Paciencia es lo único que le sobra al pescador. Tiene las manos rugosas por el rigor de la caña, las escamas y la peste. Se lleva al trabajo hongos troceados para hacerlo ameno, los lame de a poco, atento al movimiento de las aguas. Sus ojos lo traicionan de vez en cuando, mostrándole dragones inmensos pintados en danzantes sombras azules… o al menos eso le dice a su esposa cada noche, a veces sin traer nada que cenar. Paciencia es lo que le pide a su estómago, espera algún día pescar un dragón y obligarlo a que troque su tesoro por libertad. Hasta entonces se levanta al alba, maldiciendo a los cielos y rogando por un poco más de suerte, para poder apestar menos y atragantarse más. Después de todo él también es un caballero, solo que de llano disfraz.
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