Tengo la mala costumbre de mirar a la gente des de fuera, lo más lejos de posible, espero ver en ellos aquello que quiero ver. Esperar es de idiotas, me digo a diario, pero será que soy masoquista. Sigo siendo aquella estúpida niña que cuando apaga la luz le invaden los miedos, la realidad. Tengo temor a añadir personajes a mi historia, a mi pequeño mundo de cristal. Será por eso que pocas veces dejo ver a esa niña, prefiero sacar a la chica fuerte y sin miedos que puede con lo que se le ponga por delante. Pero al final, la careta se agranda, los años hacen que sea más pesada, más incomoda. Supongo que todos tenemos la nuestra y, al igual que yo, somos tan cobardes que no nos atrevemos a sacarla, por mucho que nos pese, siempre es mejor que te juzguen por como creen que eres a que vean tu realidad y te cuestionen. En este punto me planteo, para que queremos que nos quieran por lo que aparentamos, porque queremos hacer ver a los demás un simple espejismo de lo que nos gustaría ser, o en mi caso, de lo contrario a lo que soy, utilizándolo como un escudo. El problema esta en que ese “escudo” es de paja. Y por esto creo que la gente no es lo que parece, siempre hay más en ellos de lo que quieren mostrar, muchas lagrimas secadas en el colchón, muchos miedos entre sábanas.
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