EL ROMPECABEZAS DE ANTONIO SMITH CAZALLA.

EL ROMPECABEZAS DE ANTONIO SMITH CAZALLA.

                                                       

CAPÍTULO 1


INTENTANDO LA FUGA


Mucho frío, una persistente y fina llovizna lo moja todo, el muchacho delgado, algo desgarbado, pelo corto casi al cero con un pequeño copete sobre su frente, enfundado en una gruesa casaca militar, caminaba meditabundo, triste, mirando en todas las direcciones, buscando una cara conocida con quien charlar. El sol comenzaba a perderse al poniente tras las colinas. Lo hacía sin rumbo, desde los cerros hacia mar, por una calle larga que terminaba en el sector portuario de la ciudad. A dicha hora la gente comenzaba a mermar y la que había, transitaba rápidamente haciendo sus últimos quehaceres antes de recogerse a sus hogares. Miró su reloj, marcaba las 20:18 horas. El pueblo estaba formado por construcciones modestas, de uno o, a lo más, dos niveles, las calles eran estrechas y la iluminación escasa. A su derecha estaba la catedral, algo cansado se detuvo en aquel espacio público que la rodeaba. Visualmente busco un escaño para sentarse. Entre otros que estaban vacíos, se fijó en uno ocupado por una persona:

  • “Quizás podría intentar charlar con él, – imaginó – , eso me ayudará a ahuyentar la angustia que me está perforando la razón, – pensó cuando decidió sentarse en el mismo escaño -, ¡che que tal!, ¿puedo sentarme junto a vos?”, preguntó al desconocido.

El individuo solo atino a mover su cabeza en señal de asentimiento y siguió sumergido en sus propios pensamientos.

Después de algunos minutos, intentó establecer un diálogo:

  • “¡Che!, ¡esta helado el atardecer!, ¿voz esperas a alguien?”.

Al no recibir respuesta, inició un monologó:

  • “¡Che!, disculpa que moleste. Me siento algo solo, necesito charlar con alguien o que al menos me pueda escuchar. ¿Sabes?, no soy de aquí, no tengo amigos. Mis compañeros, en su mayoría tampoco lo son. Hoy es el último día que tenemos de franco. En algunas horas más nos embarcáremos para zarpar durante la madrugada, seguramente hacia la Isla de los Estados. ¡No es seguro!, esos son los rumores. Según cuentan, allí esperaremos el momento en que nos ordenen partir hacia el Canal Beagle. Debo reconocer que tengo miedo. Más aún, me pregunto, valdrá la pena que yo me sacrifique, sabiendo de la corrupción de la jerarquía militar. Te cuento que al día siguiente de llegar de Bariloche, voz crees que me destinaron a una función militar, ¡nada che!, a mi batallón completo lo llevaron a hacer aseo y manutención a casa del comodoro Rinaldi, comandante de la guarnición naval. Allí nos han mantenido casi todo el tiempo, salvo ahora ultimo, cuando llegó la Flota de Mar (Flomar) al puerto a cargar petróleo, víveres, municiones y agua. ¡Como vive esta gente!, Rinaldi tiene una hacienda dedicada a la ganadería, con miles de cabezas de ganado, la mansión es enorme, parque incluido con piscinas olímpica de invierno y de verano, canchas de tenis, golf, futbol, polo, caballerizas para caballos fina sangre, más todo lo que te puedas imaginar, ¡la riqueza es enorme!. Siempre me preguntaba, cómo lo hacia, si solo recibe el sueldo de comandante de guarnición. Algo olía muy mal en todo esto. La otra vez, limpiando su escritorio, encontré la respuesta. En este envase que corresponde a unas canicas de acero que echamos a los estanques de agua de los buques, cada vez que se llenan, después de un prolijo aseo y pintado que siempre se hace antes de zarpar. Según ellos, para eliminar gérmenes e insectos del agua. No pude dejar de sospechar cuando leí el papel sobre el cual se apoyaba este envase de origen Inglés, en donde se sacaban las cuentas, y las utilidades que una de estas compras le reportaría, ¡eran varios millones de dólares!. Desde entonces me desvelo meditando, por que debo dar mi vida por ellos. Me embarga la desconfianza y el deseo de huir, pero no me atrevo. Pienso que si lo hago soy hombre muerto. Por el contrario, sino tengo una oportunidad de sobrevivir. ¡Eso parece ser mi futuro!», descorazonado pasó el envase al extraño.

El desconocido lo leyó y después intentó devolverlo, pero el joven conscripto no lo acepto. 

  • «¡No guárdalo!, a lo mejor alguna vez vos podes ayudar a denunciar a estos gusanos”.

El individuo lo introdujo en uno de los bolsillo de la chaqueta que vestía. En su ensimismamiento, no había puesto mayor atención al chico que se había sentado junto a él, hasta que nombró al Canal Beagle.

  • “Soy de Bariloche, extraño a Mamá también a mi novia, solo he podido escribirle cartas, pero no he recibido respuesta y eso me tiene muy triste. No sé cuánto tiempo durara esto, pero en caso de guerra, me pregunto si sobreviviré para volver a verlas. Esta incertidumbre me tiene muy mal. En este momento, solo estás vos para que al menos alguien me pueda escuchar. No te conozco, pero eres un ser humano al igual que yo y el solo hecho que lo hagas, de alguna forma, me consuela”.
  • “¿Dónde estamos?”, preguntó de pronto el individuo.
  • “¿Cómo? ¿vos no sabes dónde estás?, ¿algún problema?, ¿has perdido la memoria o algo así?, ¿estás enfermo?”.
  • “¡No sé lo que me pasa!, estoy desorientado, desconozco lo que me rodea”, respondió el sujeto.
  • “Estamos en la ciudad de Comodoro Rivadavia”, respondió sorprendido el joven conscripto naval.

Notó que su respuesta dejó al individuo aún más confundido:

  • “¡Vos sos chileno!, tu timbre de voz te delata, ¿qué haces aquí?, ¿vos ténes mucho tiempo viviendo aquí?”, exclamó alarmado el muchacho.
  • “¡No!, no sé cómo llegué aquí, visité la ciudad hace un tiempo atrás, pero ahora no la reconozco. ¡Sí!, ¡soy chileno!”, respondió desconcertado.
  • “¡Vos estás loco!, ¿a qué te dedicas?”.
  • “Soy oficial de la Armada de Chile, trabajó en la agregaduría naval de la Embajada de Chile en Buenos Aires……”
  • “¡Chiiiis, calla, no hables en vos alta!, – mientras el muchacho, con una mano intentaba taparle la boca al teniente Zañartu, simultáneamente miraba en todas direcciones para cerciorarse de que nadie los estuviera escuchando -, ¡vos estás demente!, debes abandonar la ciudad de inmediato, si te sorprenden, te matan. ¡Qué pasa con vos!, ¿estas espiando?, – después de tranquilizarse un poco, retiró la mano que taponeaba la boca del teniente -, ahora vos escúchame, debes salir de la ciudad mañana mismo. Pronto a las 22:00 horas, comenzará el toque de queda. Los civiles están obligados a quedarse en sus casas y tapiar las ventanas antes de encender las luces. A la misma hora, también se apagan las del alumbrado público, dejando toda la ciudad en absoluta oscuridad y las calles comienzan a ser patrulladas por los militares. Ya estamos cerca de que aquello ocurra. Mira creo que vos estas pasando por un problema mental, por eso te voy a ayudar. Sé de un lugar donde podes pasar la noche, es una hospedería, pero vos me ténes que jurar que te iras mañana a primera hora. Lo haré a cambio de que me hagas un favor, – rompió un pedazo de papel del periódico que llevaba, sacó un bolígrafo de su saco y lo escribió por ambos lados -, toma lleva este mensaje a mi novia. Si no logras ubicarla en el teléfono, por favor hazlo llegar a sus padres. También escribí el número de ellos, confió en que vos le harás llegar con seguridad este mensaje”.

El teniente extendió la mano, recibió el papel sin leerlo, lo doblo para luego guardarlo en uno de los bolsillos de su chaqueta:

  • “¡Descuida!, lo hare apenas llegue a Buenos Aires. Te he escuchado, no sé lo que me pasa, pero agradezco la confianza que has depositado en mí, ¡no te defraudare!, este mensaje llegará a tu novia. No estoy en mis cabales para poder entender todo lo que me has relatado. Pero sin duda en algún momento lo tendré que comprender, entonces te buscaré para que reanudemos este diálogo y poder retribuir tu confianza”.

El chico lo abrazo, el teniente acogió y respondió al suyo mientras le decía:

  • “Muchacho todo saldrá bien, esto pasará y volverás junto a tu novia a rehacer tu vida con normalidad”, mantuvo el abrazo por un largo rato, todo lo necesario hasta que el chico dejó de temblar.

Ambos caminaron hasta el hostal, a donde el joven conscripto naval argentino lo llevó hasta dejarlo instalado en su habitación. Luego ambos hombres se despidieron con un fuerte abrazo que sellaron con un beso varonil en sus respectivas mejillas, como si se reconocieran como hermanos en momentos muy difíciles para ambos.

Una luz fuerte encandiló al teniente Zañartu, intentó evitarla girando bruscamente la cabeza. Alguien forzaba la abertura de sus párpados, mientras al mismo instante su pupila era iluminada con una linterna:

  • “¡Veo que volvió de la inconsciencia, teniente!”, exclamó el médico.

El teniente Zañartu se encontraba postrado sobre una camilla, totalmente desnudo, cubierto con una sábana verde, conectado a través de sondas a una caluga de suero y a un tanque de oxígeno. Intentó responder, pero el médico lo detuvo:

  • “¡No se esfuerce!. Usted recibió una fuerte descarga eléctrica que lo dejo por varios minutos inconsciente”, explicó el médico que auscultaba sus signos vitales.
  • “Son los riesgos que se corren cuando se intenta una fuga, ¿no le parece teniente?”, intervino el capitán Escobar.
  • “¡Pero se repondrá!, afortunadamente resistió bien el pencazo y salvo un breve periodo de ajuste de sus niveles de conciencia, no tendrá mayores consecuencias, ni físicas, ni mentales. Mañana podrá rehacer normalmente sus rutinas diarias. Ahora solo dormir, abstinencia total y mañana a recuperar energías con un buen desayuno”, prosiguió el médico.

CAPÍTULO 2


LA INFIDELIDAD


Con dificultad escarbaba en el interior de su cartera, la que colgaba de uno de sus hombros, en busca de las llaves de su piso. Con la otra mano, sostenía múltiples bolsos con las últimas compras necesarias para su matrimonio que la tenía ilusionada y ocupada. De sus labios pendían sobres que el conserje le había pasado al ingresar al edificio. Después de algunos minutos, finalmente logró ubicar el manojo. Abrió sin mucha dificultad pues, afortunadamente, no estaba pasado el seguro. Eso ayudó a que todo le resultara más fácil. Ingresó, tiró sus paquetes sobre el sofá del estar, para dirigirse con premura al baño de su habitación. Casi corriendo se introdujo a la habitación, quedó petrificada de la impresión. Contempló la escena por largos minutos, intentando no entender pero imposible de ignorar. No pudo contener las lágrimas, tampoco su esfínter, la orina caliente se deslizó por sus piernas dejando una poza en el parquet. Veía cómo ellos gesticulaban, seguramente explicándole la situación, pero ella no escuchaba, quedo sorda ante la traición. Enloquecida salió de aquel lugar, bajó a pie por las escaleras a toda marcha. Una vez en la calle, con sus pies descalzos, solo atino a correr, correr y correr sin destino, esquivando a los peatones, a los que podía, al resto los embestía sin importarle siquiera en darles una disculpa. Llegó a un parque, su cuerpo no aguantaba más, transpiraba copiosamente, jadeaba, su respiración se entrecortaba, había perdido la cuenta del tiempo que llevaba corriendo, intentando sacar a como diera lugar el dolor que la consumía. Se tiró en el césped, lloró desconsoladamente, hasta que se quedó dormida. Al despertar había anochecido, los faroles estaban encendidos, no sabía la hora, tampoco dónde estaba. Se dio perfecta cuenta que, en cosa de segundos, su realidad había cambiado drásticamente. Sus planes se habían derrumbado, tenía que volver a empezar, tratar de surgir desde el fondo de esta tristeza:

  • “¿Cómo se hace eso?, ¿cómo se reconstruyen las ilusiones, las esperanzas o el amor?, ¡no!, eso es simplemente imposible. Ahora soy uno más de aquellos seres que han perdido la vida en vida, de esos que luchan, pero solo logran sobrevivir a duras penas, esperando que la muerte los rescate de esta dura y eterna obscuridad. ¿Cómo pudiste hacerme esto Raúl?, ¿cómo pudiste hacerme esto Inés?, entre ambos me han matado”.

Algo repuesta pero agotada, se encaminó con una pesaba pena. Transitó por las calles en dirección a su departamento. Paso frente a las oficinas de la línea aérea Austral. Sin mediar nada, ingresó a comprar un boleto de inmediato a Bariloche. Quizás volver al nido en donde nació, en busca del cuidado de sus padres, era lo mejor que podía hacer en ese difícil trance por el cual comenzaba a transitar su vida. Imaginó que ellos la ayudarían a sanar:

  • “¿Pero sería así?, – dudó -, ¿serían los más indicados?, o ¿solo los cargaré con una aflicción más, que a sus años, quizás, no son capaces de soportar?, – recordó entonces lo afectado que estaba su padre, cuando tomó la decisión de dejar el hogar para irse a estudiar a Capital Federal -, su única hija lo abandonaba, nunca se repuso, desde entonces siempre receló de mí, en el fondo no pudo perdonarme. Al poco tiempo tuvo un infarto que casi se lo llevó al otro mundo. Mi madre me culpó. A causa de aquello, en cierta forma, también la perdí a ella”, divago confundida.
  • “¡Señorita!, ¡señorita!, ¿en qué puedo servirla?”,- la dependiente repetía tratando de que ella le respondiera.
  • “¡Disculpe!, – reaccionó -, ¡che!, ¡che!, – hacía un esfuerzo por concentrarse en lo que le preguntaba la empleada -, ¡bueno!, ¡che!, ¡quiero un pasaje a Chile, el más inmediato que tenga!”, respondió para salir del paso.
  • “¡Che!, lo siento lo único que me queda es uno a Santiago para las nueve menos treinta de la noche de mañana, el otro solo sería para dentro de dos días más”, – respondió algo afligida.
  • “¡Che, no importa dame el ticket aéreo!, ¡toma!, ¡aquí ténes mi tarjeta de débito!”.

CAPÍTULO 3


LA HUIDA


El día siguiente fue duro para Augusta Lagarraña Fernández, pero así y todo, estaba agradecida. Eso había postergado un doloroso duelo que tarde o temprano tendría que vivir. Por el momento temía enfrentarlo, así que su decisión de marcharse lejos, lo más pronto que le fuera posible, la había ayudado a cambiar el foco de su atención. Durante la noche no había podido dormir, sus pensamientos no dejaron de atormentarla. Por primera vez, el paso del tiempo le pareció una eternidad. A las siete menos quince ya corría rumbo a su trabajo para solicitar todo lo que disponía en días de vacaciones, más todos los demás, que fueren necesarios pedir a cuenta, hasta acumular un mes completo. Afortunadamente su jefe fue comprensivo. Después corrió a los bancos a sacar sus años de ahorros y comprar dólares. Aunque por ella lo hubiera evitado, de todas formas tuvo que volver a su piso. Empacó a toda carrera, una maleta mediana más un bolso de manos, todo lo demás le importaba un comino. Caminó a tomar un taxi, pero antes no dudo en entrar a la primera oficina de propiedades que se le presentó en su trayecto para entregar su piso a la venta.

A las seis y pico de la tarde ya estaba en Aeroparque. Hasta en eso creía haber tenido suerte, no es común que los vuelos internacionales despeguen de aquí, pero una excepción a la regla fue este caso. Este fue el primer momento que estuvo en soledad consigo misma. La pesadumbre volvió a oscurecer su ánimo. Sentada en la mesa del restaurante no pudo evitar un nuevo y extenso llanto. El Maitre le acercó un vaso de agua acompañado de algunos pañuelos desechables e intentó algunas palabras de consuelo. A la vez que le ofrecía, lo que él creía era lo mejor para aliviar la pena. Tenía razón, después de comer un jugoso y bien preparado befé chorizo, acompañado de ensaladas surtidas, se sintió algo mejor. Por lo menos, pudo pensar en otras cosas. Recién pareció percatarse que había sacado pasaje rumbo a Santiago de Chile:

  • “¡Che!, ¡pero realmente estoy loca!, ¡saque pasaje a Chile!, pero si quería ir a casa de mis padres”.

No había nada que pudiera hacer, tampoco tenía muchas ganas de cambiar lo que parecían cosas del destino. Pero intentó buscar una explicación:

  • “¡Jamás me ha gustado nada de ese país y menos su gente!”.

Le bastaba con recordar aquellos angustiantes días del año 1978, cuando apenas comenzaba a anochecer había que apagar las luces de la casa. Semanas enteras en que nada sabía de su padre, que como comandante de una brigada de la Gendarmería Nacional, permanecía junto a sus soldados en algún punto de la frontera. Les tuvo antipatía, desde ese mismo instante. Los años siguientes los conoció más, especialmente en Bariloche, donde abundan como turistas. Inconfundibles por su arrogancia, baja cultura, malas costumbres y prepotencia en los que tienen más dinero. Pero en los más pobres las cosas no son mejores, tímidos pero peligrosos, porque si no consiguen las cosas por las buena lo hacen por las malas. En ambos casos los encontraba violentos.

  • «¡No!, ¡no me gustan!”, reafirmo su parecer sin poder comprender lo que había hecho.

La aeronave levantó el vuelo. Con lágrimas en los ojos se despedía de la Capital Federal. Esperaba regresar con su corazón sano, ojalá respuesta para poder volver a amar sin rencores, olvidar los desengaños del pasado y retomar la natural búsqueda de su felicidad.

CAPÍTULO 4

DE VACACIONES


Juan Francisco trotaba como de costumbre por la costanera viñamarina, desde Avenida Perú hasta Reñaca. Solo que en periodo de vacaciones aprovechaba de dormir más, así que salía más tarde. Se enfundaba un traje de baños, unas buenas zapatillas con amortiguador de impacto y su sudadera preferida. Disfrutaba de la brisa y el sol en compañía de sus pensamientos. Este verano era especial, una etapa importante de su vida, había terminado y estaba ansioso. Por primera vez deseaba que aquellas concluyeran pronto para afrontar su más deseado sueño, ser parte de la tripulación de un buque de guerra.

Transpiraba copiosamente, se detuvo a recuperar fuerzas y observar como a corta distancia las olas del mar se estrellaban contra las rocas. No aguanto la tentación de refrescarse, sin pensarlo dos veces, se despojó de todo hasta quedar tan solo con el bañador. Corrió a enfrentar a una ola a punto de reventar con un clavado en su base. No le fue bien, no alcanzó, la ola estalló sobre él, revolcándole hacia afuera varios metros. Salió zarandeado, lleno de arena en pelo, boca y nariz. Se levantó confundido, se dio cuenta con asombro que su traje de baño permanecía a media pierna, se lo subió con la velocidad de un rayo, mientras se aseguraba que a su alrededor nadie se hubiese percatado. Grande fue su sorpresa, al darse cuenta que no estaba solo y todos parecían estar preocupado sólo de él. Rojo de vergüenza se zambulló nuevamente y nadó mar afuera. Se detuvo cansado, se había alejado bastante de la costa. Siempre adentrarse en el mar resultaba más fácil que salir. Por eso antes de regresar, debía recuperar fuerzas. Mientras tanto, tenía para observar desde allí una magnífica panorámica. Recordó que en su infancia su principal entretención era capear olas, el riesgo era sufrir un revolcón y eso lo hacía emocionante. Si bien al comienzo había sufrido muchos, la constante práctica lo había convertido en un experto. Sin duda había dejado de serlo, pensó, aún abochornado.

***************

No podía seguir eludiendo más el duelo. Después de dos días en un hotel de la ciudad había decidido rentar un piso frente a la playa. Estaba sola, tenía que sobrevivir, afrontar de una buena vez su existencia por desgraciada que aquella se tornara tan repentinamente. Los primeros días fueron espantosos, no paró de llorar desconsoladamente, cansada, continuaba durmiendo y así repetía el ciclo hasta entrar en una especie de sopor que no le permitía levantarse. No tenía pena, no sentía hambre, solo quería permanecer durmiendo, la noción del tiempo transcurrido se había diluido. En una de esas despertadas que se producían de vez en cuando, su instinto de sobrevivencia pareció activar algunas pocas neuronas que pusieron la alerta respecto de lo que le estaba ocurriendo. Con voluntad logró levantarse, trastabillando camino a ver la hora, no encontró un reloj, encendió el televisor. Quedó impresionada, habían transcurrido dos días desde que alquiló el apartamento. Estaba triste pero no quería morir. Así que se puso, sin mayor cuidado, un bañador de una pieza y salió rumbo a la playa. Necesitaba distraerse, olvidar y recuperar el control de sí misma.

Buscó un lugar alejado, quería estar sola y no ser molestada. Se sentó sobre una toalla, una sudadera sobre el traje de baños, unas gafas oscuras y un sombrero alado completaba aquella poca atractiva facha. Por lo demás, aquella no estaba, ni remotamente, dentro de sus prioridades, tan solo era el reflejo de su estado de ánimo. Miraba el horizonte como algo ajeno, al cual ella no podía aspirar a admirar. Se sentía una perdedora, fea y despreciable. Los ojos enrojecidos por las lágrimas, que no dejaban de brotar al igual que los mocos líquidos que limpiaba con frecuencia con un pañuelo.

Entre su mirada perdida y el horizonte, se interpuso de pronto un tipo que corría a zambullirse en una ola que se estaba formando. Se asustó, se puso en alerta, la ola no era pequeña y le había reventado encima. Siguió el trayecto de la turbulenta y espumosa corriente de agua, hasta que logro ver aparecer la cabeza de aquel pobre hombre llena de arena tosiendo ostentosamente. Vio que a duras penas intentaba pararse soportando la fuerte resaca. No pudo contener la carcajada, la que se convirtió en risa franca e incontrolable al verlo desesperadamente desnudo. Sus lágrimas dejaron de ser por pena, sino por risa, lo que la hacía sentir repentinamente aliviada. Aquella pequeña alegría había sanado maravillosamente su sufrimiento. Por primera vez notaba el dolor muscular de su corazón separadamente del que brotaba de su alma. A partir de entonces, nada volvió a ser oscuro como antes, recuperó sus sentidos. Se acostó de espalda, miro el intenso azul del cielo, observó algunas pequeñas nubes, jugó a asociarla a alguna figura, sintió el calor del sol, al mismo tiempo que la brisa del mar que refrescaba su rostro y su aroma que la embriagó hasta que el sueño la venció. 

CAPÍTULO

El TIEMPO APREMIA


Solo en su viejo despacho abigarrado de estanterías repletas de libros, basura y polvo. No tenía edad, tampoco dinero para asear todos los días. Con sus codos sobre la cubierta de su desordenado escritorio, Oscar sostenía con ambas manos su cabeza mientras tomaba repentinamente conciencia de que sobrepasaba los 75 años. Viudo sin descendencia, hoy sentía cierto arrepentimiento por no haber hecho todo lo posible por engendrar. En estas circunstancias debía cuidar de sí mismo, nadie lo haría por él, ante una emergencia probablemente no dispondría de ayuda oportuna, ni tampoco de recursos para poder abordarla con éxito. Recordó que a principio de cada año se hacía un chequeo completo en el hospital público que afortunadamente a su edad era gratuito. Pero quizás la muerte no le inquietaba tanto como traspasar sus investigaciones. Aquellas las realizaba desde el mismo instante en que las escuadras de las armadas de Argentina y Chile estuvieron a sólo horas, o quizás minutos, de enfrentarse a fines del año 1978. Le pareció insuficiente la explicación que se difundió a través de la prensa de aquella época que gatilló su sospecha:

“La escuadra Argentina se perdió debido a un fuerte temporal al sur del canal de Beagle mientras navegaba en pos de ocupar las Islas Picton, Nueva y Lenox”:

  • “¡Ja!, ¡Ja! ¡Ja!, – se jactó -, afortunadamente no les creí”.

Fue a partir de esa fecha que Oscar Andrade Fuentealba, como joven periodista que recién se iniciaba en el sector defensa, decidió comenzar a investigar. Quería llegar al fondo de esa versión estúpida que dejaba de pasada muy mal parada a la Armada Argentina, como si aquellos barcos hubieran estado tripulados por ineptos. Ha transcurrido toda una vida desde entonces, hoy está inquieto pues no quiere irse sin antes encontrar alguien a quien confiar los escalofriantes antecedentes que disponía. No es fácil, cualquier error en este medio cuesta la vida. Por ello siempre prefirió trabajar solo y discretamente. Pero concluyó que era tiempo de buscar a la persona en quien depositar el trabajo de su vida. No tenía ningún sentido llevárselo a la tumba, allí no serviría de nada, no evitaría la desgracia que aún se cierne sobre todos. 


CAPITULO 6

AUGUSTA SE RECUPERA


Augusta trataba de ordenar sus pensamientos sentada mirando el mar desde la terraza de su piso, disfrutando la brisa que refrescaba su piel afiebrada. Simplemente no podía comprender qué diablos le ocurría. Cómo su ánimo podía oscilar entre extremos. Aún más, no entendía cómo podía estar en ese mismo instante más preocupada de sanar pronto de las quemaduras de la piel, que había sufrido un par de días atrás, para volver a la playa con la secreta esperanza de volver a verlo:

  • “¡Ágata!, ¡pero que boluda sos!, ¡como podes siquiera pensar que aquello puede ser posible!”, se recriminaba. Pero mientras más lo pensaba, más urgencia tenía por ir a la playa, como si el paso del tiempo pudiera hacer más difícil de encontrarlo.

No pudo controlar su ansiedad, se despojó la ropa, se calzó un diminuto bañador de dos piezas. Al mirarse al espejo comprendió que aquel espectáculo no era para nada seductor. Aunque que tuviera que ir vestida, no estaba dispuesta a dejar pasar más tiempo. Decidió ir al día siguiente al mismo lugar y a la misma hora a esperar a que apareciera.

Augusta tenía una figura agraciada, piel blanca, cabello trigueño, esqueleto delgado, estatura mediana, hermosos ojos verdes, senos menudos pero proporcionales a su cuerpo, al igual que sus glúteos que marcaban presencia gracias a la gimnasia diaria que aquella cultivaba rigurosamente. Su aspecto general era bello, grácil, armónico, y transmitía una atractiva fragilidad. Pero Augusta como toda argentina, tenía una personalidad arrolladora, amaba su cuerpo y no sentía pudor al exhibirlo al igual que a sus emociones. Gustaba de la belleza, procuraba cultivar su propio estilo en todo orden de cosas. Huía de lo feo, lo sucio, lo ordinario, lo inculto, lo malo. Cuando algo de aquello la invadía procuraba cortar de inmediato, sin dar margen a reconsideraciones, encaminándose siempre por los senderos que la llenaran de luz, esperanzas y optimismo. Ferviente católica no dejaba de asistir a misa todos los domingos, sentía que aquellos ritos la renovaban semana a semana al permitirse un espacio íntimo entre ella y Dios. Aquella compañía era fundamental para mantener siempre presente sus energías positivas.

CAPÍTULO 7


LA INVITACIÓN A EXPONER


Estaba algo contrariado, no terminaba de transcurrir una semana desde el inicio de sus vacaciones, cuando el director de la Escuela Naval lo contactó telefónicamente para que se presentará a una reunión a la mañana siguiente en su oficina a las 8:00 a.m.:

  • “¡Pero señor estoy de vacaciones!”, reclamó.
  • «¡Lo sé!, pero es una orden teniente. Se trata de un asunto confidencial y urgente”, concluyó sin dar margen a discusión.

Circulaba por Avenida España en dirección a Valparaíso en su nuevo Alfa Romeo cabriole, un regalo que se había hecho así mismo por haber alcanzado la difícil meta de titularse de oficial naval en simultaneo con una maestría en ciencias políticas. Por esto ultimo estaba especialmente agradecido de la institución. Adoraba los automóviles italianos, creía que entorno a ellos existía un estilo propio que identificaba al carácter del romano. Su gran admiración a ese estilo de vida que se esmeraba en construir belleza y humanidad a pesar que tampoco podía escapar a la barbarie. Pero detrás de eso, también existían ocultas pretensiones masculinas. La belleza del automóvil atraía mujeres hermosas como la flor lo hace con las abejas.

Vestía su impecable uniforme azul marino, su gorra blanca, visera negra, accesorios dorados. Siempre le pasaba lo mismo, cada vez que debía levantarse temprano maldecía por tener que interrumpir su sueño. Aunque después agradecía la oportunidad que le brindaban de disfrutar la maravilla del viaje desde su departamento en Viña del Mar hasta la Escuela Naval enclavada en la cumbre de una roca al final de la bahía de Valparaíso. En época estival a esta temprana hora del día, la brisa salada y fresca más no fría del mar humedece su rostro y lo despabila. El horizonte infinito sobre una superficie de agua tranquila con oleaje apenas perceptible con los primeros rayos solares reflejándose sobre ella. Los barcos fondeados, con sus luces aún encendidas, que parecen flotar en el aire sino fuera por que su figura se refleja sobre su superficie.

Raudo ingresó al recinto naval, el centinela se cuadra a su paso, él respondió de igual manera. Subió los escalones de a dos hasta el segundo nivel, donde se encuentra la oficina del director. Su secretaría lo hace pasar de inmediato, propio de quien tiene instrucciones previas.

La oficina es amplia, algo recargada para su gusto con una decoración propia de los buques de guerra, un gran cuadro de Somerscales que prácticamente cubre toda una pared, parece recrear el combate naval de Iquique aunque no es exactamente la misma batalla naval, dentro de un marco demasiado rococó para su gusto. Pero lo que le gustó definitivamente fue el gran ventanal ocupado solo por el mar que se pierde en el horizonte. La sensación de estar navegando era muy fuerte, hasta el punto de llegar a percibir mareo en sí mismo.

Se cuadro frente al director, cuerpo rígido, mano derecha frente a su visera, haciendo sonar, simultáneamente, los tacos de sus zapatos:

  • “¡Buen día Señor!, ¡teniente Juan Francisco Zañartu Winner se reporta!”.
  • “¡Descanse teniente!, ¡asiento!”, lo invitó.
  • “Iré directo al grano teniente. Su tesis de post grado para obtener al magister en ciencias políticas impacto mucho en el alto mando de las fuerzas armadas. Ha creado algunas diferencias, tanto al interior, como con el gobierno respecto a su política exterior. Ante tal situación, el director del Centro de Estudio Estratégicos de la Defensa Nacional me ha solicitado su participación en el seminario: “Chile en el Contexto Sud Americano de la Próxima Década”. Yo ya he dado el pase para su participación la próxima semana. Debo advertirle que este es un seminario cerrado (no público) donde participaran representantes de una amplia gama de instituciones ligadas al Estado, las FFAA, la diplomacia, las universidades y la prensa especializada, exclusivamente bajo invitación”, nuevamente el director no le dejaba alternativa.
  • “¡A sus órdenes señor!, – respondió el teniente con un sesgo de ironía que el almirante capto pero que comprendió -, ¡puedo retirarme!”.
  • “Un vehículo de la armada lo pasara a buscar a su domicilio el miércoles 15 de enero a la 8:00 horas. Su participación, está fijada para las 10:30 horas. Ahora teniente puede retirarse para que siga disfrutando de su vacaciones”, concluyó el director.
  • “¡Sí Señor!”, repitió también para despedirse, el mismo ritual del saludo militar, giro sobre sus talones y camino marcialmente hacia la puerta de salida con su gorra bajo su antebrazo izquierdo.

