Sus huesudos dedos, danzaban sobre las descoloridas teclas de aquel triste piano. Aquellas notas, irradiaban una gran tristeza; aunque cualquiera hubiera visto aquella brillante lagrima, brotar de esos enormes ojos verdes.
El aire estaba embriagado, por un fuerte hedor a alcohol y los leves exabruptos de nuestra pequeña damisela nos hacia entender que ella estaba intoxicada con este mismo. Por la ventana de aquel oscuro cuarto, un rayo de luz de la monstruosa luna se colaba dándole un toque resplandeciente al cabello dorado de aquella; quien sentada sobre un pequeño banco de roble, sollozaba débilmente.
Una gran pena albergaba su su apasionado corazón, aunque solo ella sabía de que se trataba. Su pecho ardía; y el interior de este mismo estaba roto, destrozado en un sinfín de partes, que hasta el mas paciente contador, jamás podría enumerarlas. De pronto, se detuvo. La triste melodía, se perdió en el aire, ella apretó sus puños y golpeó con furia aquel solemne instrumento provocando un sonido indescriptible, pero que armonizaba con aquel mediocre ambiente.

Se levantó, y con una mano tomo el banco y se dirigió hacia el medio del cuarto, donde una soga la esperaba, pacientemente colocado con anterioridad. Se posó sobre el banco, colocó la soga alrededor de su cuello y de sus temblorosos labios apareció una lúgubre sonrisa.
Un chasquido corto el silencio, los espasmos se apoderaron del cuerpo hasta que lo único que había con vida, abandonó la habitación.

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