Un sol que abrasa. Un camino seco, un puente aún más seco. Bajo él un río, puro y cristalino que baja de Los Andes para darle vida a un hermoso valle.
Un campesino se asea a un costado del río. Su camisa, chupalla y picota, le esperan en el suelo.
Un niño lo contempla. De pie, inmóvil.
El campesino se refresca sin cesar. Suspira. Al saciarse sonríe. Se siente mejor después de haber sacado el sudor del trabajo. Casi con alegría mira al niño. Éste lo observa sin hacer un ruido, ni un gesto. El campesino vuelve a su seriedad. Una especie de temor le invade cada vez que mira al niño. El niño continúa igual, inmutable. Su mirada abriga un dejo de odio.
El campesino toma su chupalla y la sumerge en el agua. La embute sobre su cabeza. Vuelve a observar al niño por debajo del ala, como a escondidas.
El niño voltea hacia la carretera brusca e intensamente.
El campesino escucha. Solo un grupo de queltehues interrumpe el silencio del lugar. Toma su camisa y la echa al agua.
El motor de un vehículo acrecienta su sonido desde la lejanía. El campesino mira hacia el camino.
Una nube de polvo se acerca rápidamente. Se detiene sobre el puente.
Después que la polvareda hubo vuelto al piso, una camioneta queda al descubierto. Solo el chofer viene dentro. Luego de un momento la puerta se abre.
Un hombre alto, fornido, de cabello largamente rubio baja del vehículo. Mira tranquilo su entorno.
Finalmente fija su mirada en el campesino solitario junto al río. Se acerca a la baranda. Continúa mirándolo.
Abajo, el campesino observa con curiosidad al viajero. Ni él ni el niño se han movido.
El viajero enciende un cigarrillo. No deja de mirarlo.
El campesino intuye algo. No puede ser casualidad que él esté allí, mirándolos. Aún en cuclillas, enjuagando su camisa, se vuelve a ver al niño.
El niño le devuelve la mirada. La misma. Serio, sin moverse. Ahora mira al viajero, sin odio pero obseso.
El campesino vuelve a mirar al viajero en la baranda. Pregunta al niño qué pasa. El niño no responde. No lo hará. Él lo sabe. Nunca dice nada.
El viajero regresa a su camioneta. Arregla algunas cosas y coge su escopeta. Se vuelve a quien ha mirado y la carga. La echa sobre su hombro y comienza a bajar por un sendero pedregoso.
El campesino extiende la mano en busca de su herramienta. Al hallarla la deja sobre ésta.
El viajero avanza. Aún fuma. Se detiene casi detrás del hombre que no se ha movido. Lo mira.
El campesino no deja de sentir que no es casualidad.
¿Hay algún lugar dónde cazar?
El campesino cerró su mano en la picota.
¡Siga derecho como kilómetro y medio! Respondió sin voltear.
El viajero limpia sus botas en los pantalones.
¿El río es limpio?
El campesino olvida su cautela. Suelta la picota para continuar remojando su camisa.
¡A esta altura ya no lo es tanto, pero refresca…!
El viajero lanza la colilla del cigarro al río. El campesino observa cómo se va con la corriente. Un chapoteo en el agua indica que algo más pesado cayó. Su picota se hunde, lo mismo que su valentía.
¡Estúpido! Se levanta iracundo para enfrentar al niño. Pero se frena, mira al viajero que lo observa con extrañeza. Vuelve a acuclillarse.
El niño sigue en el mismo lugar. Con la misma actitud y la misma mirada hacia él.
Lo de la picota tampoco es casualidad. El campesino lo sabe. El niño la tiró para no tener chance contra el matón. Tal vez si le da la espalda no dispare.
Vuelve el silencio. El campesino siente la maquinación entre ellos.
El viajero lo mira. Le parece una persona muy extraña.
Cuando se devuelve a su camioneta un impulso lo frena. Entonces se vuelve al campesino. Ahora lleva la mirada del niño. Apunta a su cabeza.
Éste ha oído los movimientos. Intuye que su fin está cerca. Se siente en la mira.
El niño contempla la escena con verdadera ansiedad.
El campesino deja su camisa al antojo de la corriente cuando oye al niño maldecirlo. El viajero habló con voz de niño y él necesita verificar lo que escuchó. Necesita explicarle a su hijo. Se voltea con cuidado. Lentamente.
Un estampido quebró el silencio del valle. La bandada de queltehues voló.
El viajero se devuelve a su camioneta. El campesino flota río abajo.
El niño se desvanece en el aire lentamente. Sin odio.
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