CAPITULO 8


EL PAÍS INSTRUMENTAL


Aspiraba ávido el humo aromático de su pipa, a la vez que con sus dedos peinaba sus espesos y grandes bigotes. El sol se había puesto. Su despacho solo iluminado por una lámpara de pie al costado de su cómodo sofá donde esperaba en silencio. Vestía ropa liviana, mantenía abiertas las puertas que daban al balcón del añoso pero elegante edificio céntrico a pasos de la Casa Rosada.  El ajetreo de la callé se escuchaba intenso, gente bulliciosa disfrutando de las confiterías, discusiones vehementes en la vía pública, vehículos transitando como de costumbre sin sus focos encendidos, sin importar que la noche se presentará especialmente oscura por la intensa nubosidad presente. Nada amortiguaba el calor húmedo que en esta temporada acostumbraba atormentar a los porteños.

El doctor Faundez Madrigal Sotella esperaba expectante. Filosofó e historiador de la Universidad de Buenos Aires, furibundo partidario de la Gran Nación Argentina, país llamado a ejercer su liderazgo rector en los destinos de América del Sur. Consideraba que la entrevista periodística preparada por el editor de su primer libro, previa a su lanzamiento, le abría la gran posibilidad de trascender con sus planteamientos. El momento no podía ser mejor, la gente descontenta, pasando nuevamente por una más de las frecuentes crisis económicas que se sucedían periódicamente. Sin embargo el gobierno trataba de mantener su popularidad acusando a Brasil de conspirar permanentemente contra la nación con el claro propósito de aislar al país del resto del continente.

El sonido del timbre lo sobresaltó. Se acercó rápidamente al citófono:

  • “¿Quién llama?, ¡hola!”.
  • “Soy Rafael Marengo Caballero periodista de la “Gaceta literaria”, suplemento del diario La Nación. Con vos tengo una entrevista agendada”.
  • “¡Sí!, ¡pasé!», respondió escuetamente, mientras pulsa el botón que destrababa la cerradura que le permitía el acceso al edificio.

Al rato el periodista se encontraba sentado frente a su interlocutor separado por su escritorio. A Rafael le pareció estar frente a un tipo ultra conservador, egocéntrico pero reprimido y duro en el trato. Mientras lo observaba, lo interrumpió intempestivamente:

  • “¡Es tarde!, ¡vamos al grano!”.
  • “¿Doctor Madrigal usted profesa alguna religión?”.
  • “Si por supuesto, ¡soy católico apostólico romano!, miembro del Opus Dei argentino desde que tengo uso de razón. Comulgó a diario. ¡Voy a misa al final de cada jornada!. Esa es una de las razones de porque estoy apurado por concluir luego con usted”.
  • “¿En tal condición, ha medido el riesgo que significa en estos momentos, la promoción de sus ideas?”.
  • “¡No lo entiendo!. El pueblo necesita una gran Argentina llamada por la historia a liderar a los pueblos latinoamericanos. Hasta hoy este país ha sido pisoteado, humillado por grandes y pequeños. Es hora que se haga sentir, asuma su responsabilidad histórica, tal como lo hizo San Martín en su momento”.
  • “Sus planteamientos son extremos, exacerban los fanatismos, siempre presente en una población empobrecida y frustrada por siglos frente al poder de los inescrupulosos. Pero a la vez, usted puede caer en el más absoluto ridículo. ¿Está consciente del riesgo que corre?”.
  • “¡No corro ningún riesgo!. Somos todos argentinos a mucho orgullo, gran nación, rica y poderosa, todos sentimos el llamado de la historia. No podemos seguir tolerando la tenaza brasileñachilena que daña nuestro desarrollo”.
  • “¿A caso usted culpa a dicho supuesto eje de nuestros problemas internos?”
  • “Por supuesto que sí. Piense por un momento, ¿Brasil que es ?, ¿dónde está su poder?. No podemos negar que territorialmente es vasto, pero que saca si su estado es incapaz aún hoy de imponer su presencia. Su población es grande, pero se aglutina solo en sus ciudades que se ubican en la periferia de la Amazonia. No son capaces de explotar sus propios recursos naturales. Así que con qué títulos se arrogan el derecho de liderar a nuestro continente sino pueden dominar y explotar su propio territorio. ¿Y Chile?, desde siempre ha sido solo parte de Argentina. Antes de la conquista española los territorios al sur de Santiago eran Araucanos, los que dominaban a ambos lados de la cordillera, y los ubicados al norte, eran parte del Imperio Inca. Durante la colonia española debió ser parte del Virreinato de la Plata, pero sus burócratas trazaron los límites usando la cordillera como barrera natural que por lo demás para los araucanos nunca lo fue. La Capitanía General de Chile dependiente del Virreinato del Perú fue fundada sólo a partir de la conquista de Pedro de Valdivia por un hecho meramente circunstancial, ¡aquel llegó primero a Lima!. Consiguió apoyo oficial de la Corona y el Virrey financio su expedición. Si hubiese partido de Buenos Aires la capitanía habría dependido administrativamente de nosotros. Chile no es más que un país instrumental creado por los ingleses para disputarle la hegemonía a la Corona Español. A usted no le parece extraña la presencia en la administración colonial española de un irlandés como Ambrosio O´Higgins que escaló hasta convertirse en Virrey del Perú. No sospecha de su hijo bastardo Bernardo O´Higgins Riquelme, mal llamado Libertador de Chile. Educado en Londres desde temprana edad. A caso cree que fue coincidencia que MirandaBolívar y O´Higgins, a los que luego se les sumo San Martín, crearan la Logia Lautarina para impulsar la independencia de las colonias españolas del sur de América. No podemos ser tan ingenuos para tragarnos ese cuento. ¡No!, en aquel tiempo, España y Gran Bretaña se disputaban el control comercial de América. Esta sociedad de conspiradores fue estimulada, financiada y apoyada por la Monarquía Británica. ¡Tuvieron éxito!, por la debilidad de la Corona Española de aquellos tiempo en guerra con Napoleón. Pero Chile fue reconquistado. La ascendencia inglesa sobre Chile se siente hasta nuestros días. Chile invariablemente ha sido aliado de Inglaterra en todos los conflictos que ha tenido Argentina. Pero además, ha estimulado su expansión territorial. Prueba de ello, es que los intereses de ellos tuvieron mucho que ver con la Guerra del Pacifico que Chile gano gracias al apoyo Ingles.
  • “Deduzco que, en su opinión, no fue O´Higgins el verdadero Libertador de Chile”, quiso precisar el periodista.
  • “¡Por supuesto que no!, el Libertador de Chile fue San Martín. La presión inglesa sobre él, lo obligó a entregarle a O´Higgins el dominio de aquel territorio. Si en dicho instante se hubiese negado, Chile simplemente no existiría, sería parte de la gran patria Argentina”.
  • “¿Porque cree que lo hizo?. Usted mismo señala que San Martín como Bolívar y Miranda fueron agentes ingleses, por lo tanto, todos socios conspiradores contra España”.
  • “¡Por eso mismo!, todos estaban en la misma parada, necesitaban el dinero para su aventura. El apoyo inglés era indispensable para su éxito. En la cesión del actual territorio chileno a O´Higgins influyó el chantaje de la Corona Británica. Si aquello no se hacía, probablemente países como Perú, Bolivia, Paraguay y Ecuador no existirían. Con toda seguridad seguirían siendo fuertes bastiones españoles incrustados en América del Sur. Por el contrario, Inglaterra siguió apoyando con dinero y hasta militarmente este proyecto independentista. Esta decisión de San Martín fue vital para seguir adelante con la campaña de Bolívar y la expedición Libertadora del Perú que se armó con capitales ingleses e incluso con ayuda militar directa, como que designo a uno de sus más prestigiosos almirantes, Lord Tomas Cochrane, para que se hiciera cargo de formar la Armada de Chile, organizar su primera escuadra, preparar la expedición y finalmente ponerse al mando de la misma”.
  • “¿Porque lo hizo con O’Higgins pudiendo favorecer a cualquiera de los otros?”.
  • “¡La respuesta es obvia!. Tanto su padre como su hijo natural, apodado el Huacho, fueron agentes muy cercanos a la Corona Inglesa. Pero no solo fue por gratitud o pago de los servicios, que sin duda fueron de incalculable valor. Sino que la corona de su majestad el Rey de Inglaterra, necesitaba una cabeza de playa para influir sobre las nuevas naciones que se formarían. Esto le daría la oportunidad de hacer sentir su poder con mucha más efectividad que España o E.E.U.U. como en la práctica ha ocurrido hasta hoy. El resto de los conspiradores no tenían ascendiente británica, lo que por sí, los tornaba bastante más díscolos a seguir sus instrucciones. Aquello es palpable finalmente hasta hoy”.
  • “¿Doctor Madrigal que pretende con este discurso?”.
  • “Desde su fundación como estado independiente, Chile ha sido la causa de la inestabilidad en el cono sur de América, justamente por su carácter instrumental a favor de una potencia transatlántica. Argentina debe liderar la recuperación de los territorios que naturalmente siempre le han pertenecido. Ese es el único estado de equilibrio que garantiza, en el futuro, la paz y el adecuado desarrollo económico de la Argentina, nación bioceánica, condición histórica usurpada”.
  • “¡Pero doctor eso significa la guerra!”, preguntó preocupado el periodista.
  • “¡No necesariamente!. Chile puede reducirse por voluntad propia y entender de que no puede sostener una situación histórica injusta. Que además, no es capaz de explotar, ni menos ejercer su plena soberanía sobre los territorios que actualmente ocupa. Ambos países deberían llegar a acuerdo, entendiendo que lo hacen por el bienestar, la salud y la paz no solo de sus propios pueblos sino del resto de América del Sur”.
  • “Doctor, me parece más una amenaza que una propuesta amigable. ¿Qué pasa si no aceptan?”.
  • “¡Sabe!, porque amo a la Argentina, me encantaría poder seguir charlando con vos sobre este tema que siempre ha sido para mí una pasión. Ella debe ser la gran rectora de los destino de América. Pero ya es tarde, tengo que irme, sino perderé la última misa del día”.

Se paró para acompañar a su entrevistador hasta la puerta del despacho. Todo fue tan rápido que al final Rafael Marengo quedó acomodándose su saco en el pasillo. Un escalofrío recorrió su espinazo:

  • “¡Este tipo está enfermo!, – exclamó aún helado de impresión o de frío, sin poder distinguir su causa -, ¿qué pasaría si estos argumentos llegaran a prender en la sociedad argentina, especialmente en este momento tan complejos para todos?, ¡prefiero no imaginarlo!”, no pudo evitar que la imagen de un Hitler latinoamericano se instalará en su mente.


CAPÍTULO 9


NOS ENCONTRAMOS


Avanzaba haciendo su acostumbrado footing matinal por el litoral con destino a la playa de Reñaca, retomadas después de un par de días invertidos en preparar su exposición del próximo miércoles. Tenia claro que por muy suya que fuera dicha tesis, no podía exponerse. La había releído, tomado apunte, sintetizando, consultado bibliografía, y por último, se auto sometió a una rigurosa sesión de preguntas y respuestas. Estaba satisfecho y tranquilo. Pero no podía quedar tan solo esperando el día, los nervios terminarían con él. Resolvió distraerse, olvidándose en lo posible, de lo que venía. No encontró nada mejor que reanudar su rutina veraniega. Disfrutaba de aquel trote, poca gente, un sol brillante pero no caluroso, acompañado de una fresca y húmeda brisa salada. Su olfato se deleitaba con ese aroma que mezcla sal, arena tostándose, humedad, bronceadores y algas frescas que lo trasportaban a su infancia. El sonido del oleaje, en general tranquilo y suave, pero que a ratos parecía volverse intenso e incluso amenazante, le advertía que el mar era algo vivo que debía respetarse siempre. Sus ojos admiraban los tonos azules desde el más oscura hasta el calipso, como degradaban hasta alcanzar los grises que a su vez mutan impredeciblemente hacia distintas tonalidades de verdes confundiéndose incluso con la vegetación costera. Sobresaliendo el amarillo estable de playas y dunas.

Llegó agotado a su destino, sudaba copiosamente. Antes de nadar en las aguas del Océano Pacífico, se recostó sobre la arena para recuperar el aliento y las fuerzas necesarias para proseguir. El sol comenzaba a picar fuerte, afortunadamente tenía bien protegido su cuerpo, como también, sus ojos con buenos lentes. A aquella hora no habían muchas personas, algunos haciendo aseo, salvavidas habilitando sus implementos, comerciantes abriendo sus kioscos de refrescos y helados. Niños que jugaban al borde de las aguas en compañía de sus padres, que los vigilaban atentamente desde la distancia. Notó algunos nubarrones que se acercaban, ráfagas de viento más fuerte de lo normal aparecieron de repente, el oleaje de la mar se erizo, aparecieron corrientes de agua que expandieron el área inundada de la playa. En cosa de minutos, el panorama inicial cambió drásticamente, lo que hizo al teniente dudar de proseguir con su rutina.

Observó cómo los niños eran retirados por sus padres hacía el interior. Estando en eso, centró su atención en cómo una mujer se internaba peligrosamente, caminando descalza despreocupadamente sobre la arena húmeda, sin vestir un traje de baño. De pronto se dio media vuelta, dando la espalda al oleaje, quedando estática mirando hacía el borde costero. Por algún momento pareció dudar, pretendió reiniciar la marcha, esta vez hacía afuera, pero algo la distrajo. En cuclillas comenzó a escarbar la arena. El teniente en alerta, al constatar la formación de una ola gigantesca tras de ella, corrió moviendo los brazos y gritando:

  • “¡Salga rápido!, ¡salga!, ¡salga!”.

La mujer escuchó, miro hacia atrás, al percatarse del peligro, inició una carrera desesperada hacia afuera pero en aquella huida cayó al torcer un tobillo. El teniente se tomó la cabeza con ambas manos, alcanzo a escuchar el grito de dolor antes de verla desaparecer en el torbellino de agua que se precipitó sobre ella. Acudió desesperadamente en su ayuda, mirando en distintas direcciones tratando de ubicarla. Afortunadamente salió a flote a no mucha distancia de donde estaba. Con algunos pasos más logró asirla firmemente de ambos brazos y se preparó para soportar la fuerte resaca que sobrevino casi de inmediato. A duras penas logró soportar el arrastre de las aguas que retrocedían. La alzó sobre sus brazos, avanzando por las aguas que ya sin fuerza se preparaban para una nueva arremetida. Ella tosía con fruición, botaba agua y tenía fuertes arcadas que felizmente no pasaron a mayores. No pudo dejar de soltar el llanto aferrada fuertemente a su cuerpo. La consoló acariciando su cabello enmarañado y lleno de arena. Cuando se tranquilizó, Juan Francisco la acostó de espalda sobre la arena:

  • “¡Señorita!, la observo más tranquilo, sé algo de primeros auxilios, la voy a revisar para constatar la ausencia de fracturas. Usted me avisa cuando le duela o le moleste algo”.

Ella asintió con ojos sorprendidos, lo qué no dejo de extrañar al teniente, pero que no comentó. Comenzó por mover el cuello cuidadosamente:

  • “¿Duele?”, preguntó.

Ella negó con sus ojos, reforzando con un gesto facial. Prosiguió revisando articulaciones de hombros, codos, caderas, rodillas, hasta llegar al tobillo izquierdo donde pego un chillido. Sin duda estaba lastimado, pero afortunadamente correspondía tan solo a un desgarro muscular:

  • “¡Bueno muchacha!, tuviste suerte, tan solo un esguince, seguramente se te inflamara, a lo más el tobillo se pondrá algo morado. Por algunos días no podrás pisar, no creo que sea necesario enyesar, pero el pie necesita ser inmovilizado. Créeme que la sacaste barata, he conocido accidentes parecidos al tuyo en que los afectados han quedado inválidos. ¿Dónde te llevo? o ¿a quién le avisó?”, preguntó a continuación.

Ella no escuchó. Estaba en otra, pensaba en que ya había perdido las esperanzas. De pronto esto:

  • “¡Me ha rescatado el mismo que buscaba, sin duda es el destino!, – pensó -, ¿Quién sos vos?”, contra preguntó.
  • “¡Ahora eso no interesa!, por lo visto eres trasandina, ¿con quién vienes?, ¿dónde encuentro a tu familia o amigos ?, ¿dónde te llevo?, ¡no podrás caminar por varios días!, ¡necesitarás que te cuiden!”.
  • “¡Vacaciono sola!, ¡no tengo a nadie aquí!”, respondió preocupada pero expectante.
  • “¿Cómo?, ¡vienes sola de vacaciones !, ¡qué locura!, debes tener amigos o conocidos en el país a los cuales poder recurrir”.
  • “¡No!, es la primera vez que vengó no conozco a nadie”.
  • “¡Que tontera!, no importa, en el hotel dónde te alojas probablemente no habrá problema para que te cuiden”, concluye evidentemente incomodó con la situación.
  • “Alquiló un piso aquí frente a la playa”, respondió Augusta.
  • “¡Entonces te llevo para allá!, te puedo ayudar a encontrar una nana o una enfermera que cuidé de ti por una semana para que puedas recuperarte”.

Augusta no estaba dispuesta a dejar que el hombre que había estado buscando se le escapara. Aquel que había logrado hacerla reír, extirpando de raíz el enorme dolor que le habían provocado. Además debía reconocer que era más guapo de lo que había imaginado. Le propuso atrevidamente:

  • “¡Llévame con vos!, no podes dejarme abandonada, debes cuidar de mí hasta que pueda valerme sola!”.

El teniente descolocado, no supo qué responder, intentó zafar:

  • “¡Mira!, ¡voy a ser franco contigo !. Aquí es muy mal visto que un hombre soltero que vive solo, lleve a su departamento de pronto a una mujer desconocida, sin que ambos estén casados”.
  • “¡A mí no me importa!, solo al conversar con vos me doy cuenta que eres un buen pibe. ¡No tengo nada que temer!”.
  • “¡A mi si me importa!, ¡vivo aquí!, en cambio, tú te marcharas en algunos días más”, acotó contrariado Juan Francisco.
  • “¡Entiendo!, ¡pero necesito ayuda para recuperarme!. Para fin de mes tengo pasaje de retorno a Buenos Aires. ¡Por favor ayúdame!, nadie más que vos puede hacerlo. Mis padres están a 1500 kilómetros de aquí. ¡Vos sos soltero!, no es tan grave acoger a una chica como yo, más aún accidentada. ¡Viste!».

Juan Francisco comprendió que ella no cedería. En estas circunstancias, tampoco se sentía capaz de dejarla sola:

  • “¡Esta bien, ganaste!, ¡pero solo hasta que puedas valerte por ti misma!, luego regresas a tu departamento. ¿Ok?».
  • “¡Ok!, mi comandante”, respondió, al estilo militar, llevándose la mano derecha tiesa rozando su frente con la punta de los dedos.

Juan Francisco la alzó sobre sus brazos mientras exclamaba:

  • “¡Bueno!, ahora vamos a buscar un taxi que nos quiera llevar en esta facha.”
  • “¡Si y que sea rápido porque apestas!, ¡hueles pésimo!”.

De buena gana rieron ambos distendidamente.


CAPÍTULO 10

CUANDO LAS EMOCIONES REBASAN


Con algo de dificultad, mientras cargaba simultáneamente a la chica, logró ingresar a su departamento. Venía incomodo pues el conserje le había recordado la respetabilidad del edificio y su gente:

  • “¡A cuenta de que me hace este comentario!, ¡desubicado!”, – pensó algo molesto.

Depositó a la mujer suavemente sobre el sofá de su estar, mientras él se sentaba en un sillón contiguo:

  • “¡Eres engañadora, al menos tus huesos pesan más de lo que aparentan!”.
  • “¡Gracias me halagas!, ¡vos tenes un bonito apartamento, la vista es fantástica!”.
  • “¡Bueno!, ¡manos al trabajo!, estas mojada y llena de arena, voy a preparar la tina para que te bañes. Debo rigidizar aquel tobillo a la brevedad. El agua caliente te hará bien.

Augusta se sentía a gusto, lo observó mientras desaparecía tras una puerta, no podía creer que aquello le estuviera sucediendo. Hacía mucho tiempo que nadie la mimaba así. Busco en sus recuerdos, lo más parecido era el trato de su padre cuando pequeña. Pero todo aquello se malograba con el resentimiento que mantenía contra ella, desde que decidió marcharse a estudiar a Capital Federal. Nunca más volvió a ser el mismo con ella. Aquel vació nunca nadie, ni siquiera su ex novio, habían logrado llenar. No podía creer que ahora de pronto un desconocido, aún más un chileno, pueblo que ella despreciaba, lo estaba logrando. Se acurrucó entre los mullidos cojines, se sentía tan bien como en su casa de aquellos tiempos. El torbellino de sensaciones placenteras que la embargaba la tenía en un estado de embriaguez indescriptible. Vio salir al chico que la tenía en ese estado desde el cuarto contiguo:

  • “¡Con todo lo que ha pasado ni siquiera nos hemos presentado!, mi nombre es Juan Francisco Zañartu Winner y ¿el tuyo?», le extendió su mano derecho.

No pudo contener una sonrisa simpática:

  • “Yo soy Augusta Isabel Lagarraña Fernández, para vos desde ahora, ¡Ágata!,  – apretó su mano, más que para saludarlo para tirar de ella mientras le señalaba -, ¡ven acércate más!”.

Juan Francisco se arrodilló, mientras ella le regaló un fuerte abrazo cruzando sus brazos tras su nuca. A la vez que sintió, posarse cariñosamente sobre su mejilla, sus cálidos, húmedos y suaves labios:

  • “¡Gracias Juan Francisco, vos sos increíble!, me haces sentir muy bien”, pero un fuerte tirón en su tobillo la hizo pegar un quejido de dolor que deshizo rápidamente aquella atmósfera de cómplice seducción que comenzaba a formarse entre ellos.

Él reaccionó a la alerta:

  • “¿¡Haber Ágata!?, debes bañarte pronto para aplicar compresas heladas para evitar la hinchazón, – de inmediato la alzó, con algo de dificultad, sobre sus brazos, desplazándose con ella hacia la sala de baño donde la tina se encontraba llena de agua cubierta con espuma -, Ágata apóyate sobre tu pie bueno y usa mi hombro como si fuera un bastón. Yo te daré la espalda para que te saques la ropa. ¿Entendido?”.

A duras penas, ayudada con una mano, ella deslizó su mini de mezclilla, bajo su calzón hasta un poco más abajo de la rodilla, a partir de donde cayó por gravedad. Pero no pudo sacarse su polera corta:

  • “¡Juan Francisco no puedo sacarme la polera!”, exclamó insinuando que él la ayudará a hacerlo.
  • “¡No importa!, ingresa a la tina y después te la sacas”.
  • “¡No picó!”, pensó contrariada.

Se sentó en el borde y luego se desplazó hacia el agua, la que se desbordó mojando el piso. Él fue de inmediato en búsqueda de un trapero para secar. Ella aprovechó de terminar de desnudarse, disfrutando aquel baño caliente. Al rato, Juan Francisco acercó un piso donde se acomodó:

  • “¡Si me permites!, te acompañó mientras te ayudo a lavarte el cabello, ¿te incomoda?”.
  • “¡Bueno!”, respondió entusiasmada.

Extendió champú sobre su cabellera, con sus dedos masajeó con delicadeza su cuero cabelludo, deslizó ambas manos hacia los extremo para frotar el resto de su largo cabello. Ayudado con la ducha teléfono enjuago con agua tibia. Repitió una vez más. Al final, aplico un bálsamo para evitar que se enredara. Ella cerró sus ojos para sentir el placer de aquellas agradables caricias en su cabeza. De vez en cuando suspiraba, al punto que de su boca brotaba, casi mágicamente, la melodía de una canción de su niñez que creía olvidada.

Terminado el lavado de cabello. Él se marchó señalándole que se iba a preparar algo para comer, que avisará cuando estuviera lista para ayudarla a salir. Dejo a su alcance la ducha teléfono instruyéndola en que vaciará primero la tina y luego se enjuagara.

Ágata disfrutaba, sin embargo comenzaba a preocuparse porque no lograba que aquel muchacho se fijara en ella como mujer:

  • “¡Pero ahora no podrá evitarlo!, no va a ser fácil salir desnuda de la tina, sin que él evite verme”, eso la puso contenta.

Se apuró en concluir. Se jabono rápidamente para luego desaguar la tina.

Tal como se le había indicado, se enjuagó prolijamente con agua tibia:

  • “¡Che! ¡Juan Francisco! ¡termine!”, grito para que la escuchara.

Casi de inmediato, él apareció con una bata gruesa de toalla blanca en sus manos, pero de improviso se dio vuelta dándole nuevamente la espalda. Retrocedió hasta tocar la tina y se encuclillo:

  • “Ahora  usa mis hombros como apoyo y con el pie bueno impúlsate hasta que te logres sentar sobre el borde…..”
  • “¡Acaso vos sos maricón!, ¡déjate de pavadas!, – lo interrumpió encolerizada -, date vuelta y ayúdame”.

Juan Francisco acató algo incómodo, la tomo de sus axilas. Ella se aferró a su cuello hasta que logró apoyarse sobre su pie sano, él extendió la bata tras su espalda para luego envolverla por completo anudando el lazo sobre la cadera. Ella se sentó en el banco:

  • “¡Toma!, con esta toalla sécame el cabello y luego me lo cepillas!”.

Mientras pensaba la manera de recomponer la relación, aquel acató en silencio todo lo que ella ordenaba. Concluido, ella con gran pericia, se envuelve el cabello en una toalla, formando un turbante sobre su cabeza. Él nuevamente la alza sobre sus brazo y la lleva hasta el dormitorio recostándola sobre la cama. Extrajo de un maletín de primeros auxilios un ungüento que esparció suavemente sobre la zona afectada de su pie izquierdo. Ella observa tensa que sobreviniera en cualquier momento algún dolor fuerte. 

Finalmente aplicó una compresa de hielo:

  • “Sostenla por unos 20 minutos mientras traigo algo de comer!, ¿te parece?”.

Ella aún ofendida no responde. Al rato, trae consigo una bandeja con un tazón de caldo, un plato con un trozo de carne cocida en su punto muy bien preparada, jugosa, acompañada de arroz árabe graneado y ensalada de apio, de postre frutillas naturales con crema, una tostada de pan integral y una copa de vino tinto. Ella se lo devoró, hacía largo rato que no se alimentaba bien. Una vez que concluye, él retira la bandeja y le acerca uno de sus pijamas:

  • “¡Toma!, ¡quítate eso mojado!, esto te puede servir. Es bueno que ahora duermas”.

Ella, sin pudor alguno, se quito la bata y se calzó solo la parte de arriba. Después de lo cual lo mira. Ella ya no estaba tan enojada. Comer le ha hecho bien. Él se encuclilla para quedar a su altura. Nota que sus ojos brillan chispeantes, pero su cara está algo ruborizada. Observa de pronto que sus calzones negros cuelgan de los dedos de Juan Francisco, mientras aquel exclama:

  • “Ágata te lo traje, puedes necesitarlo, aunque creo que, por lo escaso de tela, puede resultar algo incómodo de usar en estas circunstancias”.

Ella por un rato lo miro seria, pero finalmente estalla en una larga carcajada, a la vez que, lo atrae hacia sí con ambos brazos, hasta quedar ambas frentes en contacto:

  • “¡Vos sos un boludo!, pero no importa te has portado muy bien conmigo. Ahora ¡Che!, regálame un beso para poder dormir bien ¿Bueno?”.

Pero sin darle real posibilidad de responder, simplemente ella estrelló sus labios contra los de él, saboreándolos afanosamente, hasta cuando el corazón pareció escapársele por la boca. Cayó como desvanecida sobre la cama, él la ayudó abriendo las tapas para cubrirla. Se alejó silenciosamente, cerrando la puerta suavemente tras de sí.

Ágata se sentía en un estado de dicha plena que deseaba no perder nunca. Sus sentidos estaban tan a flor de piel, que disfrutaba hasta de la aspereza de aquellas gruesas sábanas blancas de fragante algodón, limpias, finamente bordadas y perfectamente planchadas. A los pies de su cama escuchaba a lo lejos el sonido del oleaje del mar que veía a través del ventanal. Los párpados comenzaron a pesar hasta que simplemente no le fue posible seguir manteniéndolos abiertos.

CAPÍTULO 11

UNA ESPADA DE DAMOCLES SOBRE AMERICA DE SUR

Estaba contentó, leía una invitación enviada por el Centro de Estudios Estratégicos de la Defensa Nacional a un seminario a realizarse el próximo miércoles cuyo tema eran las relaciones del país con sus vecinos, su estado actual y su proyección para la próxima década. Ayudado por un bastón con una fina empuñadura de plata logró pararse de su cómodo sofá. Caminó lentamente hacia el pequeño bar de donde extrajo su coñac preferido. Vertió una porción sobre una copa voluminosa que sostenía desde el fondo con la palma de su mano derecha, atravesando su esbelto pedestal entre sus dedos. Agitó su contenido, girando el líquido en sentido contrario a los punteros del reloj, a intervalos oliendo su fuerte aroma, observando concentradamente el resplandor de intenso rubí que surgía destellante desde el fondo. Absorto en aquel ritual previó a beberlo, porque, – según él -, de no hacerlo dañaba gravemente el sabor de aquel licor. Como era su costumbre, empino la copa tragando su contenido de una sola vez, por lo demás, muy distinta a los tradicionales lentos y degustados sorbos. Sintió como aquel se abría paso a través de su garganta como daga al rojo recién forjada, dejando la herida abierta, que cicatrizaba lentamente, permaneciendo su efecto gratamente doloroso por largo rato. Satisfecho, camino hacia su escritorio, sobre la cubierta pudo observar, también con gusto, como su carpeta por fin tenía todos los antecedentes públicos que había logrado reunir estos años, perfecta y cronológicamente ordenados. Allí estaba todo.

  • “La trama que une todo esto, afortunadamente, está en mi mente, de lo contrario sería un cadáver”, se felicitó por no haber confiado en nadie, así como nunca jamás haber pecado de infidente.

Pero hoy a su edad se hacía indispensable buscar a la persona en la cual poder confiar y que, a la vez, sea capaz de desactivar esta espada de Damocles que pende sobre la población civil de América de Sur. De no hacerlo pronto podría llegar a convertirse en la causa de grandes sufrimientos y miserias.

