La casa, como toda casa de las islas, ha sido construida sobre pilotes que la protegen de las inundaciones. Con hermosos jardines llenos de flores que la mamá de Tefy cuida con amor, y que crecen junto a la vegetación natural del casi selvático lugar.
Cerca de los rosales, cuelgan de llorones sauces las campanillas silvestres en racimos azules, blancos, amarillos. Ese jardín y toda la isla es el patio de juegos de Tefy.
A falta de verdaderas, Tefy inventa muñecas con la flor del junco como cuerpo, un sombrero de campanita y zapatos de bolitas de paraíso.
Tefy, a pesar de sus ocho años, es una niña inteligente e inquieta. Por la mañana va a la escuela y, aun siendo muy charlatana, tiene buenas notas.
Es verano y mientras su papá está cortando leña para la cocina, en el fondo de la casa, Tefy toma mate cocido frío y tortas fritas -que le encantan- preparadas por su mamá.
– ¡Ya está má! ¿Puedo ir a jugar?
– Sí…pero primero llévale unas tortas fritas a papá.
Tefy sale corriendo hacia donde se encuentra su papá, cuando de pronto ve un caminito de hojas en movimiento. Se detiene y queda atónita al ver eso. ¿Qué será? Toma una hojita, la da vuelta: abajo patalea una cosita negra con patitas. La lleva con cuidado. Al llegar junto a su padre, pregunta:
– ¿Qué es esto, papá?
– Una hormiga -respondió el padre.
Tefy comienza con miles de preguntas: ¿Dónde viven? ¿Qué comen?, etc. El papá trata de explicarle, pero tiene mucha leña para cortar; entonces, dejando el hacha a un lado, se sienta en un tronco y sienta a Tefy sobre sus piernas para contarle un secreto:
– ¿Sabes lo que hay del otro lado de la isla?
– No
– Del otro lado de la isla vive un Hada que tiene todas las respuestas; ella te dirá todo lo que quieras saber.
– ¿Cómo la encuentro? -pregunta.
– Fácil -contesta el papá-. Del otro lado de la isla, pero tienes que ir temprano.
Por la noche, Tefy se acuesta pensando qué preguntar al Hada: ¿será verdad lo que le ha dicho el papá? Acomodando su muñeco, cierra los grandes ojos marrones, y se duerme.
A la mañana, muy temprano, se levanta como rayo y pasa por el baño para lavarse la cara a medias, como todos los días. Toma de un sorbo el desayuno y sale disparada para la otra punta de la isla. Después de caminar por una hora, no encuentra nada; se sienta en un tronco caído ya sin aliento pensando que su papá quizá se haya equivocado.
De repente escucha una vos muy finita… “¡Hola Tefy!” Se para de un salto y mira para todos lados: “¿quien esta ahí?”, inquiere… “Soy el Hada de las respuestas”.
Tefy mira un camalote que flota en la orilla, y ve una libélula bonita y brillante que sale volando y se posa en el tronco, junto a ella.
– ¿Tú eres el Hada?
– Sí, responde-. ¿Qué quieres saber?
– Quiero saber cómo viven las hormigas aquí.
– Bien -dice el Hada, y moviendo las alas se convierte en una niña como Tefy.
– ¡Guau! ¿Cómo hiciste eso?
– Magia -responde-, y metiendo la mano en el bolsillo saca una bellota dorada, muy brillante-: Ten la bellota, te brindará ayuda para tus interrogantes, ¿entiendes?
– Sí, claro.
– Tómala en tu mano, cierra los ojos y piensa qué quieres conocer de la vida de las hormigas.
Tefy así lo hace; al abrirlos, descubre que su muñeca de junco es gigante.
– ¿Qué pasó?
– Nada, Tefy, para conocer a las hormigas tenemos que ser tan pequeñas como ellas, así entenderemos mejor su vida. Pongámonos en camino.
Tefy y su Hada amiga se echan a caminar. Van al encuentro de Juana, una hormiga guía que tiene el hormiguero muy cerca.
Caminan entre ramitas, hojas, todas cosas gigantes para Tefy. Cruzan un hilito de agua que viene del norte de la Isla; para ello, el Hada saca su varita mágica y convierte una hoja de sauce en una hermosa canoa. En ella cruzan a la otra orilla, mientras lo hacen se encuentran con Pedro, un mosquito amigo del Hada que se dedica a pasar el día caminando sobre el agua buscando novias.
– ¡Hola, Pedrito! ¿Cómo te va?
– Bien, Hada. ¿A dónde vas con tu amiga?
– A la casa de Juana, ¿la has visto por aquí?
– Sí, está del otro lado, conversando con el bicho bolita.
– Gracias, Pedrito, ¡hasta otro día!
– Adiós, suerte.
Al llegar al otro lado, Tefy se da cuenta de que ese pequeño hilo de agua, al que hubiese considerado insignificante desde su tamaño natural, en este momento es tan imponente como el río Paraná.
Al bajar de la canoa comienzan a caminar rumbo al hormiguero de Juana. En el camino se cruzan con la araña Lucy que paseaba a sus trescientos hijos, nacidos el día anterior. Pasan y, después de saludar, aguantan el griterío de tantas crías corriendo, saltando; unas cincuenta venían jugando al fútbol con una pelota de tela de araña; otras tantas, a la mancha. Es un caos esa familia, pero se llevan.
Caminan unos minutos y encuentran a Juana, que está hablando con el bicho bolita.
– ¡Hola Juana!
– ¡Hola Hada!
– ¿Qué estás haciendo por estos parajes? Pregunta Juana.
– Vengo con mi amiga Tefy para conocer cómo viven en un hormiguero, así que… ¿podrías ser nuestra guía?
– ¡Por supuesto! Vamos -dijo Juana, y se pusieron en camino.
– Te contaré, Tefy, mientras arribamos a mi casa, que según la clasificación que nos dio el hombre somos del orden “himenóptero” y de la familia “Formicidae”. En el mundo existen 10.000 especies diferentes de hormigas.
– ¡Guau! ¿Tantas?
– Sí, y lo más notable es que vivimos en perfecta y ordenada saciedad.
– ¿Cómo es eso de vivir en sociedad?
– Dentro del hormiguero vivimos junto a la madre Reina: ella es la mamá de todas.
– ¿De todas? ¡Mi Dios, que lío para el día de la madre!… con tantos hijos, ¡ja, ja, ja! -comenta Tefy mientras las tres ríen con gusto.
En unos minutos llegan a la entrada del hormiguero.
– Primero, chicas, vamos a conocer a la Reina madre.
Al entrar al hormiguero, a medida que avanzan, el camino se pone más oscuro.
– No veo nada -dice Tefy al Hada mientras le toma la mano.
– No temas, Tefy, saca tu bellota dorada y con su brillo podrás ver. Así lo hace y el túnel se ilumina. Al girar dentro de una de las miles de galerías, ingresan en la amplia “Cámara Real”. En el medio, muy cómoda, está la Reina.
Juana se adelantó para hablar con su majestad; luego del saludo protocolar, le pide permiso para presentarle a una amiga que vino de visita para conocer cómo se vive dentro del hormiguero.
Dándose vuelta, la Reina mira a Tefy a los ojos. Le llama la atención su color marrón, como el río Paraná.
– Bienvenida, Tefy, te contaré que yo nací con alas; con ellas volé desde mi nido, dejando atrás a mi madre. Después de un tiempo, encontré un apuesto macho, pero luego de fecundarme murió.
– Pobre -comenta Tefy.
– No te pongas mal, la naturaleza tiene sus leyes que quizá parezcan crueles, pero es sabia.
– Y después que perdió a su novio ¿Qué pasó?
– Volé lejos, hasta que mis alas no pudieron más; comencé a cavar un nido, puse mis primeros huevos, los cuidaba solita en medio de la sala que con tanto esfuerzo construí. Me alimente de mis alas que se soltaron de mi cuerpo, ya que ellas tienen muchas proteínas; también me alimenté con algunos de los huevos puestos, y a otros los cuidé hasta que nacieron mis primeras hijas. Desde ese momento ellas se encargaron, hasta el día de hoy, de cuidar las larvas. Según su alimentación éstas pueden ser obreras, machos, soldados o Reinas. La familia va creciendo y se van encargando de las diferentes tareas; la fundamental es agrandar el hormiguero y mantenerlo limpio. Asimismo producir la comida.
– Muchas gracias su majestad -dice Tefy haciendo una reverencia (al fin y al cabo es una Reina) y se retiran las tres con otro rumbo.
Juana se detiene frente a otra gran cámara donde hay miles de larvas pidiendo comida.
– Ves -dice Juana-, tal como lo explicó la Reina, aquí se alimentan las larvas; según el alimento tendrán su rol en la vida dentro del hormiguero.
– Sigamos -dice Juana que sale acelerando sus patitas.
– Vamos a comer, chicas, ¿qué les parece?
– Por mi parte -dice Tefy-, las tripitas me hacen ruido.
– No te preocupes; aquí, a la vuelta, está la huerta comedor.
Caminan un trecho y llegan a una sala gigante como cuatro canchas de fútbol -al menos eso le parece a Tefy desde su tamaño.
