¿Qué tenía de particular aquel extraño?, me preguntaron. No tenía nada y lo tenía todo.
Eran las 7pm y aquel hombre tomaba un baño, se peinaba, se perfumaba, se ponía su mejor atuendo y salía a la calle. Se paraba bajo el poste de luz de aquella oscura vía y miraba, pensaba y sentía lo mismo que sentía cada alma que pasaba por aquella esquina.
Salir cada día por la tarde, acompañado por el perro del barrio era todo un suceso, quizás el acontecimiento del día, esperado por aquel extraño hombre, de cabello blanco, unos ojos que brillaban como las estrellas del firmamento, y una sonrisa agradable ante todo aquel que se cruce por aquella esquina.
¿Buscaba alguien con quien hablar o quizás solo quería detenerse a pensar?
Las vidas pasaban sin tiempo, sin esencia, mientras aquel extraño capturaba las miradas. A veces pasaba desapercibido, otras veces, él se volvía uno con aquella luminotécnia que se veía opaca ante aquel espíritu iluminado.
Los días pasaban y el perro callejero lo esperaba cada tarde en aquel poste para ver la vida de la gente pasar, grises como un día de lluvia en otoño.
Eran las 7pm y aquel hombre no tomó un baño, no se peinó, no se perfumó, no se puso su mejor atuendo, ni salió a la calle.
El perro, parado bajo aquel poste de luz esperaba ver aquellos ojos luminosos en la tempestad, pero esos ojos se habían apagado para siempre. La luz del poste no prendió nunca más. Aquel extraño hombre paso desapercibido muriendo en soledad. Quizás, ya estuvo muerto en vida pero, nadie se detuvo a preguntar.
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