómo iba a hablar con Sofía, me puse la ropa más presentable que tenía, me arregle la barba y me dispuse a recorrer la ciudad, pasando primero por una florería por un gran ramo de flores, hasta llegar a casa.

Las cosas salieron perfectas. Sofía estaba más que contenta viéndome de rodillas pidiéndole perdón por lo estupido que había sido. Y yo, me sentía completamente renovado, la sonrisa en mi rostro pulía mis facciones y ya no sentía más esa tristeza que me consumía lentamente.

Después de unos cuantos meses, en una comida con toda la familia reunida. Platicando un poco les comenté de como estaba organizando todo para volver a armar una nueva exposición, llamada “Padre”. El museo de arte de la ciudad estaba más que dispuesto a aceptar mis últimas obras, por lo cual me felicitaron. Esos últimos meses hice hasta lo imposible por recaudar fondos y buscar la manera de sostenernos a Sofía y a mi. No sé si existe dios, el cielo o simplemente todo fue mera casualidad. Pues ese mismo día que me despedí de mi padre y Sofía me perdono, me dio la gran noticia… de que voy a ser Papá.

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