Océano atlántico. 29 de Diciembre de 1715

llá por el siglo XVIII, había un capitán llamado Henry Grenville, de cortos cabellos dorados e intensa mirada color café. La vestimenta que solía llevar en sus largas travesias por el mar constaba de un tricornio negro, una levita roja y unos pantalones negros cubiertos por unas botas de cuero marrón. Bajo su mando estaba el Reina Ana, una gran fragata, treinta cañones a cada lado, morteros, artillería pesada, cañones de caza, cincuenta tripulantes, velas rojas y pabellón español.

El capitán se encontraba en su camarote afilando su espada cuando de repente apareció un cuervo, con un vuelo elegante entró sin dificultad por la ventana y se posó sobre la mesa, Henry dejó la espada sobre la mesa y pudo observar que en su pata derecha llevaba un trozo de papel extenso enrollado. Se lo quitó al cuervo y procedió a leer lo que decía el mensaje:

Señor Henry, vuestra familia esta en el Faro de las Desesperaciones, si deseais reuniros de nuevo con ella, acudid a oír lo que debemos decirle. ~El Concilio Druida.

–¡Brody! –llamó el capitán mientras salia de su camarote–.

–¿Si, capitán? –contestó el tripulante bajando de la cubierta superior hasta la puerta del camarote.

Brody, el timonel del barco, era un hombre de menor estatura, de ojos negros, un pelo castaño con coleta y cara rechoncha.

–¿Qué sabes sobre un sitio llamado Faro de las Desesperaciones? –preguntó el capitán.

–¿El Faro de las Desesperaciones? Esta en una zona con mucha niebla, casi deshabitada cerca de Santo Domingo –contestó Brody–. ¿Sucede algo?

–Nada, ponga rumbo de inmediato a ese faro –dijo Henry.

La tripulación levó el ancla, izaron las velas y Brody, manejó el barco.

Tiempo después, en el faro, la Dama Gris, de aspecto envejecido con un elegante vestido oscuro y una piel pálida, retenía a Jesica Davis, una hermosa mujer, junto a un niño, Eric Grenville, con no más de diez años, ambos morenos y de ojos marrones y con sus ropas descosidas por el violento encarcelamiento.

–¿Cuánto le importas a tu marido? –preguntó la Dama Gris.

–¿Qué quieres sacar con esto? –preguntó Jesica.

–No me hagas contártelo –Pidió la Dama Gris. Sé que la comida es mala, pero no creo que sea para considerarlo una tortura.

Ambas se miraron de forma siniestra durante unos segundos en silencio que se terminaron cuando la Dama Gris miró a Eric, que estaba sentado en una desgastada silla.

–Él vendrá aseguró Jesica. Y cuando lo haga lamentarás haberme encerrado.

Viendo que no sacaría nada, la Dama Gris se marchó, solo para ser sorprendida varios días más tarde con el aviso de uno de los druidas que trabajaban junto a ella en el faro.

–¡Señora! –gritó uno de los druidas desde lo alto del faro–. ¡Alguien se dirige hacia aquí!

Henry amarró la barca en la que había llegado al muelle y un druida lo acompañó hasta el interior del faro. Una vez dentro vio una mesa con unas tazas viejas y una tetera, la Dama Gris estaba sentada a un lado de la mesa.

–Puede sentarse –dijo la Dama Gris–. Si quisiese matarte no lo haría con trucos de sillas.

Henry la miró extrañado y se sentó, espero a que ella sirviera una taza a cada uno y después de mirarla y olerla un par de veces decidió dar un sorbo.

–Imagino que no querrá perder el tiempo –asumió la Dama Gris–.

–No estaría mal –contestó Henry.

–Iré al grano aseguró ella. He secuestrado a su familia porque era la única forma de hacerle venir. Los Druidas hemos tenido la certeza de que un mal se cierne sobre nosotros, la única posibilidad que tenemos para detenerlo es con su ayuda.

–Mi ayuda repitió Henry incredulo. ¿Me toma el pelo? ¿Qué pueden necesitar de mí que no tenga otro marinero cualquiera?

–Verás…

–Da igual, acepto –dijo Henry soltando la taza–. Tú eres la que tiene a mi familia.

–Es un método eficaz –explicó la Dama Gris–. Bien, deberá reunir a su barco con la Flota Druida cerca de la península de Yucatán dentro de dos meses, le daré tiempo para que se prepare bien.

