El verde de sus ojos se clavó en mis entrañas con la fuerza de mil tsunamis enfurecidos. No era el verde fresco de la hierba, no el que alegra la primavera adornando los árboles de abril. No olía a hierbabuena, ni a lima, ni a te. No salpicaba mi ánimo con la inmensidad de su abrazo esperanzador. Pero supe desde el primer destello que esos iris me acompañarían para siempre. Se desperezó distraídamente alerta, con el disimulo felino de su condición. Y, de nuevo, clavó sus pupilas en mí. No podía dejar de mirarle. Su pelaje lascivamente suave me llamaba, me atraía, me seducía. Sus tornasoles hipnotizaban mi mirada. Sus azules oceánicos me ahogaban el sentido común. Todo era hermoso. Esbelto, soberbio, majestuoso… Tumbado en el alféizar de la ventana y recortando con su figura la hermosura del paisaje. Mi mundo quieto, silencioso, rendido a sus pies. Jamás había visto tan de cerca la belleza. La ceguera se apoderó de mi mente y todo a mi alrededor se apagó. Entré en un film primitivo, una película en blanco y negro, una historia muda e inerte. Nada había a mi alrededor, tan solo la inmensidad de un mundo al que ya no pertenecía . Nada respondía a los estímulos que iba recibiendo. Mis ojos, ciegos. Mis oídos, sordos. Mis labios, mudos. Solo quería alimentarme de ese ser que, desde la distancia, seguía mirándome. Porque él era mi alimento. Mi energía, mi razón, mi sentido. El abrazo que la vida me debía. A mis cuarenta y tantos, cuando ya empezaba a peinar mis primeras canas y después de haber conocido en primera persona la polaridad del bien y el mal, por fin tenía la oportunidad de tocar de nuevo el cielo quemándome los dedos. Toda la energía se concentró en mí. En la boca del estómago, en el centro de mi alma o quizás en el nudo que se iba formando en mi garganta. Ya nada importaba. Las mil mariposas que nacieron dentro de mi ser extendieron sus alas, elevaron mi espíritu y guiaron mis pasos hacia él. De inmediato un rayo eléctrico y fulminante se apoderó de mí. Y me rendí. Nada en mi cuerpo respondía. Y me dejé caer, me postré ante él, derrotada. Me desvanecí como un suspiro. Me fui perdiendo lentamente, resbalando entre los dedos de mi destino para volver a convertirme en arena y reintegrarme en el paisaje. No pude resistirme a ese embrujo y quise fundirme con él. Y sucumbí a la tentación. Y deseé morir. Deseé morir para volver a nacer y volver a vivir ese instante. Y hubiese vivido mil vidas, y sufrido mi veces más el desatino de mi existencia para reencontrarme de nuevo en ese instante y convertirlo en un bucle eterno, porque ahora sé que ese fue el primer día del resto de mi vida…
Hoy, sentada frente al ordenador, mientras la pantalla ilumina mi rostro y el cursor parpadea inquieto pero paciente esperando el percutir de las teclas para dibujar lo que hay escrito en mi alma. Mientras mis ojos preñados de lágrimas intentan ver más allá. Mientras mi corazón sigue regalándote uno de cada dos latidos y dedicándote el otro. Mientras mis labios recuerdan el dulce néctar de aquella noche en la que bebí te tu boca. Mientras las horas pasan inexorables resbalando entre el tiempo congelado, recuerdo una y otra vez ese instante en que ese gato azul de ojos verdes se adueñó de mi vida, Y lo añoro con paciencia , porque sé que esta ahí dormido. Dentro de ti, esperándome.
OPINIONES Y COMENTARIOS