El día de ayer decidí cerrar la noche con una breve sesión de observación del cielo nccturno con los viejos binoculares acompañado por mi esposa y mi pequeña hija.
Como ya es nuestra costumbre decidimos orientar nuestra visión hacia la que quizás sea la más famosa de las constelaciones del cielo: Orión, concretamente hacia las tres icónicas estrellas de su cinturón conocidas comunmente como “Los tres reyes magos” o “Las tres Marías”. En lo personal he dejado hace tiempo atrás esos nombres. Para mí son Alnitak, Alnilam y Mintaka.
En nuestra observación de esa región del cielo pudimos contemplar, como en otras tantas ocasiones pasadas, como es que, pese a lo que observamos a simple vista, el cinturion de Orión esta poblado de muchas y casi imperceptibles estrellas que acompañan a las tres grandes protagonistas. Ni que decir como es que, al mirar hacia la espada de la constelación, se contempla su propio grupo de estrellas poco aprecible por el observador común e incluso distingue la nebulosa de Orión, percibida a simple vista como una estrella más.
Pensamos entonces en repetir la experiencia al dirigir nuestra mirada hacia una región “despoblada” cielo, una región con pocas estrellas. Gratamente el cielo nos demostró cuan erróneo es pensar que no contiene nada en esos espacios oscuros. Aunque tenuemente, los binoculares nos permitían contemplar pequeños puntos luminosos en todas direcciones, fuera de las famosas constelaciones. Era inevitable la reflexión sobre que podríamos observar con un equipo más potente y en un espacio abierto y libre de la contaminación lumínica de los asentamientos urbanos.
Fue inevitable pensar en cuantas ocasiones es ignorado semejante espectáculo celestial y gratuito que ofrece cada noche esa máquina del tiempo natural llamada cielo. Una máquina que nos obsequia una visión al pasado del universo, estrellas que podemos observar cada noche pero que en realidad pueden haber muerto hace ya millones de años.
El día de hoy, al despertar, leo una reflexión que bien resume los sentiemientos generados la noche anterior: “¿Sabemos todavía levantar la vista al cielo?”. En definitiva, creo que podríamos responder que no. No sólo al nivel astronómico, sino en muchas de las facetas de la vida humana.
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