Cada noche cierro la puerta, apago la luz y respiro hondo, mi charla nocturna empieza temprano y realmente tengo que dormir; un «Hola» se escucha de ella mientras me abraza y me besa la mejilla; Respondo con mi cuerpo estremeciéndose y temblando al ritmo de su respirar.
Nos complementamos como agua y arena, mis manos permean en ella igual que la lluvia se abre paso entre los granos y molécula a molécula regresa a fundirse en el mar, regresan a fundirse en mí. La amo demasiado, tanto que me quema vivo cada sensación que me da; sus manos bailan una lectura en braille improvisada, su respiración entra en coma cada pocos segundos para regresar a la vida al postrar mis dedos en su vientre y más allá de la privacidad que trata de ocultar cerrando sus muslos. Entramos en armonía y mis ojos se cristalizan.
Amanece, ella no está; otra vez se ocultó de mi en quien sabe dónde como cada mañana, nuevamente no pude dormir, nuevamente sólo quiero regresar a la cama y repetir en bucle todo, pero no puedo, aún no anochece.
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