Cuentos para Niños 1.

Cuentos para Niños 1.

Milagro Guillen

23/09/2020

EL NIÑO Y EL COCUYITO

 

Una vez en un campo, en un remoto lugar de la tierra había una humilde casita, en ella habitaba una familia conformada por el padre, la madre y un niño de doce años, quien ansioso por conocer más allá aquel lugar, se iba todas las tardes a jugar al angosto hilo de agua pura y cristalina que pasaba a unos cuantos metros de su casa; jugaba y hablaba con los peces y le contaba su curiosidad por saber; ¿Qué encontraría si siguiera el hilo de agua?

Una tarde convencido de poder lograr lo que tanto ansiaba se fue a jugar y sin darse cuenta, tomado de la mano de la curiosidad se fue río abajo cantando y silbando como lo hacía cuando jugaba por las tardes cerca de la casa. Hablaba con las flores, le silbaba a los árboles y le cantaba a las coloridas mariposas que revoloteaban sobre su pequeña cabeza. Caminaba y caminaba sin sentir el cansancio en lo más mínimo del cuerpo; de pronto se dio cuenta que el sol comenzaba a ocultarse y que a lo largo de su recorrido por el inmenso campo solo había observado gigantescos árboles, aves de diversas especies y colores, flores preciosas y una que otra diferencia en la angosta corriente de agua. Lo cierto es que pensó: ¡Dios Mio debo estar lejos de casa!, tengo que regresar, mis padres deben estar preocupados. Emprendió su viaje de regreso por el mismo camino que ya había conocido guiado por la curiosidad; pero en tan solo un instante oscureció, tanto que ya no podía seguir caminando, se sentó en una piedra y se puso a llorar.

Ahora no lo invadía la curiosidad sino el temor de estar solo en el campo oscuro, con hambre, frío y un inmenso deseo que mamá y papá lo abrazaran fuertemente.  Sintió una voz profunda dentro de él, que le decía que no le pasaría nada, porque su mejor amiga era la naturaleza con todas sus bellezas y rarezas a la cual le cantaba, le silbaba y le contaba sus secretos y que ella lo protegería. Eso lo tranquilizó y no le causó ningún temor, de repente vio acercarse un cocuyito que poco a poco iba haciendo su luz más intensa y alumbraba todo a su alrededor.

Sin dudar en ningún momento y seguro de obtener respuesta le habló: cocuyito, ¡Qué bueno que estas aquí! ¿Puedes alumbrarme el camino a casa?  Caminé río abajo y se me hizo tarde, pero mis padres deben estar preocupados y no quiero que vayan a estar tristes por mi culpa.

El cocuyito que ya había dejado de ser tan pequeñito y se había convertido en un angelito le respondió: por supuesto que sí, pero antes debes prometerme que no volverás a hacer esto sin el consentimiento de tus padres; el campo es tranquilo, pero no siempre suele ser seguro y menos para un niño como tú. El niño respondió: si, te lo prometo. No quiero volver a preocupar a mis padres, porque estoy seguro que están angustiados y tristes por no haber regresado temprano a casa. 

Caminaron por largo rato y estaba seguro de haber encontrado compañía, ya no tenía miedo, tampoco deseaba volver a inventar otro viaje así,  tenía hambre, sueño y frío y pensaba mucho en sus padres que no merecían la preocupación que él les estaba dando en ese momento. 

Durante el largo viaje nocturno pudo conocer parte de la naturaleza que no conocía y que había imaginado de diversas formas; no se escuchaba el cantar de los pájaros si no el soplar de las ramas de los inmensos árboles y a lo lejos los búhos con su currucucú, tampoco veía mariposas de colores pero si completas alfombras construidas de luciérnagas que se acercaban con la fresca brisa de la noche, también la sombra de la hermosa luna llena que caminaba junto a él y el angelito por medio del agua. 

No sabe si fue por magia del ángel, por la impresión que le causaba lo vivido en un solo día o por la desesperación de llegar rápido a ver y abrazar a sus padres para pedirles perdón por lo que había hecho; que sintió que en un solo instante ya estaba en el patio de la humilde casita donde gritaba con euforia: Mamá, papá ya estoy en casa. Le dio las gracias al cocuyito quien se fue feliz de haber podido ayudar al niño.

Al salir sus padres preocupados lo abrazaron y le dieron gracias a Dios por haberles regresado a su hijito sano y salvo. El prometió portarse bien y bendecía al cielo por tener los padres tan maravillosos que tenía y por ser tan feliz como lo era en su humilde hogar.

Pasaron los años y ellos seguían allí felices aprovechando la armonía de la naturaleza y conociendo cada vez más sus secretos.

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