Ya tenemos aquí al Otoño, con sus lluvias, con su frío, con los días cortos y las noches largas, con esa melancolía dorada por el color de las hojas que se desprenden de los árboles y que el viento se encarga de mover y traernos el olor y el recuerdo de «el esfollón».
Más o menos por estas fechas se recogía el maíz, que se había sembrado a mediados de Abril o principios de Mayo.
«Tan pronto como sea posible, tan tarde como sea necesario»
«Por San Marcos nin na terra nin nel saco»
El maíz va creciendo y las panollas van saliendo y luciendo sus bonitas melenas, serian nuestras muñecas durante un corto periodo de tiempo, nuestros modelos de peluquería, les hacíamos todo tipo de peinados, me encantaban las de pelo rojo.
Llegaba el tiempo de cortar los casos, ir haciendo los atados y cargándolos en los carros, que ya iban llegando con su típico ruido, el canto del carro, el carro chillón, el auténtico carro del país, que luego fue sustituido por otro más moderno que se llamaba volquete, y allí se quedaban los cazotos, de los que no tengo buen recuerdo, creo que me pinché alguna vez, y así se iban llevando a la huerta de la casa, allí se escanaban, que era quitar las panollas de los casos, al mismo tiempo que se iban separando las buenas de las malas o pequeñas, que directamente se daban de comer a los animales.
Con las panollas buenas se hacía un montón, normalmente en lugares cercanos a la cuadra, pero normalmente dentro de la casa, y por las noches, con la ayuda de los vecinos, en un ambiente muy divertido y relajado nos íbamos sentando en torno al montón de las panollas y uno por uno íbamos separando las hojas, dejando aparecer el maíz y quitando las hojas que sobraban, siempre esperando encontrar alguna panolla de granos diferentes, algún grano rojo que decían que era una reina y daba suerte, o la pega, que era la que tenía algún grano negro.
Empezaban aquellas noches mágicas, entre al maíz, las patatas, las castañas y las manzanas, si, porque mi abuela siempre cocía castañas, con aquellas patatas casi enteras y cocidas con su piel entre las castañas, acompañadas de unas deliciosas manzanas asadas.
Los mayores, los jóvenes y los niños disfrutábamos de aquellos bonitos momentos en los que se contaban historias, refranes, chistes, se hacían juegos, y donde los jóvenes trataban de cortejar a las chicas.
«Tireiche ua panolla y nun me fixiche caso, verás como te vas quedar pa vestir santos»
¡Qué tiempos aquellos! ¡Cuánta alegría! ¡Cuánta ilusión! ¡Bendita inocencia!
Ahora, la naturaleza, las faenas de antaño, y las costumbres se encuentran más lejos de los que hoy vivimos en las ciudades, con nuestros orígenes semi-olvidados en la densa bruma del tiempo, por eso, porque ha pasado tiempo y esas faenas ya no se realizan.
Me gusta escribir principalmente para evocar el recuerdo, para que no se olviden ni se pierdan nuestras costumbres y tradiciones, las de nuestra zona, las que hemos vivido en nuestro occidente, porque son nuestras, de aquel pasado de autosuficiencias, reviviendo aquellas mágicas noches de nuestro pasado tan familiar, tan cercano, pero que hoy se van extinguiendo al igual que nuestros padre y abuelos.
Esas paneras que hoy siguen ahí, nos siguen recordando, porque allí se guardaba el maíz, que se iba llevando en aquellos cestos llamados goxos, para hacer las restras, en la panera o también en los desvanes, donde quedaban bien colocadas las panollas, esperando ser desgranadas, separando el grano del carozo y llenándolos en sacos para llevarlos al molino.
Con la harina del maíz se hacían las papas (que estarán muy ricas, pero yo nunca fui capaz de comerlas), se comían con leche, con miel, con caldo de rabizas, lo que si me gustaba era aquel pan amarillo ¡Qué rico!, y claro el producto estrella era, y sigue siendo, la rapúa-el rapón, todo un manjar de nuestra zona y también los tortos con el chorizo de casa y el huevín de nuestras pitas.
«Antrodio Godoiro, pasou por Arbón, con el cesto nel brazo, pedindo rapón»
El maíz permitió que muchos asturianos pudieran superar épocas de hambre.
El primer maíz llegó a Asturias en el año 1604, procedente de América, vino en un arcón que todavía se conserva en una casa solariega de Tapia de Casariego, lo trajo el tapiego Gonzalo Méndez de Cancio.
No puedo dejar de mencionar al personaje con el que ilustro este relato, nuestro «Pinón» y a su creador, porque él también fue de nuestra zona, el dibujante naviego Alfonso Iglesias (1910-1988), que nos entretenía a los niños, y también a los no tan niños en la época de los años 40-70, seguro que muchos de vosotros recordaréis a Pinón, a Telva y a su sobrino Pinín, con los famosos cromos que todos buscábamos en aquellas tabletas de chocolates de «La Cibeles», y que tan bien supo reflejar aquella época de los esfollones del maíz.
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