El pibe (2017)

Desearía poder enredarme en tu cintura, exclamó.

En un camino
derrumbado, dejó su bicicleta en un costado. Se tira entre el
barullo de hojas, en un otoño cubierto de polvo y semillas. Contando
las ramas secas de los árboles cierra los ojos, en su mente vuelan
destellos invisibles de abrazos y roces perdidos. Una lagrima que
derrama escucha el canto de un pájaro melancólico, esperando la
primavera, el amor perdido. Ese pájaro sabe que no va a volver el
sol, ni se van a empapelar de verde la naturaleza. A la espera, un
agudo frío recorre los árboles desérticos y el viento se asoma en
todo el horizonte, arrasando las multitudes de hojas amarillas
formando bailarinas invisibles. 

Él abre sus ojos
y observa el espectáculo, sonríe porque una hoja sucia le cayó en
la cara, se paraliza y no puede moverse, está absorto por la
realidad fresca que aparece. Disfruta de la parálisis, le cosquillea
el viento en sus orejas. Sólo y sin un espíritu que lo acompañe,
empieza a bailar quieto.
Sus huesos
tiemblan y sacuden sus músculos, los ojos blancos toman partido en
su cara y se mueven frenéticamente, nadando en el mar de otoño.
Olvidó su medicación porque fue más intenso el impulso de
escaparse y regenerar fuerzas en una naturaleza vacía y solitaria.
El pájaro detiene su cántico espiritual, y el suelo empieza a
llenarse de espuma.

El cuerpo no
puede detenerse y está empapado de movimientos frenéticos que
hunden en la tierra al sujeto, empieza a atragantarse y los insectos
a asustarse. Su garganta es un infierno tapado de miserias y malas
memorias. Una tumba sin cavar lo está esperando. Frágil, suave y
dolorosa es la entrega.

Su consciencia no
puede reaccionar, y su vida la están arrebatando descargas
eléctricas en una danza enérgica y oscura. Pero él sabe que no se
va a ir al cielo ni tampoco a un infierno.

El sabe que su
cuerpo ahora va a derretirse en múltiples estados de la materia, se
va a fusionar con toda esa sinfónica monótona y silenciosa. Su
carne va a ser devorada por gusanos que serán el alimento de ese
pájaro nostálgico y solitario. Y los átomos que formaron aquel
chico epiléptico y desalojado de una sociedad perturbada por
diálogos superficiales, van a formar parte de toda una imagen que va
a perdurar en el tiempo, regalando a la naturaleza diferentes
gamas de colores, expresados en moléculas.

El sol se espanta
y se esconde. La luna es más sabia, ofrece un frío que carcome las
ansías de los consumidores. Un último segundo, un ojo alcanza a
brillar y percibir ese objeto blanco y luminoso en el cielo, hay
muchas estrellas, pero ella es la protagonista visual.

Su carne se
estabiliza y su lengua se destraba, el ataque cesó. Atónito queda
tendido en el suelo helado. Ya no sonríe, su boca está contaminada
de cansancio y saliva seca. Sus músculos no lo dejan pararse.
Respira y le da la gracias a la luna con gemidos famélicos.

El lugar invitó
a la oscuridad a recorrer la fauna. El sonido de un lobo acecha el
valle.

Ahora sus
pensamientos cambian el rumbo por completo, y la desesperación se
apodera de su ser. Sabe que está entregado a la selección natural y
el desempeño de su fuerza.

Se escucha crujir
hojas y la caída de pequeñas piedras a su alrededor, tumbado en el
piso, inmóvil todavía, no sabe de dónde vienen los sonidos, quedó
aturdido por los calambres que le generó ese ataque. “Se acercan,
se acercan” le dice su voz interior. Un esfuerzo más y logra
pararse de forma aguerrida y se alza con valor. Pero la naturaleza no
respeta la moral, y su cuerpo tambalea hasta caer arrodillado.

Mira la luna una
vez más y con lujuria grita: “ACÁ ESTOY”. La O es la vocal que
más empujó su garganta, tomando secuencias más largas como si
fuera un cántico ritual pagano.

Desde las sombras
se juntan siluetas espeluznantes, rodeando por completo el escenario
y sin dejar hueco alguno. El miedo ahora es
el protagonista y la puerta que empuja una manada de dientes que se
abalanzan para desgarrar por completo todo lo que es humano.

Quería ser
devorado por algo más doloroso que la angustia que lo estaba
taladrando, en cámara lenta las mandíbulas afiladas de los animales
empezaron a cavar profundo sobre su piel. Lluvia de sangre salpicaba
el pelaje mientras una risa sonaba de fondo.

Se tiñó el
cielo de rojo y una sonrisa hiriente, eran el espejo del rechazo
social, el consumismo y la inmundicia humana, el que acabaron por
criar una criatura repleta de angustias y depresiones, su risa
recorrió eternamente los acantilados con el viento y hojas
ensangrentadas.

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