        CAPÍTULO 12

        UNA GUERRA EN BARBECHO

        Aquel miércoles de enero, un día especialmente caluroso en Santiago. El termómetro se había empinado sobre los 36°C a la sombra. Así como los frecuentes episodios de temperaturas bajo cero en invierno, dejaban en evidencia que la ciudad no estaba ajena a los cambios climáticos que el mundo estaba experimentando. Sin embargo, dentro del moderno centro de convenciones, inaugurado hace no mucho en las dependencias del Ministerio de Defensa, la temperatura ambiental era muy agradable e incluso para algunos podía resultar algo fresca, para el teniente Juan Francisco Zañartu Winner estaba bien. Había terminado su controvertida exposición. Por los pasillos buscaba la cafetería, su estómago reclamaba comer algo antes de retornar a Viña del Mar. Se sentó en un cómodo sofá a esperar que se desocupara una mesa. Mientras tanto, solicitó al garzón un café de grano bien caliente con crema. Estaba algo tenso, percibía que su exposición no había sido bien recibida, incluso las discusiones generadas fueron acaloradas. De todas formas, para él no dejaba de ser muy interesantes las argumentaciones planteadas:

        • “Afortunadamente se me ocurrió traer la grabadora. Dejarla encendida fue una buena idea, aunque no se escuche muy bien, algo habrá quedado. Eso me permitirá estudiar la discusión”, pensó ensimismado. 
        • “¡No se preocupe demasiado teniente!, ¡no pierda el sueño por ellos!, ¡menos se descorazone!, ¡debe seguir adelante con su trabajo!, ¡me presento!, mi nombre es Oscar Andrade Fuentealba, periodista de profesión, analista en temas de la defensa nacional por pasión. ¿Me permite compartir con usted un café?”.
        •  “¡Por supuesto don Oscar!, reconozco su cara, en más de algún noticiero de televisión o programa periodístico lo he visto o escuchado con mucha atención”, respondió sorprendido el joven oficial.

        En dicho instante se acercó el mozo trayendo su pedido:

        • “Yo a esta hora, también por las mañas de la edad, prefiero un aperitivo antes de almorzar. ¡Tráigame una vaina!, – ordenó dirigiéndose al mozo-, deseo charlar con usted, espero que no le incomode compartir su mesa”, acotó decidido el anciano periodista.
        • “¡Al contrario!, ¡es para mí un honor!”, – respondió el teniente, sorprendido pero curioso.
        • “¡Supongo que debe estar extrañado!, pero no se inquiete, me he acercado a usted porque me ha gustado su valentía. Usted, quizás sin pensarlo, ha tocado un tema que en el ámbito de la defensa es prácticamente un tabú. ¡Pisar cayos duele! y mucho. ¿Quién es usted?, ¡cuénteme!, por su uniforme deduzco que es un joven oficial naval quizás recién salido de la Escuela Naval”.
        • “¡Sí señor!, ¡no se equivoca!. Estoy aquí por orden superior, me solicitaron exponer mi tesis con la cual obtuve un postgrado en ciencias políticas”, acoto algo incómodo.
        • No se incomode, mi opinión es que su tesis es el mejor aporte que ha salido en el último tiempo, porque rompe con antiguas y tradicionales visiones que aún permanecen fuertemente arraigadas en el País”.
        • “¡Muchas gracias señor, me halaga con su comentario!, pero no fue eso lo que percibí en el seminario”.
        • “¡Así es!, su exposición produjo ira, desconcierto y en muchos casos inmerecidas descalificaciones. Incluido mi silencio cómplice”, acotó.
        • “¡Me extraña que usted me diga eso!, por un lado me felicita en privado, por otro me dice que, en el auditórium, cayó su opinión a propósito. Pero no lo juzgó, sus razones tendrá, no lo dejare de respetar por ello”, respondió  honestamente sin guardar el más mínimo resentimiento por lo que acababa de escuchar.
        • “Se lo agradezco, eso habla muy bien de usted. Pero también devela su desconocimiento del medio en que se está moviendo. Usted es joven e inexperto, se expone mucho al presentarse con tanta inocencia. Debe tener cuidado, este es un medio rudo donde la vida se juega día a día. Es la guerra oculta y permanente en donde los Estados se juegan su existencia. Quizás no lo ha advertido, pero usted ha sido enviado por sus superiores al campo de batalla. Seguramente le aguardan grandes desafíos. ¡Debe cuidarse!, seguramente necesitará aliados, ¡cuente conmigo!”, le ofreció finalmente.
        • “Tendré en cuenta lo que usted me ha señalado, también su ayuda. Pero sinceramente no alcanzo a entender este revuelo”, agradeció preocupado.
        • “Mire trataré de explicárselo. Los trasandinos como pueblo son gente maravillosa, atenta, cordial, culta, cariñosa, pero solo basta que ingresen a su aparato fiscal para que muten. Es como que para el individuo estar de alguna forma relacionado con la burocracia estatal significa subir en el escalafón socioeconómico e integrarse a la élite del país. Una vez allí, por extrañas circunstancias que se remontan a los albores fundacionales de aquella república, no pueden salir de aquella nunca más. Deben sobrevivir a como dé lugar, lo contrario les significa, nada menos ni nada más, que la vida. Basta analizar los crímenes que se producen en la vecina nación, desde los que afectan a los más altos niveles hasta los de más baja estofa. Siempre usted encontrará, directa o indirectamente, la mano gubernamental invisible actuando drásticamente. Comparto su opinión respecto al pueblo. Sin embargo, sus instituciones están atrapadas por una organización de clara connotación mafiosa, donde suelen confundirse los intereses del país con los propios, bajo las cuales su pueblo yace prácticamente prisionero”.
        • “¡Pero eso les afecta a ellos!”, – acotó el teniente, sin poder encontrar la relación con la reacción de su auditorio.
        • “¡Desconfianza teniente!, este País jamás ha confiado en el Estado Argentino. No  siempre fue así, prueba de ello es que San Martín apoyo, no solo moralmente, nuestro proceso independentista. Sin embargo, en algún momento esta férrea amistad muto en desconfianza. La que se ha ido consolidando a través de los años, por las continuas señales que ha dado el Estado Argentino. La relación se ha ido corroyendo progresivamente. Nuestro País ha vivido a la defensiva, esperando en cualquier momento, la agresión de nuestro vecino. ¡Y créame que está más preparado de lo que muchos creen!. Esto explica esa explosión repentina de nacionalismo, que ha sufrido su discurso en la sala”, concluyó Oscar Andrade.
        • “¡Está bien don Oscar!, creo comprender su punto de vista. De todas formas, necesito profundizar estas reacciones, también estas visiones. ¡Mire!, el Maître del restaurante nos indica que, al fin, tenemos mesa disponible. ¡Vamos!, ¡lo ayudó!, ¡permítame que la Armada lo invite!”.
        • “¡Acepto gustoso!”.

        Ambos se dirigieron hacia la mesa que le indicaba el Maître, donde continuaron su charla, conociéndose mutuamente hasta dejar consolidada una relación de mutua confianza, a pesar de la gran diferencia de edad que los separaba. Al concluir, se despidieron con un afectuoso apretón de manos e intercambiaron tarjetas de visitas para estar en contacto en lo sucesivo:

        • “Don Oscar ha sido un gran placer, usted tiene mi tarjeta y yo la suya, espero poder invitarlo próximamente a mi departamento en Viña del Mar para continuar con este tema, que en lo personal me apasiona tanto como a usted”.
        • “¡Hijo!, yo deseo lo mismo, ojalá sea lo más pronto posible. Si no es en su casa, será en la mía. Antes de irme, le aconsejó  que no descuide el tema. Las relaciones entre ambos países, aunque no lo parezcan, nunca han estado más inestables que ahora. Estamos en presencia de una etapa prebélica, que de no detenerla a tiempo, será un desastre.

        El teniente se alejó dejando al viejo periodista atrás, dio vuelta su cabeza para cerciorarse que él también lo hacía, pero ya no estaba. Abordó el minibús que lo esperaba a la salida. Durante el viaje no pudo conciliar el sueño, estaba algo nervioso, la charla lo había inquietado. Su percepción, alcanzada a través de los medios del país, como de Argentina, no daba cuenta de situaciones anormales, entre ambos, que pudiesen llegar a alterar gravemente la paz. Al revés, observaba que el país estaba tranquilo, en pleno desarrollo, lleno de actividades económicas, culturales y deportivas. A su vez el país vecino pasaba por problemas, pero que no era nada excepcional en su historia. Por lo tanto, los transandinos si bien con dificultades, desarrollaban sus actividades en paz con la resignación que les daban las frecuentes experiencias anteriores.

        • “¡Debe ser la edad!, – pensó Juan Francisco -, es absurdo pensar que una guerra está en barbecho”.


        CAPÍTULO 13

        EMBRIAGÁNDOSE CON LA MUSICA DE MILLER

        Después de almorzar unas deliciosas brochetas de mariscos en salsa picante, en un pequeño e íntimo restaurante ubicado en la costanera de la ciudad, poseedor de una privilegiada vista al mar. Aún no se recuperaba del todo del severo esguince, así que, con la ayuda de un bastón, había decidido volver caminando al departamento de Juan Francisco. Se demoró pero lo disfruto. Al entrar se percató de inmediato que nada había cambiado desde la mañana cuando despertó:

        •  “¡No ha llegado aún!”, exclamó descorazonada pues no lo había visto
          en todo lo que había transcurrido de aquel día.
        Se sentó en el sofá del estar, encendió la radio ubicada a un costado, tocó el disco que se encontraba instalado en una antigua tornamesa. Al escuchar las primeras melodías, se dio cuenta que se trataba de música orquestada de Glenn Miller. Nada podía interpretar mejor su estado de ánimo de aquel momento. La envolvió aquella melodía mezcla de romanticismo y melancolía, típica de este compositor, como quien añora creer que vivir aquel gran amor es posible a pesar que la razón le dice que no. Pero qué importa, – se dijo a si misma -, entonces disfrutaría solo el momento. Junto con tararearla, se pintaba con esmero las uñas de sus pies. Cuando de pronto vio ingresar a Juan Francisco. Al verlo enmudeció, una serie de sentimientos encontrados la invadieron, frente a ella estaba parado un apuesto oficial naval impecablemente vestido. Quedó encandilada por largos segundos, sus ojos anclados a los de él, sus hormonas parecieron dispararse. Pero sus pensamientos no tardaron en perturbar aquel mágico instante: 

        • “¡Es un marino chileno!, ¡qué hago yo flirteando con un chileno y más encima un militar!, ¡esto no puede ser!, ¡siempre los he odiado!, ¡ a más si son uniformados!, ¡che mi familia no me lo perdona!. ¡Che!, por menos, nunca más la relación con mi padre se volvió a recuperar. Si ahora les salgo con esto, los pierdo para siempre, en eso casi no tengo dudas”.

        Contrariada:

        • “¡Che, este pibe me mata con ese uniforme!,¡está muy apuesto!”.

        Sus hormonas fueron más fuertes. Dispuesta a doblegarlo se levantó corriendo y se colgó sobre sus hombros mientras entrelaza sus labios con los de él. Se dejó llevar por la fuerte atracción. Presionó su pelvis contra la suya y pudo darse cuenta que él finalmente cedía. Sintió que sus besos comenzaron a ser respondidos con ardor, sus fuertes brazos la apretaron hasta hacerla perder el aire que respiraba. Se encaramo sujetándose firmemente con ambos pies contra sus caderas, mientras en un susurro le proponía:

        • “¡Te deseo!, ¿llévame a la cama?, ¡no aguanto más!, ¡quiero ser tuya ya!”.

        Sin embargo, él prefirió bailar al ritmo de la música de Miller, transformando la calurosa pasión surgida de la nada, en algo tibio pacíficamente delicioso, acogedor e interminable. Los besos ya no eran de fuego sino de miel. Ambos embriagados, se acariciaban la piel suavemente, reconocían sus sentimientos a través del olor, el sabor, mientras los pequeños sonidos que afloraba de sus bocas terminaron por regular la intensidad precisa que requerían para satisfacer sus necesidades.

        CAPÍTULO 14

        LA ATMÓSFERA SE CORTA CON CUCHILLO


        Anochecía, Antonia terminaba de ordenar su pequeño apartamento. La única hora del día que disponía para poder dedicarle un poco de tiempo. Estaba cansada, al día siguiente tenía que levantarse como siempre, muy temprano para poder estar a primera hora en el laburo. Se sobresaltó con el sonido del timbre. Preocupada, se le vino a la cabeza todo lo que había insistido ante la administración en la necesidad de instalar citófonos en el edificio, le parecía muy peligroso que esto ocurriera. Con recelo miró a través del ojo mágico. Alcanzo a distinguir que se trataba de una mujer portando una maleta y un gran bolso de manos, pero no apreciaba bien sus facciones. Preguntó en voz alta:

        • “¡Sí! ¿quién?”.
        • “¡Antonia!, soy yo, Ágata. ¡abrí!”.

        Antonia reaccionó con sorpresa, pero también con júbilo. Se apuró en destrabar los múltiples seguros. Una vez abierta, se abalanzó sobre ella para abrazarla fuertemente. Al rato sintió que aquella respondía con desgano. La soltó para observar lo que le sucedía. Ella le ocultaba la cara. Con su mano derecha subió su barbilla:

        •  “Antonia, ¿puedo quedarme con vos esta noche?. He vendido mi piso, no tengo donde pasar la noche”.
        •  “¡Cómo no!, feliz que hayas pensado en mí, ¡pasa!, no te veo bien, voz tendrás que contarme porque estás tan apesadumbrada. Pero antes preparare un mate, eso a vos te reanimará”, Antonia cargo el equipaje mientras entraba cerrando la puerta tras de sí. 

        Una vez que dejó las maletas en el dormitorio, se apresuró en ir a la cocina. Augusta se sentó con la mirada perdida y los ojos enrojecidos por el llanto prolongado. Confundida, además de una tristeza que la desgarraba: 

        • “Pero ¡qué ocurre!, ¿por qué lloras?, ¡contame!, – su amiga sorprendida, le acercó la bombilla del mate a sus labios -, ¡toma bebe!, ¡te hará bien!».

        Augusta aspiró un largo sorbo, de pronto soltó, un desconsolado llanto. Antonia la estrechó entre sus brazos. Así en silencio, se mantuvieron ambas por un largo rato. Transcurridos algunos minutos, Antonia la deja y regresa con una bandeja que coloca sobre la mesa y vierte generosas porciones de brindis en dos copas:

        • “¡Toma bebe!, te ayudará a olvidar la pena”.

        Augusta de un sorbo traga su contenido. Antonia sorprendida hace lo mismo. Ambas se miran, Augusta le acerca la copa vacía, Antonia nuevamente la llena, Augusta espera que ella también lo haga, ambas beben de un trago su contenido. No dejan de mirarse, Augusta suelta una leve sonrisa. Antonia se acerca lo suficiente como para sentir el aliento agitado de Augusta. Se observan a los ojos, mira sus labios, Antonia no resiste, acerca los suyos hasta aprisionar el labio inferior de Augusta, saboreando su húmeda suavidad. Se separa solo lo suficiente, para mirarla a los ojos. Ambas se auscultan mutuamente, hasta que Augusta posa sus labios sobre los de Antonia. Se funden en un apasionado beso desencadenando un desenfrenado contacto intimo hasta quedar exhaustas.

        Al día siguiente, en medio de un pesado silencio, ambas amigas comparten el desayuno. La atmósfera se corta con cuchillo. Augusta rompe el silencio:

        • “Al día siguiente me desperté de madrugada, él dormía agotado pero abrazado a mí. No podía sentirme mejor, aún incrédula con la magia que vivía. No pude conciliar nuevamente el sueño. Tenía mucho que pensar, lo que toda mujer busca, estaba junto a mí, tendría que decidirme. Dormía pesadamente, como pude lo aparté, me levanté sin que siquiera se diera cuenta. Me abrigue con una bata de levantarse y me instale en la terraza a contemplar el amanecer, fantaseando con mi futuro. Recordé aquellos momentos intensos de la relación de aquella noche. No podía creer que había sido capaz de correrme tantas veces. Nunca había experimentado un orgasmo múltiple. Sin duda mi satisfacción era tan grande, que sentía la obligación de salir a la calle a regalar la felicidad que me sobraba. Más aún, rebasaba incontrolablemente mis poros. No toleraba que algo tan valioso se perdiera miserablemente. Recordé que una vez que todo terminó y él se desmorono agotado, no resistí el deseo de saborear lo que quedaba de nuestra relación, tal como cuando niña acostumbraba a lamer el plato después de consumir un delicioso postre. No pude aceptar que terminará perdiéndose. Asqueroso en frío, pero para mí está muy lejos de serlo, y guardo aquel acto como un valioso rito de intimidad. Pero lo que, en algún momento, cuando me deslumbre con él, cruzó mi mente, volvió a instalarse, lo que acabo por abrumarme. Las cosas se hicieron tremendamente difíciles de aceptar. Pasó a ser él a cambio de todo lo que tenía en la vida hasta hoy, mi trabajo, mis padres y mi País. La duda, la confusión, la angustia terminaron por ganar, pesqué en silencio mis maletas y hui de vuelta a Buenos Aires. Esa es la razón de porque estaba anoche tan vulnerable. Pero nunca pensé que  pudieras aprovecharte de mí de esa forma. Antonia estoy asqueada, eso no me ayuda en estos momentos, sino que me hunde anímicamente mucho más, sin que pueda hacer nada por evitarlo”. 

        Antonia escuchaba mientras algunas lágrimas se deslizaban lentamente sobre sus mejillas. De tanto en tanto, absorbía los mocos, para evitar que aquellos también lo hicieran sobre sus labios. Un nuevo silencio ensombreció aquel desayuno cuando Augusta termino aquel entristecido monologó.

        Antonia finalmente habló:

        • “Estábamos en el liceo cursando, no me acuerdo muy bien, si el último o penúltimo año de secundaria, cuando me di cuenta que estaba enamorada de vos. Lo intente todo para poder atraerte, pero vos no te diste ni siquiera por aludida. Decidí entonces convertirme en tu amiga, la mejor, la más incondicional, la más confiable. ¡Así fue!, prefería eso a nada, pero no sirvió, sufría demasiado. Un día pedí a mis padres que me cambiaran de colegio. No recuerdo bien las razones que les di, pero debí ser muy convincente para que ellos aceptaran de inmediato. Desde entonces, mi vida ha sido triste y solitaria. Todo este tiempo tu recuerdo ha perdurado. Al contrario de lo que vos sientes, hoy he podido realizar este amor. Aunque hayan sido escasos instantes en que sí me sentí retribuida. Para mí, eso es algo muy valioso, que llenara mis recuerdos, haciendo que mi vida sea un poquito más amable. ¡No me arrepiento!, ¡estoy feliz!, logre que tu mi amor, me amaras apasionadamente. Esa entrega ya se dio y no es posible revertir lo ocurrido, ¡no quiero nada más!, ¡me basta!. Solo te pido una cosa, no te vayas, vive conmigo mientras puedas. Te prometo que no volveré a ocurrir. ¡Aún más!, te ayudare a aclarar tu vida, en todo lo que pueda”.
        • “¡No sé Antonia!, apenas puedo con mis propias confusiones como para poder entenderte a vos también. No me obligues a darte una respuesta de inmediato. Te prometo que lo pensaré durante el día”.
        • “¡No claro!, ¡tomate tu tiempo!, no te sientas presionada. Pero para que veas que mis intenciones son serias, te voy a dar un consejo que a mí me ha funcionado, de seguro a vos también. En los momentos de conflictos íntimos en que parece que nadie reconoce tu existencia. Lo mejor es regresar a casa de tus padres. Ellos siempre te acogerán. Aquel afecto incondicional, te dará la calma suficiente para poder resolver tu vida”.

        Augusta no había pensado en aquello. Ella tenía razón, no había duda que era eso lo que tenía que hacer. Se levantó de la mesa, dirigiéndose al dormitorio sin pronunciar palabra alguna. Pero se detuvo unos instante en el vano de la puerta. Se dio media vuelta y corrió de regresó donde Antonia se encontraba sentada  dándole su espalda, le cruzo sus brazos sobre su pecho y apoyo el mentón sobre su cabeza:

        • “¡Gracias Antonia!, lo de anoche está perdonado y olvidado. ¿Amigas?”, propuso Augusta.
        • “¡Amigas!”, – reafirmó Antonia.


        CAPÍTULO 15

        LOS ANTIGUOS APUNTES DE ESTUDIANTE


        Su vida había cambiado abruptamente a pesar de todo el esfuerzo hecho desde que Augusta desapareció sin dejar rastros. Solo pensaba obsesivamente en ella, sufría de insomnio, recordando cada detalle, en busca desesperada de algún dato que le permitiera ubicarla. Por las mañanas sus ojos no perdían instante para mirar esperanzado el teléfono. Había dejado de alimentarse bien, trataba de permanecer el menor tiempo posible en su casa, así que comía alguna cosa al paso en cualquier parte. Había extendido su régimen diario de ejercicio también a las tardes. Se llenaba de compromisos sociales para llegar lo más cansado posible directamente a dormir. Todo valía para sacarse a Augusta de la cabeza pero nada funcionaba. Inevitablemente, al final de cada exhausta jornada, volvía a aparecer. Como de costumbre, ingresó de madrugada a su departamento. No podía evitar, el triste recuerdo de Augusta por más esfuerzo que pusiera. De ahí, el resto de la madrugada se hacía eterna. Para botarla, recogió del piso una hoja de papel de cuaderno escolar amuñado.

        • “¡Qué pasó!,¿acaso no merecía una despedida?, ¡por qué lo hiciste!,¿qué hice mal?,¿por qué te fuiste?, ¿no sé nada de ti?, ¿cómo te vuelvo a encontrar?”, muchas preguntas sin respuesta que se apilaban en su cerebro.
        De un día para otro sus vacaciones se habían convertido en un infierno. Le quedaba solo contar sin apuro cada segundo que pasaba para poder reintegrarse al servicio naval como su única tabla de salvación. Estaba seguro que la actividad aliviaría en algo la pena que anidaba en su corazón. Pero intuía que olvidar este amor, surgido de la nada, no sería fácil, ni rápido. 

        Se dirigió a la cocina a botar al basurero el papel que había recogido del piso. Antes lo extendió para saber a qué correspondía. Se trataba de restos de unos antiguos apuntes que realizó en la biblioteca del Centro de Estudios Estratégicos del alto mando de la Armada, que entre otros muchos consultados, le habían servido para desarrollar su tesis de post grado para obtener su magíster en ciencias políticas:


        En 1976 el gobierno inauguró la central nuclear experimental de Lo Aguirre, dependiente administrativamente del ejército. En 1978, aquella madrugada del 22 de diciembre, el General respiró aliviado en el Centro de Juegos de Guerra del Estado Mayor de la Defensa Nacional, – donde se encontraba – , al enterarse de que la flota de mar Argentina había abortado su intención de invadir las islas Picton, Nueva y Lenox y enfrentar a la Escuadra Nacional que marchaba a su encuentro, atravesando con dificultad el Mar de Drake, capeando un fuerte temporal que se había desatado en aquellas peligrosas aguas. Después de esta noticia, el general descargó toda su tensión, exclamando iracundo a todo pulmón:

          • Escúchenme bien todos!, ¡nunca!, ¡pero nunca más!, ¡Chile deberá ser expuesto a una situación de guerra con este grado de debilidad!, ¡esperó que a todos les quede muy claro!.

          No había pasado mucho tiempo más, cuando el jefe del Estado Mayor de la Defensa Nacional se acercó al general y le extendió un pequeño papel:

          • General ahí tiene la razón de porqué la marina Argentina decidió abortar el inicio del plan Soberanía. 

          El General lo leyó, mientras sus labios expresaban una sonrisa de satisfacción, que para muchos de los presentes incluyó una gestualidad algo siniestra:

          • ¡El plan resultó!, los tenemos agarrados de los cocos”.

          El teniente rompió la hoja de cuaderno en muchos pedazos, exclamando en un murmullo apenas audible:

          • “¡Menos mal que esta guerra nunca comenzó!”.


          CAPÍTULO 16

          A LA CASA DE MIS PADRES


          Un poderoso ventarrón casi la desestabiliza. Aun así, en la cumbre del Cerro Otto, sigue fascinada contemplando el paisaje desde aquel privilegiado mirador. Después de tantos años había olvidado la majestuosidad de esta naturaleza extrema. El lago Nahuel Huapi, en primer plano, resalta sobre un fondo de altos picos andinos, en cuyas quebradas anidan imponentes ventisqueros que chocan con los tupidos bosques de diferentes tonalidades de verdes que cubrían las riberas de múltiples islas y penínsulas que dibujaban caóticamente los bordes de sus aguas. Su vista se perdió mirando hacia al extremo norte, tratando de ubicar el paso fronterizo Cardenal Samoré, entre las montañas de la Cordillera de los Andes que une con Chile. Al girar hacia el sur se encontró con  la Península de Llao – Llao. Siguió con la mirada el camino serpenteante, intentando ubicar la casa de sus padres en Playa Bonita. No lo logró, el tupido follaje terminaban por engullir la ruta. Un día soleado, pero el aire frío presagiaba que quedaban pocas semanas más para dar inicio a la temporada alta de este centro invernal. Bariloche es un lugar privilegiado: en invierno es un centro de deportes invernales apreciado mundialmente, especialmente por europeos. Los latinoamericanos incluidos los dueños de casa, pero especialmente los chilenos, preferían su periodo estival. Los fanáticos de la pesca de la trucha de río lo sostenían en otoño. Los recuerdos de aquella inolvidable juventud vivida entre aquellas casas, se agolpaban en su memoria, como si de pronto se hubiese abierto un viejo baúl del cual comienzan a surgir infinitos artefactos guardados allí para evitar su segura desaparición.

          Volvía a casa en busca de respuestas que le permitieran vivir feliz el futuro. Temía  reencontrarse con su historia, especialmente con su padre. Aquel que la mimo y la amo, hasta que un día decidió por sí misma, que era hora de pensar en ella y su vida. Desde entonces él le paso la cuenta. Nunca más le demostró afectó, más allá del estrictamente necesario, como si temiese volver a comprometer sus sentimientos con ella. Eso le dolía mucho:

          • “¿Por qué Papá tienes que ser tan egoísta?, ¡te necesito ahora más que nunca!, ¿por qué no podemos volver a ser como antes?, ¿lo impide algo?, ¡yo te amo!, ¡nunca dejare de hacerlo!, ¡sé que tú también!, pero no entiendo por qué ahora no confías en mí. Me fui porque tenía que hacerlo. Aquí no estaba el futuro que quería para mí. No me arrepiento de esa decisión. Pero Papito, ¡necesito tu cariño!. Me siento muy sola, quiero tu ayuda, tus consejos, tu apoyo incondicional”, algunas lágrimas rodaron por sus mejillas que el viento frío convertía en filosas hoja que herían sus mejillas.

            Decidió ingresar al restaurante a guarecerse y recuperar el calor corporal con un sorbo de vino montañés. Había llegado del aeropuerto hace más de tres horas y aún no se atrevía a hacerlo a la casa de sus padres.

            • “¡Bueno!, – se dijo -, ¡es hora!”, respiró profundo para darse valor.

            Después de haber pagado el consumo, se dirigió hacia la estación del teleférico. Mientras esperaba, visito el museo del lugar. Nada había cambiado, seguía allí esa absurda reproducción, tamaño original, del David de Miguel Ángel:

            • “¡Qué interés puede tener un turista europeo en ver esto!, en vez de difundir la rica cultura araucana de este sector, que se hace cada vez más necesaria conocer mejor para el propio bienestar humano. Ellos valoran su apego místico a la Madre Tierra, esencialmente vital y respetuoso. A cambio, se difunde el ego a la memoria de aquellos colonos alemanes e italianos, que trajeron la cultura occidental a estos parajes. ¡Bueno!, al fin y al cabo, por estas cosas, es que se nos nota nuestro tercermundismo”, concluyó resignada.

            En Avenida Bustillos esperó pacientemente el autobús, que pasó lleno como de costumbre. Especialmente en aquella hora en que la mayoría retorna a sus hogares. Premunida de tan solo una mochila que cuelga de sus hombros, donde carga lo esencial para pasar algunos días que aún le quedan de vacaciones. Al descender del bus, su infancia volvió a hacerse presente, reconociendo olores, sonidos y paisajes. Atravesó la calzada. La casa de sus padres se ubicaba frente a la playa. A lo lejos pudo apreciar como su padre cuidaba el jardín. Su madre lo contemplaba sentada en un escaño de troncos junto a Bonito, un enorme perro callejero que ella había criado desde bebé cuando lo encontró abandonado en la playa. Su padre, un sargento de la Gendarmería Nacional, había tenido que dejar el servicio a consecuencia de la amputación de una de sus extremidades. La perdió cuando esperaba  instrucciones al mando de una patrulla que vigilaba la frontera con Chile. Eran los días en que ambos países estuvieron a solo horas de iniciar una guerra a causa del litigio del Beagle. No pudieron salvarla. Aquello le significo su baja, cosa que no perdonó nunca a los chilenos. Desde entonces en su terreno ha levantado algunas cabañas que arrienda a turistas de todas partes del mundo, menos a los chilenos. Antes de eso, prefiere mantenerlas vacías. Se acercó lentamente, titubeante, en silencio. Pero el ruido fortuito de las ramas secas que, al caminar, se quebraban bajo sus pies, puso en alerta a su madre. Bonito al percatarse y reconociéndola al instante, no tardó en salir corriendo a su encuentro. Moviendo alegremente su cola, puso sus patas delanteras sobre su pecho. Ella lo abrazó acariciando el pelaje de su cabeza. Bonito no dejaba de lamerle las mejillas y ella apenas se mantenía en pie soportando al pesado animal. Su madre alborozada también fue a su encuentro, mientras gritaba:

            • “¡Alberto!, ¡Alberto!, ¡es Augusta!, ¡es Augusta!”, exclamaba jubilosa. 

            Sin embargo, Alberto Lagarraña, después de interrumpir por algunos minutos su laburo, observó la escena de jubilosos abrazos, besos y el lloriqueo de Bonito. Antes de continuar lo que estaba haciendo, solo atinó a levantar su mano derecha para hacer un saludo formal a su hija.

            • “¡Vamos hija no le hagas caso a ese viejo terco!, ya se le pasará. Más tarde podrán conversar y recuperar el tiempo perdido. Debes estar cansada y hambrienta, vamos a casa, tengo tu küchen preferido.

            Se dirigieron al interior, intentaron dejar fuera a Bonito, pero este no lo permitió, logró escabullirse por otra puerta y no abandonó más a Augusta. Se recostó a sus pies, mientras dirigía su mirada a su cara como quien escucha atentamente lo que ella habla. Cenaron todos juntos, pero Alberto Lagarraña solo la saludo de beso en la mejilla y pregunto algunas generalidades. Su madre la encaminó luego hacia su dormitorio, el que se había esmerado en mantener inalterado a la espera de que alguna vez quisiera volver. Deseaba que esta fuera la ocasión, pensaba que eso le haría un gran bien a su padre, que sufría su ausencia cada día de su existencia:

            • “¡No Má!, solo vengo de vacaciones por algunos días. ¡Los añoraba!”.
            • “¡No te preocupes hija!, ¡está siempre será tu casa!. Cuando sea el momento volverás para quedarte con nosotros”, respondió algo triste pero no desesperanzada.

            Durante la noche, no lograba conciliar el sueño, su padre aún le tenía rencor. Su madre seguía esperando aquello que quizás nunca ocurriría. El silencio de la noche fue roto por un pequeño crujido de la puerta de su dormitorio. En la oscuridad, ve abalanzarse sobre su cama el inmenso cuerpo de Bonito. Después de lengüetear las mejillas de Augusta, se echo a su lado y se quedó dormido. Augusta lo abrazó:

            • “Fiel y dulce Bonito, al fin y al cabo vos sos el único que pareces comprender lo que necesito, amor sin condiciones”, se acurrucó en su pelaje y se durmieron profundamente.