Henry se despidió y salió del faro escoltado por un druida y justó antes volver a subirse a la barca, le dio un puntapié a una cuerda agarrada al muelle, esta se rompió, él se enganchó rápidamente y con el peso que sujetaba la cuerda llegó a lo alto del faro, desenfundo su espada, miró a ambos lados y vio que los druidas le rodeaban, entonces disparo al cielo y pocos segundos más tarde se escucharon cañones disparar al faro. Los druidas se fueron a ayudar a la Dama Gris y entonces Henry miro hacia abajo y vio una joven luchando contra dos druidas, salto sobre uno de ellos y la chica apuñalo al otro, se miraron mutuamente cuando de pronto se dio cuenta de quién era.

–¡¿Tina?! –se sorprendió Henry.

–¡Padre! –dijo emocionada ella–. Pude escapar, pero madre y Eric no.

La Dama Gris desde una ventana por dentro del faro los vio.

–¡No puede ser! –dijo entre dientes.

La dueña del faro salió al balcón que daba a la parte trasera.

–¡Cogedles! –gritó.

Se agachó, y al tocar el suelo, los árboles y arbustos de las cercanías empezaron a crecer.

–Vaya… –dijo Tina al ver tal poder.

Henry hizo una señal al barco, que se acercaba y dispararon a las celdas con los cañones más pequeños.

Las puertas quedaron destrozadas, Jesica y Eric se sacudieron el polvo de la explosión y Henry los guió al muelle, pero el barco no había llegado, Henry peleaba con dos druidas, Tina defendía a Eric y Jesica cogió un trozo de madera y empezó a golpear a los druidas.

–Estos tíos no se acaban nunca –observó Tina mientras apuñalaba a uno.

–Son druidas tendrán múltiples formas de curarse rápidamente –explicó Henry mientras desviaba el golpe de un druida.

El barco llego al muelle y los marineros saltaron a defender a Henry. Cuando montaron en el barco, Henry dejó a su familia en el camarote y tomó el timón.

–Jerman informe de situación –dijo apresuradamente Henry.

–¡Buque de guerra por popa! –contestó Jerman.

–¡Cambiad a balas incendiarias! –gritó Henry mientras pensaba la estrategia.

La tripulación rápidamente cargó los cañones con bolas de hierro recubiertas de un paño bañado en aceite.

–¡Señor! Cuando esté listo –le dijo Jerman cuando cargaron los cañones.

Aún tuvo que hacer varias maniobras con el timón antes de estar en la posición perfecta para disparar.

–¡Fuego! –gritó Henry en el momento indicado.

Al impactar los cañonazos, las velas del buque druida comenzaron a arder, el casco sufrió daños y uno de los mástiles cayó.

–¡Señor sus reservas de pólvora son visibles!

–¡Cañones ligeros! –ordenó Henry.

Los cañones dispararon a la pólvora del buque y este se hundió irremediablemente.

–¡Si señor! –gritó Brody mientras se acercaba a Henry.

En ese momento se escucharon disparos.

–¡Al suelo! –dijo Henry agachándose delante del timón.

Todos se agacharon e impactaron contra el barco.

–¡Informe de daños! –pidió el capitán.

–¡Los cañones de estribor están destrozados! –informó Jerman.

–¿¡Podéis verlos!? –preguntó Henry.

–¡Dos bergantines desde estribor! –dijo Jerman señalándolos.

–¡Mortero desde el faro! –dijo su guardaespaldas Omar.

–¡Cambiad las balas encadenadas! –ordenó Henry mientras viraba el barco.

Los tripulantes cambiaron la artillería, cuando dispararon, los bergantines se quedaron sin velas, lo que le dio a Henry la oportunidad perfecta de escapar a mar abierto y dejar atrás a los druidas.

En el faro, la Dama Gris observaba la batalla naval que se había producido y al ver el estrepitoso fracaso de sus naves se giró a uno de sus consejeros.

–¡¿Cuándo estaremos listos para iniciar una persecución?! –preguntó la Dama Gris–.

–En…

Uno de los bergantines estalló antes de dejarlo hablar y obligándole a rehacer el cálculo.

–…tres meses –contestó el druida–.

La Dama Gris suspiró ante la derrota y observó comas las velas escarlatas del Reina Ana se perdían en el horizonte.

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