08:00 AM

El examen empieza a las 10:00 AM. Sólo te quedan dos horas para empezar a sentir espasmos estomacales. Te aterra la idea, no eres capaz de enfrentarte a determinada situación, a fin de cuentas, eres lo suficientemente cobarde como para no aferrarte a eso que llamas costumbre.
Porque, como de costumbre, planeas salir a desayunar con el único objetivo de dejar un poco de lado aquel examen que tienes en menos de dos horas. Le das un sorbo al café mientras consideras lo jodidamente tediosos que son los días, porque, como de costumbre, las mañanas no reflejan tu mejor versión; como de costumbre, le das el último bocado a esa tostada más fría que el aire que corre fuera de tu casa, a veces no se sabe si con el objetivo de alimentarte o de llevar a cabo una función tan básica como lo es masticar.
«El examen, el examen, los exámenes», te repites mientras masticas. «El coche, la multa», sigues repitiendo. «Las cenizas, la muerte, ellos», suena en tu cabeza mientras se deshace el último trozo de queso en tu boca. «Ella, yo, nosotras», se te atraganta el queso. «La moto, el taller», toses. «Yo, todo», vas al baño. «El examen», vomitas.

08:30 AM

Vuelves a por un vaso de agua, son las 08:30 de la mañana, sin embargo, el reloj está marcando las 06:30 AM. Desbloqueas el teléfono, 09:30 AM. Giras levemente la muñeca con el fin de aminorar el susto… 07:30 AM. Los relojes han empezado a delirar, te da la sensación de que no están lo suficientemente seguros de la hora como para marcar la que es, pero tú sí, no necesitas la seguridad de un reloj para ser consciente de que en menos de dos horas tienes el examen. Y aprovechando dicha seguridad, aquella que te falta cuando la cordura brilla por su ausencia, te diriges a la estación con el objetivo de llegar bien al examen. Es el examen, está allí, y cada vez más cerca.

07:23AM

Tras esperar unos seis minutos eternos al tren, éste efectúa su entrada en la estación con la misma normalidad que siempre.

08:25 AM


El conductor, como de costumbre, posee la misma cara de dejadez que todas las mañanas, qué esperas de un señor del que esperas que te lleve a un determinado sitio a unas horas en las que los pájaros siguen cantando.

06:32 AM

Entras y, como de costumbre, te limitas a destrozarte los oídos con el volumen de la música mientras te ves automáticamente conducido a sentarte en un sitio que te asegure la barrera que te separa del resto.
Abres tu libro. «Rayuela», noesis y noema, capítulo 68. Cierras el libro y piensas, «¿por qué amalaba el noema?» mientras enlazas tu mirada con la de la gente de tu alrededor. Cinco personas, cada cual más taciturna; poseen un rostro tan robotizado y común que se torna difícil no sentir el vacío del vagón.
Vuelves a abrir el libro, ácido glicólico… No te estás enterando. Vuelves a cerrar el libro. Levantas la mirada. Ahí estaba ella, dos ojos tan aparentemente comunes escondidos entre aquellos que consideras gentuza. Ahí estaba ella, tan tranquila, sujetando el bebé que tenéis en común con la misma torpeza de siempre. Ahí estaba ella sin ser ella, no era ella porque no había historia. 
Por un momento se te olvida el examen, necesitas coger a ese bebé, es parte de ti. Guardas el libro, la miras y haces ademán de acercarte.

02:35 AM

El bebé.

06:25 AM


Ella y el bebé.

05:23 AM


Él y el tiempo.

04:20 AM

El tren se para. El bebé y tú.

07:12 AM

Entran cuatro ancianas e intentan persuadirte para confiar en ellas, quieren venderte un ramillete. Pero a ti no te gusta ese ramillete, huele a rancio, sabe a navidad, la navidad es él… No quieres el ramillete, sólo quieres verla a ella, a ella y a tu bebé.
Te levantas para alejarte de aquellas señoras y, sin que te dé tiempo a alcanzar aquella mirada que sólo eres capaz de reconocer con los ojos cerrados, sientes un apretón paralizante en el brazo.
El bebé está durmiendo plácidamente sobre el regazo de su madre, no eres tú. Su madre es ella, te lo está haciendo saber con una mirada que no eres capaz de reconocer, y lo vas a saber siempre. Allí estaba ella con tu hijo, pero ya no era tuyo. Nunca lo fue. Y ella tampoco. 
No puedes moverte, sólo sientes a las señoras cada vez más cerca mientras sigues con la mirada una silueta que cada vez se va haciendo más pequeña.
Empiezas a gritar, te están haciendo mucho daño en el brazo, pero sólo acabas con la voz carrascosa de un fumador recién levantado y unos cuantos arañazos que siguen sin contar nada de la historia.
El tren coge carrerilla y desaparecéis.

10:00 AM

Te despiertas, tienes un examen a las 10:00 y sientes una desorientación y confusión exageradas. Estás en la cama, el examen ya ha empezado y no hay luz.
De repente, surge de la nada una ráfaga tremendamente horrible, es verano y son las 10:00 de la mañana, no puede ser que no entre ni un solo rayo de sol, y menos que surja una ráfaga que aumenta su intensidad por cada segundo que pasa.
Te levantas por un impulso de algo que prefieres llamar curiosidad con tal de justificar tu manera de enfrentarte a todo aquello que triplica tu ritmo cardiaco, abres la ventana y sólo entra frío, es de noche y no hay nadie en la calle, ni siquiera el más mínimo rostro de un ser vivo.
Intentas cerrar la ventana, te resulta imposible. Bajas la persiana, no baja. El examen, piensas.

La ráfaga desaparece, las farolas empiezan a caerse, los bolardos a ser arrancados cual trigo en un trigal, los árboles a girar en el aire como tu cabeza en este momento, los edificios a derrumbarse.
Y allí estás tú, sola, ante una ciudad haciéndose añicos como si jamás hubiera existido.

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