¿Oye ese eco? —le preguntó el guía al periodista Thomas Crown—. No hubo más que un asentimiento de cabeza y una mirada indiferente. Siguieron avanzando por las grutas. Estaban cerradas para el público y se podía entrar solo con autorización del gobernador. El túnel era muy ancho, su vaho era una respiración húmeda y fría. El reportero miraba sin interés las formas de las piedras. “Este es Tonatiuh, el dios sol—dijo Eusebio Lara que había entrado y salido de allí miles de veces—. ¡Mire su penacho y sus fuertes espaldas…! ¡Ah!¡Y ese es Tlaloc, dios de la lluvia!”. Siguieron avanzando y el dedo del guía señalaba a todos los personajes de la mitología Azteca, Tolteca, Zapoteca y Maya, entre otras. De pronto, el aire se hizo más denso, la luz cambió de tonalidad, las piedras reflejaban la luz de la interna, pero era más una refracción que un haz amarillento. Lentamente fueron descendiendo. Llegaron a un área más ancha en la que había un pequeño estanque. Se oían las pesadas gotas que chocaban contra la roca sin parar. Se sentaron y el periodista preparó su cámara. “Tenga cuidado, señor reportero— dijo Eusebio—. No se acerque a la figura de Moyocoyani, por favor”. Fue inútil el aviso porque el pobre Thomas ya estaba con el teleobjetivo enfocando una piedra con forma de pavorreal con cien ojos y dientes afilados. Crown parecía una escultura cristalizada con shorts de mezclilla y sudadera. Eusebio empezó a contarle la leyenda de Tezcatlipoca.

“Una ocasión los hermanos Quetzalcóatl, que era de color blanco, y Tezcatlipoca, de color negro, entraron a estas grutas y se les apareció Moyocoyani el todopoderoso. El dios de la oscuridad, Tezcatlipoca, le ofreció su pie como señuelo y el dios cayó en la trampa. Los hermanos lo cogieron y lo mataron. Al cuerpo muerto se le empezaron a formar orificios en la nariz y se convirtieron en cuevas. Sus ojos se transformaron en lagos y de su cuerpo se formó La Tierra. Los hermanos arrepentidos trataron de revivirlo sin éxito. Con una enorme congoja se hincaron ante él y le prometieron que enmendarían su falta enviándole ofrendas cada año. Fueron a todas las poblaciones y les dijeron a los emperadores que cada solsticio de verano, exactamente el 21 de junio, le mandarían ofrendas. Esos sacrificios eran para que el todopoderoso obtuviera las mejores cualidades de los hombres con los que lo agasajaban. Según dicen, las víctimas se acercaban a él y se veían reflejados en el espejo que el dios llevaba en el pecho, después los guerreros que veían su cara en el reflejo perdían sus mejores cualidades y quedaban secos, locos o, simplemente, inútiles”.

Lara se levantó y siguió contando la historia de la creación del mundo, pero se quedó petrificado al ver que Thomas estaba erecto frente al espejo de Moyocoyani. “!Dios mío! ¡Quítese de allí, mi Thomy! !Se va a quedar loco! !¿No ve que eso es muy peligroso?!”. Ya era muy tarde para remediar la tragedia. Eusebio se acercó despacio cubriéndose los ojos con la mano para no mirarse reflejado. Se puso de espaldas y comenzó a jalar al periodista. Lo pudo levantar en vilo con gran esfuerzo y lo acomodó en una roca. Miró su rostro. El pobre Crown no tenía consciencia, sus párpados estaban arrugados y no podía mover los ojos. Lo cogió de la mano y lo llevó a la salida. Tardaron mucho en llegar a la boca de la cueva. Con la luz del sol el aspecto del periodista era peor. Eusebio se fue por la señora Chonita, una curandera que quitaba el mal de ojo con sus hierbas. Llegaron corriendo, la mujer jadeaba y con dificultad se mantenía en pie. Miró el cuerpo tirado en el piso y sacó un mejunje de ruda y unas varas de pirul. Se encomendó a Coatlicue y comenzó un rezo en Náhuatl mientras golpeaba el cuerpo inerte. Eusebio dudó de lo que veía. Era verdad lo que le habían contado de esa mujer. Era una intermediaria entre Mictlán y esta tierra. Del cuerpo de Thomas salían nubes de color bermejo, azul, gris y negro. Empezó a revolcarse y de un salto se puso de pie. “!Oh, no!!¿Qué me han hecho, malvados?!¿Por qué me han sacado de Mictlán?!”. Chonita lo cogió de las manos y, al sentir su poder, Crown cayó de rodillas y le beso los pies, luego abrazó a Eusebio y le prometió que nunca jamás se burlaría de las leyendas antiguas.

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