            CAPÍTULO 17


            UN PASEO INTERRUMPIDO


            Los rayos solares atraviesan tenuemente el cortinaje. La temperatura ambiente había bajado, lo notaba en su nariz, lo que al final terminó por despertarla. Al abrir los ojos, lo primero que vio fue la cara de Bonito que la miraba expectante. Al darse cuenta, el perro paro sus orejas, empezó a jadear y su cola bailaba alegre, se dio media vuelta y salió corriendo de la habitación.

            Augusta cerró los ojos para intentar seguir durmiendo, pero al rato un ladrido la puso nuevamente en alerta. Al mirar no pudo contener una sonrisa tierna, allí estaba Bonito, sosteniendo en su hocico el canasto para el picnic. La estaba invitando a hacer lo que solían cuando ella vivía en casa:

            • “¡No es mala idea Bonito!”, le dijo alegremente. 

            Se levantó ágilmente, acarició y besó el pelaje de su cabeza. Se puso sus jeans, botas, un grueso poleron con capucha para concluir calzándose un grueso poncho araucano. Mientras lo hacía, quedaba impresionada como su madre se había esmerado en mantener su habitación. Nada faltaba, sentía como si nunca la hubiese abandonado. El perro salió de la habitación, ella lo siguió, llegaron a la cocina, indudablemente había que llenar la canasta. Impresionada de como aquel recordaba cada detalle de la rutina, hasta el punto que fue y trajo la suya para incorporarla. Pegó un ladrido y se escabullo hacia el exterior por la puerta para perro de la cocina. Augusta fue tras su mascota, hacia las caballerizas, en donde su padre guardaba un par de caballos. Le costó un poco más ensillar aquella yegua mansa, que también parecía  reconocerla al igual que Bonito, por cómo se azotaba la cola contra su cuerpo, a la vez que alzaba alegremente su cuello moviendo su cabeza de un lado para el otro con continuos resoplidos. En esos movimientos había evidentes muestras de jubilo.

            Cabalgaba lentamente, orillando Avenida Bustillos, rumbo a la península de Llao – Llao, disfrutando del aire frío, del paisaje, de sus pensamientos que la retrotraía a su infancia más feliz, con sus tiernas mascotas que no la habían olvidado. Aún más, podía sentir como aquellos animales la amaban con tanta generosidad. Le sorprendía como Bonito prácticamente marchaba varios metros más adelante, como el jefe que dirige una expedición, mirando hacia atrás de vez en cuando, como para cerciorarse de que aún lo siguen. Augusta disfrutaba, observando cómo el animal caminaba como a saltitos pequeños que al verlo desde la distancia, daba la impresión de que no alcanzaba a pisar el suelo, con la cola, las orejas y su cabeza erguidas.

            Después de algunos kilómetros, pasaron junto a las instalaciones militares de la Escuela de Infantería de Montaña Juan Domingo Perón, lateralmente había un camino de tierra que conducía hacia la población militar. Sus recuerdos la hicieron que detuviera la marcha:

            • “¿Cómo estará Antonio?, – la pregunta que se instaló de inmediato en su mente -, ¡él quizás pueda ayudarme!, ¿pero tal vez sólo sirva para abrir viejas heridas?. Pero fuimos novios hace tanto tiempo atrás, en los últimos años de secundaria, cuando éramos solo unos adolescentes, – se cuestionaba pero a la vez se justificaba así misma -, él también, al igual que mi padre, fue otra víctima de mi decisión de marchar a estudiar a Capital Federal. Note la tristeza en sus ojos al momento en que aborde el avión. Pero jamás dejo de alentarme, porque él haría todo para estar conmigo lo más pronto posible. Recibí por algún tiempo cartas casi a diario, pero transcurridos algunos meses, cesaron bruscamente. Pensé que era lo lógico, nuestra relación afectiva había terminado por extinguirse. La distancia había concluido su trabajo. En ese momento, para mí, fue lo mejor para ambos. Así que asumí que todo había acabado”, concluyo convencida. 

            Por otro lado, siempre le sorprendió, que a través de sus cartas de amor nunca haya puesto fin a esta relación. Simplemente se interrumpieron. Para ella, eso era un motivo suficiente para pasar a visitarlo, aprovechando la ocasión de que estaba cerca de su casa.

            Retomó el avance, Bonito feliz, adelantó el tranco, reubicándose a la vanguardia. Pero al poco andar, Augusta tiró de la rienda izquierda de Florencia para virar en ese sentido, atravesar la calzada e introducirse en aquel cuasi sendero. Extrañamente noto que la yegua no le respondía, tuvo que tomar medidas enérgicas. Pero también, Bonito ladraba enojado. Ella tuvo que actuar autoritariamente con los animales para internarse por aquella calle empolvada, notaba la rebeldía de la yegua, pero también le intrigaba como Bonito, al revés de cómo se venía comportando, ahora la seguía varios metros más atrás con la cabeza, las orejas y la cola gacha.

            CAPÍTULO 18


            ATESORADO RECUERDO

            Cenaban con sus padres aquella noche cerca de las nueve menos quince de la noche. La chimenea chisporroteaba, se escuchaba a lo lejos su poderoso bramido a medida que el fuego devoraba la generosa carga de leña colocada por su padre antes del atardecer. Se sentaron juntos el uno del otro. Antonio había llegado hace algún rato atrás absolutamente empapado. Aunque tan solo fuera por un solo día, prefería eso a dejar de verla. Ella estaba contenta, erradamente había supuesto que Antonio dejaría de ir a visitarla aquel día, dadas las condiciones climáticas. Lo despojó de la ropa para reemplazarla por la prestada por su padre, mientras la suya se secaba junto a la chimenea. Bonito vigilaba que no fuera a quemarse, echado perezosamente. Esa era, al menos, la instrucción perentoria que le había dado Augusta. Durante la cena, ambos comían en silencio con sus caras incrustadas en los platos, de vez en vez, miradas cómplices, mientras sus padres conversaban animadamente sin darles mayor importancia a aquel par de adolescentes enamorados. Ella no sabía lo que comía, pero se esmeraba en guardar las apariencias. La mano de Antonio entre sus piernas acariciaban sus muslos desnudos. Ella la acogía, estimulando a que aquel fuera más osado, mientras el lugar se tornaba más caluroso y húmedo. Solo mientras consumían el postre, Augusta dejó oír un fuerte pero aliviador resoplo que alertó a sus padres. Pero que aquella se apresuró a explicar, mientras casi simultáneamente, se paraba de la mesa:

            • “¡Papá no aguanto más este calor!, ¡mira como estoy de asorochada!, voy al
              baño a mojarme la cara”.  

            Antonio intentaba dominar su corazón encabritado por la excitación, cuyos latidos metían tanto ruido, que parecía que lo único que querían era delatarlo. Pero la explicación de ella había sido tan convincente que ni siquiera una sospecha se levantó entre sus padres. Todos pasaron al salón, pusieron música gaucha, mientras consumían trozos de delgado jamón serrano acompañados por una pequeña porción de vino montañés, sentados frente a la chimenea.

            Apareció Augusta radiante, se había cambiado ropa, remplazándola por algo más suelto y ligero, que parecía un blusón largo para dormir. Antonio quedó encandilado, con su sexo aún erecto hacia lo imposible por ocultarlo colocando sobre sus piernas un cojín del sofá, de tal forma, que pareciera como algo ocasional. Ella le sonrió como si supiera lo que pasaba. Por algún instante su padre pareció percibir aquellas miradas cómplices, porque puso término de pronto a aquella pequeña reunión familiar:

            • “¡Antonio!, mañana hay clases, voz tenes aun que caminar hasta casa, tu ropa ya está seca”, ordenó firmemente, poniendo fin a su visita.
            • “¡No Papá!, ¿déjanos estar una hora más?, tenemos mucho de que hablar, además de preparar algunos trabajos para mañana”, protestó Augusta.
            • “¡Alberto!, deja a los chicos, están enamorados, acaso vos ya no recordas todo lo que reclamabas cuando Papá te echaba temprano de casa”, intervino su madre comprensiva, al tiempo que de un brazo tiraba a su marido en dirección al dormitorio.
            • “¡Esta bien!, pero solo una hora más, después voz a casa y Augusta a dormir. ¡Y che!, ¡Vos Bonito a vigilar a este parcito!”, advirtió preocupado.

            Solos con esa carga de erotismo que ambos sostenían, pasó lo que tenía que pasar. Ella solo alcanzo a advertir a Antonio que estaba pisando la puerta de entrada. Tan solo una fugaz reflexión, que no alcanzó a evitar que el placer se apoderará de ellos en el sofá del living, en las mismísimas narices de sus padres y la paciente mirada de Bonito que no quebrantó la lealtad con su ama.

            Los ojos de Augusta se inundaron de lágrimas, a medida que el grito lento de dolor afloraba desde sus entrañas, incontrolable, pareció ahogarla antes de convertirse en llanto desconsolado. El brutal contraste entre su atesorado recuerdo de su iniciación como mujer y las palabras que salían de la boca de aquella desolada mujer que le señalaba con resignado desamparo:

            • “Antonio se fue, ¡no está más con nosotras!. Él, un muchacho de tan solo 19 años tuvo que cumplir con su servicio militar en la armada. Regresó a mí, algunos meses después, dentro de un cajón herméticamente sellado. Con una carta del Ministerio de la Marina que lucia pegada a su tapa, certificando su deceso en cumplimiento del deber para con la Patria. ¡Nada más!. Meses después, por amigos suyos, me enteré que él se había embarcado en algún buque de la Flomar en Comodoro Rivadavia durante la Operación Soberanía rumbo al Cabo de Hornos. Cuando la Flota de Mar regreso desde la isla de Los Estados, después del 30 de diciembre de 1978, nadie lo volvió a ver con vida. ¡Aún esperó!. Algún día, antes de ir a su encuentro, espero poder enterarme de cuál fue la causa de su muerte. Solo sobrevivo por ello, después nada más importará, podré irme tranquila junto a mi buen hijo”.

            Augusta no tuvo fuerzas, temblaba entera, al tiempo que tampoco podía contener los suspiros que cortaban su respiración entre sollozos. Se dio media vuelta para abandonar aquella casa invadida por la pena, incapaz de dar una vana palabra de pesar. La esperaban afuera, tan tristes como ella, Bonito y Florencia.

            CAPÍTULO 19


            USTED YA HA SIDO ENVIADO AL CAMPO DE BATALLA


            El general del aire Maximiliano Castañeda Infante observaba desde la ventana de su vetusta pero espaciosa oficina del Ministerio de Defensa, el intenso tráfico vehicular de la Avenida Libertador Bernardo O´Higgins, principal arteria de la capital chilena. Al frente, el Palacio de la Moneda, sede del gobierno. Pensó en lo disminuido que se apreciaba, rodeado por esos altos, macizos y rectangulares bloques de concreto que conforman los edificios del centro cívico, mientras a intervalos disfrutaba el sabor y el delicado aroma a chocolate que emana el humo de su pipa.

            Lo desconcentra su secretaria que ingresa sin previo aviso:

              • “¡Disculpe Señor!, en vez de su café traigo una bandeja completa con agua,  leche caliente, café instantáneo, té, azúcar, sacarina y algunas galletita para que atienda a su visita que acaba de llegar”.
              • “¡Gracias Verónica!, pero ¿quién acaba de llegar?”, preguntó algo extrañado.
              • “El teniente de la Armada Juan Francisco Zañartu Winner. ¡Se olvidó que ayer me solicitó que le enviará una citación para que se presentará hoy en su oficina!”.
              • “¡Ok Verónica!, ya lo recuerdo, ¡discúlpeme!, hágalo pasar por favor”.

              Al ingresar al despacho, el general lo esperaba de pie, el teniente Zañartu se cuadro, efectuando el tradicional saludo militar correspondiente a la alta jerarquía de su interlocutor. El general le respondió de igual manera. Pero luego avanzó hacia él y le extendió su mano derecha, a la vez, que lo invitaba a tomar asiento en un mullido sofá de cuero enfrentado al suyo:

              • “¿Que se sirve teniente?”, invitó el general.
              • “¡Solo una soda señor!”, respondió inquieto.

              El general le acercó el vaso, mientras él se preparaba una taza de café con leche:

              • “Si desea algo más, sírvase a gusto teniente, aquí tiene la bandeja, galletas, aguas, té, café, leche, agua mineral, etc., no se sienta cohibido”, agregó amablemente el alto oficial.
              • “¡Gracias señor!, pero usted comprenderá que estoy intrigado por esta citación, desearía que fuéramos al grano sin mayores preámbulos”.
              • “¡Descuide!, ¡lo comprendo!”.

              Se sentó, aspiró su pipa y se presentó:

              • “Soy el general del aire Maximiliano Castañeda Infante, Secretario del Alto Mando de las FF.AA. de Chile. Fui a la exposición que usted dictó aquí abajo en el Centro de Convenciones. Me pareció muy interesante su hipótesis de conflicto, por eso es que el Estado Mayor de la Defensa Nacional solicitó a la Armada que usted fuera destinado a asistir en forma permanente a esta organización”.
              • “¡Pero señor!, usted comprenderá que no tengo las competencias militares necesarias para estar integrado a este nivel. Soy tan solo un estudiante recién titulado con cero experiencia militar”, intento zafar.
              • “Lo sabemos teniente, por esa razón solo nos asistirá en nuestro trabajo en las materias de su competencia. Esta vez bajo nuestra tutela, pretendemos que usted las continúe desarrollando”, trato de tranquilizarlo.
              • “¡Pero señor!, de esta manera no podré desarrollar mi carrera naval. Estoy a la espera de ser asignado a la Escuadra. Esa es mi vocación y real interés”, alegó algo molesto.
              • “Es verdad que esta disposición superior elimina la posibilidad de que usted siga su carrera naval a través de la línea militar propiamente tal. Pero las FF.AA de Chile también requieren de personal en la línea del servicio exterior, la diplomacia, la inteligencia, la docencia y los altos estudio estratégicos y geopolíticos. Para ello usted si tiene las competencias necesarias”.
              • “¿Cómo es eso de disposición superior?, ¡yo señor respondo a mi institución!”, respondió irritado.
              • “¡Así es teniente!, pronto le llegará la orden a través de su mando superior en la Armada. Pierda cuidado que respetamos profundamente el orden jerárquico de su arma. Pero usted no tiene alternativa, salvo el renunciar a la Armada, o aún peor, ser dado de baja previó a ser sometido a consejo de guerra por insubordinación. Sin embargo estoy seguro que nada de eso será necesario, porque al fin y al cabo primará su apego a la Patria. Hay muchas formas de servir al País y a su defensa”, reaccionó firme el alto oficial, para dar por terminado estos cuestionamientos a las decisiones superiores.

              El teniente Zañartu se paró enérgicamente del sofá, acercó su gorra que estaba sobre una mesa lateral, colocándola bajo su brazo izquierdo, mientras se cuadraba y volvía a presentar el saludo militar al general:

              • “¡Señor, solicito permiso para retirarme!”, exclamó en tono fuerte y decidido haciendo notoria su absoluta irritación.
              • “¡Permiso concedido teniente!, deberá presentarse en mi oficina a las 7000 del próximo 1 de marzo para recibir sus primeras instrucciones”, respondió igual de enérgico el general Castañeda.

              Con un fuerte golpe de tacos, media vuelta sobre sí mismo, marchó decidido hacia la salida del despacho, del cual ni siquiera procuró dejar cerrada la puerta.

              • “¡Pobre muchacho!, yo hubiera hecho lo mismo”, pensó comprensivo, entendiendo que con ello se ponía fin, prematuramente, a lo que más anhela un militar, que es seguir la carrera de las armas. No podía imaginar la frustración que significa para cualquier muchacho salido de la escuela matriz no poder volar un avión de combate, no participar de la tripulación de un buque de guerra o ser parte de las operaciones militares de un comando del ejército. Era negarles la esencia misma de su vocación. Pero lamentablemente no podía dejar de reconocer, que a medida que el mundo se moderniza y se globaliza también se hace infinitamente más complejo. La guerra en la actualidad, comenzaba mucho antes, quizás décadas antes para concluir en una campaña militar corta y devastadora». 

              El teniente Zañartu bajando en el ascensor del edificio del ministerio, mascullaba irritado cuando entre el torbellino de maldiciones que su cerebro lanzaba sin procesamiento alguno, recordó una frase que lo dejó intrigado: “…. Usted ha sido enviado al campo de batalla por sus superiores. Seguramente le aguardan grandes desafíos. ¡Debe cuidarse!, seguramente necesitará aliados, ¡cuente conmigo!”.

              Salió pensativo del ascensor:

              • “¡Este viejo sabe más de lo que supuse en su momento!, – pensó entre irritado y desconfiado – , él sabe algo que a lo mejor me permite comprender lo que está ocurriendo. ¡Se hace urgente entrevistarme con él!”.

              Buscó su billetera entre los bolsillos de su uniformé, la registró ávidamente hasta que encontró la tarjeta de visita que le había entregado para mantener el contacto durante los próximos días. Sin lugar a dudas esta era la ocasión. Así que se dirigió a un teléfono público. Por el momento, no confiaba, por eso le parecía mejor mantener algunas precauciones mínimas:

              • “¡Aló!, ¿don Oscar Andrade?”, pregunto al momento en que descolgaron el aparato.
              • “¡Si con él!, ¿qué desea?, ¿con quién hablo?”, respondieron al otro lado de la línea.
              • “¡Don Oscar usted habla con el teniente Juan Francisco Zañartu Winner!, ¿se acuerda de mí?, nos conocimos en la cafetería del Centro de Convenciones del Ministerio de Defensa después de mi exposición, ¿se acuerda?”.
              • “¡Si claro!, ¡me acuerdo!, incluso usted quedo de invitarme a su departamento en Viña del Mar para charlar sobre el tema de su exposición!”.
              • “¡Exacto!, veo que no se ha olvidado. ¡Sabe!, estoy en Santiago, quería aprovechar de juntarme con usted para poder compartir y hacerle algunas consultas que requieren de cierta discreción”. 
              • “Claro no hay problema, ¡encantado de recibirlo!, venga a la dirección señalada en mi tarjeta, esa es la de mi domicilio particular. A mi edad ya no requiero una oficina”, respondió interesado el viejo periodista antes de colgar.


              CAPÍTULO 20

              EL TALÓN DE AQUILES

              El sol de media mañana traspasaba el follaje de los añosos árboles esmeradamente cuidados que abundan en el jardín. Hermosos arco iris se formaron en el instante mismo en que sorpresivamente se dispararon los regadores produciendo una fina cortina de agua. No solo los pájaros revoloteaban refrescándose en el entorno, sino desde una silla de la terraza observaba atento Oscar Andrade, disfrutando su más preciado tesoro. En su mano un café exprés hecho en casa, que paladeaba a ratos, disfrutando a intervalos de su intenso aroma. No lo sorprendió el sonido agudo del timbre de la puerta, así que esperó a que su ama de llaves atendiera al llamado. Después de algunos minutos, Leti,       – como él acostumbraba a llamarla -, se acercó a paso acelerado a su encuentro:

              • “¡Señor!, un oficial de la Armada llamado Juan Francisco Zañartu Winner lo busca”.
              • “Leti, ¡hágalo pasar a la terraza!, aquí estamos perfectos y tráiganos una bandeja con café, algo para picotear, y algún aperitivo”.

              Al rato apareció Leti con el uniformado:

              • “¡Adelante teniente!, entregue a Letí su guerrera y gorra, ella lo guardará. Póngase cómodo para que charlemos a gusto. Comienza a subir la temperatura del día, ¡El verano aún no ha concluido!”.

              El teniente sólo accedió a pasar su gorra, mantuvo puesta su uniforme aunque se desabrocho. Mientras Oscar preparaba, su especialidad, un café doble con crema.

              • “¡Tome!, bébalo, es la especialidad de la casa. Aquí tiene estas galletas de champaña para que lo acompañe».

              El teniente bebió un sorbo:

              • “¡Esto está muy bueno!”, exclamó sorprendido.
              • “¡Rico!, ¿no es verdad?, receta de un querido colega colombiano, desgraciadamente ya fallecido».
              • “¡Lo note algo alterado al teléfono!, ¿me equivoco?”, inquirió Oscar Andrade, sin mayor preámbulo.

              El oficial respondió algo incómodo:

              • “¡Bueno si!, no siempre las cosas salen como uno desea, aún más, algunas salen sorpresivamente sin que quede espacio que permita evitarlas”.
              • “¡Malo está!, las cosas no pueden explotar sorpresivamente en nuestra cara, eso significa solo que no hemos trabajado bien”.

              Incomodó el teniente Zañartu preguntó:

              • “Don Oscar, la vez anterior, ¡cuando nos conocimos!, usted hizo una afirmación que me ha quedado rondando. Aquella es que, estaba siendo enviado, por mis superiores, al campo de batalla. ¿En que basa dicha afirmación?”.
              • “¡Solo en la simple lógica!, usted en su exposición pregonó una asociación estratégica político – militar y económica con Argentina. Eso desafía el acuerdo marco de la Asociación de Países del Pacífico más Brasil que ha dado progreso y proyección al País. Aquello significó romper con el tutelaje trasandino. Mientras la economía mundial giró en torno a Europa y la costa atlántica de los Estados Unidas, mantuvo a la Argentina sin cuidado. Pero ahora aquello dejó de ser así, desde que el centro de gravedad del comercio mundial está en el Pacifico. ¡Su tesis es correcta!, pero nuestros socios son: Brasil, Perú, Colombia, Ecuador, Centro América, México, Estados Unidos y Canadá. No es fácil para Chile integrar a Argentina a esta comunidad de países del Pacifico porque aquella no acepta el liderazgo brasileño. Pero la realidad es que Argentina necesita salir de todas manera al Pacífico.
              • “¿Pero qué tiene que ver eso con que haya sido enviado al campo de batalla?”, preguntó incrédulo el teniente. 
              • «La hipótesis de guerra entre Chile y Argentina está en la carpeta del estado mayor de las FF.AA hace muchas décadas, quizás desde el mismo día de la fundación de la República. Pero creo que últimamente dejo de ser una hipótesis para convertirse en una realidad. La primera fase está en marcha, se libra en el campo diplomático, pero varias veces ha estado a punto de llegar a su manifestación bélica. A mi entender, es un hecho que a estas alturas parece inevitable, solo espera el momento oportuno para materializarse. El alto mando de las FF.AA de Chile así lo cree y ha obrado en consecuencia».
              • “Don Oscar creo no comprender. Usted cree que estamos próximos a un desenlace bélico con Argentina, que es un hecho inevitable. ¿En qué momento se inició?”, repitió el teniente Zañartu aun incrédulo frente a lo que creía una tamaña tontería.

              Pero aquel, adivinando lo que estaba pensando, insistió:

              • “¡No es ninguna tontería!, en diciembre de 1978 estuvimos a horas de un enfrentamiento por el diferendo del Beagle entre las escuadras navales de ambos países, ¿algo paso que lo evitó?”.
              • “¡Si!, lo que pasó fue que su Santidad el Papa Juan Pablo II se interpuso para que aquello no se produjera”, interrumpió el teniente molesto por el grado de truculencia, que a su juicio, tomaba la conversación.
              • “Lo que usted señala ocurrió horas posteriormente a que la Flota de Mar (Flomar) regresara a Comodoro Rivadavia, después de haber zarpado desde su fondeadero en Isla Los Estados al encuentro de la Escuadra Nacional para enfrentarla y destruirla. Aquello nunca ocurrió porque, según la versión oficial, la tripulación, – debido al mal tiempo imperante – , se indispuso de tal forma que no estaba apta para entrar en combate. Aquella versión resulta increíble. ¿Qué pasó que la poderosa escuadra naval argentina no pudo entrar en combate?. Esto empezó dos años antes. Frente a las tensas relaciones con Argentina, en Chile el General busco formas de armar a las FF.AA, que estaban en un estado de equipamiento lamentable, debido al embargo mundial promovido, en esos años, por el gobierno norteamericano. Lo primero que hizo fue modificar mediante el decreto supremo N° 1530 la ley 13.196, conocida como ley reservada del cobre, que obligó a Codelco a entregar el 10% de las ventas totales a las FF.AA, sin que aquellas tuvieran que rendir explicaciones a ninguna institución de la República respecto del destino de los gastos de dichos fondos. Aún más, mientras exista, la ley es secreta. Con esto el General tuvo un flujo considerable de dinero de libre disposición para prepararse para la guerra. Pero el tiempo era el otro problema. En esos años el enfrentamiento era inminente, así que armar a las FF.AA debía hacerse con suma rapidez, pero aquello no se lograría en menos de cinco años. Así que se destinaron parte de los recursos a la investigación nuclear, construyendo un reactor experimental a cargo del ejército. No fue suficiente, el conflicto se desencadenó rápidamente. Entregado a la suerte y a la voluntad de Dios, siguiendo minuto a minuto el curso de colisión de ambas escuadras en la Academia de Guerra de La Reina, fue testigo del inesperado desenlace”.
              • “¿Existe acaso otra razón que explique el hecho que la Flota de Mar argentina haya decidido no entrar en combate?”, preguntó irónico el teniente Zañartu.
              • “Oficialmente ¡no!, oficiosamente ¡si!. Existen versiones confiables que describen que minutos después de conocerse la noticia del abortado enfrentamiento por parte de la armada argentina, un oficial de alta graduación, se acercó al General para entregarle un mensaje en un papel. Lo leyó detenidamente delante de todos los demás que lo observaban expectantes, esperando que compartiera su texto. Todos creían que en aquel, estaba la razón de lo que inexplicablemente había ocurrido. El General no lo hizo, pero todos notaron el brillo de satisfacción que brotó radiante de su mirada acompañada de una mueca de sonrisa algo diabólica que termino, después de algunos segundos, en una exclamación enigmática: «Gracias a Dios, los tenemos agarrados de los cocos”.
              • “Sabe que más don Oscar creo que me retiró, me canse de escuchar tamañas especulaciones”, reaccionó el teniente Zañartu con una sonrisa despectiva.
              • “¡Teniente!, a mis  80 años, no tengo ninguna necesidad de inventar cuentos fantasiosos, ¿sacó algo con ello?. ¡Confié en mí!, ¡no quiero causarle daño!, solo ayudarlo a conservarse vivo. ¡Déjeme continuar!. Desde aquel instante, el General se dio cuenta que la hipótesis de guerras era real e inevitable. Había que prepararse con tiempo para dicho evento. Las FF.AA de Chile no podían ser sorprendidas nuevamente en tal grado de debilidad. Había que prepararse con tiempo para la guerra. El plan elaborado aún está en pleno desarrollo.

              El teniente se levantó de la cómodo silla, abrocho su guerrera y extendió la mano a su anfitrión:

              • “¿Me disculpa don Oscar?, ¡se me hace tarde! , debo partir, aunque soy escéptico a sus argumentos, que sinceramente encuentro descabellados. De todas forma, esta velada ha servido para tener una entretenida tertulia”.
              • “Por el momento, ¡me basta con habérselo planteado!. Debe cuidarse, pronto puede encontrarme la razón. Si necesita ayuda estoy a su disposición, ¡no me olvide!. En Argentina están ocurriendo acontecimientos preocupantes en vista de la próxima elección presidencial. Esto me hace temer que estamos en la víspera de un enfrentamiento armado de consecuencias insospechadas. Usted es de los primeros en ser enviado al campo de batalla”.
              • “Nuevamente esa frasecita estúpida, ¡viejo loco!, – pensó molestó -, ¡está bien don Oscar!, meditare en lo que me ha dicho”.

              El marino calzó su gorra de servicio, se despidió de manos cerrando la reja tras de sí bajo la atenta mirada de Oscar Andrade que lo siguió hasta que aquel abordó el minibús que lo esperaba afuera de su residencia. Durante el regreso, más tranquilo, le pareció que parte del argumento empleado por Oscar Andrade le era familiar pero no lograba recordar donde lo había escuchado o leído.


              CAPITULO 21

              EL IMPACTO MEDIATICO

              En Buenos Aires la campaña por la Presidencia de la República estaba desatada. Se sucedían mítines, asambleas y concentraciones masivas. Panfletos alusivos a las distintas candidaturas cubrían las calles. A pesar del desgaste, el peronismo había logrado permanecer en el poder, o sino, influir decisivamente durante todos estos largos decenios. Al estar conformado por dos poderosas tendencias internas, ambas populistas, una de izquierda y otra de derecha. Al no contar con una oposición importante que le pudiera hacer frente, se alternaban entre ellos la primera magistratura de la Nación en cada elección casi como un ritual político cupular. Sin embargo, esta última década, a la vista de los importantes progresos que habían experimentado otros países de la región, nacía una derecha pragmática y moderna que se consolidaba crecientemente entre el electorado, pero aún no alcanzaba la fuerza suficiente que logrará poner en peligro al peronismo decadente y corrupto. No ayudaba su gran dispersión, catorce candidatos que llevados por sus ambiciones personales desmesuradas, no podían ponerse de acuerdo en una sola candidatura. Los peronistas habían sido hábiles en promover dicha dispersión. Pero la gente, en general, estaba cansada de los políticos que anteponían sus ambiciones por sobre los intereses del país. Esa mañana de marzo, el país estaba conmocionado por una entrevista hecha por el periodista Rafael Marengo Caballero en la Gaceta Literaria del diario La Nación. El tiraje de aquel día estaba agotado, por la tarde había salido una nueva partida, la que también se había acabado a las pocas horas. La población que aún no había alcanzado a adquirir un ejemplar, esperaba por otra prometida para la media noche.

              Augusta había salido distraídamente de su trabajo, aún consumida en las dudas que le provocaba el no haber logrado una respuesta adecuada a los sentimientos enfrentados respecto de su relación sentimental con Juan Francisco. Al cual, se agregaba la pena que le provocaba el haberse enterado de la muerte de su novio de adolescencia en circunstancias tan extraña, donde Chile volvía a aparecer como el gran causante de otra gran carga de dolor que se añadían a las existentes.

              • “¡Che!, debo estar loca para seguir pensando en él. ¡Tengo que olvidarlo!, nada bueno traería a mi vida”.

              Mientras caminaba hacia el subte, en cierto momento notó gran agitación en la gente pero no le dio importancia. Le extrañó que en el tren casi todos los pasajeros portaran, y otros ávidos hojeaban el diario La Nación. Pero ella tenía problemas más importantes de qué preocuparse que saber sobre la victoria o derrota de River. Estaba cansada pero no estaba dispuesta a estar en casa de Antonia, tenía que hacer todos los esfuerzos para poder olvidarlo pronto. Así que, como todos los días, llegaría solo a colocarse el buzo para salir a trotar por el parque con Bonito hasta terminar agotada. Luego se bañaría, comería algo liviano y a la cama a dormir.

              Al poco rato después, se encontró trotando acompañada por su querida mascota. Pensaba que lo que al principio creía sería un gran problema, hoy lo agradecía. Bonito era una gran compañía, hoy por hoy, era su única fuente diaria de alegría, su primera preocupación y su cariño le hacía muy bien. Al otro día de enterarse de la muerte de Antonio, decidió regresar de inmediato a Capital Federal. Solo transcurrió una semana, cuando su madre le informó que había enviado a Bonito con un matrimonio amigo que viajaba en carro a Capital Federal, – río al pensar en la reacción inicial que tuvo, pero no pudo contener las lágrimas de emoción al enterarse de las razones -, el perro se negaba a alimentarse y se estaba muriendo de pena desde el momento en que Augusta había abandonado Bariloche sin siquiera haberse despedido. Interrumpió repentinamente el trote, se sentó sobre el césped para abrazarlo y acariciarlo, retribuyéndole de esta manera su cariño protector.

