La casa estaba vacía, lo había estado desde hacía algunos años, sin embargo, sentía que no estaba sola. Juntó coraje para abrir el ropero. Debía comenzar a sacar toda esa ropa. Sabía que los recuerdos podían abrumarla, pero tenía que hacerlo. Sacó un tapado de piel, un saco de vestir y un papel doblado en cuatro cayó a sus pies. Lo juntó y leyó en uno de sus lados: ‘A quien me encuentre”. Lo desdobló: ‘No estoy sola, hay alguien o algo conmigo. Lo siento. Sé que no me va a dejar salir. Tengo miedo. Me quiere, quiere atraparme aquí para siempre, lo sé. Voy a morir. Voy a morir. Tengo miedo. A quien me encuentre, por favor, díganle a mi familia que los amo”. Leyó el nombre al pie de la carta y quedó paralizada. Quiso correr hacia la puerta, pero ya era tarde. La mano inerte soltó la carta. Su nombre estaba en ella.

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