Sinceramente amé todo de él.

Desde la manera extraña que tenía de llevar el cabello siempre, hasta cada uno de sus malditos lunares.

Y la verdad es que si hablamos de lunares podría decir que él tenía los más perfectos; desde la manera tan precisa en la que estaban ubicados, la forma tan perfecta de verlos y las ganas tan presentes de poder llegar a cada uno de ellos.

Simplemente su cuello era mi lugar preferido.

Era perderse en infinidades de constelaciones.

De mundos.

De universos.

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