La Barbie Gorda.

Miraba muchísimo las películas de Barbie cuando era una niña. La veía hacer piruetas, ser artista, bailar ballet, ser patinadora, era siempre algo diferente y a mí ese mundo me fascinaba.

Incluso bailé ballet un tiempo y como estaba casi siempre al frente por practicar tanto y ser de las más altas de la clase, me consideraba a mí misma un poco como la muñeca que tanto admiraba.
Tenía alrededor de seis u ocho ejemplares de aquellas costosas figuras de plástico y eran las únicas que no prestaba cuando alguien iba a casa.

La sorpresa vino alrededor de mis ocho o nueve años, lo recuerdo claramente todavía aunque no tenga la cifra absoluta de mi edad. Entré en el consultorio de la doctora para un control pediátrico regular y mi madre de pronto mencionó que mis clases de ballet estaban yendo muy bien. La doctora no escondió su asombro y enseguida replicó que estaba pasada de peso como para bailar ballet.

¿Cómo que «pasada de peso»? ¿Qué era eso? Durante toda mi vida había visto cuerpos, todos diferentes y únicos pero nunca se habían referido a nadie o lo habían limitado en algo por estar «pasado de peso». Me encontré en el regreso a casa preguntándome si habría una Barbie pasada de peso y si su doctora se lo mencionaría y le sugeriría dejar determinadas actividades por su «condición».

Aprendí a lo largo de mi vida que «pasada de peso» es casi un halago frente a otros términos mucho más hirientes y devastadores, mucho más violentos. Aprendí también que ninguna Barbie estaba pasada de peso, ni tampoco lo estaban las protagonistas de las películas que veía, ni la de las novelas que veían mi madre y abuela. Todas, a pesar de tener cuerpos completamente diferentes, estaban «en línea».

Yo no lo estaba, tampoco lo estoy ahora. La diferencia es que no me importa estarlo, no quiero que me digan que si adelgazara sería parecida a tal o cual actriz o que tengo una «belleza exótica» para camuflar el hecho de que a sus ojos no soy bonita por no ser delgada.

¡Pero claro que soy bella! ¡Todos lo somos! Me encanta mi pelo largo castaño, mis enormes ojos casi negros que quedan achinados cuando me río y mis labios bien definidos. Me encantan mis uñas que crecen bastante sin quebrarse y siempre me permiten pintarlas, amo mis pies que son pequeños y muy blancos y mi piel suave. Pero por sobre todas estas cosas amo mi cerebro, amo cada uno de los pensamientos que de ahí surgen y cada pregunta o cuestionamiento que me hago día tras día. 

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