Eripio, era una persona incomprendida por todo el mundo, por mucho tiempo sintió que no pertenecía a ningún lugar y a nadie; lo único que quería era encontrar a alguien con quien sentirse él mismo, pero por mucho que persiguió a las personas en cada rincón del pequeño mundo en el que se encontraba, nunca pudo hallar a quién buscaba.
Cansado de tener una búsqueda sin éxito, Eripio decidió un día crear a ese ser que tanto anhelaba y que le hiciera compañía en su larga y ahora autoimpuesta soledad. Usó sus conocimientos para inventar a una persona mecánica con todas las características que él deseaba. No fue fácil, ya que, debió recolectar muchas piezas para su creación y buscar las herramientas adecuadas para su fabricación. Después de muchos intentos fallidos, logró crear al fin a una compañera que llenaba ese vacío que sentía en el alma y la nombró Inanis.
– ¡Lo logré! – gritó de emoción al ver que su obra funcionó.
Inanis, cerró y abrió mecánicamente los ojos, una acción muy similar a un parpadeo y al hacerlo reconoció a Eripio. Se dio cuenta que él, era su creador; que con mucho esfuerzo, y dedicación logró darle vida. Lo siguiente que ocurrió, fue un traspié en la producción de la que Eripio no se percató, pues Inanis le sonrió. No de forma mecánica, sino que lo hizo verdaderamente, casi como si ella en realidad tuviera un corazón.
– ¡Gracias! – dijo Inanis aun acoplándose a sus movimientos humanos – Es extraño, pero siento que pertenezco aquí desde siempre.
– Perteneces – le respondió intensamente feliz su creador.
Inanis era todo lo que Eripio quería; los primeros días en su compañía, fue muy feliz. Hablaban de todo y se sentía al fin comprendido, creía que encajaba en un lugar y con alguien. Por un momento, hasta olvidaba que era su propio invento. Pasaba las noches dándole mantenimiento a su sistema mecánico, limpiando y ajustando los engranes e ignoraba esa falla que descubrió en ella porque quería creer que desaparecería sola, pero los días avanzaban y él se percataba que Inanis cada vez tenía un funcionamiento distinto en la matriz de origen. Podía distinguir un color rosado donde no debía haber ninguna tonalidad, pero decidió ignorarla porque no quería retornar a esa soledad que le parecía ya tan lejana.
Inanis, cada vez que lo miraba, cambiaba de tonalidad a un rosa distinto que hacía brillar a la matriz de origen, donde se supone por estructura que debía estar un corazón. Así que, cada vez ella sonreía más, tomaba más fuerte la mano de Eripio, se acercaba para escucharlo atentamente y podía ya sentirse una calidez en su morfología que se supone que no debía tener.
– Te quiero – expresó Inanis a Eripio un día bajo la inmensidad de un cielo azul sin nubes que los cobijaba mientras lo observaban todas las tardes juntos.
– ¿Qué? – preguntó extrañado y sobresaltado, Eripio.
A él nunca le habían demostrado ni dicho tal sentimiento, así que como era totalmente desconocido, se asustó. Temió tanto de ella que Inanis se dio cuenta en el brillo que perdió en la mirada al momento de decirle lo que sentía. Su miedo fue tan grande que esa noche él no pudo pensar claramente y actuó de manera imprudente.
Esa noche como todos los días, se dispuso a realizar el mantenimiento de Inanis, pero al terminar desconectó su fuente de carga. Inanis pudo sentir como le arrancaba los cables que la conectaban a la breve vida feliz que conocía. Fue un segundo, pero se sintió como una vida entera. Alcanzó a verlo con las herramientas y el material en las manos y con lágrimas en los ojos que emanaban en forma de culpa y tristeza; pero ella ya no pudo decirle nada e increíblemente una lagrima quiso salir de su ojo, pero eso era imposible, porque era solamente una creación mecánica. Así que, solo sintió el dolor como si en verdad pudiera sentirlo y después de ese momento todo fue oscuridad para Inanis.
Eripio, enojado por haber fallado destruyó todo su taller y se prometió hacer una creación distinta, una que no le diera miedo. Así que uso sus conocimientos y sus fallos para lograrlo y lo consiguió. Aritate, era justo lo que él quería y necesitaba, no le daba miedo, no hubo fallas ni errores en ella. A veces recordaba a Inanis y cerraba los ojos para recordarla porque aunque no era lo que necesitaba disfrutó su compañía y se preguntaba por qué no buscó la manera de remediar su error, pero no tenía una respuesta para ello.
Inanis acabó en un pozo de chatarra vieja, hasta que un día Mei que venía de un mundo distinto buscando y acumulando tesoros, la encontró. Él era incomprendido en su mundo, por lo tanto, vivía solitario, aunque en paz. Él se sintió atraído por la belleza de Inanis, pero se dio cuenta que había algo más y aún sin saberlo intuyó que había algo diferente en esa creación que sobresalía de todo lo que estaba acumulado en aquel lugar.
– ¿Cómo habrá llegado aquí? – se preguntaba Mei.
Decidió llevarla consigo y pasó varios días tratando de repararla. Un día cayó en cuenta que no lo lograría porque requería un material que desconocía. Ilios, un sabio anciano, que lo había visto tan impetuoso tratando de remediar el daño que tenía aquella criatura, decidió contarle lo que sabía.
-Inanis, fue creada por Eripio. Un hombre solitario, que no convive con las personas por miedo a crear vínculos con los demás. Él es extraordinario, pero su forma de ver la vida es muy distinta y por ello es incomprendido. – Comenzó a explicar Ilios.
