Podía ver las plantas crecer, los peces nadar, los mares andar, el sol dar vida, la brisa del aire surgir, podía sentir mi existencia, como si yo fuera parte de todo, pude sentir la felicidad en un escenario real, donde lo único que yacía era la impactante naturaleza junto al universo, era indescriptible la felicidad que sentía que empecé a llorar, pero eran lágrimas de añoranza, de reencuentro, una sensación que hemos olvidado, una emoción que nos han matado en este mundo idealista, donde todo se rellena con ficticias pertenencias, ilusiones negras que nos hacen creer que es la única y verdadera felicidad que él hombre puede experimentar.

Mataron nuestro dios interno, lo han enterrado creando para nosotros un mundo donde solo nos dan las reglas sociales que uno debe cumplir, ya no somos capaces de manejar nuestro propio vehículo, hemos olvidado que nosotros tenemos el poder, con el cual podemos dominar nuestro universo interno y externo. 

Han matado nuestra humanidad, nos han llamado hijos del olvido, nos han convertido en robots de sus deseos, pues, quien mata la pasión de un hombre, mata el significado de ser humano. 

Memorias del alma. L.V

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