Nací, y lo que vi no me gustó. No lloré al salir; sencillamente miré alrededor, y tras una mueca de desagrado, me di la vuelta y me dirigí hacia el orificio del que había salido, apliqué mi cabeza y empujé cuanto pude. No logré entrar, pero mi gesto fue claro para todos: deseaba regresar a mi húmedo cobijo.

En la escuela aprendí a comportarme, pero mi inconsciente mío era. Así, en geografía mi pasión eran las islas redondeadas, los lagos circulares, y todas las formas redondas o cerradas; en ellas imaginaba estar dentro, protegido. En geometría eran los círculos, circunferencias, y las esferas. También icosaedros regulares, ya que si sumas infinitas caras, es la esfera; mi refugio perfecto.

Protagonicé una escena penosa en mi quinto cumpleaños. Mis padres me llenaron la habitación de globos de colores, enormes. Ignoraba su utilidad, pero fueron una invitación. Con mis deditos arañaba la suave redondez ansiando entrar. No pude, y cogí un lápiz afilado. Entonces perdían su espléndida forma con estruendo, y se hacían miserables pitracos. Un día muy amargo.

A los veinte años tuve mi primera relación sexual. Empezó bien, con besos y caricias, y una excitación creciente. Aquello subía de tono, y nos quitamos la ropa. Cuando ella abrió las piernas, todo mi ser sufrió un arrebato indescriptible; no un éxtasis erótico, fue la gran revelación. Allá me lancé, pero en vez adelantar el instrumento apropiado según ella, me lancé de cabeza al centro. ¡Oh, al fin volver adentro! Grité. No quiero recordarlo. Forcejeo, gritos, insultos a voces. Tardé bastante en entender lo que ella pretendía. Ella, a mí, nunca me quiso entender.

Fue cuando conocí a mi ingeniero espacial cuando, lentamente, se encendió la luz definitiva. El proyecto en que trabajaba se avenía y compenetraba con mi eterna pulsión inconsciente. La NASA tardó años en poner a punto el prototipo, y mi ingeniero me tenía al corriente. Son misiones complicadas, tuve que prepararme concienzudamente, pero sabía que lo conseguiría.

Ahora giro en una órbita sin fin, veo la tierra, el sol, los planetas, los astros, y estoy aquí recogido, en una esfera perfecta, con un bamboleo ingrávido exacto al que recuerdo en el líquido amniótico. Así, para siempre, sé que al fin he encontrado mi lugar en el Universo.

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