Desde un principio algo lo detuvo ante esa puerta.
Como si una extraña fuerza le dijera: no entres.
Cuando llegaron por primera vez a la oficina, notó enseguida que el baño destacaba por sobre todo ese amplio recinto, parecía un rectángulo sobrepuesto en la esquina de uno mayor. La armonía no existía en aquella sala.
Los días pasaron y él seguía su instinto que le impedía entrar en el baño. No lo logró por mucho tiempo.
Con recelo abrió la puerta. Para su sorpresa y como prueba a su intuición, el estrecho lugar no tenía ventana ni otro tipo de ventilación.
Dicha sorpresa, se convirtió en una especie de rabia y espanto al descubrir los cables eléctricos a la vista. Tendría que sentarse a oscuras y ya no lo podía evitar.
Sintiendo que su malestar y antipatía hacia el baño era reciproco, se sentó. Un momento después, más tranquilo, comenzó a razonar al respecto. En medio de aquella odiosa oscuridad, concluyó que su infantil miedo de entrar al retrete estaba mal fundado. Luego arregló sus ropas, mojó su rostro a tientas para espantar las malas vibraciones que pudieran quedar y después de secarse de memoria, se paró frente a la puerta para salir.
Extendió el brazo en busca de la manilla cuidadosamente para evitar un choque eléctrico con los cables. Siguió intentando a ciegas, girando y volviendo a girar sobre sí mismo para alcanzar la famosa cerradura y no tocaba nada.
Tal situación comenzó a afectarlo, recorriéndole un frío temblor; no obstante, procedió a avanzar con lentitud para encontrar la salida sin golpearse con la pared o la misma puerta, uno, dos, tres pasos y nada, ningún obstáculo. Se devolvió con paso seguro y continuó haciéndolo cuatro, cinco, seis pasos más.
El pánico comenzó a invadir su aparente calma cuando no encontró la taza, que hacía un momento lo había sostenido.
Corrió en busca del lavamanos y nuevamente nada.
Rápidamente, su mente recorrió diferentes explicaciones en un intento de poner fin a tal situación; sin embargo, no halló ninguna.
Se siente como en el aire, como en el infinito.
El terror lo esta consumiendo y sólo los gritos de auxilio apaciguan en parte, su histeria. Grita y grita, pero nadie responde excepto el silencio.
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