Relato corto III: Carta a mis más preciados recuerdos

Relato corto III: Carta a mis más preciados recuerdos

Eva Tejado Meco

15/01/2018

Querida María

Ya hace un año desde que te fuiste, desde que dejamos de vernos. Es increíble lo rápido que crecemos, cómo la madurez nos alcanza aunque huyamos de ella despavoridos, y a nosotros nos atrapó de forma cruel pero inevitable.

Recuerdo nuestros primeros encuentros: aquellas tardes veraniegas en las que yo te esperaba a la entrada de tu casa, apoyado en la verja pintada de blanco que flanqueaba los rosales y los lirios que tu madre cuidaba con tanto mimo. Cogíamos las bicicletas y recorríamos los caminos arenosos que conectaban las afueras del pueblo con las praderas colindantes. Nos tumbábamos sobre la alfombra verde. Yo no paraba de hablar mientras tú silenciosa me escuchabas y comías algunas de esas cerezas tan buenas que vendían en el mercado de la plaza. Seguramente no te fijabas, pero cuando comenzaba a atardecer y nos levantábamos para volver a casa, siempre me quedaba embelesado mirando cómo la luz anaranjada se reflejaba sobre tu pelo castaño cuando ibas hacia la papelera a tirar los huesos de cereza. Estaba loco por ti.

Parecía que el tiempo no podía pasar en nosotros. Éramos jóvenes, estábamos enamorados y llenos de energía e ilusión. Pero la juventud, como el agua, se escapa de los dedos por mucho que intentes agarrarla, y al final llega un momento en el que hay que hacer sacrificios. Llegó la universidad y con ella los exámenes interminables, los trabajos casi diarios y cada vez podíamos vernos menos. Los días de descanso juntos eran intensos, ardientes, pero podían contarse en el calendario con los dedos de las manos. Tarde o temprano alguno de los dos se acabaría alejando.

Al poco de acabar la universidad recibiste la oferta de Bendy’s para trabajar en su bufete de abogados en Londres. El día que me lo dijiste sabía que algo pasaba. Vi que salías de casa sin tu bicicleta y sin la bolsa de cerezas del mercado, cabizbaja, con las mejillas pálidas. Recuerdo el silencio, tantos sentimientos agolpados intentando salir que ninguno podíamos hablar. Yo no podía acompañarte, debía quedarme aquí, trabajando para ayudar a mis padres, pero era una oportunidad que no podías ni debías dejar escapar. Tenías que irte.

Cuando te vi subir al tren camino a la ciudad, donde cogerías el avión, no fui capaz de girarme a presenciar tu marcha. Quise hacerlo, pero sentía que si te veía una última vez a través de la ventana no podría soportarlo, me desharía como un castillo de arena vencido por el viento y convertido en polvo y aire te seguiría a cualquier parte. Y eso no era posible.

Sé que pensarás que soy un idiota, que después de no devolverte las llamadas parece que no quiero saber nada de ti, pero he necesitado mucho tiempo hasta que he podido superar lo nuestro. Ha sido muy difícil armarme del valor necesario para escribir a mis más preciados recuerdos, a mi más querida amiga. Espero que recibas pronto esta carta y que me perdones por este año de silencio. Quiero que me lo cuentes todo sobre tu vida en Inglaterra y que a través de estas líneas te lleguen mis mejores deseos de felicidad.

Siempre a tu lado, pase lo que pase y estés donde estés

Luis

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS