tengo que hablarte. Entonces pasa lo de siempre…Me convierto en peón, te conviertes en dama.
Volvemos al eterno tablero de casilleros blancos y negros. Sé que mis pasos serán cortos y mis opciones escasas. No podré verte a los ojos porque mi magra estatura no lo permite. Tú, avanzarás sin tapujos, con todas las posibilidades al alcance de tus manos. Siempre ha sido así. Las reglas del juego te han entregado las potestades por completo, porque, unas piezas de plástico o madera no entran en el plan de la justicia, ni siquiera aquellas más sofisticadas o artísticas como las de ónix. No. Son simples piezas, y el peón la más simple de todas. Imagino la partida. Podrás arremeter de frente, aparecerte de costado, caminar cinco casilleros en una movida si así se te antojare. Podrás comer a destajo, sin pudor, porque nunca lo has tenido, porque una reina no tiene motivos para sentir estúpidos pudores, porque tienes la convicción que te corresponde, y seguramente así sea ya que las reglas te avalan y las reglas siempre han sido éstas. Conocer el origen de las reglas no compete al peón, solo pararse a jugarlas tal y como están. Podrá ocurrir, si la habilidad fuese la suficiente, voltear la partida. Un peón no sabe de estadísticas, pero, probablemente la chance sea, algo así como… una en cien. Estoy por volver al tablero para tomar, resignada, mi lugar delante de alguna torre o caballo. Te imagino relucir en el casillero de tu propio color, orgullosa y brillante.
Cuelgo el teléfono. Hoy no tengo ganas de jugar.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS