El sentido del dolor

El sentido del dolor

Ana Foronda

07/11/2020

A pesar de que el ser humano se ha transformado a través del tiempo, existen características físicas, emocionales y cognitivas que hacen parte de nosotros. Hoy quiero enfocarme en un aspecto que es inherente a nuestra humanidad y que constantemente rechazamos y evitamos en cuanto sea posible, pero que a su vez es necesario incluso para sobrevivir: El dolor.

¿Cómo se puede describir el dolor? Es una palabra que contiene un significado inmenso y profundo, un término que utilizamos con regularidad en el transcurso de nuestra vida; simboliza por lo general algo desagradable, se relaciona con malestar y su percepción la mayoría de veces es negativa.

Intentando hacer una descripción del dolor, puedo decir que es una sensación física o emocional que produce molestia significativa; es un signo de alarma que nos ayuda a darnos cuenta cuando algo no va bien; el dolor puede ser bajo, también puede aumentar gradualmente o puede ser un dolor intenso, a veces es corto y otras perdura a través del tiempo. Cuando se manifiesta de manera física, es probable que pueda ser atendido con una pastilla, una inyección o un ungüento o también es posible que no pueda ser calmado con nada y sea necesario aprender a vivir con él; cuando es emocional, no solo se siente al interior, muchas veces se manifiesta en nuestro cuerpo produciendo síntomas como nauseas, dolor de cabeza, mareo, entre otros.

Existe una gran variedad en el dolor, sin embargo hoy quiero hablar del que no se siente en un sitio específico del cuerpo, es aquella sensación que no sabemos dónde ubicar, muchos lo hacen en el corazón siendo este órgano, el lugar en el cual se localizan metafóricamente las emociones. Hablo de los momentos en los que sentimos vacío, desasosiego, angustia, ganas de llorar, decepción, tristeza, soledad, desgano, preocupación, intranquilidad, ansiedad, apatía y rabia; nuestro cuerpo se desequilibra y nuestro pensamiento está hecho un caos, sentimos una sensación de incapacidad enorme, traemos a la memoria todas las experiencias negativas que hemos vivido ¡Y todo se junta! El dolor abre heridas, deja huella en el alma, construye recuerdos y deja cicatrices.

Bueno, la pregunta es ¿Por qué el dolor? ¿Cuál es su objetivo? A estos interrogantes se le han otorgado muchas respuestas; algunas personas lo perciben como un castigo debido a sus malas acciones y consideran que son merecedoras de sentirlo, otras piensan que es parte de un karma que es necesario vivir para trascender, también como algo otorgado por Dios al no seguir al pie de la letra lo que se debe hacer para alcanzar la salvación, de igual forma he visto personas elegir vivir en el dolor porque ya lo adoptaron como un estilo de vida y cuando hay momentos de alegría lo perciben como un augurio de que viene algo malo, del mismo modo, hay quienes lo ven como una oportunidad para resarcir el daño ocasionado a otra persona, o como algo natural con la premisa de que nacimos para sufrir, también como una situación que no se puede cambiar porque sus decisiones determinaron que así fuera y ya no hay nada por hacer.

En definitiva el dolor puede ser muy disfuncional dependiendo de la percepción que tengamos del mismo, me resisto a asumir una perspectiva tan negativa hacia algo que nos ha acompañado durante nuestra historia, por lo tanto me animo a buscarle un propósito diferente, aceptando además, que muchas veces durante mi vida, he sido parte del grupo de personas que perciben el dolor como algo destructivo e inmutable, teniendo en cuenta que ser humano implica sentir y es completamente natural que en situaciones adversas veamos el panorama oscuro y sin salida, la diferencia es permanecer o no en esa posición.

Considero además que sentir dolor, vivirlo y resignificarlo hace parte de un proceso de auto-conocimiento y transformación personal, a fin de cuentas, somos seres cambiantes; por lo tanto, lo que pensamos hoy, puede ser diferente a lo que consideremos como cierto en cinco años; lo que nos duele en la actualidad, en el futuro será recordado de una manera distinta, es posible que aún con algo de malestar, pero no en la misma intensidad ni otorgándole igual significado.

En ese orden de ideas, podemos decir que el dolor se transforma, cambia su intensidad y su duración. Una frase que uso frecuentemente cuando siento malestar es ¡todo pasa!, porque así es, nada se queda, todo fluye, todo cambia y no sólo lo que se encuentra a nuestro alrededor, sino nosotros también; nuestras experiencias, la manera de relacionarnos, de pensar y de sentir, ¡no somos seres estáticos!

Sentir dolor nos genera aprendizaje y posiblemente necesitemos de varias experiencias molestas para adquirirlo, sin embargo éste no es instantáneo, por lo tanto no le vemos sentido a lo que estamos viviendo, nos enojamos, reclamamos y peleamos, nos parece injusto y absurdo, pero lo bonito de las heridas es que si miramos con detenimiento y reflexionamos con respecto a nuestro propio dolor, podemos ver las riquezas que se encuentran entre líneas.

El dolor es disfuncional cuando no tomamos decisiones y nos quedamos inmersos en situaciones desgastantes por temor a sentirlo perpetuándolo a través del tiempo, lo cual es peligroso teniendo en cuenta la capacidad adaptativa que nos caracteriza como seres humanos, podemos acostumbrarnos con mucha facilidad a situaciones que nos generan un malestar significativo. Para ejemplificarlo un poco, traigo a colación el síndrome de la rana hervida; si metemos una rana en agua hirviendo, ésta saltará rápidamente fuera del recipiente, pero si calentamos el agua paulatinamente, la rana se irá adaptando a la temperatura y luego a pesar de que el agua caliente sea insoportable, ella no saldrá del recipiente y finalmente morirá siendo hervida.

Por otro lado, existe el dolor funcional; tomamos la decisión de confrontarlo, no de evitarlo, sentirlo más no ignorarlo. A pesar del malestar, lo vemos como algo que va a pasar y tomamos las riendas de lo que podemos cambiar, aceptamos y nos fortalecemos en lo que no es posible modificar por nuestros propios medios y llevamos a cabo las acciones necesarias dependiendo de la situación. Con el tiempo descubrimos que fue lo mejor y que todo lo que sentimos valió la pena; luego de la tormenta, llega la paz, la tranquilidad y la satisfacción de haber pasado ese proceso ¡ganamos finalmente! Porque el dolor nunca se va y nos deja vacíos, siempre enseña.

No considero al dolor como castigo, al menos para mí no tiene sentido, si bien creo que nuestras acciones tienen consecuencias que responsablemente debemos asumir, también tengo la convicción de que somos constructores de nuestra vida y así como erramos también tenemos la posibilidad de hacer las cosas diferentes, es más, las equivocaciones son insumo indispensable a la hora de construir nuevos caminos. Las situaciones adversas que vivimos no pueden ser asumidas como el purgatorio de nuestros errores pasados o como el pago de nuestras acciones imperfectas, sino como oportunidades de aprendizaje y como una posibilidad para empezar de nuevo.

El dolor finalmente le da sentido a nuestra vida, no por el malestar en sí, sino por lo que viene después: Aprendizaje, madurez, cambio, transformación y agradecimiento, porque cuando miramos hacia atrás, podemos percibir todas nuestras batallas y aún mejor, recordar todas nuestras victorias, las cuales se convierten en las herramientas perfectas para vivir el dolor cuando éste llame a nuestra puerta.

Y tú ¿Cómo percibes el dolor?

¡Gracias por leer!

Ana María Foronda.

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