Todavía recuerdo con claridad esa noche. La última noche.
Llovía, no se si afuera o dentro de mi alma.
Callado, distante; me acariciaba pero no estaba allí.
Yo no sabía como explicarle que lo necesitaba y que no estaba lista para perderlo; porque aunque no me dijo nada, yo sabía que él estaba listo para irse.
Fuimos al lugar de siempre. Sus manos recorrieron mi cuerpo mientras me desnudaba, beso mis senos, mi cintura, todo mi ser. Se adentró en mí con tanta delicadeza que quise gritar de placer cuando lo senti tan duro y tan mío. Así, me hizo el amor, tan suave y tan profundo que el sabor de la despedida era cada vez mas agrio.
Nos tomamos las manos y llegamos juntos al punto máximo del placer como si supiéramos que nuestras almas se conectaban por última vez.
Después de vestirnos, esta vez no hubo besos, risas o bromas. Sólo miradas y apuros nos invadian.
Era hora de irnos. Preparé mis cosas y como en cámara lenta llegué a la puerta de esa habitación de motel que nos acogió tantas noches, tantos años.
El metal del picaporte estaba helado; yo me quede ahí, tocándolo, tratando que de mi boca saliera alguna palabra que hiciera que él se quedara en mi para siempre. Un «te amo», no sé, algo…
Pero no usábamos tales cursilerías.
Nada dijimos. Tanto nos faltó.
Aquella noche despues de ese adiós, no hubo más un «hasta pronto», no hubo más besos en la boca, no mensajes antes de dormir. Aquella noche silenciamos nuestros años juntos para buscar destinos separados.
Todavía me duele, todavia lo busco entre la gente en la cuidad, todavia espero volver a verlo algún dia. Quisiera decirle que no he dejado de amarlo jamás, que recuerdo su sonrisa, sus ojos y ese amor inacabado y fugaz que marcó mi piel y mi alma para toda la eternidad.

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