LIBERTAD CONDICIONADA.
Débora Dell huyó de su casa con desesperación. El temor a una golpiza, o tal vez, a una represalia aún mayor la había inquietado los días previos a su partida. La noche anterior había discutido una vez más con José Veracruz, su pareja. Un hombre corpulento, con una altura superior al metro ochenta. Su musculatura se podía percibir sin mayor esfuerzo. La contextura física de quien hasta entonces había sido la persona que había elegido para compartir su vida y su carácter colérico le infundía literalmente miedo. Débora había soportado todo tipo de insultos y humillaciones de José durante los tres años de convivencia. La noche del 20 de marzo de 2018, Débora decidió decir basta. José la había empujado bruscramente luego de recriminarle que dejara de trabajar en el hotel, provocando que Débora golpeara con su cabeza en la pared. Sintió que ese era el momento, el límite para decir basta.
No estaba dispuesta a seguir soportando agravios ni la violencia que le asestaba José cada día de su vida, incluso delante de sus hijos.
La única opción que tal vez podía traerle algo de calma era alejarse.
En el Hotel «El amanecer» donde Débora trabajaba como conserje, había conocido a una encantadora pareja, Facundo y Malena, residentes en «Las Grutas» , ubicada a 885 km de Saladillo, al sur, en la Provincia de Río Negro. Eran dueños de un hostel en esa localidad y la habían invitado a Débora a que probara suerte y se animara a venir, incluso con sus hijos.
Cuando pudo reponerse del shock y la conmoción que le produjo el golpe contra la pared, Débora pensó que la única opción para que pudiera tener algo de calma era marcharse lejos. Lo pensó pero nunca se lo hizo saber a José.
Simplemente, se comunicó con Malena, para pedirle hospedaje y trabajo. No podía pagar de otra forma. Malena aceptó de inmediato.
Dos días después del episodio ocurrido el 20 de marzo de 2019, Débora partió para Las Grutas con sus dos hijos, pensando que allí encontraría paz y felicidad.
Sin embargo, pronto la realidad le demostraría lo contrario.
José se enteró casi al instante que Débora se había marchado con los niños cuando al arribar a su casa encontró a María, la madre de Débora limpiando la casa.-
Percibió la hostilidad de María ni bien se acercó hasta ella. Supuso que ya se había enterado del altercado con Débora. Nunca se había llevado bien con María. El desprecio de María por José era muy notable y su oposición a la relación entre ellos también.
María había sido madre soltera desde los dieciseis años. Sabía lo que era luchar sola por su hija. Nunca había tenido el apoyo del padre de Débora. La había abandonado en pleno embarazo, ni siquiera conocía su paradero actual. Llevó a cabo su maternidad en soledad, enfrentada con su familia que le había aconsejado hacerse un aborto, porque decían que no alcanzaba el dinero para otro integrante más en una familia ya numerosa, compuesta por su madre, también soltera, y ocho hermanos, todos varones.
Pero María no había hecho caso y continuó con su embarazo. Con su vida. Dura, difícil, como el de toda madre joven, soltera, de origen humilde.
Siempre le había sido complicado conseguir empleo por su condición de mujer con una niña a cuestas. Pero se había prometido a sí misma darle a su hija lo mejor y protegerla de todo y de todos. Débora era todo para ella, representaba su vida y su tenacidad. El triunfo de su voluntad por encima de las dificultades y escollos que la vida le había puesto como sacrificio para conseguir tal vez, algo de felicidad.
Por eso, en cada discusión, en cada hecho de violencia de la que Débora había sido víctima por parte de José, sufría y guardaba su dolor, pero no interfería en la relación. Siempre estaba atenta para lo que Débora necesitara. Cuidaba de sus hijos cuando Débora debía ir a trabajar , la ayudaba en los quehaceres de la casa, calmaba sus penas. Era el bálsamo de María.
Por eso su presencia en la casa constituía un estorbo para para José. Pero debía soportarla. Después de todo él era un padre ausente, que sólo aparecía al acercarse la noche, buscando solamente que Débora le prepare algo de comer y tener relaciones sexuales. No le importaba otra cosa.
Tal vez podría decirse que era una madre sobreprotectora. ¿Acaso todas las madres no lo son?
Nunca había querido que Débora avanzara en su relación con José. Le había advertido que no era conveniente, no le gustaba su carácter, su forma de ser, su manera de dirigirse a Débora, su celosía y el pseudo machismo que pregonaba José. Pero, como ocurre tantas veces en la relación entre los padres, Débora había desoído las recomendaciones y sugerencias de María. Y ahora, como sucede en todos los casos, nadie podía evitar las consecuencias de la decisión tomada.
José enfrentó a María y le inquirió en tono amenazante: – ¿Dónde están Débora y los chicos?
– Se fueron al sur, no piensan volver, quieren estar tranquilos y vos José deberías dejarlos en paz, respondió María con desprecio, sin ocultar su malestar por la presencia de José.
– ¿A qué lugar se fueron? No se podía llevar a los chicos. Esto va a terminar mal. Los chicos tienen que estar acá.-
– No voy a decirte dónde están, no te quieren ver, algo habrás hecho para que todo esto pasara. contestó María.
– Soy el padre y tengo derecho a saber donde están. Si no me lo decís, mañana hago la denuncia en la comisaría.
La advertencia de José despertó en María un deseo que había incubado desde hacía tiempo.
Casi sin pensarlo, tomó el cuchillo que estaba posado sobre la mesada de la cocina y se lo clavó a José en su garganta, que había quedado estupefacto, sin comprender, sin respuesta alguna, sin siquiera atinar a poner sus manos por delante para protegerse del embate de María.
Mientras el cuerpo de José se desangraba y su vida expiraba lentamente, María comenzó a llorar, pero su llanto era extraño. En su cara se había dibujado una mueca que parecía una sonrisa.
Tal vez porque pensó que Débora podía empezar a ser feliz, porque estaría libre del yugo de un hombre violento, porque podría ver el sol que pareciera posarse sobre el agua del mar en el horizonte, aunque a ella le esperara la fría y oscura celda de una prisión.

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