– ¡Oh! Yo también veo la vida distinta – dijo Mei – pero, no me da miedo crear vínculos. ¿Por qué desechó a Inanis?
– Al parecer no era lo que necesitaba.
– ¿Sabes dónde puedo encontrarlo?
Ilios le explicó cómo llegar hasta donde vivía Eripio y una vez ahí Mei comenzó a cuestionarse si en realidad ese extraño personaje le ayudaría.
– ¿Hola? – dijo Mei mientras entró al taller y veía a Eripio limpiando y dando mantenimiento a su nueva creación.
– ¿Quién eres? – dijo hostilmente Eripio.
– Me llamo Mei y quiero pedirte un favor – explicó.
– ¿A mí? ¿En qué te puedo ayudar? – dijo intrigado.
– Encontré a Inanis y…
– ¿Inanis? ¿La encontraste? – interrumpió Eripio.
– Sí y quiero repararla, pero sé que tú tienes el material para ello, también sé que no la necesitas, así que, quiero pedirte que me des al precio que pongas ese material. Creo que Inanis es especial y la quiero arreglar.
– No – dijo Eripio mientras continuaba su labor.
– ¿Por qué?
– Porque no quiero.
Mei no quiso insistir, así que, en ese momento se dio la media vuelta y cuando se disponía a marcharse.
– ¿Por qué quieres repararla? – quiso saber Eripio.
– Ya te dije, creo que es especial – contestó Mei sin voltear atrás.
– Tiene un error, ¿lo sabes?
– El error es un concepto equivocado o juicio falso. Es un vicio del consentimiento causado por equivocación de buena fe. Un error es una puerta que se abre a lo nuevo.
– ¿No te da miedo?
– ¿Qué cosa?
– Lo nuevo, lo desconocido. Los errores.
– No. Me intriga. No te preocupes, descubriré cómo arreglarla entonces por mi cuenta. Gracias.
Mei pasó meses restaurando a Inanis, hasta que un día lo logró y volvió a abrir los ojos, pero esta vez no reconoció a Mei.
– ¿Quién eres?
– Me llamo Mei.
– Yo soy Inanis. Tú… no eres quien me creó – dijo ella con tono triste pues esperaba encontrarlo ahí.
– No, yo solamente te reparé – explicó él.
– ¿Dónde está Eripio? – cuestionó Inanis.
De ahí en adelante, sus tonalidades en la matriz de origen cambiaron a gris y no volvió a tener ese brillo rosado que antes siempre mostraba.
Mei, trataba de reprogramarla para que olvidará a su creador, pero no logró hacerlo. A pesar de ello, se percató que ella era una producción inédita, que, aunque era mecánica, podía sentir igual que un humano, incluso era cálida, aunque muy pocas veces pudo apreciarla porque se que daba cuenta que su tonalidad gris era más intensa cuando tocaba una piel distinta a la de Eripio.
Un día, Mei salió y ella se quedó esperándolo mirando por la ventana, pero en la espera se dio cuenta que en el camino iba Eripio, así que fue detrás de él. Lo vio preocupado y enojado y cuando llegó a su antiguo hogar, el taller donde había sido creada, le cuestionó el porqué de su molestia y él se sorprendió al verla.
– ¡Te reparó! – sus ojos se llenaron de un brillo más opaco al que tenía cuando estaban juntos.
– ¿Qué te pasa? – siguió cuestionando ella.
– Aritate falló, hace unos días dejó de funcionar.
– ¿Aritate? ¿Me reemplazaste? – nuevamente quiso una lagrima salir, pero era imposible.
– Sí – admitió apenado – pero fallé nuevamente – con ella funcionó lo que contigo no, pero no sé por qué dejó de ser como al inicio.
– ¿Ella no te da miedo?
– No.
Inanis sintió un vacío muy grande, pues su existir ya no estaba justificado. Su creador ya no la necesitaba y al parecer él siempre tendría miedo y huiría de ella.
– Mei, logró repararme. Creó todo un sistema nuevo que se conecta a mi matriz de origen para ello. ¿Lo quieres? Probablemente eso haga funcionar mejor a Aritate.
– ¿Y tú? – se extrañó Eripio.
– No quiero el sistema, tampoco lo necesito. Soy un error, ¿recuerdas?
– Pero…
– ¡Tómalos! – dijo al tiempo que se ponía la mano en la matriz de origen que quedaba a la altura del pecho, justo donde debía ir el corazón – Espero que Aritate te haga brillar los ojos de la forma que tú harías brillar los míos si fueran reales – terminó de decir y acto seguido se arrancó el sistema que con tanta dedicación Mei había logrado formar para ella.
Al mismo tiempo, Mei llegó y vio la escena porque sabía que ahí estaría ella cuando no la vio en su taller. Eripio y Mei, la miraban con asombro y tristeza sin vida ya en el suelo.
Ese día todos aprendieron una valiosa lección.
Eripio, aprendió que si haces brillar los ojos de una persona no importa cuánto daño le causes, siempre querrá que tus ojos brillen de la misma forma, incluso si sus ojos no pueden brillar.
Para Mei, Inanis era especial, pero supo que por mucho que lo intentes, jamás lograrás que los demás se vean a través de tus ojos. Incluso si creas un sistema nuevo para echarla a andar nuevamente porque alguien más destruyo el que tenía inicialmente.
Inanis solo fue una opaca novedad en la vida de Eripio, aprendió que no todos aman y ven sin miedo las tonalidades que ella tenía dentro. En la vida de Mei, fue una breve novedad y aprendió a ser agradecida con quien que te rescata del pozo de chatarra donde te encuentras a la deriva, sin embargo, cuando te quedas sin un propósito te desconectas de la vida de la misma manera que Inanis lo hizo.
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