              • “¡Qué bueno es que estés conmigo Bonito!, a ver si el próximo mes me compro un carro para que podamos viajar a casa de Mamá. Florencia también nos extraña, aunque según Mamá lo está superando”.

              Lo acariciaba cuando a la distancia escuchó una exclamación que la puso en alerta:

              • “¡Chilenos bastardos!, ¡hijos de puta!, por fin aparece alguien que se atreve a decir las cosas tal como son. Todos estos políticos boludos, traidores y vendidos, nunca han sido capaces de hacerlo”.

              Dirigió la mirada hacia el lugar de donde provenían, se dio cuenta que era un aglomeración de personas que se apretujaban unos con otros tratando de adquirir un periódico. La noche se hacía sentir cerca de las 24 horas, un poco temerosa del lugar y las reacciones aireadas que parecían contagiarse unos a otros, si bien con Bonito se sentía segura, creyó que no debía abusar. Se levantó y reanudó el trote, esta vez de regreso. Al llegar al edificio donde estaba el departamento de Antonia preguntó al nochero:

              • “¡Buenas noches don Gerónimo!”.
              • “¡Buenas noches señorita Augusta!”, respondió el hombre, acostumbrado a su llegada a esa hora después de trotar.
              • «¿Vos tenés La Nación de hoy que me pueda facilitar?».

              El nochero la extrajo desde una repisa bajo el mesón de la conserjería y se la extendió. Al principio, con curiosidad leyó los titulares, con creciente interés accedió al suplemento para leer la entrevista. Al concluir, lo cerró, movió la cabeza de un lugar a otro en señal de preocupación. Se paró del sofá del lobby y se lo devolvió:

              • “¡Gracias don Gerónimo!”
              • “¡Y!, ¿qué le pareció?, ¡por fin apareció una persona con los huevos bien puestos!, ¿no lo cree?, ojala que se postule a la presidencia, ¡al menos, ya tiene mi voto !”.
              • “¡Sabemos en qué terminan las aventuras arrastradas por el fanatismo!, ¡cuántos chicos sacrificados inútilmente! y a los que sobreviven, sólo para morir enfermos, pobres y olvidados”, respondió confundida y contrariada.
              • “¡Che!, ¡pero son solo chilenitos!, a esos nos los bancamos de una!”.
              • “¡Buenas noche don Gerónimo!, vamos Bonito, es hora de acostarnos”.

              No quiso continuar con la conversación, pero no por ello dejo de reflexionar mientras caminaba rumbo al apartado de su amiga. Le preocupaba, porque no era lo mismo lo que pasaba en una dictadura a lo que ocurría en una democracia. No era lo mismo, un dictador militar a un presidente carismático e intelectualmente capaz de entender los sentimientos más escondidos de su pueblo. ¡Había que preocuparse!. Lo que leyó no justificaba el impacto mediático que había tenido la entrevista al doctor Madrigal sobre la población. No era socióloga, pero sospechaba que un profundo fenómeno social de consecuencias imprevisibles comenzaba a desencadenarse.


              CAPÍTULO 22

              UN AMIGO INESPERADO

              En Buenos Aires, un día espléndido, un brillante sol costero acompañado de una leve brisa que hacía agradable el trote por el parque 3 de Febrero. A medida que avanzaba, agotado, en dirección a la embajada, añoraba sus rutinas junto a la costa del litoral viñamarino, pero aquellos recuerdos también traían consigo la amargura de no haber sido asignado a un buque de la Escuadra Nacional. Sufría al pensar que su carrera inexplicablemente había sido truncada aún antes de haber comenzado, no parecía justo y no podía dejar de sentir rencor hacia quienes habían tomado aquellas decisiones que lo afectaban. Deseaba tanto poder descargarse en alguien que pudiera consolarlo, amortiguando este sentimiento destructivos que lo carcomía, pero tampoco eso le había resultado. Se había enamorado de una chica, que de pronto desapareció sin dejar rastro, ni menos una explicación. Para Juan Francisco el año no había empezado bien. Sacando fuerzas del cansancio, aceleró el trote, como si se tratase de una desesperada maniobra para intentar extraer de raíz estos dolores que lo atormentaban. Extenuado, intentando recuperar el aliento, se dejó caer pesadamente sobre un banco. Mientras miraba nubes aisladas surcando el cielo, de pronto vio que un enorme bulto caía sobre él, para casi de inmediato sentir una áspera y húmeda lengua que lengüeteaban su rostro:

              • “¡Hey bájate de inmediato y no sigas llenando mi cara de baba¡”, mientras que con sus dos manos intentaba apartarlo.

              El perro salió corriendo hasta una distancia en donde comenzó a observar como Juan Francisco se limpiaba con su camiseta. Apenas repuesto, el perro volvió a la carga lanzándose sobre su cuerpo, ambos rodaron por el césped, juguetones, hasta que él lo abrazo y el perro se calmó tranquilo entre sus brazos. Se hizo el muerto, el perro extrañado se paró en sus cuatro patas mientras lo observaba con atención.

              • “¡No te preocupes amigo, no estoy muerto, solo me repongo!”, intento explicarle Juan Francisco.

              El perro que parecía entender perfectamente, respondió con dos ladridos seguidos, mientras agitaba su cola. Se echó a su lado, mientras no le despegaba sus ojos de encima. Juan Francisco con su mano derecha acarició su pelaje, entre tanto, su mente trataba de entender como se había transado esta amistad con un animal. Que extrañamente, además, solo se encontraba con él los días de semana en el horario que él ocupaba para trotar en el parque que rodea a la embajada y que parecía que aquel animal conocía perfectamente. Aún más, acercándose cierta hora, el perro emprendía una carrera rauda hasta desaparecer entre las calles. Esta vez no fue la excepción, de pronto se paró en sus cuatro patas y se echó a correr hasta desaparecer. Juan Francisco se sentó sobre el pasto húmedo siguiéndolo con la vista hasta verlo desaparecer entre los transeúntes. Recordó que el primer contacto fue una vez en que descansando en un escaño, tal como ahora, frente a la embajada, miraba y pensaba en el edificio y su entorno. Hermoso edificio, pero mal ubicado por que destruir la armonía de este esplendido parque, lo que terminaba por desmerecer su buena arquitectura. Trataba de entender, qué hacia este edificio incrustado en la mitad de un parque. Fue entonces que se dio cuenta que estaba siendo observado por un perro que sentado en sus patas traseras parecía escrutarlo intentando saber que estaba pensando. Ambos se miraron, fue entonces que el animal se acercó y ladro varias veces, lo acarició tras su cabeza y le ofreció el helado de barquillo que en ese instante degustaba. Se lo comió de un solo tarascón, para luego emprender una veloz retirada. Hoy, cada vez que no puede encontrarse con él, lo extraña, su amistad sin compromiso le hace bien. En cierta medida ha sido una compañía que lo ha ayudado a sobrellevar las dificultades emocionales que lo aquejaban.

              CAPÍTULO 23

              LA SEÑAL

              Como de costumbre después de acudir a misa de doce en el centro de la ciudad, solía pasear por la costanera junto al puerto. Instantes que valoraba, pues le permitían meditar, relajarse, observando aquel océano bravo, siempre picado y amenazador, que lo ubicaba en su real dimensión frente a la magnitud de la naturaleza. Sonrió de solo pensar que algunos creían seriamente que era posible dominarla. Las ráfagas heladas de viento húmedo cortaban sin piedad la carne de cara y manos. Pero así y todo disfrutaba de este paisaje agreste, en aquel día soleado de otoño. Estaba de cumpleaños, 72 años, arribó a esta ciudad a los 25. Años difíciles, pero todo había salido bien, finalmente se había logrado evitar la muerte de mucha gente inocente. Aunque nunca lo podría compartir, aquello lo llenaba de orgullo. Aquí había formado una bonita familia, sus hijos casados, todos profesionales, le habían dado numerosos nietos. Sin duda estaba agradecido de este País, donde había tenido que permanecer todo este tiempo. Apresuró en secar algunas lágrimas que surcaron su rostro, a medida que se ponía en marcha rumbo a casa. En el trayecto, como de costumbre, pasaría al correo a retirar desde su casilla la correspondencia de la semana. Sacó las llaves, ubicó el número bajo el cual estaba la cerradura, abrió la cajuela. Retiro los sobres, cerró y ordenó el llavero para terminar guardándolo en uno de sus bolsillos. Sin pretender abrir en dicho momento la correspondencia, hizo una revisión rápida de los remitentes. Solo una no lo tenía, lo que le llamo la atención, la miro por el frente, el destinatario impreso, su nombre y dirección estaban correctos, no cabía duda que era para él. La curiosidad lo venció, mientras la abría, dejó el resto sobre la mesita. Al extraer desde su interior un papel lustre de color verde, su rostro palideció. Sabía perfectamente lo que aquello significaba, buscó infructuosamente algo más en el interior del sobre. Nervioso, solo atino a tratar de confirmar el mensaje:

                • “¡Pasare de inmediato a la pulpería de Lucho!, él debe tener más información sobre lo que está ocurriendo”, pensó nervioso.

                  Se desvió algunas cuadras de su trayecto normal a casa, aceleró el paso, a lo lejos divisó el letrero del Emporio Don Lucho. Decidió correr al darse cuenta que solo faltaban algunos minutos para cerrar. A su edad, afortunadamente, casi todos los días durante todo estos años había cultivado las artes marciales. Eso le permitía hoy mantener un físico envidiable. Llegó al lugar agitado y se arrimó al mesón de atención:

                  • “¡Hola Luchito!, vengo a buscarte para que te vayas conmigo a casa a celebrar
                    mi cumpleaños, ¡en casa nos esperan!”.
                  • “Ernesto se supone que es una sorpresa, Inés me había cursado la invitación y estaba por marcharme apenas cerrará el boliche. Pero como tú has venido, feliz me voy contigo para conversar durante el trayecto”.

                  Mientras estos dos amigos hablaban afectuosamente, se miraban intensamente, trasluciendo extrema tensión:

                  • “¡Toma!, mi nieto Gonzalo le envía esto a Danielito”, su mano deslizó el papel lustre sobre el mesón.
                  • “¡Va!, ¿que les pasa a estos cabros?, Danielito también le envía esto a Gonzalito”, la mano de Luis Carmona desliza otro papel lustre idéntico y de igual color.

                  Ambos habían confirmado sus aprehensiones, no se trataba de un error.

                  CAPÍTULO 24

                  El DESVELO

                  A pesar de ser domingo, una intranquilidad de origen indefinido lo hacía dar vueltas y vueltas en su cama sin poder conciliar el sueño. Se puso a recordar el verano recién pasado, en un vano intento de encontrar alivio. La imagen de Ágata se instaló en su mente, lo cual tampoco ayudo, sino que agrego tristeza:

                  • “¿Dónde estás Ágata?, ¿por qué huiste sin dejar al menos un mensaje?,¿podre alguna vez olvidarte, si todos los días esta pena me erosiona el alma?”.

                  Tenía que distraerse de alguna manera, se levantó de la cama. Encendió su ordenador, se sentó junto a su escritorio, pensó en ver algo de pornografía. A lo mejor, eso lo aliviaba, pero en vez de ello, pulso la palabra Argentina. Instantáneamente se listaron en el buscador todos los sitios relacionados. Se dio cuenta que aquellos exaltaban el patriotismo contra Chile. Todos hacían mención a la entrevista al doctor Madrigal en el suplemento literario de la Nación. No tardó en tenerla desplegada devorando su texto. No lo podía creer, debía hacer algo de inmediato. Atinó a levantar el auricular del teléfono y marcar el número del matutino:

                  • “¡Aló!, quiero hablar con el director!”.

                  Al otro lado solo escucho una carcajada:

                  • “¡Vos sos un boludo!, ¡no te has dado cuenta la hora que es!, ¿con quién hablo?”.
                  • “¡Lo ciento!, ¡disculpe!, es urgente, llamo desde la Embajada de Chile, necesito hablar con el periodista Rafael Marengo Caballero”. 
                  • “¡Che!, ¡comprendo!, menos mal que soy mendocino, ustedes los chilenos me caen bien y creo que el ambiente que se está armando entre ambos países es peligroso. Lo voy a ayudar, voy a darle su correo. Pero vos no podes decir que yo te lo di, ¿Ok?”.
                  •  “¡Ok!, ¡así será! ¡pierda cuidado !”, respondió decidido.
                  • “Anote: rafa punto arroba la nación punto ar”, respondieron al otro lado de la línea.
                  •  “¡Muchas gra…!”, no alcanzo a terminar cuando se dio cuenta que había colgado.

                  De inmediato, comenzó a digitar un mensaje: 

                  “Señor Marengo, necesito con urgencia sostener una entrevista con usted. Favor, responder con prontitud.

                  Atte.
                  Tnte. Juan Francisco Zañartu Winner
                  Secretario adjunto del Agregado Naval
                  Embajada de la República de Chile.”

                  Finalmente había pasado la noche en velas. El reloj marcaba las cinco y quince de la mañana, comenzaba a aclarar. Se dirigió a la pequeña cocina de su apartamento a preparar un café. Pensó que eso podría ayudarlo a espantar el sueño que se hacía sentir pesadamente. Con el jarro en la mano, a medida que sorbía largos tragos, se dirigió a desconectar el ordenador, fue cuando se dio cuenta que, casi de inmediato, recibía la respuesta: 

                  “Veo Sr. Zañartu que yo no soy el único que por estos días se desvela. Lo espero el miércoles a almorzar en el restaurante Lo Prète, en las cercanías del Congreso de la Nación. No tendrá problema en encontrar la dirección y sea puntual, vos comprenderá que por estos días el tiempo escasea.

                  Le saluda,
                  Rafael Marengo”

                  CAPÍTULO 25

                  LO PRÉTE

                  Concluida la cena comprometida hace algunas semanas atrás con Rafael Marengo en un restaurante que le traía muchos recuerdos de juventud, el teniente Juan Francisco Zañartu Winner, decidió repetir el trayecto que a diario, por toda una semana, repitió en su juventud a la hora del almuerzo.

                  • “¡Extraña la vida!, como el pasado regresa sin que lo llamen. ¡Impresionante!, quién hubiera imaginado que Marengo elegiría al Lo Préte, entre tantos otros restaurantes existente en esta ciudad,  – reflexionó inquieto -, tal como afirma Marengo, parece que es cierto que estamos viviendo tiempos extraordinarios”.

                  Caminó por Virrey Ceballos, cruzó Alsina hasta llegar a la gran plaza que precede al imponente edificio del Congreso de la Nación. Lo miró detenidamente, desde la distancia, y no dejó de apreciar un cierto aire familiar al Capitolio. Le pareció una pequeña réplica, quizás ajustada al presupuesto de un país latinoamericano algo presumido. Se encaminó a través de sus jardines hasta encontrarse con la Avenida San Martín, por la cual transitó pensativo al encuentro de la Casa Rosada

                  • “¡Bonitos días aquellos!, – recordó cuando su equipo escolar gano un concurso en la televisión de la ciudad de Valparaíso donde obtuvieron como premio una estadía en la ciudad de Buenos Aires para representar al País en un concurso equivalente, organizado por canal 11 de la televisión estatal Argentina. Había que responder las preguntas que el jurado hiciera sobre la vida y obra del Libertador General José de San Martín. La contraparte argentina, debía hacerlo sobre el Capitán General Bernardo O´Higgins – ,¡empatamos!. Pero lo destacable no fue tanto competir, sino compartir. ¡Nos atendieron muy bien!. Nos pasearon por los puntos de mayor interés de la ciudad, incluyendo el mismísimo despacho del Presidente Juan Domingo Perón (Segundo Mandato) en la Casa Rosada. En dicha ocasión, lamentablemente, no pudo estar presente y se frustró la reunión con él. En otra ocasión, nos llevaron a un liceo de niñas, con las cuales organizaron un día de campo completo en un club en la localidad del Tigre,  – recordó a una de ellas, con la cual surgió una atracción que duró algunos años, por correo a la distancia. Dicho recuerdo puso al teniente algo melancólico -, ¿qué será de ella?,  – se preguntó-, a lo mejor podría visitarla, – descartó la idea de inmediato, en unas de sus cartas, le contaba que su padre se había suicidado tirándose al paso del tren subterráneo. La última fue aún más terrible, le contaba que le habían detectado un cáncer glandular y que estaba en tratamiento. Nunca más volvió a saber de ella, le escribió, pero nunca más respondió -,  ¡no sé si aún vive!, pero es mejor dejar el pasado sin remover”, decidió en un susurro casi inaudible en el momento en que se disponía a cruzar la ancha Avenida 9 de Julio.

                  No es fácil cruzarla, normalmente a paso regular, se hace en dos tandas de semáforo. Siguió avanzando por Avenida San Martin, hasta quedar frente a la casa de los presidentes de Argentina, pintada de color rosa. Atravesó Bolívar y camino por la Plaza de Mayo donde se detuvo a contemplarla:

                  • “¡Extraño contraste!, a un extremo de la Avenida San Martin el majestuoso edificio del Congreso de la Nación Argentina. Al otro un modesto palacete, más propio de los gustos de algún terrateniente, que de los presidentes de un pueblo orgulloso, independiente y soberano”, pensó.

                  El teniente Zañartu realmente lo creía así, pero que una clase política corrupta mantenía a su pueblo avergonzado, frustrado y reprimido. En ese punto coincidía con el análisis que le había hecho Marengo hace un rato atrás:

                  • “¿Qué pasaría si un político nacionalista, incorruptible, decidido y convencido de sus ideales lograra destapar esa frustración anidada en el pueblo argentino?, ¿El doctor Madrigal Sotella era acaso ese político?, ¿podría Madrigal aglutinar al pueblo argentino en pos de lograr sus propio ideales?, la respuesta suya y también la de Marengo era que sí. Se estaba dando el mismo caldo de cultivo que precedió al nacimiento del movimiento nazi en Alemania. Todo esto, podría desencadenar en el nacimiento de un Führer latinoamericano”.


                  Miró su reloj, las veinte y dos menos quince, era tarde, aún debía pasar a retirar unos documentos a su oficina. Detuvo a un taxi y solicitó al chofer que lo llevará, con prontitud, a la Embajada de Chile. Le indicó, lo que le parecía era el trayecto más corto y rápido, tomar Avenida Leandro Alem y luego Avenida El Libertador hasta calle Tagle donde estaba la embajada. El chofer accedió a la sugerencia, apretando el acelerador:

                  • “¡Rápido, pero no tanto, amigo mío!”, preciso.

                  CAPITULO 26

                  DE VUELTA EN CASA

                  • “¡Aquí estamos de nuevo!, ¡regresamos a casa!, yo sé que vos estás enojado conmigo, he notado tu cambio desde que dejamos Capital Federal. Creo que no querías, parece que vos habías encontrado una novia, ¡no tengo otra explicación!. Pero sabes, ¡yo no podía seguir allá!, necesito tranquilidad para poder reflexionar, ¡sí!, ¡pensar mucho!, tengo que encontrar nuevamente un equilibrio conmigo misma y volver a casa es lo mejor que se me ha ocurrió. En realidad para ser franca, el consejo fue de Antonia. Aquí volveré a mis raíces, a mis afectos primarios, a la protección, al abrigo, a la contención de mis papas, mis amigos, el de vos y el de Florencia. Volverá a mí el sosiego que necesito para reanudar mi vida. ¡Vení, por favor, Bonito, perdóname!”.

                      El perro parecía escucharla atentamente y con mirada triste, echado en el pastizal a orillas del lago en un sector de Bahía López, en donde desde pequeña Augusta solía pasar los momentos en que se sentía sola y desamparada, especialmente durante su adolescencia. Disfrutar la naturaleza le hacía bien, lograba sacarle la melancolía que de repente se instalaba en ella. Ver los hermosos atardeceres como el que observaba en ese momento de marzo, acompañada de una briza fría y un encrespado oleaje en las agua del lago que anunciaba la llegada del invierno. Bonito se paró sobre sus cuatro patas, caminó lentamente hacia ella, levantó sus patas delanteras sobre su falda y apoyó su cabeza que ella acaricio con ternura.

                      • “¡Gracias mi querido Bonito!. Parece que ambos estamos tristes. Si te he herido procurare compensarte, voy a buscar una compañera para vos, ¡te lo prometo!. He estado viviendo momentos contradictorios. Me dolió mucho lo que hicieron Raúl e Inés, ¡no puedo perdonarlos!. Pero eso ya no importa. Debo reconocer que estoy enamorada, pero tengo miedo y estoy  confundida. Mi jefe me reprendió, pero en realidad, estoy en otra, así que tomé mi cartera y me fui para no volver nunca más.  Ahora estamos de vuelta en nuestra casa de siempre. Aquí también tengo algunas cosas que resolver. Recuperar el cariño de mi Papá y ayudar a la madre de Antonio a saber que sucedió con él. Estoy segura que cuando ella sepa en qué circunstancias murió, podrá sanar y recuperar su vida. Tengo que hacerlo por Antonio, por ese amor adolescente que fue muy intenso. ¡Él me quiso mucho!, ¡yo también!. Pero la distancia termino por apagar el fuego”.

                      Florencia se encabrito y relincho, como llamando la atención de que comenzaba a oscurecer y era hora de regresar. Así lo entendió Augusta, abrazo a su perro y beso su pelaje:

                      • “¡Vamos Bonito, regresemos a casa!, Florencia está nerviosa, se ha hecho tarde”, después de demostrarle, también, su cariño con una caricia y un beso en su mejilla, monto ágilmente sobre el lomo de su yegua.


                      CAPÍTULO 27


                      DESPLEGARSE A COMODORO RIVADAVIA

                      En Capital Federal, un día brumoso, húmedo y muy helado. Terminaba su habitual rutina de runnig por el parque 3 de febrero, agotado, se sentó en un escaño, sacó del buzo un pequeño envoltorio donde traía algunas golosinas para su amigo. Esperó una larga hora, pero aquel no llegó. Miró su reloj, algo decepcionado, concluyó que ya no aparecería, y comenzó a comérselas:

                      • “Me había acostumbrado a su compañía, hoy me siento especialmente triste y esperaba poder regalonearlo. ¡No estoy bien!, ¡me siento solo!, necesito encontrar a Ágata y no sé por dónde comenzar. Casi no tuve tiempo para conocerla, ¡maldito sea!, ¡como pude ser tan imbécil!. En este momento quisiera estar a bordo de un buque, viajando, preocupado de navegar, de vivir los oleajes tormentosos ocasionados por los vientos huracanados del Cabo de Hornos, o bien, disfrutando de la mar suave y acogedora, arribando a puertos, en donde poder conocer gente nueva. Pero nada me ha resultado, parece que la vida me lleva a destinos que no dependen de mí”, bajó la cabeza desalentado y con sus brazos la cubrió para ocultar su rostro.

                      Después de un rato, se sentía mejor. Llorar había sido un escape necesario, que le permitió aflojar la tensión que acumulaba al no poder hallar la manera de encontrarla. Más tranquilo, repasó la agenda de la próxima semana. Justo el día de la entrevista con Marengo había recibido la última instrucción desde SantiagoLa Moneda continuaba muy preocupada del clima anti – chileno que se estaba expresando con mucha virulencia, en general en toda la Argentina. Como una medida para reforzar la presencia de la embajada en los consulados de las principales ciudades argentinas, la cancillería chilena había decidido aprovechar las fiestas patrias para hacer eventos en cada una de ellas con la intención de aumentar la protección sobre la población chilena residente. Con tal motivo, se instruía al personal de la embajada a desplegarse en las principales ciudades para liderar y participar en los eventos conmemorativos de la independencia junto al cónsul y la población chilena residente.

                      El teniente Juan Francisco Zañartu Winner debía desplazarse hacia la ciudad de Comodoro Rivadavia, donde encabezaría la celebración. Pensó que lo distraería estar un tiempo fuera de Buenos Aires. Conocería otra ciudad, nuevas personas y aprovecharía de compartir con los connacionales.


                      CAPÍTULO 28

                      CELEBRANDO LAS FIESTAS PATRIAS


                      La aeronave de Aerolíneas Argentinas carreteó sobre la losa en busca de la única manga de que disponía el aeropuerto internacional General Enrique Mosconi. Despertaba esta ciudad patagónica, un día radiante muy agradable, con una suave, cálida y seca brisa proveniente de la pampa que no dejó de extrañar al teniente Juan Francisco Zañartu Winner.

                      Lo esperaba a la salida el chofer de un automóvil enviado por el consulado, quien enarbolaba un cartel con el nombre del teniente. Al percatarse, se acercó y se identificó:

                      • “¡Buen día!, soy Juan Francisco Zañartu”.
                      • “¡Hola Señor!, ¡mucho gusto!, el cónsul me ha enviado a buscarlo para trasladarlo a su hotel. Soy Manuel Garrido, por favor deme su maleta”.

                      Recorrieron rápidamente el trecho que lo separaba del estacionamiento y partieron raudo por Avenida Dr. Mariano González rumbo al poniente hasta desembocar en una rotonda, donde enfilaron hacia el oriente por la ruta N° 3 hacia la costa atlántica. Mientras conducía, Manuel Garrido le fue describiendo algunas características de esta ciudad:

                      • “¿Ha visitado esta ciudad anteriormente?”, pregunto. 
                      • “¡No!”, respondió Juan Francisco Zañartu.
                      • Es una ciudad que tiene alrededor de doscientos mil habitantes. Nació como consecuencia del descubrimiento de petróleo. Se ha desarrollado rápidamente a partir de entonces. Se construyó un puerto que ha permitido sacarlo, como también a los productos de ciudades del interior, a las cuales también ha beneficiado. Quizás sea el más importante en la costa atlántica después de Buenos Aires. Es la capital de la provincia de Chubut, tierra ancestral de los antiguos Tehuelches”.

                      El teniente miraba a través de la ventanilla del vehículo, escuchando el relato de Manuel y confirmando lo que le decía, al ver en la zona industrial por la cual circulaban, grandes galpones de acumulación de aceites y tambores, silos de almacenamiento de crudo, bombas de extracción de petróleo funcionando ruidosamente y letreros publicitarios de la empresa petrolera estatal YPF. Lo que no dejó de parecerle contradictorio fue que se erguían allí mismo un bosque de aerogeneradores aprovechando los vientos patagónicos para producir energía eléctrica. Pronto empalmaron con la Av. Libertador General San Martín que marcaba el ingreso a la ciudad y desembocaron justo en el puerto. Manuel no dejaba de describir la ciudad:

                      • “¡Mire! el cerro a su izquierda, se parece mucho al «Morro de Arica», quizás sea porque al igual que aquel, la ciudad está a sus faldas. Por su lado más cercano al mar, corre la avenida por la cual transitamos y si usted ahora mira hacia el océano, al igual que en Arica, se encontrará con los muelles del puerto. Se llama cerro Chenque, y al igual que en el Morro de Arica, en su cima existe un mirador donde usted puede admirar los amaneceres más espectaculares que en la vida jamás se olvidan”.

                      El vehículo giró a la derecha y tomo calle Sarmiento, para luego de algunas cuadras, doblar hacia el sur por calle Moreno hasta encontrarse con Inmigrantes Gallegos:

                      • “¡Hemos llegado a su hotel!, – exclamo Manuel -, su pieza es la 801. Es un departamento precioso con una vista, que solo por ella vale la pena este viaje. El cónsul me ha solicitado que esté a su disposición en todo momento, está hecho el «check in«, aquí tiene las llaves, esta es mi tarjeta, allí encontrará el número de mi teléfono”.
                      • “¡Muchas gracias Manuel!, créame que ha sido muy interesante su relato sobre la ciudad, dígame, ¿usted parece conocer Arica?”.
                      • “¡Nooo!, pero mis padres añoran su ciudad natal y me la han descrito vívidamente, a tal punto, que parece que yo también hubiese nacido allí”.
                      • “¡Ahora entiendo su acento!”, – exclamo concluyente Juan Francisco Zañartu.
                      • “¡Si, pero voz enténdes que, así como amo a mis padres, también amo a mi Argentina!”, aclaró para no dejar margen a la duda.
                      • “¡Ya veo!, ¡bueno ha sido un placer conocerlo!, nos estaremos viendo. Lo llamo cuando lo necesite, mañana es 18 de septiembre, día patrio de Chile, que esperó celebrarlo con la colonia chilena de Comodoro Rivadavia”, respondió el teniente.
                      • “¡Así es!, mis padres están muy contentos que el gobierno chileno, por primera vez, se haya acordado de ellos. Están preparándose, prácticamente, desde principio de año para la fiesta de mañana, en que todos los chilenos de Comodoro se juntarán a celebrar. Sino me llama antes, pasaré a las siete menos quince de la tarde a buscarlo para llevarlo al Bom Bife”.

                      Al entrar a su habitación, el teniente fue impactado por una vista majestuosa que desde el octavo piso lo invadía todo, todo un privilegio. En primer plano las actividades portuarias. Pero lo que más le atrajo fueron las carreras de veleros sobre arena que surcaban a gran velocidad las extensas playas. Pensó que fue una lástima llegar tarde al amanecer, pero aún quedaban oportunidades que intentaría no desaprovechar. El ring del teléfono lo alertó de que no estaba en un viaje de placer, levantó el auricular:

                      • “¡Buen días Juan Francisco!, – escuchó desde el otro lado de la línea -, habla el cónsul Ramiro Altamirano, lo llamó para que, mientras almorzamos, aprovechemos de conversar, ¿qué le parece?”.
                      • “¡Muy bien señor cónsul!, ¡que otra cosa puedo decirle!, muy agradecido de todas sus atenciones”.
                      • “¡No qué va!, ¡cumplo con mi deber!. Será para mi muy interesante poder departir con vos. El Hotel Austral está justo al frente de donde vos te hospedas, allí se ubica, el que a mi entender, es el mejor restaurante gourmet de la ciudad, el Tunet, lo esperó allí a la una”.
                      • “¿Estás seguro que eres el cónsul de Chile?”.
                      • “¡Ja, ja, ja!, – río abiertamente -, son los casi cinco años que llevo representado al país en esta ciudad, que han terminado por contagiarme el acento y sus modismos. ¡Bueno!, será muy agradable conversar con vos, en unas pocas horas más, ¡chao!”.

                      Juan Francisco se tiró en la cama. Miró el extenso horizonte a través del ventanal, hasta que sus parpados fueron cediendo lentamente al sueño que termino por abatirlos. 

                      Después de un almuerzo realmente gourmet, que sorprendió al teniente por la delicadeza en colores, textura y sabores del menú, especialmente el postre que lo encontró subliminal, el cónsul lo invitó a charlar en los salones, donde aprovechó de pedir para ambos un café muy especial que mezcla café, chocolate, dulce de leche con crema, acompañado por una porción de tartaleta de Calafate, el fruto originario más característico de la Patagonia. Fue ocasión para encender un puro Habanero con un fuerte aroma a chocolate:

                      • “¡Afortunadamente no estamos en Chile, esto allá no se puede hacer, hay que poco menos que esconderse en el baño para disfrutar un placer como este!”, exclamo el cónsul en tono disculpa.

