Un paseo por el arroyo

Un paseo por el arroyo

Piquillín

13/10/2020

El día se presentaba luminoso, la salida ya era una realidad; sólo faltaba que alguien lo pusiera en palabras. Como siempre la que pone todo en palabras es “La nena”.

—Papá ¿hoy, a dónde vamos? — inquirió.

—Podemos ir algún lado. ¿Mamá, vamos a dar un paseo por el arroyo? — preguntó el papá.

—Vamos—respondí

Me dejé tentar; porque como dije el día estaba esplendido. Preparamos las cosas que se necesitan para tamaña aventura: una mochila con los elementos necesarios para el mate, un par de abrigos, agüita para la nena y un par de galletas.

A poco de partir, La nena empezó:

—Apa, papá. A cococho.

y papá empezó con su juego.

—Cocholite ¿Quién es Cocholite?

—No, a-co- co- co cho ¡papá!

—¡Ah! Cocotero, ¿quién será cocotero?

El juego adquiere su dimensión real cuando a la tercera o cuarta intervención, La nena empieza a los gritos y es alzada, efectivamente y como ella quiere, a cococho…

Emprendimos el paseo, papá adelante con la nena cargada en los hombros en el tan solicitado a cococho; Mamita, nuestra perra negra que nos acompaña a todos lados, y yo detrás con la mochila.

En breve llegamos al arroyo que se encuentra a dos cuadras de nuestra casa. Caminamos por la orilla, yo iba juntando cáscara de chañar. Al costado del arroyo se encuentran un par de ejemplares grandes de estos árboles. La cáscara de chañar sirve para hacer té e inducir a expectorar cuando uno está resfriado y siempre es bueno tenerlo en casa; por eso siempre me gusta juntarlas.

Luego seguimos, cruzamos el vadito y nos encontramos en un conocido camino custodiado por inmensos eucaliptus.

—Vamos por acá—dijo el papá.

— Bueno, pero que la nena camine un poco—acoté.

Así continuamos nuestro paseo por un sendero ya visitado. El día estaba espléndido, se prestaba para disfrutar el paisaje que, aunque conocido, se modifica constantemente gracias al cambio de estaciones o al estado de ánimo que uno tiene cuando lo recorre.

Descubrí en un punto del trayecto alguna modificación, un arreglo en el camino o algo así y lo comenté. Me di cuenta que en otra oportunidad, en determinado momento, nos volvimos. Sin embargo, esta vez seguimos.

Si bien los caminos están marcados o las sendas señaladas, cuando se camina por las sierras, a veces se continua, otras no. Se llega a destino o uno se pierde.

En un momento de mi vida sentía que la montaña me aceptaba o no y que eso permitía que llegue al lugar previsto o me pierda. ¿Se trataría de una percepción mía o la cosa era así?

Esta vez el sendero nos invitó a seguir y así lo hicimos, sin siquiera consultarlo. Sencillamente continuamos. Detrás nuestro, iba Mamita con su paso firme y moviendo la cola.

De repente, la nena empezó de nuevo con su cantinela. Para evitar escándalo, papá la subió a sus hombros nuevamente. Mamita empezó a ladrar, extraño hecho porque es una perra muy tranquila y no molesta sino la increpan. Nos indicaba doblar y adentrarnos en un pequeño atajo que parecía que daba al arroyo. La seguimos…

Ingresamos a un bosque de “siempre verdes”. Los árboles formaban túneles naturales. Era muy similar a otros de la serranía. Por un momento, imaginé que estas galerías se comunican a pesar de la distancia, y que sí seguíamos caminando apareceríamos en otra localidad.

Algo en la atmósfera cambió drásticamente. Hacía frío, había viento y se percibía algo distinto, el aire más puro, más liviano. Seguimos, el túnel se hacía eterno, saqué la cuenta y descubrí que ya debíamos haber llegado al arroyo. Entonces, nuestra perra salió corriendo, la seguimos despacio… Ahí estaba el cauce; pero se veía distinto. Era mucho más caudaloso y la vegetación de la orilla era más tupida. Había molles, talas, algarrobos, moradillos. La flora autóctona se presentaba en todo su esplendor. En las piedras de la orilla había morteros.

Ahí lo vimos, estaba de espalda. Era más alto de lo normal, su piel era morena, tenía una cabellera larga de color azabache. Sobre su cabeza, tenía una vincha de colores vivos. Vestía una túnica y sobre la misma un poncho con motivos geométricos de tonos naturales. Estaba juntando frutos de los árboles.

No estábamos en otra localidad; sino en otro tiempo. Por respeto y temor, no lo interrumpimos. Lo contemplamos con devoción por un instante que pareció eterno; pudimos sentir la conexión que tenía con el entorno, agradecía a la madre tierra cada fruto extraído. Adivinamos como era su forma de vida y su familia. Sentimos deseo de quedarnos.

En ese momento; Mamita ladró en la dirección contraria. Desde la orilla de enfrente pudimos observar a otro hombre que pasó corriendo persiguiendo una presa. Era un animal pequeño, una corzuela o algo así. El aborigen llevaba un atuendo similar al que vimos primero, llevaba también un arco y una flecha.

Nuestra perra se unió a la persecución, colaborando con sus ladridos. Sorprendido, el hombre que juntaba frutos se dio vuelta. Nos asustamos y salimos corriendo retrocediendo nuestros pasos. Al salir del verde túnel nos encontramos nuevamente en nuestro tiempo; pero con una vivencia difícil de olvidar.

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