Como venado huyendo del olor a bosque cuando está en su piel, y en sus manchas blancas. Así intento huir de las páginas de mi diario cuando son sus hojas corteza de mi palpitar. Estiré mi mano hacia los nubarrones en el cartón azulado, fondo de mi ventana. Los bordes de mantequilla en los delantales y las cintas de caperuza. El enrejado gris escondió la carta escondiendo sus grumos de tinta en la fachada blanca, más aquellas galletas dulces no fueron… Queriendo más atención, mi cachorro, jugo con sus dobleces. Arranco la cinta que la adornaba enredándola entre macetas quebradas y con sus patitas doradas, estrujo aquellas lineas, maldiciéndome, cubriéndolas de manantial salivoso.
Las cerezas en lugar de velas, midiendo los años. Los tazones de frijol multiplicaron, llenando conforme a los días del calendario mi rincón en la mesa. Y los nudos de sus verdes tallos cubrieron mi cuello con su aroma. Jardín pequeño sin flores de arroz que estalla burbujeante en mis cubiertos plateados, permitiéndome adornar con polillitas blanquecinas su negrura. Entre las fogatas ya frescas mi madre coloca dulces a servir de lucecillas, azucaradas de pistache y fresa. Y del licor de frutos rojos se escurre una gota formando cintas hasta el final de mi plato inundo mi taza. Poniendo ladrillos dulzones sobre ella, hundiéndolos y viendo como igual que barquillos volvían a flotar.
Su nombre podría escribirse sobre las alas de mariposa, y esta, al irse en mono aleteo iría sembrando pequeños leones de melena nevosa. Cada sello cuál anagrama llegará a confundirme, y pequeña, diminuta quedaría como hada entre botones. Y él no podría detener aquella bruma polvosa y dulce que su voz siembra, ni podría encontrarme, ni yo descubrir que estoy perdida.
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