El sol de enero desaparecía del cielo, dando paso a la luna y a los mosquitos. Esos seres despreciables que invaden nuestra privacidad nocturna, para deleitarse con nuestra sangre dejando a su paso ronchas coloradas en nuestros brazos y piernas.
Estaba tendido en mi cama, intentando aceptar la idea de que te ibas. Tu el amor de mi vida, la que juraste amarme hasta que los buitres arranquen la piel de tu putrefacto cuerpo.
¿Qué íbamos a hacer con las iniciales que habíamos marcado dulcemente en aquel viejo ombú? Aquel que por respeto intentamos dañarlo lo menos posible, ya que tu corazón no te permitía lastimar a ningún ser vivo. Recordar eso amargaba mi existencia, ya que claramente, me lo habías hecho a mí.
Seguía inmóvil en mi cama, viendo como el reloj ya casi marcaba las 9 de la noche. Hora fatídica para mí, ya que tu padre pasaría por ti en ese momento.
Intente no culparte, porque el divorcio de tus padres no fue intencionado de tu parte, hasta intente de cualquier manera hacerte feliz, para limitar tus pensamientos y que no sufras. Pero, cuando el decidió marcharse tu escogiste irte a su lado. Dejándome solo, rompiendo mi corazón en tantas partes que era imposible enumerarlas. Así que si, decidí culparte a ti por este trago amargo que recorría mi garganta, creando un dolor intenso al acercarse a mi pecho.
La aguja avanzaba, de forma inexorable. Ya casi era la hora, y yo despechado horriblemente, no iba a acudir a tu despedida.
Mis padres se encontraban en tu casa, esperando tu partida y deseándote una vida llena de aventuras y felicidad. ¿Pero como ibas a tener todo eso dejándome aquí a mí? Yo, tu compañero de hazañas, aventuras, juegos y tantas cosas más. ¿Soy yo algo reemplazable para ti? ¿Cómo cambiaras tantos años de incontables recuerdos que juntos compartimos? No lograba entender como alguien podría cometer semejante acto de traición.
De pronto escuche el auto estacionarse. Supe que era el, aquel ser que te apartaba de mi lado. Un sudor frío recorría mi frente, y mi corazón había acelerado a tal punto que mi pecho ardía.
No tenía el suficiente coraje de verte partir, le había dicho a mis padres que no iría porque estaba descompuesto. Pero, sé que en el fondo ellos sabían de mi pesar.
El tiempo pasaba, así que recordé. ¿Pensabas irte sin nuestros anillos? Anillos que compramos en esa tienda de bijouterie, que simbolizaba nuestro eterno amor.
¿Realmente tu corazón te permitía realizar semejante aberración hacia mi parte?
Me levante de un brinco, mire por la ventana y vi tu rostro.
Jamás note demasiada tristeza en el. Subías al auto, sin mirar hacia mi. Sin saber que yo te observaba. Quizás, no podrías hacerlo, o bien ya me habías olvidado.
Busque desesperadamente por cada rincón de mi habitación tu anillo, aquel que habías olvidado cuando decidimos pintar aquel paisaje que hicimos como tarea de la escuela.
Escuche el auto irse, las voces de mis padres saludar y el llanto de tu madre al verte partir. Y lo encontré, abrí la puerta bruscamente y ya te habías alejado. Pero no iba a darme por vencido. Sabía cuál era la ruta más fácil para irte de nuestro pequeño pueblo así que decidí tomar un atajo.
Corrí intensamente casi 2 cuadras hasta lo de Don Cornelio, me metí a su jardín, para intentar llegar antes que tú al semáforo. Salte su improvisada cerca de madera, y resbalé, me limpie rápidamente e ignore la sangre en mi rodilla. El dolor no iba a impedir que llegue a destiempo. Me había jurado intentar perdonarte por todo, solo necesitaba llegar.
Y lo hice. Estaba esperando en el semáforo y vi como el auto de tu padre doblaba por la esquina. Apenas distinguí tu rostro a lo lejos, detrás del parabrisas y decidí interponerme entre el auto, y la ruta que te llevaría lejos de mí. Al acercarse el auto, vi que me mirabas, y vi el terror en tus ojos. ¿Tanto miedo de despedirte de mí tenías? Hasta que sentí el ruido de unas ruedas chillar. El aire se embriagó de caucho quemado. Volteé, y vi las enormes luces de aquel colectivo venir hacía mí.

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