Hay
secuencias fijas en la mente.
Rocas
atrapadas por un sinfín oculto
en
la gravedad solitaria de la noche.
Alguien
que devora sus propias manos
con
lirios de plástico, crisantemos mojados.
Un
insoportable hedor a muerte.
Las
ligaduras del sometimiento renacidas,
unas
chanclas por ahí tiradas, y un camión
de
basuras congelado por los pájaros del destierro.
Hay
coches que estacionan a lo largo del puerto,
un
innumerable desorden de grúas, y un ruido
estremecido
que concurre a su deriva sin anclaje.
Hay
hermosas mujeres, periódicos que indican
la
extinción de las piernas, los ombligos literarios
volcándose
en sus fábulas impensables, narcisos
voraces
lamiendo las botas del jefe.
Existen
esos pequeños silos que aumentan
las
cornisas de los cines, semillas de girasol
anegadas
por un cisne de labios blancos.
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