A menudo salgo al campo cuando me pongo nervioso. A menudo me pongo nervioso. Es una sensación que me sube de no sé donde, como de la mitad de la espalda, y me agarra los hombros y el cuello y me acaba doliendo un poco la cabeza y también hace que me piquen las palmas de las manos. Los motivos que me enervan son diversos pero no quiero hablar ahora. No quiero porque entonces tendré que tomar más pastillas y me darán mareos.
Me gusta salir porque a veces me encuentro cosas. Basura sobre todo, pero también cosas interesantes como huesos de animales, ya tengo siete quijadas de cabra, algunas cabezas de pájaros… He decidido coleccionarlas. Creo que cuando te encuentras varios ejemplares de algo es que el destino quiere que lo colecciones. Yo ya he tenido una colección de latas de maíz, de escarabajos y de botones, pero ahora soy mayor y mis gustos han cambiado, son mas serios creo. Cuando llego a casa con un hueso nuevo lo limpio, lo blanqueo con cal, le busco un sitio en la repisa junto a sus iguales, me parece importante el orden. El orden facilita las cosas, creo.
A veces en mis paseos, voy pensando en mis cosas y eso, y me da por imaginar ¿qué pasaría? – esto me da un poco de vergüenza – pero, ¿qué pasaría si un día me encuentro un muerto? un muerto de verdad, quiero decir, un cadáver de persona. No es que quiera que nadie muera, o no ahora mismo por lo menos, pero sería interesante ¿no?
El asesino casi siempre tira el cuerpo al río o lo esconde en el campo hasta que un caminante fortuito – como yo – lo encuentra un día y su vida cambia para siempre. Desde ese momento se convierte en alguien importante, la policía necesita que preste declaración, la televisión le hace entrevistas, y los periódicos también. Un día eres nadie, un tipo con un problema de nervios y al siguiente eres necesario. Sin tu ayuda jamás se esclarecerá el caso y no podrá hacerse justicia. Y cuando a esa persona cualquiera le pregunten podrá decir que va al campo a menudo, y que colecciona huesos de animales ahora pero que antes juntaba botones, y antes que eso latas de maíz de las que se olvidan los pescadores y también escarabajos o cualquier bicho de coraza dura y brillante. Y tal vez lo vea por la tele algún director de museo interesado en sus colecciones o un rico anticuario, y le invitarán a dar conferencias en importantes ciudades donde responderá benevolente y humilde a las preguntas que le hagan los reporteros, que apuntarán su respuesta en una libretita, temblándoles un poco las manos quizá, abrumados ellos por su sabiduría, y ellas, las chicas, a lo mejor se desmaya alguna, mientras que otras más atrevidas le deslizarán su teléfono escrito apresuradamente en un papel. Y la gente coincidirá de forma unánime en que han infravalorado a un genio, un hombre calmado que no necesita tomar medicación, un hombre juicioso de gran atractivo físico además.
¿Pero voy a tener yo tanta suerte alguna vez? ¿Estará mi muerto, ese que que me dará el reconocimiento que merezco, a la vuelta del siguiente arbusto o lo voy a tener que poner yo mismo?
FIN
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