Tenía esas enormes pupilas que calcinaban lo que tuviera enfrente. Sobre la mesa yacía la hoja impávida. Federico estaba hincado sobre aquel papel. Su mano izquierda aprisionaba la pluma. Su mente rodó al placer de la billetera rebosante, la posibilidad de un nuevo auto, esas vacaciones a lugares exóticos… De pronto la moneda, como pase de prestidigitador reemplazó cara por seca. Se vio hundido en lánguida eternidad, tinieblas, un reloj goteando perezoso, jornadas agotadoras, sufrimiento…

Su mano vibraba en ese temblor que, en vano, tentaba reprimir. No había mucho que pensar. Ya lo había decidido y no iba a cambiar ahora. En instantes sellaría con tinta el pacto.

Él, al otro lado del contrato, lo aguardaba. Sus ojos vivaces se relamían sobre una sonrisa ambiciosa. Se paraba erguido, satisfecho, leonino, omnipotente. Lo miraba deseoso de poseerlo ya por completo. En un rapto fugaz Federico presionó el papel y casi sin mirar… lo hizo, ahí, ahí mismo…

Firmó el ascenso.

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