                      El teniente lo observaba a medida que disfrutaba el sabor de aquel café extraordinario. Sin embargo, el funcionario diplomático no tardó en abrir la conversación:

                      • “Desde que Madrigal gano la elección presidencial, la situación se está volviendo muy delicada para los chilenos residentes. En esta ciudad hay una cantidad importante de compatriotas, yo estimo entre cinco a ocho mil, muchos asentados hace veinte o más años. Este ambiente podría compararlo casi a lo vivido en los años del conflicto del Beagle. Me parece importante que el gobierno se haga presente, para que ellos sientan apoyo y protección. Pero, aun así, tengo la convicción personal que no es suficiente y que hay que plantear derechamente que deben hacer un esfuerzo para que abandonen Argentina a la brevedad”.
                      • “Mi posición es que hoy más que nunca debemos estar cerca de nuestros compatriotas, para acompañar y ayudarlos, ¡son recurrentes estos momentos históricos entre ambos países!. Es fundamental, la unión estratégica de Chile y Argentina. Más aun, yo diría que es imprescindible para lograr la integración entre los países de América del Sur. Visión con la cual debemos trabajar hacia el futuro y tratar de soportar estos momentos de retroceso en nuestras relaciones. Hacer regresar a nuestros conciudadanos no ayuda a este propósito. Por el contrario, crea un serió problema social de difícil proyección, por ejemplo: ¿Qué pasará con los hijos argentinos de estos chilenos?”.
                      • “¡De acuerdo!, pero cada día que pase se hará más difícil estar cerca de nuestra gente sino logramos recomponer las relaciones de confianza entre ambos gobiernos”.
                      • “¡Así es!, por eso es imperativo trabajar por restituir los lasos. Será trabajo arduo, pero urgente. Por el momento, tenemos que estar con nuestra gente este 18 de septiembre, ¡¿no le parece?!”.
                      • “¡Me parece!, ¡vamos a pasarlo hoy muy bien con los nuestros!”, respondió algo menos pesimista el cónsul. 

                      Dando por terminada esta velada, ambos hombres se levantaron y se despidieron afectuosamente.

                      Manuel Garrido estuvo a la hora, trasladó a Juan Francisco Zañartu hasta el restaurante elegido para esta fiesta. Al llegar, la fachada se encontraba engalanada con un letrero que decía “¡Viva Chile!”, junto con guirnaldas tricolores, banderas y escudos. En su interior la gente repletaba el recinto que disponía de un gran salón y múltiples otros más pequeños. La gente estaba feliz, animada y enfiestada, la música típica se cantaba a todo pulmón y las cuecas se bailaban una tras otra. El teniente se sentía bien, hacía más de 6 meses que no iba al país, así que le resultaba muy agradable volver a sentir los olores de su tierra, de las empanadas, el asado a la parrilla, el chori – pan, el pebre, la ensalada a la chilena, el pastel de choclos, el chacarero, el vino, el cordero al palo, el pescado frito, lo porotos granados y con rienda, el pan batido y el amasado con chicharrones, etc., realmente se sentía en casa, acogido y entre los suyos. Una señora se acercó para solicitarle un pie de cueca.

                      • “¡Menos mal que la sé bailar!”, pensó mientras tomaba un trago de vino tinto, a la vez que sacaba su pañuelo y ofrecía su brazo a la señora. Le dio el paseo para dejarla en su lugar y luego retrocedió para batir las palmas hasta que la cueca más tradicional, la del “Guatón Loyola” arrancó. 

                      Al terminar sacó aplausos, se despidió de la señora con un beso en la mejilla y se acercó a su mesa a descansar un rato. El tiempo pasó rápido, el teniente estimo que se retiraría alrededor de la 23:00 horas porque al día siguiente tenía vuelo a la Capital Federal a medio día. Había sido un día agotador, vio su reloj y se dispuso a dejar el lugar. El presentador lo nombró por los parlantes para invitarlo a decir algunas palabras. Se acercó al escenario y tomó el micrófono:

                      • “Sin duda hay personas que tienen más derecho que yo a decirles algunas palabras en esta fecha tan importante para todos nosotros, por ejemplo, el cónsul o cualquiera de ustedes que han vivido tanto tiempo aquí en esta tierra. La embajada ha querido estar cerca de ustedes, los chilenos que residen en Argentina, en el día en que recordamos la independencia de nuestra Patria. Sé que, por aquí, corren tiempos difíciles para nosotros, pero soy optimista, estoy convencido que volverá la cordura. El pueblo argentino es un pueblo noble y culto, ellos los han acogido a ustedes como uno más, así que no teman en dar su trabajo en forma leal para hacer surgir a esta noble nación que les ha dado bienestar y prosperidad a cada uno de ustedes. A cambio ustedes les han entregado a sus propios hijos nacidos en esta tierra. Nuestra obligación como gobierno es estrechar estos afectos mutuos entre chilenosargentinos que se remontan a los tiempos de la independencia. Soy un convencido que no ocurrirá una integración de los países de América del Sur mientras ChileArgentina no lo hagan previamente. ¡Muchas gracias a todos!, sigan disfrutando esta fiesta que el gobierno de Chile ha querido regalarles en este día a todos ustedes en señal de agradecimiento a su trabajo fuera de la Patria y a favor de la integración de ambas naciones”.

                      El aplauso general arrancó fuerte y decidido, las lágrimas en muchos afloraron naturalmente. Recibía abrazos y agradecimientos, especialmente de señoras, mientras descendía del escenario. Con un tango, el baile volvió esta vez a la pista. Juan Francisco se despidió del cónsul y también de Manuel sin antes solicitarles que siguieran divirtiéndose que él prefería caminar por Avenida Rivadavia las seis cuadras que lo separan de su hotel. Manuel aprovechó de recordarle que su vuelo salía a las 12:00 a.m. así que pasaría a buscarlo a las 11:00 horas.

                      Al salir, la noche estaba especialmente oscura y amenazante. Sin embargo, la temperatura templada no dejaba de sorprenderlo. Recorriendo con la mirada los puntos cardinales, se dio cuenta que la ciudad estaba protegida por pequeños cerros, muy parecido a lo que era su ciudad, Viña del Mar. Aquello bastó para entender qué se trataba de un micro – clima, influenciado por el efecto regulador del mar y el aire cálido proveniente de la pampa. Caminó por la acera derecha, se detuvo un rato a observa la catedral de la ciudad. En algún momento se cruzó el deseo de ingresar, pero no tardó en darse cuenta que estaba cerrada. No obstante, no dudo en sentarse, algunos minutos, en un escaño para contemplarla con detención y aprovechar de implorar, en una silenciosa oración, ayuda para encontrar a Ágata. Después de algunos minutos reanudó su camino hacia el hotel. Siempre tuvo una fascinación especial por los argentinos, los consideraba elegantes, educados y que sabían disfrutar la vida sin complejos. Al caminar por Avenida Rivadavia aquello se confirmaba nuevamentecafés, restaurantes e incluso librerías permanecían abiertas llenas de gente conversando animadamente, desde niños hasta ancianos transitando por sus veredas. Comparó esta avenida con una semejante de su natal Viña del MarAvenida Libertad, a esta hora aquella debería estar vacía, con alguna u otra persona caminando, el comercio cerrado, con la sola excepción de las estaciones de servicios:

                      • “¡Bueno eso marca la diferencia entre ambos pueblos, por eso son tan complementarios!”, reflexionó mientras seguía avanzando.


                      Reconcentrado en sus pensamientos, de pronto se sobresaltó, al sentirse arrinconado entre dos personas. Instintivamente llevó su mano derecha a su espalda en busca de su revolver de servicio. Pero otra se lo impidió, sujetándosela firmemente, mientras el brazo libre era inmovilizado por otro sujeto:

                      • “¡Teniente no se asuste!, somos chilenos al igual que usted y solo deseamos charlar con voz”, exclamó una de los sujetos.

                      A un costado de la calzada, frente a ellos se detuvo un vehículo y abrió sus puertas. Lo empujaron rápidamente a su interior, arrancando velozmente, perdiéndose entre las calles laterales.

                      El automóvil freno bruscamente he hicieron descender al teniente. Observó para todos lados tratando de dejar en su mente una referencia que permitiera identificar a otros su ubicación. No tardó en darse cuenta que abrían una puerta lateral para ingresarlo a un local comercial, cuyo letrero decía: “Emporio Don Lucho”.

                      El lugar estaba oscuro, un fuerte olor a jamón serrano lo impregnaba todo, pero también se mezclaba con otros aromas de especies varias que volvían el ambiente atractivo. Uno de ellos encendió una vela que estaba al centro de una mesa algo rustica, el otro dispuso un vaso para cada uno y los lleno con vino: 

                      • “¡Para nuestro invitado, vino chileno, autentico y del bueno!”, exclamo uno de ellos.

                      El otro, a su vez, agrego sobre la mesa una tabla para picar con porciones generosas de jamones, variedades de quesos, aceitunas, pasas, etc.

                      • “¡Teniente bienvenido!, queremos charlar con usted y no podíamos dejar pasar esta oportunidad de hacerlo con un militar chileno, tal como lo somos nosotros”.

                      El teniente Juan Francisco Zañartu Winner, estaba sorprendido:

                      • “¿Por qué de esta forma tan clandestina?”, protestó molesto.
                      • “Lamentablemente, no podemos hacerlo de otra manera”, explicó uno de ellos.
                      • “¡Vamos al grano!, ¡escuchó con atención!”, – respondió enérgicamente el teniente Zañartu.

                      Uno de ellos deslizó sobre la mesa una hoja de papel lustre color verde:

                      • “Sabemos que usted trabaja en la agregaduría naval de la embajada, necesitamos saber porque nos mandaron esto”.

                      El teniente Zañartu desconcertado, respondió: 

                      • «¡No sé de qué me habla!, ¡desconozco que significa ese papel!, si es eso lo que quieren”.
                      • “¡Maldito sea teniente!, acaso no sabe que esta señal significa que debemos volver a Chile después de haber estado en actividad hasta hoy por más de 25 años. ¡todos lo han recibido, no hay margen de error!”, grito desesperado su interlocutor.
                      • “¡Díganme sus nombres!, ¡no tengo idea de lo que usted me está hablando!”, intentó sacar alguna información.
                      • “De ninguna manera le podemos revelar nuestros nombres, rango, ni funciones. Al revés, esperábamos que usted las supiera”, acotó el segundo.
                      • “Si no se explican no podré ayudarlos, así que les solicitó me dejen marchar”.
                      • “¡No teniente!, ¡usted no se va de aquí hasta que no nos escuche!”, respondió uno de ellos.
                      • “Entonces háganlo luego, estoy en esta ciudad en visita oficial, pronto se darán cuenta de mi ausencia”, advirtió el teniente.

                      El más viejo, se paró de la mesa y comenzó a caminar de un lado al otro de la habitación, lo hizo por largos minutos, hasta que de pronto, se detuvo dando la espalda al resto de los comensales:

                      • “¡Está bien teniente!, le contare nuestra historia, estoy consciente del peligro que eso significa”.
                      • “¡No se preocupe!, me comprometo a guardar estrictamente la confidencialidad de esta conversación”, estimulo el teniente a su contraparte, curioso por saber de la angustia que aquejaba a estos hombres.
                      • “¡Mire!, – continuo su interlocutor -, somos muchos los que llegamos a estas tierras hace ya muchos años. Antes de que el conflicto del Beagle alcanzara su mayor clímax en diciembre de 1978. Llegamos jóvenes, algunos solteros, otros como yo casados, en muchos casos nuestras familias o amigos arranchados por estas tierras patagónicas nos acogieron. Todos fuimos enviados por la FF.AA de Chile con el objetivo de constituir una quinta columna destinada a transmitir información y entrar en acción si la situación lo ameritaba. Nuestra vida en los primeros años fue peligrosa e intensa. Pero hoy, transcurridos los años, la miramos con orgullo, pues prestamos un servicio que salvó a nuestros países de una catástrofe de horribles proporciones. Sin embargo, vemos hoy que nuestro legado de sacrificio parece desmoronarse sin que pareciera importarle mucho a nadie, ni a uno, ni al otro lado de la cordillera. Con la llegada del nuevo gobierno en Argentina, reconozco la formación deliberada de un clima pre – bélico, muy parecido al que viví en aquellos tiempos de juventud. No tenemos la misma edad para hacer lo mismo de entonces. Pero indudablemente, podemos seguir aportando a la paz entre nuestros países. ¿Por qué entonces debemos retornar?, sospecho lo que lo explica, pero aquello solo me hace sentir una terrible angustia. Nosotros somos viejos, nuestros hijos nacieron, se educaron, se casarón, tuvieron a nuestros nietos y progresaron en estas tierras. Ellos, las nueras y los nietos son argentinos. Nosotros tenemos la orden de regresar a Chile y separarnos definitivamente de nuestras familias. Aquello no sería problema, hoy las distancias son cortas, el problema es que vamos derecho a un enfrentamiento. Pero al igual que antaño, el resultado tendrá las mismas dimensiones, un holocausto que involucrará principalmente a los civiles. ¿Qué pasará entonces con nuestras familias?”, los ojos del viejo se inyectaron en lágrimas, quebrando su relato y rompiendo en un llanto ahogado por el intentó de ocultarlo.

                      El teniente escuchaba asombrado, a lo que le parecía ficción pura sino fuera por la angustia desatada en dichos hombres. En su evidente desesperación, el teniente intento reconfortarlo:

                      • “El relato me parece increíble, pero no me entrega antecedentes verificables. Si no quiere regresar, ¡no lo haga!. ¿Cuál es la razón de su angustia?”.
                      • “¡No es tan fácil!, – respondió el otro interlocutor que estaba más sereno -, nosotros hemos recibido nuestros sueldos de parte de las FF.AA chilenas todos estos años. Si nos quedamos, aquel se interrumpirá en cualquier momento y será difícil que podamos subsistir sin ayuda. Tampoco podremos pasar a retiro, quedaremos en un limbo legal de incierta solución. Si retornamos probablemente seremos pasados a retiro, por lo tanto, no hay alternativa”.
                      • “¡Retornen!, pasen a retiro y luego vuelven con los suyos a Argentina ”, propuso el teniente.
                      • “¡No nos va a quedar otra que hacerlo de esa manera!. Volveremos a morir junto a los nuestros, si es que un conflicto se desata”, intervino el otro ya más repuesto.
                      • “¡Sigo sin entender!, – contesto el teniente -, nada de lo que me han dicho logra justificar el nivel de angustia en que están. ¿Qué más saben u ocultan?”.
                      • “¡Mire!, yo amo a mi País, amo a mi familia, también amo a Argentina donde viven hoy los míos. Estoy orgulloso por lo que hicimos, soy leal a las instituciones de la FF.AA a las cuales hemos servido todo este tiempo. ¡Es cierto!, hay un secreto que no puedo develar, no lo haría por convicción, pero si así ocurriera, tendría que contar los días de sobrevida y con ello no resolvería el problema de fondo, ¡evitar una guerra!”.
                      • “¡Es muy difícil que usted solo pueda evitar una guerra!, más aún, si una de las partes está dispuesta a llevarla a delante por razones geopolíticas. Estás son razones mayores, que no depende más que de los gobiernos”, argumentó el teniente.
                      • “Su argumento tiene un error, en Chile la decisión de ir a una guerra no está en manos del gobierno, ni del parlamento, ni siquiera del alto mando conjunto de la FF.AA, sino de solo un puñado de generales y almirantes”.
                      • “¡No sigas Ernesto!, – interrumpió el otro decididamente – , ¡no tiene caso!, ¡el teniente tiene la razón!”.

                      Puso su puño sobre la mesa a la vez que ordenaba al teniente:

                      • “¡Teniente extienda su mano abierta hacia arriba!”.
                      • “¡No lo hagas!”, el que parecía más viejo intentó evitarlo infructuosamente.

                      Sin decir palabra, entre sorprendido y curioso, el teniente hizo lo que le pedía. El otro levanto su puño de la mesa y lo colocó sobre la mano abierta del oficial. Como si un lapso de duda se interpusiera, respiró profundo pero resignado, dejó caer una canica de acero. El teniente lo miró con cara de interrogación:

                      • “¡No es lo que parece teniente!, esa bolita de acero de apariencia inofensiva es en realidad un arma letal. ¡No se le ocurra tratar de destruirla!, porque no podrá contarlo ni usted, ni la gente que esté a su alrededor. No le voy a decir más, porque esto ya me puede costar la vida, el resto tendrá que descubrirlo usted. Esto en su momento evitó una guerra. Pero en el futuro, si se desencadenará otra, significará miles de muertos. Esa es la causa de nuestra angustia”.
                      • “Para ser franco sigo sin entender nada”, reaccionó el teniente Zañartu.
                      • “¡No le diremos nada más!, ¡esta reunión se terminó!. Ahora solo depende de usted, por favor retírese», abrió la puerta del Emporio Don Lucho, lo acompañó hasta el vehículo, abrió la puerta trasera y permitió que el teniente lo abordará.  

                      Luego de cerrarla, ordeno: 

                      • “¡Llévalo a su hotel!, ¡al que te dije!, de ninguna manera converses con él”.


                      CAPITULO 29

                      LA PRIMAVERA

                      Ella intentaba seguir durmiendo, pero Bonito hacia todo lo posible por impedirlo: 

                      • “¡Déjame dormir!”, reclamaba Augusta, arropándose nuevamente, pero no había caso, el perro ladraba e insistía. 

                      Entonces recordó la causa, miró su reloj y salto de la cama:

                      • “¡Che!, vos tenés razón, son las siete menos quince!, tengo que ir a preparar el día de campo que haremos hoy con Papá y Mamá, ¡como en los viejos tiempos, aquellos de niñez!”, no estaba dispuesta a desperdiciar la ocasión de recuperar aquellos afectos de antaño, hoy los necesitaba, los añoraba, su padre siempre la protegió y acogía sus penas, ella resentía su perdida. 

                      Al llegar al salón, ellos ya estaban en pie:

                      • “¡Che vení querida a tomar desayuno!, el viaje será largo y antes de salir, necesitas alimentarte bien. ¡Tendrás que manejar!, tu padre está viejo para hacerlo por largo rato. Tengo leche hirviendo, chocolate, küchen y jugo de calafate, pan recién salido del horno, mantequilla y, por supuesto, queso fresco, todo hecho en casa». 

                      Augusta antes de sentarse, aún algo desgreñada, con una gruesa bata de levantarse, exclamó:

                      • “¡Gracias Mamá!”. 

                      Vertió una generosa porción de leche caliente en un plato sopero y lo dejo sobre la grada de la chimenea para que Bonito, que reclamaba también su porción, tomará su desayuno.

                      • “¡Este perro cada vez más regalón!, – exclamaba su madre resignada -, yo le di alfalfa a Florencia, tu Papá tiene cargada la camioneta y enganchado el acoplado donde la transportaremos, así que no te preocupes por aquello. Será un paseo familiar, ¿te acórdas?, como aquellos de tu niñez, todos juntos incluyendo a nuestras mascotas de siempre. Hija estoy tan feliz, no sabes cuánto lo está también tu padre, si prácticamente no ha dormido pensando en este paseo”.
                      • “¿Dónde iremos?”, preguntó Augusta.
                      • “¡No sé!, tu padre ha preferido mantener la sorpresa, dice que es un lugar maravilloso, pero algo lejos de Bariloche. Según me ha señalado, queda hacía el norte a una tres horas y media de aquí pasado Junín De Los Andes e internándose en la cordillera”.

                      En Villa Angostura, Augusta que conducía asistida por su padre como copiloto, tomó la RP 40 hacia el norte. Pasaron por San Martín De Los Andes algunos kilómetros más al norte por la misma ruta, a la altura de la localidad de Malloa se encaminaron hacía la cordillera por la RP 23. Antes del paso fronterizo de Mamuil Malal, doblaron por un camino rústico, deteriorado por el tiempo, que bordeaba la rivera poniente del lago Tromen, hasta alcanzar un pequeño y precioso valle. Augusta una vez que descendió de la camioneta, observó el paisaje circundante, no encontraba palabras para poder describir lo que estaba observando. Sencillamente un paisaje increíble, se acercó a su padre y lo beso en la mejilla:

                      • “¡Gracias Papá, esto es maravilloso!”.
                      • “¡Mira hija!, déjame sacar a Florencia para que también disfrute y aproveche de comer los brotes primaverales de estos pastos silvestres. También, armare la parrilla para preparar el asado. Vos podrías ayudar a tu madre a hacer las ensaladas y, también, podes jugar con Bonito que ahí está reclamando tu atención, ¡mira como mueve la cola!”.

                      Después de comer el asado de res, conversan un mate. Florencia no se cansaba de pastar, Bonito echado a los pies de Augusta que, arrebatada por el aire, junto a sus padres, sorbia entre cabeceos la bombilla de su mate:

                      • “¡Ven hija mía!, – sorprendió su padre a Ágata -, te invito a caminar, te quiero mostrar este lugar que es un secreto que hace mucho tiempo quería compartir con vos. El lago que tu vez más abajo es el Tromen, mira esas grandiosas montañas, ese es el majestuoso volcán Lanin, más al sur allá lejos se alcanza a ver ese picó de forma muy especial, ¿lo ves?, ese es el Cerro Pantoja está lejos de aquí, queda más al sur de Villa Angostura. Sí giramos hacia el norte puedes apreciar el Volcán Villarrica, el Colmillo del Diablo y el Cerro Las Peinetas. ¡Hermoso!, ¿no?». 
                      • “¡Papá es precioso!, te agradezco mucho que nos hayas traído a conocer este paraje”.
                      • “¡Ven Augusta sígueme!, caminemos por este sendero hasta ese montículo que está allá”, indicó con el dedo.

                      Dado que a él le costaba caminar con su prótesis a través de estos senderos rurales, ambos recorrieron lentamente el sendero. Pero con la ayuda de su bastón y haciéndolo con cuidado, llegaron finalmente a un mirador natural desde donde se apreciaba una gran bosque de antiguas Araucarias. Contemplaron un paisaje majestuoso, en un día brillante de luz, con un sol suave que entibiaba agradablemente el aire. Las aguas cristalinas provenientes de los deshielo de los macizos andinos se abrían caminos a través de múltiples riachuelos que alimentaban al lago Tromen, mientras otros lo hacía hacia el poniente. En el cielo, al acecho, un imponente cóndor volaba en círculo oteando alguna presa:

                      • Chile es lo que tu vez hacia el poniente. ¡Más aún!, podría decirte, que hoy, voz has hecho un picnic en Chile. ¡Mira hacia abajo!, allí a unos 10 Km. puedes ver un caserío mapuche, al cual llegas por ese sendero, – lo apuntó con su dedo índice -, te traje a este lugar, primero para recuperar tu cariño, estar lejos de ti me ha significado un gran dolor. ¡No pude evitar reaccionar de esa forma!. El otro, fue reconciliarme con este lugar que me arrebato una de mis piernas”.
                      • “¡Papá no tenes por qué disculparte!, yo nunca he dejado de amarte. Me sentí muy triste, pero nunca perdí la esperanza de recuperar tu confianza y no sabes lo contenta que me pones. ¡Por fin todo será como antes!, volveremos a compartir nuestras confidencias y complicidades, – lo abrazo con los ojos en lágrimas, él acarició su cabellera, le acercó su pañuelo para que secará sus ojos y limpiara los mocos que colgaban de su nariz. Una vez recuperada de la emoción, Augusta prosiguió -, Papá también te debes reconciliar con este lugar, ¿qué tiene que ver toda esta belleza con que hayas perdido tu pierna?”.
                      • “¡Tenes razón hija!, en este lugar pasamos muchos días, muchas noches escondidos, sin poder encender un fuego, ni siquiera una linterna para no ser descubiertos por estos chilenos desgraciados, que nos asechaban. ¡Mira hacia abajo esa delgada línea!, esa es la ruta 199, llamada Camino Internacional Puesco, que une el paso fronterizo Mamuil Malal con la ciudad chilena de Pucón. En aquellos tiempos nosotros debíamos hacer expediciones de exploración para espiar a los regimientos chilenos e informar a nuestras fuerzas. Aunque parezca increíble, ¡jamás los vimos!, ¡ni siquiera abandonaron sus cuarteles!, ¿dónde estaban?, ¿qué pensaban?, ¿cómo reaccionarían al ingreso en cualquier momento de nuestros batallones a su territorio?. Nunca pudimos responder a esas incertidumbres que nos tenían al borde de la locura. Algunos chicos no resistían la presión y ahogaban sus gritos de desesperación. Llegue a temer que enloquecieran e hicieran uso de sus armas en contra de nosotros mismos. Aquella noche del veinte y dos de diciembre de mil novecientos setenta y ocho, un mensajero llegó a este lugar con la instrucción formal de iniciar el avance a través del camino internacional, nos tomáramos a fuego limpio el pueblo de Curarrehue y resistiéramos en dicho lugar hasta que llegara el grueso de la fuerza militar argentina. Lo hicimos tal  como nos ordenaron. Avanzamos agazapados y protegidos por el follaje a orillas de la carretera. En ningún momento nos cruzamos con fuerzas militares chilenas.  Estábamos en eso, cuando recibimos, a través de nuestra radio, un mensaje cifrado que nos ordenaba abortar de inmediato la misión y retornar. Al desandar el camino, se desató una tormenta de viento blanco. El frío era irresistible, no veíamos nada a más de un metro. La caminata de regreso se tornó lenta y penosa. Algunos caían y desaparecían sin que pudiéramos hacer nada por tratar de ayudarlos y en muchos casos ni siquiera nos percatábamos. Al llegar a nuestra base, no quedaba nada, fue entonces que al comandante se le ocurrió que construyéramos iglúes con ladrillos de nieve y dentro de ellos nos guareciéramos abrazándonos unos con otros para compartir el calor corporal. Cuarenta y ocho horas duró esta condición climática. Al final, yo no pude salir por mis propios medios. Una de mis piernas estaba totalmente negra gangrenada e insensible, no respondía. Pero lo que me sucedió a mí fue lo de menos. Cuarenta y ocho soldados desaparecieron, nunca más supimos de ellos, ni siquiera encontramos  sus cadáveres. Posteriormente hicimos incursiones clandestinas a Chile, reconstituyendo el posible camino seguido, pero todo resultó infructuoso. Siempre dudamos de esos chilenos hijos de puta, ¡creo que ellos los encontraron!. Sin embargo, nunca tuvieron la decencia de devolver los cadáveres de nuestros compañeros. Nunca reaccionaron, así que algo sabían, ¡nunca lo he entendido!. No he podido, ¡hija mía!, quitarme este rencor y desprecio tan grande que siento por ellos. ¿Cómo?, ¡jamás!, devolvernos a nuestros caídos, ¡nobleza humana obliga!, ¡malditos hijos de puta madre!”, gritó fuerte, como un desgarro de inmenso dolor que salía desde sus entrañas. Lloró desconsoladamente, buscando cobijó entre los brazos de su hija, quien intentaba un consuelo tardío. Los papeles parecían invertirse. Toda aquella rabia largamente reprimida desde mucho tiempo salía expulsada como pus que infectaba su alma.

                      CAPITULO 30

                      UN CHOCOLATE CALIENTE

                      Aquel día de primavera resultaba placentero observar los colores, tonalidades y brillos del lago Nahuel Huapi rodeado de su imponente fondo montañoso. Hace frío, un gélido viento sur proveniente del polo agita los árboles y hace que la gente, a pesar de su abrigo, camine de prisa. Augusta permanece acurrucada en un sofá de cuero, junto a una chimenea que crepita intensamente, mientras la leña es consumida por el fuego. Al frente, un enorme ventanal a través del cual disfruta una vista privilegiada. En sus manos un enorme tazón de chocolate caliente, que saborea a ratos, reforzando aquella felicidad que no quiere compartir y que solo desea atesorar. En el interior de la mejor chocolatería de Bariloche, se arrojan a su atmosfera interior, los aromas de deliciosos panes dulces, küchenes, mermeladas, tortas y pasteles, mezclando los de  las masas frescas con los aromas dulces y cítricos de azucares y frutos.

                      • “¡Increíble!, ni siquiera en Bavaria existe algo así”, pensó.

                      Está vez sola, le había costado salir de casa, no había sido fácil dejar a Bonito. El fiel can jamás la dejaba. En eso agradecía a su madre, que se había encargado de entretenerlo para que ella pudiera escabullirse. El último fin de semana, había quedado en un estado de felicidad que necesitaba aquilatar, el reencuentro con el cariño de su padre la tenía en un nivel de dicha difícil de describir.

                      • “Mi querida amiga Antonia tenía razón, aquí en casa de mis padres volvería a encontrarme conmigo misma, lo que ayudaría a resolver mis tormentos, uno de ellos se ha resuelto, ¡he recuperado el afecto de Papá!, – reflexionó -, ahora tengo que ayudar a la madre de Antonio. Pero no solo por ella, a mí también me interesa, porque me afecta. También necesito saber qué pasó con él. Cuando aquello tenga una explicación, entonces abordaré lo más importante, que es poder amar a Juan Francisco tranquila, sin culpa, sin renunciar a mis otros afectos. Sí Juan Francisco me ama de verdad, lo entenderá, estoy segura de ello”, intentó convencerse.

                      -.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.-.

                      Semanas después 

                      Florencia se puso en alerta, agitada, encabritada, movía la cabeza de un extremo a otro resoplando ruidosamente, con alguno relincho impaciente que se escapaban con intermitencias:

                      • “¡Vamos tranquila querida Florencia!, – Augusta le hablo cariñosamente, acariciando con ambas manos los costados de su cabeza y besando su frente. A lo lejos, estaba Bonito echado mirando atentamente, parecía disfrutar la escena que observaba -, hoy temprano, mientras estaba acostada, recordé mi adolescencia  y quise volver a hacerlo, te lo mereces tanto mi yegüita querida, te voy a regalonear, ¡mira!, traigo agua tibia, jabón espumoso y esta escobilla, para masajear firmemente tu piel, tal como lo hacía antaño y que tu esperabas cada semana. Seguramente hace mucho que nadie hace esto con vos, así que me he puesto las pilas, para volver a darte este regaloneo que mereces con creces”. 

                      Augusta introdujo la escobilla en el interior del balde con agua y jabón. Comenzó a restregar firmemente el lomo de Florencia, lo desplazaba una y otra vez de arriba abajo: 

                      • “¡Che!, ¡esto es cansador!, pero es lo menos que puedo hacer por vos”.

                      Bonito no se movía de su posición, continuaba deleitándose con una escena que hace mucho tiempo, no había visto repetir. Augusta concentrada en este trabajo, lo creía justo y necesario para una de sus mascotas más querida y fiel. De alguna manera, sentía que retribuía la felicidad que aquellos animalitos le brindaban con tanta lealtad desde su más tierna infancia.

                      Sintió el enérgico apretón de una mano en su hombro izquierdo:

                      • “¡Papá!”, exclamo sorprendida.
                      • “¡Hija mía!, Florencia se merece este cariño, ¡sin duda!”.
                      • “¡Si!, ¡hace mucho que se lo debía, estaba en falta y necesitaba ponerme al día con ella!”, exclamo satisfecha de liberarse de un remordimiento que le pesaba.
                      • “¡Si! ellos, Florencia y Bonito, han crecido contigo, han jugado y te han cuidado desde muy nena”.
                      • “¡Papá!, ¡no me hagas llorar!”.
                      • “Hija, yo también tengo que ponerme al día con vos”.
                      • “¿En qué sentido Papá?, ¡no entiendo!”.
                      • “Bueno han pasado algunas cosas durante el tiempo en que estuve enojado con vos, que quiero contarte. ¡Florencia y Bonito no han sido tus únicos afectos!, ¿cierto?”.
                      • “¡Así es!, también estás tú y mamá”, respondió obviamente Augusta.
                      • “¡Sí hija!, ¡naturalmente!, pero yo hablo de Antonio”, recordó su padre.
                      • “¡Sí Papá!, fue un amor adolescente, que como todo primer amor quizás nunca voy a olvidar”, contestó Augusta emocionada, dándose cuenta que entre ella y su padre los lazos de toda la vida volvían por su cauce normal. Desde muy pequeña existió esa confianza y complicidad que con su madre era casi imposible.

