Qué tanto de inevitable tiene lo inevitable

Qué tanto de inevitable tiene lo inevitable

Valen Cutuli

03/10/2020

Lo inevitable se desencuentra con el deseo en una, dos y casi tantas oportunidades como personas haya para permitirlo: no hay lugar para obviedades cuando algunos corazones viven para ser desgarrados. Esos rastros de relevancia que en algún momento le fueron otorgados por un mismo intelecto consumido por el hartazgo, hoy se rehúsan a aparecer; y es que el aspecto más destacable de su particularidad nunca fue, precisamente, la existencia de la misma. De forma similar, el concepto de suficiencia deja de parecer tan amplio cuando quienes tienen el poder de moldearlo deciden ignorar su complejidad, mientras el resto de nosotros aguarda con ansias su aprobación, y el universo pierde un poco su encanto. Así y todo la angustia evocada, la misma que quizá no hubiera encontrado su origen sin la brutalidad de escenas fugaces tan fuera de control, sabe abrirse paso e inundar unos ojos que hoy no avistan salida y se cansan, después de tantos y varios recordatorios, de no poder ver más allá de una imágen inmutable y transversal del dolor en el tiempo; chocan y se desmoronan las esperanzas que alguna vez mantuvieron la compostura de una figura cuya única certeza radicaba en la propia devastación. De a poco comienzan a materializarse esos fragmentos de historias robadas que una cada tanto recuerda, y de los que espera inútilmente un destello de compasión. Quizá fue fácil pensar que ninguno de esos relatos tendría la fuerza suficiente para atentar contra todo lo que se creía intocable. Espera inútilmente porque si no se vive de ilusiones al menos se muere de ellas. Incluso así, inevitable e inequívocamente, no tardan en aparecer las infinidades de interrogantes que aturden con sus reclamos; tienden a perseguir hasta atrapar, y no sueltan muy fácilmente. Qué tan alejados estaríamos de la presente realidad si una u otra cosa hubieran tomado cursos distintos; interrogación o afirmación no hacen la diferencia en una respuesta que no varía acorde a los signos. No podríamos saberlo con certeza. Exactamente del mismo modo en que no somos capaces de encontrarnos con la posibilidad de esa resolución, aunque haya sido, muy ingenuamente, causante de alguna que otra lágrima, ella tampoco puede encontrarse con nosotros. No nos mira, no nos siente, no nos desea, y definitivamente no llora con las mismas ganas que nosotros por no tenerla nunca en frente. En cierta medida la subjetividad del dolor podría o no justificar su prevalencia, pero es esa misma la que lo empuja a perderse.

Lo inevitable, entonces, se encuentra con el deseo en tan pocas oportunidades como personas haya para permitirlo.

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