Era de la noche, esperanzado en tomar el último camión, pero sabía que ya no iba a pasar, las tiendas comenzaron a cerrar y las luces de las casas también; mis padres aguardaban mi llegada a las 7, en nuestros corazones nacía un mal presentimiento, era una noche de supervivencia.
Ese día no estuvieron bien las ventas, tocaba puertas, una tras otra y las horas pasaban sin éxito; contaba con el dinero de regreso a casa, pero decidí comprar algo para comer, la fe de un vendedor debe ser grande pensaba; ese día tenía que vender algo si quería volver en camión; así fue, hice un trato con un señor extraño, parecía «Húngaro». «Ahora vuelvo chico, voy por el dinero» me dijo. Tomó el producto y cerró su puerta, me senté en la banqueta a esperar. Estuve contento por un momento, pero pasó mucho tiempo y el hombre no volvía, comencé a tocar la puerta, cada vez mas fuerte, entonces pasó una anciana junto a mi y con voz suave me dijo: «No te van a abrir, salen por la puerta trasera y vuelven a los días, así han robado a muchos como a ti». Ya era de noche y las calles que en la tarde parecían un terreno prospero para las ventas de cambaceo, se convirtieron en la boca del lobo. La buena señora sacó de su bolsita unas monedas para mi, le agradecí con en alma, pensando volver al día siguiente a cobrar mi dinero y buscar a la anciana para pagarle.
Debo correr a la avenida si quiero salir bien librado, pensé. Corrí con mi maletita, sabía que la última ruta salía a las 9, eran las 8:50. Conforme iba llegando a la estación vi que el último camión arrancaba, me faltaban un par de cuadras; grité, agité las manos, corrí mas rápido tras él pero no pude alcanzarlo, sus luces se alejaban de mi vista como la ilusión perdida de un naufrago.
Agitado y en cuclillas, me di cuenta que estaba en la zona mas peligrosa de la ciudad, la zona en donde los servicios municipales no habían llegado. La avenida mas cercana estaba a dos kilómetros, debía caminar hacia allá y tomar un taxi. Todo se iba transformando en otro mundo, en la noche que despierta seres espantosos y los reúne en las esquinas o en las sombras. Escuchaba que me gritaban «heee morro ¿Qué llevas ahí?» y caminaba mas rápido sin voltear, volvieron a gritar y comencé a correr, Iban gritando tras de mi, eran muchos, lo sabía por sus pasos; mis pies volaban, nunca había sentido tanta motivación para desplazarme con tal ligereza. Ellos eran muy veloces e incansables, quizás estaban drogados aun, deje que me alcanzaran cuando los sentí a unos centímetros, no me resistí mas. Tras varias patadas y golpes me quitaron el dinero, la maleta y los tenis. Debo agradecer que no me encajaron «los fileros» y me dejaron ir. Dijeron que los había provocado con mi huida, pero eran pacíficos.
Por fin llegue a la avenida, sola de carros, sola de gente, lámparas parpadeantes y perros aullando. Dos taxis vacíos siguieron su paso sin detenerse, no los juzgo, era zona peligrosa y mi figura no inspiraba confianza; el tercero con menos prisa, se detuvo, me observó y decidió llevarme. En el camino le conté mi historia y como si fuera mi padre me regañó, llegando a casa recibí otros regaños mas.
En el silencio de la mesa, frente a un plato de sopa caliente, valoré por primera vez la vida, el hogar, la seguridad, a mis padres, a mis hermanos, a mi mundo feliz. La horrible escena que viví horas antes, me enseñó que, estar al filo de la muerte hizo cuenta de lo afortunado que soy.
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