                      No pudo controlar el impulso de abrazarlo fuerte, gesto que aquel devolvió con el cariño de siempre, acariciando su cabellera:

                      • “¡Ven!, caminemos un rato por este sendero!”, la invitó.

                      Se internaron, por una huella que los llevaría a una pequeña playa pedregosa del lago Nahuel Huapi. Extrañamente, Bonito y Florencia, parecían comprender la escena entre padre e hija, porque ninguno insistió en acompañarlos.

                      • “¡hija!, ¡Antonio murió!”, su padre prefirió decírselo de una, estaba él para sostenerla.
                      • “¡Papá lo sé !, me enteré en mi viaje anterior. Su madre me lo contó cuando fui a su casa para saber de él. Aún lo estoy sufriendo, en aquella ocasión me fui de Bariloche porque no tenía consuelo. ¡No quise preocuparlos!”, respondió Augusta llorando.
                      • “¡No te imaginas lo triste que fue!, los féretros de 8 conscriptos muertos regresaron del servicio militar. Alrededor de dos meses después de que me dieron de baja por la pérdida de mi pierna. Su madre estaba desecha. Me acerqué a ella, creí que era lo que debía hacer porque Antonio había sido tu novio. La consolé todo el tiempo, estuvo en nuestra casa varios meses, hasta que se restableció y quiso volver a la suya, que estaba aún más vacía que antes”.

                      Ambos caminaron por el estrecho sendero, tomados de la mano. Augusta escuchaba atentamente, los recuerdos volvían a doler, las lágrimas que queman la piel volvían a brotar de sus ojos. Su padre continúo con su relato:

                      • “Recuerdo que la señora Ester quiso ver por última vez el rostro de su hijo. Al intentarlo en el velorio, no pudo levantar la tapa del féretro. Fue entonces que el capitán a cargo de la ceremonia fúnebre, le señalo que las tapas habían sido selladas por orden superior. Recurrió a mí para poder lograr que le permitiesen verlo por última vez. Todo fue en vano, la negativa fue rotunda, la orden venia del mismísimo gobierno federal de la República Argentina. Los cuerpos por razones de seguridad nacional no podrían ser vistos. ¡No me lo podía explicar!. Días después de pasado el funeral, hable con el mismísimo comandante de la guarnición naval de Bariloche, apele a nuestra amistad, pero, aun así, no obtuve ninguna respuesta satisfactoria. Me explicó que los féretros provenían de Ushuaia, habían sido despachados vía aérea desde el hospital naval de la ciudad. Me mostró el certificado de defunción donde, como causal de muerte, solo indicaba: “muerto en acto de servicio”, firmaba el comodoro doctor Sebastián Bertoni, Comandante de Sanidad de la Delegación Naval de Ushuaia. Sus restos fueron depositados en el mausoleo naval del Cementerio Municipal de Bariloche erigido especialmente para albergar a estos ocho cuerpos, héroes navales, pero cuya historia se mantiene en el más oscuro secreto”.

                      Sentados sobre una gran roca, ambos se quedaron largamente callados, mirando el batir del agua del lago. Estaban allí, pero parecían sobre puestos sobre aquel paraje, sus pensamientos permanecían lejos, en algún instante de aquellos ya distantes años.

                      • “¡Gracias Papá!, por relatarme esta historia. Voy a iniciar la búsqueda de la verdad de lo sucedido con Antonio. Siento que se lo debo a su madre, quien aún lo llora todos los días. Pero también lo hago por mí, necesito cerrar un capítulo de mi vida para seguir con el siguiente sin remordimientos, rencores, ni culpas. Convine con Antonio, que yo marcharía primero a la Universidad de Buenos Aires y él lo haría una vez que cumpliera con su conscripción obligatoria. Al principio recibía sus cartas casi a diario, después de algunos meses, aquellas comenzaron a distanciarse, cada vez más hasta desaparecer. Asumí por una falsa convicción que, nuestra relación se había  agotado a causa de la distancia, la edad e intereses profesionales distintos. Así que, termine por comprender que lo nuestro se había acabado. Aunque siempre quedé con la sensación de algo inconcluso, porque nunca existió la constancia del fin de aquella relación. ¡No lo hice pero él tampoco!. Lo que vos me has dicho me ayuda mucho. No tendré que empezar recopilando antecedentes aquí en Bariloche. Pero Papá, tengo que ir a Ushuaia a entrevistarme con el doctor, ¡Papá!, ¿cómo se llamaba? ¡aquel que firmo el certificado de defunción!”.
                      • “¡Doctor Sebastián Bertoni!”, respondió su padre.
                      • “¡Ese mismo!, ¡no se me olvidará más!, ¿me ayudaras a saber que paso con Antonio?”, lo abrazo y beso su mejilla.
                      • “¡Hija mía!, ¡nunca más volveré a negarte mi ayuda!”, respondió decidido.
                      • “¡Gracias Pá!, iré entonces a Ushuaia a entrevistarme con ese doctor”.

                      CAPÍTULO 31

                      BONITO SE VOLVIO LOCO

                      A su lado, exhaustos, dormían profundamente su padre y Bonito. Por el contrario, ella trataba de hacer lo mismo, pero el agotamiento le impedía conciliar el sueño:

                      • “¡Lo que hicimos fue una locura !, el viaje en avión dura algunas horas, pero Papá no quiso. De tanto insistir logró convencerme de que era necesario e imprescindible qué fuera conmigo y, más encima, también trajo a Bonito. Un disparate haber viajado por casi tres días hasta aquí. Solo espero que no termine por malograr el propósito de este viaje”, reflexionaba enojada Augusta presa del desvelo.

                      Afortunadamente habían encontrado un hostal donde hospedarse, acogedor y familiar. Afuera el frío rondaba los ocho grados bajo cero. En cambio en el interior, la temperatura era suficiente para andar con ropa liviana, junto a una rica comida y buena compañía. Así la ruda vida  en Tierra del Fuego se hacía más llevadera. Sus pensamientos en nada le ayudaban a superar el desvelo. Estaba ansiosa, quería que llegara pronto el amanecer para salir a ubicar al doctor que podría tener las respuestas que ella necesitaba. Intuía que resolver este tema, le abría las puertas para intentar un futuro feliz con Juan Francisco. Estaba muy atraída por él, recordó su olor, el sabor de su piel y la música de Miller que había envuelto aquellos primeros flirteos amorosos. Quería que estuviera junto a ella en esos instante, haciéndola suya con esa potencia juvenil que la trastornaba, no pudo evitar que sus manos acariciaran las partes más erógenas de su cuerpo recordando aquellos apasionados encuentros vividos anteriormente. Hacia grandes esfuerzos para ahogar sus gemidos de placer hasta que el orgasmo supero todas las barreras. Asustada miro a su padre y a Bonito que, a pesar de aquello, no interrumpieron su profundo sueño:

                      • “¡Gracias Diosito por evitar que Papá despertara!, ahora no estoy en condiciones de dar explicaciones”, exclamo avergonzada.

                      Sus ojos se cerraron hasta que Bonito la despertó. No podía creerlo, estaba muerta de sueño, después de pasar una noche para el olvido, y ahora observaba a su perro jadeando, batiendo animadamente su cola, con la correa colgando de su hocico, recordándole que era la hora de su paseo diario. Miró buscando a su padre para ver si estaba en condiciones de reemplazarla, pero no era así, dormía aun profundamente.

                      • “¡No Bonito!, ¡no puedo!, ¡tengo mucho sueño y estoy muy cansada!”, exclamo Augusta desganada y soñolienta. 

                      Pero Bonito imperturbable no dejaba de mirarla sin comprender:

                      • “¡Esta bien!, ¡esta bien!, te llevare a tu paseo diario, – Augusta se levantó a duras penas, camino semidormida hacia el baño, mojo su cara con agua del caño -, ¡Uau!, ¡que helada está!”, gritó.

                      Se enfundó un buzo térmico, unos botines forrados en chiporro, enrolló su pelo y luego calzó en su cabeza un grueso gorro con orejeras, sus manos las cubrió con guantes de esquiador, encima de todo, una casaca deportiva forrada en chiporro:

                      • “¡Bonito estoy preparada !, ¡vamos!, – se sorprendió al correr la cortina térmica -, ¡Che!, ¿pero qué hora es?, hace tiempo que el sol está arriba, mucha gente en la calle, – miró su reloj-, las 10 de la mañana. ¡Bueno!, ¡vamos Bonito!, daremos una vuelta por allí, conoceremos las calles a la redonda, luego me visto”, exclamo reanimada. 

                      Por las veredas recorrían las calles aledañas. Decidió dejar libre a Bonito, era dócil y sociable con la gente, le preocupaba más que le pudiera pasar algo a que atacará a algún transeúnte. Por eso, a veces, especialmente en Bueno Aires, lo sujetaba con una correa por el riesgo de que algún vehículo lo fuera a atropellar. Pero no existía tal en estas circunstancias. Al salir al exterior, lo primero que le impresionó fue el golpe térmico. Estimo que la sensación térmica a esa hora no superaba los 3 a 4 grados Celsius que en comparación con la interior del hostal la diferencia debería rondar los 25. Al caminar, el aire frío le enrojeció la nariz, y los mocos parecían congelarse en su labio superior, los que crujían al limpiarse frecuentemente con su pañuelo. Afortunadamente aquel día agradecía un sol deslumbrante que resaltaba la belleza del lugar. Sin embargo, se sentía el ardor de la piel, pero el aire se mantenía muy frío, lo que lo hacia aún más cuando corrían de vez en cuando algunas ráfagas de viento provenientes del mar. Estaba atenta a Bonito, que travieso, caminaba más adelante. La ciudad le parecía bastante activa, mucho vehículo embarrado, y nieve sucia a los costados de las calles. La arquitectura general de las edificaciones no le sorprendió, su matriz era muy semejante a la de su natal Bariloche. La calle por la que transitaba, le perecía principal por que era muy concurrida por personas y vehículos. Estrecha, estaba emplazada en una ladera, las otras que la cruzaban, presentaban pendientes pronunciadas hacia el mar. A pesar del rigor del clima reinante, la calle bullía de movimiento, los jóvenes turistas, se hacían notar en cada local de artículos deportivos, restaurantes, o cafés. Caminaban lentamente por las aceras, mirando vitrinas y comprando souvenirs, o bien degustando animadamente tazones de chocolate o café en las mesitas ubicadas en el exterior, cosa que le llamó la atención por el frío reinante a pesar del sol. La panorámica de aquella naturaleza era suficiente motivo para no estar encerrados. Augusta también fue distraída por esta hipnotizadora naturaleza de imponente montañas copadas de nieve y densos bosques en sus faldeos, las últimas de la cordillera de los Andes. A pesar de su distancia, se apreciaban nítidas caídas de agua. A lo lejos, en varias superficies de hielo se veía gente practicando patinaje. De pronto sintió un ajetreo inusual de personas, de inmediato pensó en un accidente. Paralizada busco con la vista a Bonito, pero en algún momento solo reconoció su cola, que se agitaba y se alejaba veloz de donde se encontraba, fue tras aquel, lo llamó en numerosas veces, pero no respondía. Augusta se detuvo bruscamente, no podía creer lo que estaba viendo. En plena carrera, de pronto “Bonito” saltó por los aires, sobre una persona que se encontraba sentada en una mesita exterior de un café.

                      • “¡Bonito detente! ¡Regresaaa!”, grito a todo pulmón, cuando sobrevino una ensordecedora detonación, que la hizo instintivamente cerrar los ojos. Al abrirlos vio que el cuerpo de bonito era abrazado por la persona a la cual había atacado. No dudo un segundo, corrió al lugar lo más rápido que pudo, abriéndose camino entre la gente que comenzaba a aglomerarse, ávida de saber que había ocurrido.

                      CAPÍTULO 32

                      VACACIONES

                      Aún sin entender porque había decidido tomarse algunos días de vacaciones en estas latitudes tan al extremo sur del continente. Tenía algo claro, necesitaba estos días de asueto, especialmente para pensar en sí mismo y su futuro. No estaba bien desde el regreso de su viaje a Comodoro Rivadavia, la historia vivida allí no le calzaba. En sus pensamientos se cruzaba, una y otra vez, una fina brisa de desconfianza. Contrastaba sus propios intereses con su trayectoria desde que salió de la Escuela Naval y concluía que estaban lejos de cumplirse, por el contrario parecía que transitaba en sentido contrario:

                      • “¡Está claro que por este camino, jamás lograré el sueño de realizar mi carrera de marino!. Esto está tomando un curso extraño. Es como que, si alguien interfiere con mi futuro sin que yo tenga nada que hacer al respecto”, concluyó convencido.

                      Continuaba caminando por Avenida San Martín cubierto de pies a cabeza para protegerse de un gélido día soleado. No le cabía la menor duda que debía recuperar el control de su vida, pero eso pasaba por encontrar a Ágata. Lo ocurrido en Comodoro Rivadavia le inquietaba, qué significaba todo aquello, incluida la canica de acero que le habían entregado. Estaba en esas divagaciones, cuando recordó una palabra de aquella reunión guardada en su memoria:

                      • “¡Que reunión!, aquello fue un vulgar y simple secuestro!”, – balbuceo en un murmullo rabioso -, ¡Beagle!, ¡Canal Beagle!, ¡Sí!, ¡por eso estoy aquí!. Ushuaia está en su ribera norte. ¡Mi subconsciente me trajo aquí!, – concluyó convencido -, los sujetos que me secuestraron se referían al conflicto o cuasi guerra entre Argentina y Chile por el diferendo de soberanía de las islas Picton, Nueva y Lenox. Esta ciudad, tan cercana al teatro de operaciones de aquella época, debió haber sido un hervidero. A lo mejor, aquí están las respuestas que busco”.

                      A poco andar, se encontró con una confitería llamada Chocolatería Ushuaia, que dado el hermoso día soleado, despejado y brillante, había dispuesto en la vereda algunas mesitas y toldos que protegían del fuerte sol, desafiando al frío imperante e invitando a los valientes a disfrutar de una majestuosa panorámica, que hacia el nororiente mostraba la impresionante Sierra Sorondo con sus dos hitos montañosos: el monte Olivia de 1318 msnm y el Cinco Hermanos de 1280 msnm. Hacia el sur junto al puerto, el hoy mítico Canal Beagle. Con dificultad, en el horizonte se divisaba la costa de Isla Navarino. Recordó que más al sur oriente de esta ciudad se ubica en aquella isla, la ciudad chilena de Puerto Williams. Aprovechó la oportunidad para sentarse y beber un chocolate bien caliente. Le ayudaría a recuperar energía para mantener la temperatura del cuerpo. Al primer sorbo, miró la sierra, luego giro su cabeza para contemplar el mar. Escuchó a lo lejos unos ladridos de un perro que se acercaba hacia donde él se encontraba, birlando con habilidad a los transeúntes que circulaban a dicha hora por esta transitada calle:

                      • “Pero, ¿qué haces aquí?”, exclamó en vos alta el teniente Juan Francisco Zañartu, entre sorprendido e incrédulo, a medida que se levantaba para recibirlo.

                      Juan Francisco Zañartu Winner vio cómo su can amigo saltaba jubiloso sobre él, tal como lo hacía cada vez que se encontraban. Abrió sus brazos para recibirlo. Cuando una fuerte detonación rompió el silencio. Instante después, el cuerpo inerte del animal impactaba sobre el suyo sentándolo bruscamente sobre la silla. Lo abrazó, mientras sentía que escurría entre sus dedos la sangre caliente y viscosa del animal.


                      CAPÍTULO 33

                      EL PRIMER REENCUENTRO

                      • “¡Dios mío!, ¡amigo despierta!, – gritó alarmado el teniente al minuto que lo remecía fuertemente sin lograr ninguna reacción -, aún respira, así que hay esperanzas de que se restablezca, tengo que llevarlo de inmediato a un veterinario», mientras lo abrazaba firmemente e intentaba, con esfuerzo, pararse de la silla. Miró en ambos sentidos, en búsqueda de un taxi. En esa desesperación, fue entonces, que sus ojos se clavaron, por largo segundos, con los de una mujer, sin que ninguno pudieran dejar de hacerlo, la impresión los dejó atónitos, petrificados.
                      • “¿Juan Francisco?”, pregunto ella sorprendida, como esperando una confirmación.
                      • “¿Ágata?», entre aliviado, emocionado y desesperado, todo a la vez, pregunto Juan Francisco buscando una certeza.

                      El teniente tomo la iniciativa apremiado por la urgencia del momento:

                      • “No sabes Ágata cómo te he buscado, ¡tengo mucho que decirte!, pero ahora tengo que salvar la vida de mi fiel amigo, ¡no sabes todo lo que le debo!. Ha sido vital en ayudarme a soportar un periodo triste y solitario de mi vida. Sin lograr encontrarte, te he extrañado mucho. ¡Ayúdame a parar un taxi para llevarlo con urgencia a un veterinario!”.
                      • “Juan Francisco, ¡no es posible que seas vos su mejor amigo!, ¡Bonito es mi mascota!, ¡es parte de mi vida!, ¡crecimos juntos y nunca, nunca nos hemos separado ni un solo instante!”. 

                      Emocionada tanto por Bonito herido como por la desesperación casi infantil del teniente, con lágrimas en los ojos, Ágata intentaba explicar al teniente que lo que decía no era posible: 

                      • “¡No sé Ágata!, luego podemos explicar esto, ahora por favor detén ese taxi que viene ahí”. 

                      Ágata obedeció. Agitando enérgicamente sus manos, desde la cuneta, logro que el chofer del vehículo se percatará y acercará el carro hasta donde estaban.

                      • “¡Che no somos de aquí!, necesitamos que vos nos lleves con urgencia a un veterinario. Mi mascota está herida, ¿conoces alguno que nos pueda atender de inmediato?”, Ágata apremiada preguntó al taxista.
                      • “¡No!, ¡pero che los ayudare igual!, ¡suban!”, respondió solicitó el chofer.

                      La pareja con la mascota herida abordaron con dificultad el vehículo:

                      • “Algunas cuadras más adelante existe un comercio especializado en artículos para la ganadería ovina, allí con seguridad conocen algún veterinario”.

                      El taxista aceleró el vehículo hasta llegar al lugar, bajó y corrió hacia su interior. Después de algunos minutos, volvió y una vez reanudada la marcha, estiró su brazo hacia Ágata entregándole un pedazo de papel escrito:

                      • “¡Che!, tómalo, anote la dirección, el nombre y el teléfono. Se llama doctor Juan Soto Valdebenito, ¡no queda muy lejos de aquí!, calculo que solo unos minutos dependiendo del tráfico, ¡viste!”.
                      • “¡No sabes lo agradecido que estamos con voz!,¡nos has ayudado mucho!”.
                      • “¡No qué va!, créame que por tratarse de estos fíeles animalitos, yo hago cualquier cosa. De hecho, en mi casa, todos tenemos una mascota propia. Somos cinco, imagínate voz la cantidad que conviven a diario con nosotros. Pero es hermoso, ellos son muy cariñosos. 

                      Después de algunos minutos de transito lento por vías atochadas:

                      • «¡Hemos llegado!, el número que me han dado corresponde a esa casa.  Incluso, ¡mira voz!, la placa en la puerta de entrada, allí sale el nombre del doctor y abajo dice Veterinario», indicó el chofer a sus pasajeros.

                      Al ingresar, el doctor los hizo entrar a una sala especial, que semejaba un quirófano. Giró hacia un costado el brazo de la gran lámpara que pendía sobre una mesa con cubierta de mármol:

                      • “Para poder examinarlo, ¡vamos a colocarlo sobre esta mesa!», le indicó a Juan Francisco.

                      El doctor procedió a medir los signos vitales del animal. Le señalaba, a ambos, que todo estaba bien. Luego se concentró en examinar la herida. Después de algunos pocos minuto de inspección, atrajo hacia sí un frasco de alcohol, vertió un poco de su contenido en una mota de algodón y untó en la herida, limpiándola con prolijidad y cuidado. 

                      Se dirigió a Juan Francisco:

                      • “¡Che mira!, pásame tu mano, toca en este punto sobre la herida, presiona, ¡duro no!. ¡Bueno!, ese hueso que tienen los canes justo al pie del cuello, allí rosó la bala que, salvo el dejarlo aturdido, no tuvo mayor consecuencia. Su perro tuvo mucha suerte, un centímetro más abajo o más arriba lo mata. Pronto despertará, ¡oh!, de hecho, ya está volviendo en sí”.

                      Bonito aún atontado, intento pararse, pero no pudo. Entonces miró al teniente y sus ojos brillaron de alegría, sus orejas hace un rato caídas, se irguieron vitalmente, comenzó a mover alegremente su cola e intento un ladrido que al final salió algo desvanecido.

                      • “¡Bonito!, ¡vos sos un mal agradecido!, ¡yo soy tu ama! ¡entendes!”, Ágata celosa, lo regaño.

                      Bonito miró primero a Juan Francisco, luego a Ágata y volvió a repetir nuevamente. Sus ojos se bajaron, confundido, sin saber cómo reaccionar, se hecho nuevamente, perdiendo su mirada en el horizonte sin demostrar interés por ninguno de los dos.

                      • “¡No te pongas triste amigo!, ¡yo tampoco entiendo lo que pasa!, pero habrá tiempo para charlar con ella y aclarar en qué momento se cruzaron nuestras vidas”, le hablaba el teniente mientras acariciaba su cabeza.
                      • “¡Si querido Bonito!, lo importante es que voz estas bien, afortunadamente has tenido mucha suerte”, le habló Ágata encuclillada, mirándolo a los ojos, mientras con ambas manos acariciaba las mejillas del animal.
                      • “ ¡Muchas gracias doctor por su tiempo!, nos ha dado una gran alegría saber que nuestro querido amigo no ha sufrido daño», en señal de agradecimiento el teniente le extendió la mano. 

                      Bonito ya recuperado, saltó de la mesa en busca de la salida. Ágata demostraba su agradecimiento al doctor, con un abrazo y un beso en la mejilla. El veterinario sorprendido y alagado, sobre todo, siendo un hombre entrado en edad que lo hacía especialmente sensible a los afectos de los jóvenes. Se emocionó, dejando caer algunas lágrimas, que secó rápidamente con un pañuelo que extrajo de su bata blanca.

                      • “¡Gracias chicos!, disculpen que me emocione, me hace sensible ver vuestro amor a este animalito y se ve que “Bonito” los quiere mucho”. 

                      El veterinario acompañó a la pareja hasta la puerta de salida. Fue antes de salir de la casa del veterinario, que Ágata se da vuelta y le consulta al doctor Soto:

                      • “¡Che doctor!, ¡a lo mejor vos sabes!, me podrías ayudar, no pierdo nada con consultarle. Vengo de Bariloche en busca de un medico que no se si aún vive en la ciudad, se llama Sebastián Bertoni”.

                      Alegre, el veterinario la interrumpió antes de que terminara:

                      • “¡Oh Sebastián!, ¡mi querido amigo!, nos conocemos desde siempre, cuando niños, fuimos al mismo colegio, nuestras familias compartían su tiempo libre. Vos debes entender que en pueblos como este, tan alejados, con un clima duro, no queda otra cosa que unirse, compartir, divertirse, acompañarse y ayudarse mutuamente. Sebastián es cirujano, pero por esas cosas de la vida, ingreso a la marina, donde llego a ser Director del Hospital Naval de Ushuaia. Hasta hoy todo los fines de semanas jugamos bochas. Lo que me hace recordar, que le debó confirma que si jugare con él este fin de semana. ¿hija en qué puedo ayudarte?”.

                      Se sentía muy afortunada e impresionada por la facilidad con que todo se daba. Ágata, ni siquiera en sus mejores sueños, pensó que algo así pudiera ocurrir:

                      • “¡Che que suerte que voz lo conozcas!, creí que ubicarlo iba a resultar bastante más difícil”.
                      • “¡No hija mía!, ¡al revés!, pueblo chico infierno grande, ¡dice el refrán!. ¡bueno che! ¡en que puedo ayudarte!”.
                      • “Necesito solicitarle una entrevista para conversar sobre hechos pasados de mi vida y de mi familia. En los cuales, estoy segura, que él puede aportarme mucho en bien de nuestra tranquilidad, paz y felicidad”.
                      • “¡Mira hija!, lo llamó de inmediato, aprovechó de confirmar nuestro juego de bochas y le consultó por su disponibilidad para recibirte, – el doctor tomó el auricular de su teléfono, marco los números y esperó un rato a que le respondieran -, ¡hola Sebastián!, te llamó por dos motivos, el primero es para confirmar que si asistiré el próximo fin de semana al juego de bochas. ¿Estás de acuerdo?, ¡bien!, entonces nos juntamos donde siempre a las once horas del próximo sábado. El segundo es que tengo aquí en mi consulta a unos chicos, trajeron a su mascota herida de bala. Afortunadamente no le provocó más daño que un aturdimiento, ya está de alta. Ella, la chica que viene de Bariloche, quiere consultarte si podes recibirla, necesita conversar con voz, sobre algunos asuntos relativos a su familia. ¡No hay problema!, ¡qué bien Sebastián!,¿cuándo puede ser?, ¡de inmediato!, espérame en línea para consultarles, – el veterinario los miro y ella con un gesto afirmativo de cabeza le respondió -, ¡ok Sebastián!, yo les doy tu dirección, van de inmediato”.
                      • “¡Muchas gracias!», respondió Ágata feliz, volvió a abrazarlo y besarle su mejilla nuevamente.
                      • “¡Miren muchachos!, la dirección del doctor Bertoni es Calle 17 de mayo 1207, está cerca de aquí, caminando demoran, más o menos, 5 minutos. A menudo hago este trayecto. Especialmente algunas tardes frías que nos juntamos a jugar cacho acompañado de algún trago fuerte que ayuda a calentar el alma. La calle donde ustedes están es Gobernador Pedro Godoy, a dos cuadras hacia el norte se encuentran con Avenida Hernando de Magallanes doblan a la derecha y caminan hasta encontrarse con calle Barrio en la intersección con la 17 de mayo, por está ultima hacia al oriente hasta encontrar el número”, concluyó el veterinario.


                      CAPITULO 34

                      LA TRISTE VERDAD

                      La llamada telefónica de su amigo, dejó contento al doctor Bertoni, no solo porque para el sábado siguiente habían comprometido un juego de bochas en el Club Naval de Ushuaia, sino porque tendría en algunos minutos más unas visitas inesperadas. El doctor era un hombre en el ocaso de su vida, pero que a sus 85 años aún tenía buena salud, su cerebro funcionaba bastante bien y su estado físico también. A veces, sin embargo, la lucha contra la soledad era lo más importante para mantener su vitalidad:

                      • “¿Cuánto más podré vivir?, ¡cinco, diez años más!”, especulaba consigo mismo, aventurando un cálculo.

                      Por esta razón rehuía de la soledad y procuraba llenar de actividades sus días, pero cada vez le costaba más. No le quedaba familia, y sus amigos, la mayoría habían muerto, solo contaba con Juan Soto Valdebenito. Conocer gente nueva lo llenaba de esperanzas y de energía. Se apresuró en ir al baño a, lavarse la cara, incluso decidió volver a afeitarse y peinarse. Había que vestirse formalmente para recibirlos, era su costumbre. Ordeno el salón, puso la tetera sobre la estufa, echó al fogón de la misma, algunos leños para mantener una agradable temperatura al interior de la casa. Se esmeró para que sus visitas pudieran sentirse confortables durante el mayor lapso de tiempo posible. No tardó en quedar correctamente vestido con corbata incluida. Era un hombre alto, vestido elegantemente, esperaba en actitud solemne ayudado con un fino bastón de empuñadura labrada y punta de bronce, pero miraba a intervalos impaciente su reloj:

                      • “¡Demoran mucho!, ¿se habrán extraviado?, la consulta de Juan está cerca de aquí, es difícil que se pierdan, a menos que le haya dado una instrucción confusa de cómo llegar, ¡pero no creo!”, elucubraba para sí.

                      Divagaba inquieto, cuando el timbre lo sobresaltó, solícito, no tardo en acudir a abrir la puerta:

                      • “¡Pasen muchachos!, ¡pasen !, ¡los estaba esperando!, ¡apúrense afuera hace frio!, miren aquí está muy agradable, templado, dejen allí sus ropas de abrigo en el paragüero de la entrada y pasen a sentarse a la sala. ¡Qué lindo perro!, ¿cuál es su nombre?”.
                      • “¡Bonito!», respondió Ágata al instante.
                      • “Iré por unos bocadillos, para ustedes y por supuesto para ti Bonito», – les dijo, mientras acariciaba su pelaje-, pasen al salón, pónganse cómodos”.

                      Luego de algunos instantes, apareció con una bandeja con café, té, leche, galletas y un tazón para Bonito con sabrosas calugas de carne. Augusta se paró presurosa a ayudarlo:

                      • “¡Che!, ¡no es necesario!, solo le quitaremos algunos minutos”, exclamo Augusta algo incomoda.
                      • “¡Descuida hija!, poder tener visitas cuando uno llega a cierta edad, y más si son chicos jóvenes como ustedes, no solo es una suerte, sino en cierta forma un privilegió. ¡Che mira!, también puedo ofrecerles un rico mate para que conversemos sin apuro, ¿les parece bien?”, propuso el anciano, quien se los ofreció a ambos, sobre los que vertió agua caliente de la tetera que estaba sobre la estufa a leña que presidia la habitación donde se encontraban.

                      Todos se acomodaron, el anciano doctor lo hizo en su verguer predilecto, muy cerca de su interlocutor, Augusta se sentó en una silla con dos brazos que le pareció más cómoda. El teniente, a propósito, se dedicó a cuidar a Bonito en un sofá más distante.

                      • “¡Bueno doctor Bertoni!, mi nombre es Augusta vengo de Bariloche. Mi padre me revelo hace algunos días atrás que el certificado de defunción de mi novio de aquellos años juveniles, había sido firmado por voz. Aquel señalaba como causal: “Muerto en acto de servicio”. Su madre y yo, a pesar de los años transcurridos, sufrimos hasta hoy su perdida. Pero especialmente ella, no logra tranquilidad, no le es suficiente conocer solo el certificado de defunción. A pesar de haberlo intentado, jamás las autoridades navales de aquel tiempo le permitieron abrir el féretro para verlo y despedirse por última vez. Su nombre era Antonio Smith Cazalla, mi novio al momento de terminar la secundaria a fines del año 1977”.