– Aquí es donde hacemos o cultivamos la comida. Los elementos verdes son hojas que traen las obreras, y las están dejando para que crezcan hongos encima de ellas, que es lo blanco que puedes ver. Eso comemos nosotras.
– ¿Cuántas hormigas comen aquí?
– Más o menos tres millones; tenemos diez huertas como ésta.
Una hormiga se acerca y entrega a Tefy un pedacito de hoja; sobre ella hay un pedacito de hongo y una gran gota de una sustancia amarillenta, como si fuese miel.
– Prueba, Tefy, el hongo es dulce; el líquido es leche de pulgón. Nosotras los cuidamos de modo que no se los coman los depredadores; ellos, a cambio, dejan que los “ordenemos”. Su jugo es muy nutritivo.
Tefy prueba con un poco de desconfianza, pero es muy rico; además, después de caminar tanto tiene que reponer fuerzas.
– Ahora que ya comimos, ¡adelante! -dice Juana.
Tefy ve que ante una caverna hay dos hormigas soldados, como las vistas en la puerta de la cámara real y en la de la huerta.
– ¿Qué hacen las hormigas soldados cuidando esta entrada?
– En este lugar se hallan los cuerpos de nuestras hermanas muertas; aquí descansan casi todas las especies. Las traemos y guardamos en estas salas especiales. No todas hacemos lo mismo, algunas hormigas viven en los troncos de árboles viejos, ésas se llaman Arborícolas. Nosotras somos subterráneas; otras, muy salvajes no construyen nidos y atacan otros; matan a la Reina y hacen esclavas a las obreras hasta que no les sirven más, luego se van. Por eso las hormigas soldados son más grandes y tienen mandíbulas muy fuertes, para poder librar batallas infernales. También pueden rociar ácido fórmico en una batalla o para apagar pequeños fuegos, cerca del hormiguero.
– ¡Mi Dios! Se parece mucho a la vida de los humanos. En algunas guerras, se pelea por la supervivencia.
– Puede ser, Tefy, pero a diferencia del hombre nosotras peleamos sólo para defendernos. Las hormigas que nos atacan lo hacen por el instinto que les dio la naturaleza para poder sobrevivir. Los humanos razonan y pelean por poder o por el solo hecho de demostrar que ellos pueden dominar a otros, aunque más no sea por un tiempo.
– Dejemos la política de lado. Salgamos a tomar aire fresco.
Al llegar afuera del nido, Tefy y su nueva amiga Juana se dan un abrazo de oso, ése que sólo se dan los amigos de verdad, y con lágrimas en los ojos, Juana le dice:
– Siempre serás bienvenida. Adiós amiga.
– Adiós -responde Tefy-, gracias por este día tan maravilloso.
Y así, Tefy y el Hada se van por un sendero de madreselvas llenas de flores perfumadas que dan un aspecto especial, mientras el sol cae sobre el majestuoso río Paraná.
Bueno Tefy, ya es hora de que regreses a tu casa. Frota la bellota dorada y volverás a tu tamaño real.
Así lo hace y, súbito, vuelve a su tamaño.
– ¿Dónde estás, Hada?
– Aquí, entre el pasto espera…
Del pasto emerge una hermosa mariposa multicolor que refleja destellos de sol provenientes del río. Y posándose en la nariz de Tefy, le dice:
– Cuida la bellota, de ella obtendrás ayuda y sabiduría. Yo habré de cuidarte en los viajes. Ahora, ve a tu casa; no quiero que tus padres se preocupen.
– Adiós, Hada, cuídate mucho.
– Adiós, Tefy, tú también.
Así Tefy, apretando dentro de un bolsillo la bellota, vuelve a su casa caminando despacio por los senderos de la isla pensando que, quizá la próxima vez que vea una hormiga en el jardín, en lugar de pisarla, la llevara lejos, acaso sea Juanita o una de sus hermanas.
Al llegar a casa, encuentra a su mamá que la espera con mate cocido frío, se sienta en su falda mientras toma y mira el sol que va hundiéndose en el río.
– Y, Tefy, ¿cómo fue tu día?
– ¡Un día de fantasía! ¡Aprendí muchas cosas!
– ¿Qué cosas hija?
– Cosas… mamá.
Quién le creería lo vivido: nadie. Pero ella sabe que no fue un sueño. Mete la mano en el bolsillo y saca la BELLOTA DORADA.
Quizá, piensa Tefy, en alguna flor, cerca de la casa, en ese momento, estará el Hada mirándola.
Y en su cabecita, llena de preguntas, ya tiene planeado adonde ir con su amiga el Hada; también las futuras aventuras que tendrán juntas.
FIN
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