Se comprende a veces y otras veces no. Cuando empece a amar, no me importaba. Si fue el principio es porque no podría llamarlo en otra manera. Cuando el sentimiento se me iba, y volvía nervioso intentando dañarme. A sus quejas, le respondía: Pues vete. Y cuando se iba yendo, goteando en sus vestidos gotas de la pasada rabia. Otra parte de mí, no se donde, se me adelantaba y presentando mi corazón lo hundía en sus manos para que lo apuñalara ¿Yo que sabía? que entonces lloraba, me abrazaba a la hierba y a las piedrillas del jardín, temblaba yo a momentos y el tren de mi vida se balanceaba. Y yo dentro, pasajera impasible, abría las persianas de aquellas bellas ventanas que mantenía cerradas, y viéndome decía: Estará bien, aún no sufre más que por sí misma. Veía al sol y a mi piel, y no comprendía.
Hubo momentos en que asomando por la ventana, podía ver, con mi rostro hacía afuera, al césped tornarse dorado. Y dolía, que mirando hacia abajo estuviese tan cerca el vacío, siendo entonces, banal tirarse hacia él. Desee que el cielo haya arriba, ya fuese el amarillo o el azul. Me aplastase, para que la acera al caer, acabase conmigo. Vicios de la virtud, que te espantan la niñez y agazajan mi juventud de aburrimiento. Lana roja, lana verde, estrellas de hilos enredados que muerden con sus puntas el latón de mis iglesias. Campanillas de mi hogar, el que yo extraño. Aquel en que mi madre me esperaba, semidormida. Deseosa de que me presentase ante el cuaderno musical, y yo deseosa, deseosa…Ah, cuando llegaré de vuelta? A ese lugar en que una voz se escuchaba y seguía hablando y yo seguía corriendo. En que un extraño hacia que mi corazón latiese y estaba alegre y estaba triste y siempre estaba.
Lugares en que lo común eran las flores, y yo hacia un lago de ellas con el fondo de un sombrero ¿a quién lo dí? No lo recuerdo, el quién, entonces solo me curioseaba, esperando fuera de mi puerta sin que yo le abriese. Fue una cosa la mía, la de ir ante el refrigerador, y tomarlo de altar, para que frente a su estantes cerrados yo pidiese crecer. Comprender es como voltear, hacia aquellas hormiguitas que rodean a las migajas de pan, y apostar. Crecer es tener antojo; antojo y no exigencia de helado, antojo y no hacer nada, antojo y sufrir insufriendo. Pues yo sé, que yo si fuese por antojo, nunca podría sufrir. Un boletín que me adentra a un teatro pequeñín, que yo forme improvisando, imitando. Y como no acabo la obra, no me dejan salir. Pero la obra ya acabó, solo aún no encuentro ese punto, esa bolita de papel negro. Que rueda por entre las butacas, y yo lo busco. Quiere que lo lleve conmigo.
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