                      A medida que el doctor Bertoni escuchaba el relato triste de Augusta, su rostro se fue demacrando, como si una pesada y antigua historia no resuelta, regresaba a cobrar las responsabilidades. Para el momento en que ella terminó, el doctor se había levantado de su asiento, miraba por la ventana. Después de algunos instantes de desconcertante silencio, giró con dificultad hacia el interior de la habitación. Quizás aumentada por el peso de los recuerdos, caminó algunos pasos, se detuvo apoyando los nudillos de ambas manos sobre la mesa del comedor:

                      • “¡Hija!, al pasar los años, por momentos, me hacía algunas preguntas sobre lo vivido en los años que tú me señalas. ¿A caso nadie llegaría alguna vez a preguntar por aquellos marinos muertos?, ¿a caso aquellos no tenían familias que los buscaran?, ¿a caso me tendría que ir a la tumba con este enorme peso?. Al fin has aparecido voz, es como si te estuviera esperando. No sé si tu novio, es uno de aquellos, a lo mejor sí, a lo mejor no, ¡no tengo certeza!. Solo que, a fines de diciembre de 1978 efectivamente firme 68 certificados de defunción, como director del hospital naval de Ushuaia. Dado que esto, es importante para mí, es que quiero dejar este mundo aliviado, libre de cosas pendientes, ¡vos me entendes!, ¿no?, – remarcó el doctor, mientras la miraba decidido, directamente a sus  ojos -, es que antes de responder, comenzaré por narrarte una historia que la complementará en forma inequívoca.
                      • «¡Entiendo doctor!, soy paciente y dispongo del tiempo para escucharlo atentamente», respondió Augusta comprensiva.
                      • «Era fines de enero de 1979, esperaba en el club naval a un amigo de infancia que pasaba unos días visitando a su familia en Ushuaia. No era el mejor día, estaba enojado y triste a la vez. En mi oficina, del hospital naval Antes de concluir el día laboral recibí una carta certificada de la comandancia en jefe. Al abrirla no pude quedar más sorprendido. Se me notificaba que a partir de dicho instante habían cursado mi pase a retiro. Sin embargo, a la espera de que se asignara el cargo a un nuevo titular, debía seguir prestando mis servicios en el hospital en calidad de director interino. Llegó aquella tarde también afectado por igual motivo, mi amigo el teniente coronel Álvaro San Martín Ceratti. Como voz podrás suponer, la conversación giró entorno a este tema, tratando de explicar está extraña coincidencia. Nos pusimos a revisar los hechos recientes tratando de explicar lo sucedido. Fue en ese contexto, que me narró una historia que posteriormente la relacionaría con la que viví yo mismo en aquel mismo periodo. Mi amigo comenzó narrando que la noche del 21 de diciembre de 1978 estaba a cargo de dos divisiones de infantería, una brigada motorizada de transporte y asalto liviano, y una de caballería motorizada. Todas pertenecientes a la Quinta Región Militar del Ejército Argentino comandada por el general José Antonio Vaquero, con asiento en Rio Gallegos. Estimaba alrededor de 600 hombres, acampando en el puesto fronterizo de Cancha Carrera. Alrededor de las 18:00 horas de aquel día, un estafeta proveniente de Rio Gallegos llegó a bordo de un jeep. Sin mayor preámbulo, le hizo entrega de un sobre lacrado. Luego de lo cual se retiró sin hacer mayores comentarios. Al abrirlo, a medida que avanzaba en su lectura, comenzó a sudar frío. El nerviosismo fue de tal magnitud, que se vio impelido a precipitarse con urgencia al baño, donde devolvió el estómago. Recuperado de esta súbita indisposición estomacal. Sentado en su escritorio, reanudo su lectura: Se informa que a contar de las 00:00 horas del día 22 de diciembre de 1978, se dará inicio a la Operación Soberanía. Por lo pronto, sus órdenes son, iniciar la movilización de la fuerza, transitar con velocidad usando a su favor el factor sorpresa. Proceder a ocupar el aeropuerto de Puerto Natales por la fuerza si fuese necesaria. Logrado el objetivo, hacerse fuerte en dicho lugar, a la espera de los contingentes de refuerzo que lo harán vía aérea”. Mi amigo, pensó en lo grave de la situación y las terribles consecuencias, para ambos países, que se derivarían de esta guerra entre hermanos. Pero por lo visto, no había nada que hacer. Si los mandos superiores no lo hicieron, que podía hacer él. Así que, ordenó levantar campamento y estar en situación de movilización a partir de la hora señalada. La noche era especialmente oscura, no había luna, ni estrellas, al contrario, nubes bajas cargadas de agua, presagiaban una torrencial lluvia de aquellas. Nos movilizamos con rapidez, los carros sin luces encendidas. Primero la brigada de caballería motorizada, seguida por la de transporte donde iba el estado mayor de esta fuerza de tarea, a continuación las dos divisiones de infantería y cerrando, las unidades de asalto liviano que cubrían la retaguardia. Esperábamos tener nuestro primer enfrentamiento en el puesto fronterizo de Carabineros en el municipio de Torres del Paine, pero nada ocurrió. Al llegar, rápidamente nos desplazamos hacia el pueblo, saturándolo con tropas argentinas en cosa de minutos. De hecho, los aproximadamente 9 kilómetros desde Cancha Carrera, se recorrieron en tan solo 30 minutos. A la 1:00 a.m. del 22 de diciembre de 1978, el estado mayor de las fuerzas argentinas de avanzada se instalaba en el Municipio de Torres del Paine. Se retiró el pabellón chileno y se izó el argentino. De inmediato el teniente coronel ordeno revisar el pueblo, no había habitantes, absolutamente nadie, había sido abandonado. Por increíble que pareciera, la acción de guerra se había llevado adelante sin disparar un solo tiro. Ante esta situación, y en señal de respeto hacia los ciudadanos civiles del pueblo, este comandante argentino, ordeno acampar a sus soldados, y prohibió violar los domicilios particulares. No así, supermercados y gasolineras, cuyas mercancías serían usadas para alimentación y movilización de la fuerza invasora argentina. Esto de no haber tenido enfrentamiento con las fuerzas militares chilenas y que los habitantes del pueblo lo abandonaran horas antes, lo tenía extrañado. No era posible pensar que los chilenos no se iban a defender, en que momento lo harían y como, eran sus preguntas. Ya no se podía contar con el factor sorpresa a favor de los argentinos, ¡los chilenos no habían sido sorprendidos!» concluyó.

                      El doctor carraspeo, acercó un jarro con agua que estaba sobre la mesa del comedor, de donde vertió una porción en un vaso que atrajo con su otra mano. Augusta lo escuchaba ansiosa, aún no había escuchado de grandes detalles que permitieran saber el destino de Antonio. Pero desde la distancia, el teniente Juan Francisco Zañartu, comenzaba a escuchar con atención, aprovechando que Bonito después de comerse las calugas de carne, además de agotado por lo vivido, se había dormido profundamente. Bebió un largo sorbo de agua del vaso y prosiguió su relato:

                      • «Mi amigo, en tal circunstancia, prefirió tener más cuidado. Decidió dar descanso a sus soldados hasta las 6:00 horas a.m., pero ordenó que partiera de inmediato una fuerza expedicionaria reducida con el propósito de detectar las defensas dispuestas por el ejército chileno. Prefería esperar a tener el resultado de esta vanguardia antes de reanudar el avance de sus fuerzas. Después de algunas horas de sueño, el teniente a cargo de la avanzada lo despertó para informarle. No se detectaron focos de resistencia, ¡el camino está totalmente despejado!, incluso aventuró un consejo: hay que hacerlo rápidamente. Si partimos de inmediato, alrededor de medio día estaríamos en posición de tomar el aeropuerto. A mi amigo no le gusto el consejo, así que, sin hacer ningún comentario, le ordenó que se retirara. ¡Sospechaba que algo había!, no podía imaginar siquiera que los chilenos no iban a reaccionar a una invasión de su territorio. Para no verse sorprendido debía extremar la cautela. Decidió reanudar la ofensiva, pero lentamente, paso a paso, partiría una segunda expedición una hora antes del inicio de la marcha del grueso de la fuerza militar a su mando, de tal manera, de resguardarse de un ataque sorpresivo que pudiera producirse en cualquier tramo de la ruta. Calculó que tendría a la vista el aeropuerto alrededor de las 18:00 hrs. p.m. y prefería la oscuridad de la noche para atacarlo. Así que el ataque lo iniciaría a las 4:00 a.m. del día 23 con personal descansado. Al momento de abordar su vehículo, el doctor a cargo de sanidad lo detuvo para señalarle que dos soldados se reportaron con cuadros febriles y vómitos. Sospecha de un enfriamiento por haber pasado la noche durmiendo a la intemperie. El teniente coronel, decide dejarlos en el pueblo, junto con el pequeño destacamento de ocupación dispuesto para guardar su seguridad. La temperatura ambiente era cercana a los 4 grados Celsius. Esperando una reacción armada en cualquier instante y evitando transitar fuera del camino por las minas antipersonales, el avance fue extremadamente lento. ¡No sería aquello lo que al final nos diezmaría!. No había transcurrido media hora desde el momento en que las tropas habían dejado el pueblo, cuando el teniente coronel Álvaro González recibía el llamado desde el pueblo informándole que ambos soldados dejados con un intenso cuadro febril, habían muerto. Mientras lamentaba la situación y se preparaba a ordenar vía radio que se dispusiera de inmediato el traslado de sus cadáveres a Rio Gallegos. El medico a cargo de la sanidad de las tropas, se acercó urgido a su vehículo, dando cuenta que al menos 20 soldados presentaban síntomas preocupantes: cuadro febril alto, diarrea, cefaleas y vómitos, que hacían muy difícil que ellos pudieran proseguir, así que solicitaba autorización para regresarlos al pueblo. Pero, además, aventuró una preocupación mayor, dándole a entender a su jefe, que esto tenia las características de una epidemia. ¡Así no más sería!. Llegaron a las 18:00 hrs. de aquel día 22 de diciembre de 1978 a 20 kilómetros del aeropuerto de Puerto Natales. Perfectamente visible a ojo descubierto. Se encontraba a la vista vacío, sin resguardo militar, sin gente, ni aviones, ni nada. Confundido, el teniente coronel miraba a través de sus binoculares, no le quedaba más que pensar, que las tropas chilenas se hallaban atrincheradas en la misma ciudad de Puerto Natales. Había que prepararse para una lucha, casa por casa, cuerpo a cuerpo. No entendía, como soldados profesionales, podían llegar a parapetarse tras civiles indefensos, como si fueran escudos humanos y no enfrentarse en una lucha franca y abierta”.
                      • “¡Malditos chilenos!, ¡miserables!, ¡Che no tienen perdón de Dios!”, – exclamó Augusta aireada, con lágrimas en sus ojos desorbitados de ira.

                      A lo lejos, con atención, escuchaba la historia Juan Francisco, le preocupaban las reacciones de Ágata. El doctor continúo relatando la historia:

                      • “El equipo médico que componía la fuerza armada no tardó en solicitar la atención del jefe a cargo de la operación, para señalarle que los enfermos ascendían a más de doscientos y los muertos a más de 20. Estaban en presencia de una epidemia, y que, en tal  condición, solicitaban suspender la operación. Comprometiéndose a que evaluaría la pertinencia de la solicitud, el teniente coronel despachó a los médicos. Sin duda, dada la velocidad del contagio, de aquí a las 4:00 a. m. del día 23, los enfermos se duplicarían y los muertos se triplicarían. En la tropa, especialmente en las divisiones de infantería, comenzó a cundir el pánico y la desesperación de enfermar antes de entrar en combate. El alto oficial reunió a su estado mayor. Del análisis de crisis, concluyeron que con un cuadro infeccioso de esta envergadura que afectaba a la tropa no había ninguna chance de ganar el objetivo. En algunas horas más, el contagio arrasaría con muchos soldados, y los que no, se desmotivarían al punto de perder el valor de enfrentar al enemigo. No había posibilidades de ganar la batalla y debían retornar tras sus fronteras para tratar de salvar la vida de una gran cantidad de soldados. Para poder darles el tratamiento que les permitiera salvar sus vidas necesitaban determinar a la brevedad que era lo que los afectaba. El retiro fue rápido, ¡a toda velocidad!, mientras viajaban de vuelta a la Patria, una instrucción emitida por radio daba cuenta que la Operación Soberanía había sido cancelada y que todas las unidades de las fuerzas armadas argentinas movilizadas debían retornar a sus cuarteles. El retorno hasta Cancha Carrera solo había durado cuatro horas, pero no se detuvo hasta llegar a la ciudad de Rio Gallegos. ¡Única esperanza de salvar las vidas de aquellos soldados enfermos!. El teniente coronel, no quedó conforme con que los chilenos no hayan presentado batalla frente a la invasión argentina de su territorio. No le parecía una casualidad que los soldados bajo su mando enfermaran producto de una epidemia. Por ello, es que siguió atentó al desenlace, necesitaba saber que enfermedad los había afectado. El resultado provino días después desde Buenos Aires. Se trataba de Peste Bubónica, la misma que alguna vez había diezmado Europa. Hasta antes de hablar conmigo, el teniente coronel Álvaro San Martín Ceratti, había aceptado las explicaciones oficiales sobre este contagio masivo. Puesto que algunos científicos le habían comentado, que no era extraño, que en zonas dedicada a la ganadería ovina, aquella peste fuera más común de lo que se creía y que no solo afectaba a los animales, sino también se contaminaban las tierras, los pastos y las aguas. Para el teniente coronel aquello explicaba el comportamiento de los chilenos que también fueron afectados, por esa razón habían abandonado masivamente la zona. En ese instante fue que le manifesté mis reparos para no creer en esas explicaciones”.
                      • «¿Qué sucedió según vos?», grito alterada Augusta.
                      • “¡Che hija!, ¡mantener la calma!, para mí también es difícil recordar estos asuntos”.

                      El doctor prosiguió su relato:

                      • “Álvaro antes te contaré lo que yo viví en aquellos mismos días y horas, hechos muy semejantes que fundamentan mi tesis. ¡Mira!, en la madrugada del 22 de diciembre de 1978 me encontraba desvelado en mi casa. Intentaba leer una novela que me ayudará a distraerme, permitiendo así que el sueño retornará. La interrumpió el rinrinear del teléfono. Levante el auricular, al otro lado, la voz agitada, nerviosa de mi asistente médico que se encontraba de turno en el hospital. Solicitaba mi presencia inmediata en el hospital. Le pedí que me explicará la emergencia. El chico solo atinó a decirme que dos camiones navales con cadáveres de marinos provenientes de la Flomar habían llegado al hospital. Pero insistía, una y otra vez, que debía apersonarme, que la situación era sería. La causa de muerte no me la podía explicar por teléfono. ¡Qué me dijeron!, me abrigue bien antes de salir, pues la noche era muy pero muy fría. Arriba de mi carro demore solo minutos en llegar hasta el hospital. Sin embargo, el sector estaba acordonado por fuerzas navales que impedían el acceso. Me identifique, pero a pesar de ello, los efectivos que vigilaban no me permitieron el acceso hasta mi oficina. Desde la distancia, pude ver estacionados los dos camiones militares, junto a personal que utilizaba vestimenta especial que me llamo mucho la atención. Se trataba de ropa destinada a proteger de la radioactividad. Me dirigí hacia el edificio de la guarnición naval a entrevistarme con el comodoro Ramón Mafaldi. ¡Me recibió!, por supuesto nos conocíamos. Recuerdo que me hizo sentar al frente y mirándome a los ojos, me señalo que lo sentía mucho, pero no podía dejarme entrar al edificio del hospital naval, porque existía riesgo radiactivo y los trajes de protección eran limitados, todos en uso en ese momento. Entonces Ramón, soy el director del hospital,  – le respondí algo ofuscado -, debes darme una explicación razonable. El comodoro me calmó y comenzó a contarme esta historia: Se inició con un llamado de radio proveniente de la corbeta ARO “25 de Noviembre”, miembro del primer grupo de la Flomar, que se acercaba al puerta naval de Ushuaia. Solicitaba dos camiones para desembarcar a 68 marinos que debían ser conducidos al hospital. Dada la orden recibida, de dar inicio a las acciones bélicas de acuerdo al plan establecido por la Operación Soberanía, me encontraba en mi oficina acuartelado. A través de la ventana de mi oficina apreciaba como aquella, ayudada por un remolcador, maniobraba para acercarse lo más posible al muelle antes de soltar anclas. Una barcaza de desembarco salió desde su vientre minutos después. Cuando recaló, fui testigo del desembarco de bultos que sin duda correspondían a cuerpos humanos enfundados en bolsas para cadáveres, que eran acomodados en los camiones militares. Deduje que aquellos partieron raudos hacia la morgue del hospital naval. No había pasado una hora desde aquello, cuando mi secretario me pasa una llamada desde el hospital. Era tu nuevo asistente médico que estaba de turno. Con voz entrecortada y muy agitado, a veces fuerte, otras inaudible. Me cuenta que, dada la cantidad de cuerpos instruyó bajar un solo cadáver para hacerle la autopsia en la morgue del hospital. Para evitar que se atochara. No había capacidad para recibirlos a todos de una sola vez. Ingresado el cuerpo al recinto, un ruido molesto se activó. En principio, no le dieron mayor importancia. Mientras tanto, el cuerpo fue sacado del sobre que lo envolvía y era colocado sobre la mesa de autopsias. Fue entonces que recién tomo atención al molesto sonido y buscó su origen. Se acercó al aparato que lo emitía y quedo paralizado al darse cuenta que se trataba de un contador “Geiger” que detectaba la presencia de un alto nivel de contaminación radiactiva. Salieron raudo todos de la habitación y pusieron en práctica el protocolo de emergencia. Por eso lo llamo Señor, – me dijo -, para informarle de esta emergencia, es necesario proceder. De inmediato me hice cargo del mando de aquel hospital, como lo establece el protocolo, tomando las medidas necesarias. Al personal contaminado, le ordené proceder de inmediato con un lavado, luego colocarse vestimentas apropiadas para trabajar, sacar el cuerpo del edificio y retornarlo junto a los otros. En los mismos camiones, aquellos cadáveres fueron trasladados hacia el norte, a un predio militar donde se ejecutó una excavación de gran profundidad, en donde todo fue quemado incluido los camiones y luego se rellenó el sector. El personal involucrado incluyendo al personal del hospital que participo en este incidente fue embarcado rumbo al norte en el mismo buque, para efecto de ser sometido a tratamiento. ¡Y vos Sebastián no podrás volver al hospital!, porque lo he clausurado. Sera sometido a un proceso de limpieza y descontaminación. Vos y tu personal serán reasignado en distintas unidades de esta base naval, hasta que se pueda recuperar el edificio para su uso sin peligro en el más breve plazo”.
                      • “¿Voz me queres decir que mi Antonio estaba dentro de esos 68 cadáveres?, ¡Oh Dios mío!, ¿cómo puede ser que una cosa así pueda suceder sin que se le diga la verdad a su familia?, interrumpió iracunda Augusta.

                      El Doctor Bertoni continuó la historia:

                      • “El teniente coronel me miró con signo de exclamación: ¡Che Sebastián!, y este cuento que tiene que ver con mi historia. Le pregunte entonces: ¡Álvaro! ¿vos crees realmente que los chilenos nunca se defendieron?, no te parece extraño que, a la misma fecha, casi a la misma hora, mientras en tu incursión los soldados morían de Peste Bubónica, algunos marinos de la Flomar lo hacían por contaminación radioactiva. Solo tengo que encontrar una respuesta para que mi teoría se torne verosímil, cómo aquellos marinos de distintas unidades de la Flomar se contaminaron, tus soldados lo hicieron en territorio chileno, pero los marinos se infectaron a bordo de los buques, ¿a caso los navíos argentinos fueron saboteados en nuestro territorio?. Mi estimado amigo, ¡Chile si se defendió!, lo hizo asumiendo un ataque bioquímico a nuestras fuerzas armadas. Fue tal la sorpresa del alto mando argentino, que la Operación Soberanía quedó hecha mierda en ese mismo instante. Aquella ni siquiera se puso en el caso de una defensa de estas características, no tenían plan para contrarrestarla. No les quedó otra alternativa que suspender el operativo y aceptar la mediación papal de inmediato, temerosos del desastre que pudiera ocurrirle al País. Retrospectivamente, uno puede darse cuenta que era factible una cosa así. Chile estaba sancionado por Estados Unidos y la OTAN, no podía comprar material bélico, ni repuestos para lo que tenían. Pero la dictadura si había desarrollado armas bioquímicas, a las cuales echaron mano. Fue tal el bochorno, que se dedicaron desde el principio a ocultar la verdad de lo ocurrido y Chile también lo hizo, porque indudablemente no podía reconocer el empleo de armas prohibidas”.
                      • “¡Chilenos de mierda!, ¡miserables!, ahora comprendo el odio que les tiene mi padre, ellos son los culpables de tanto sufrimiento y de que haya perdido su pierna”.

                      Augusta no se pudo contener y rompió en un desconsolado llanto mientras entre sollozo decía:

                      • “Mi Antonio era solo un chico de 19 años, no merecía morir en el olvido, él solo quería volver junto a mí, aspiraba a estudiar cerca de mí. Ahora comprendo porque nunca dejaron a su madre abrir el féretro, ¡le mintieron!, ¡nunca estuvo su cuerpo en el interior!. Le dieron un certificado falso que usted lo firmo, por el cual ni siquiera reconocieron su muerte en acción bélica alguna, lo que la privó de una pensión especial que le hubiera permitido vivir un poco mejor. ¡Chilenos malditos!, ¡chilenos miserables!”, gritaba enfurecida voz en cuello.

                      Desde la distancia escuchaba sorprendido la historia el teniente Juan Francisco. Pero más le importaba la reacción de Ágata. Veía como el lazo de afectó que existía entre ambos se estaba haciendo irremediablemente añicos. La situación lo acongojaba, como chileno y como marino. Con este odio de por medio, le parecía imposible recuperar el amor de Ágata.

                      • “¡Hija mía!, hubiera querido que todos esos héroes anónimos registraran en sus certificados como causa de muerte, la de: “Muerto en acción bélica”. Era importante la diferencia. Pero al momento de recibir para la firma los 68 certificados confeccionados, no me di cuenta de la importancia de la diferencia. De ello solo me daría cuenta muy posteriormente. Nada se podía hacer para remediar este imperdonable error. ¡Che perdóname!, no los debí firmar sin antes exigir su rectificación. Quiero decirte algo, debes entender que todo esto que te conté, si bien significó la muerte de tu novio, salvó la vida de muchos miles de personas de ambos países. Evitó que se destruyera el ideario de los Libertadores y en especial el del General San Martín. La guerra entre ambos países hubiera significado el aniquilamiento de la utopía de la Patria Única que los países de América del Sur han soñado desde su independencia. Sin ese sueño, nunca más, estos países hubieran tenido paz en sus existencias”.

                      Augusta entre sollozos, se levantó de la silla, se dirigió donde Bonito, miró a Juan Francisco y lo escupió en el rostro:

                      • “¡Eres un chileno mugriento, no quiero verte nunca más, desgraciado!”, agarró la correa de Bonito y salió de la casa corriendo a perderse.

                      Juan Francisco, sin saber cómo reaccionar, se quedó atónito en el sofá. Más que el escupo, le dolió el odio de sus palabras, tan lejos de sus sentimientos, no podía conformarse, se sentía triste. ¡Nuevamente solo !, como que le hubieran desgarrado violentamente el corazón. No podía entender, sus ojos cuajaron en lágrimas, que cayeron al piso. Sintió la mano cariñosa del doctor, que acariciaba su cabeza:

                      • “¡Toma hijo!, – mientras le acerca un vaso de whisky con hielo -, te reconfortará, no te vayas, quédate aquí conmigo, yo también, igual que voz estoy triste y no quisiera quedarme solo”.
                      • “¡No doctor!, ¡gracias!, ¡amo mucho a esta chica!, no ha sido fácil encontrarla, cada vez que la veo, algo sucede que terminamos por separarnos, sin que tengamos el tiempo suficiente para conversar y conocernos más”, se lamentó.
                      • “¡Che!, ¡ya se le pasará! y volverá a buscarte, esto es un asunto doloroso que indudablemente ella no sabe manejar. El tiempo le hará recapacitar, ¡estoy seguro!”.
                      • “¡Gracias Doctor!, tengo que irme. No puedo quedarme, mañana parto temprano a Buenos Aires”.
                      • “¡Está bien hijo!, ¡no te preocupes!, me hubiese gustado haber compartido más con voz”.

                      El doctor siguió con la vista, al teniente Juan Francisco Zañartu a medida que se alejaba caminando por la vereda, cabizbajo y acongojado, hasta que desapareció al doblar la esquina. Cerró la puerta tras de sí y lloro en silencio.

                      El doctor Sebastián Bertoni no llego al club naval aquel sábado al juego de bochas con su amigo Juan Soto Valdebenito. Al parecer solo esperaba el momento que habia ocurrido para partir.


                      CAPITULO 35

                      EL TITERE

                      Cansado, sudoroso, pero al contrario de otras ocasiones, desganado. Su rutina de running parecía no estar surtiendo los efectos esperados. Como si se tratase de una olla a presión, su mente parecía hervir dentro de su cráneo. La válvula de escape no estaba cumpliendo su función. Se dejó caer pesadamente en el mismo banco del parque en que lo solía hacer siempre. En busca de recuperar fuerzas sorbió un largo trago de su bebida energética. Miró para todos lados con la secreta esperanza de ver aparecer a su amigo. Allí tomo real conciencia de que aquel perro era nada menos que Bonito, la mascota de toda la vida de Ágata, el amor que lo tenía atormentado desde que la conoció en Viña del Mar. La misma que desapareció sin dejar rastro, que luego encontró inesperadamente, y que por último, volvió a esfumarse nuevamente:

                      • “¡Qué diablos es esto!, ¿son a caso estas extrañas circunstancias las que nos están uniendo y desuniendo?”.

                      Se sumergió en sus reflexiones, tratando de unir cabos que le dieran alguna pista:

                      • “En mi vida, ¡algo no anda bien !, – revisó los acontecimientos vividos desde el momento en que conoció a Ágata -, me enamore de una argentina que desaparece sin dejar rastro. Poco tiempo después fui destinado a la agregaduría naval de la Embajada de Chile en Argentina, muy a mi pesar y contrariamente a mis propios deseos. Inesperadamente, entablo una amistad con un perro que resultó al final ser Bonito la mascota de Ágata, ¡que coincidencia más increíble!. Parezco un títere a merced de un titiritero escondido que gobierna mi vida desde las tinieblas. Solo él sabe la historia completa. ¿Cómo se explica todo esto?, – se preguntó desconcertado -, a lo mejor la supuesta bala loca que hirió a Bonito, estaba destinada a matarme. Pero, ¿por qué?, – entonces introdujo la mano en el bolsillo de su short deportivo, extrayendo la bolita de acero que le habían pasado sus raptores en Comodoro Rivadavia, y de la cual, desde entonces, para no olvidarla, nunca deja de llevarla consigo -, ¡por esto!, – exclama mientras la observa -, esta es la respuesta, ¡por esto quisieron matarme!. Sea lo que sea, por lo visto no interesa tanto la canica, sino quien la porta, de lo contrario, les interesaría más capturarme vivo”.

                      En dicho momento, el teniente Juan Francisco Zañartu Winner se dio cuenta que las respuestas estaban en Santiago. Tomo la decisión de viajar al día siguiente. Aprovecharía los últimos días de vacaciones para develar lo que le estaba ocurriendo. 

                      CAPITULO 36

                      EN BUSCA DE AYUDA

                      Aquel lunes, Oscar Andrade preparaba su desayuno, estaba solo, pues Leti, su antigua y fiel asesora del hogar, que lo acompañaba desde hace ya muchos años, estaba en su día de descanso semanal. Sintió el timbre, que se repitió con insistencia, pensó que aquello delataba la urgencia de la persona que llamaba.

                      Ese mismo día a igual hora, Maximiliano Castañeda Infante, miraba preocupado el fragor de la ciudad desde la ventana de su oficina en el Ministerio de Defensa Nacional. Pero solo eran apariencias, sus pensamientos estaban puestos en la difícil situación diplomática que enfrentaba una vez más a Chile con Argentina, mientras a intervalos sorbía pequeñas porciones de café de grano desde la taza que sostenía en su mano derecha:

                      • “La situación se complica, el gobierno trasandino está presionando al chileno a entablar una mesa negociadora que le permita contar con un puerto soberano en el Pacifico, que además esté vinculado geográficamente a su territorio. A medida que avanza el tiempo, el nuevo gobierno argentino se torna, más y más intransigente.  Al chileno no le quedan medidas dilatorias a que apelar mientras encuentra una manera de zafar. Argentina prepara la intervención armada, pero nuestro gobierno aún tiene esperanza de poder revertir esta situación. ¡Esto no tiene caso!, – exclamo Castañeda -, Argentina está decidida a llegar a las últimas consecuencias. ¡Que brillante fue mi General!, somos afortunados gracia a él, no será este gobierno inútil y corrupto, el que decidirá la guerra, ¡seremos nosotros!. Qué bien que el General haya confiado en el Club para dejar un efectivo poder de decisión sobre los interés superiores de la Patria en personas que realmente cuidaran de ellos, más allá del suyo propio. Estamos cerca de aquel momento y preparados para asumirlo. Pronto se darán las condiciones que nos permitan realizar la primera reunión de atención a esta emergencia”, razonaba no sin un sesgo de fanatismo.

                      Su introspección fue súbitamente interrumpida por la llamada de su teléfono privado:

                      • “¡Aló!, ¡dígame!”, respondió Maximiliano Castañeda.
                      • “¡Aló general!, habla Arturo”.
                      • “¡No le he dicho que jamás debe llamarme directamente!, no tiene acaso instrucciones claras que para hablar conmigo debe solicitar primero audiencia a mi secretaria. ¡Esto no se quedará así no más!, está poniendo en grave riesgo la seguridad nacional”, gritó iracundo el general Castañeda.
                      • “¡Lo sé señor!, ¡disculpe!, pero esto es de la máxima importancia y no puede esperar a que su secretaria me dé una audiencia”.
                      • “¡Espero que así sea!, de lo contrario dese por separado de sus funciones”, reaccionó amenazante.
                      • “¡Señor!, ¡hemos fallado!, un perro se interpuso y no pudimos eliminarlo”, confesó nervioso el agente encubierto.
                      • “¿Cómo?, ¿no lo lograron?, pues inténtelo otra vez, ¡cómo pueden ser tan ineptos¡”.
                      • “¡Lo siento señor!, le perdimos el rastro. Al parecer se dio cuenta y se escabulló desde su departamento en Buenos Aires, sin que los agentes que lo vigilaban se dieran cuenta hasta muy avanzada la mañana de antes de ayer”.
                      • “¡Pero cómo es posible tanta indolencia! y ¿desde entonces no han hecho nada para ubicarlo?”.
                      • “¡Sí!, en la embajada no saben de él. Hemos buscado en los lugares que normalmente frecuenta, en Aeroparque, también en Ezeiza, pero nada, en los rodo viarios y las estaciones de ferrocarriles, ¡nada!, en el puerto, ¡en fin!, todo ha resultado infructuoso. Sospechamos que de alguna forma regresó a Chile”.
                      • “¡Maldito sea!, ¿preguntaron en los pasos fronterizas?”.
                      • “¡Si Señor!, ¡nada!, no hay registro de su paso!”.
                      • “¡No hay registro porque tiene pase diplomático!”.
                      • “¡Así es Señor!, según nos explicaron, a los diplomáticos que hacen uso del pase, no los registran, solo verifican el número del pase llamando a Cancillería. Ellos son los que finalmente autorizan o no el ingreso a territorio nacional”.
                      • “¿Llamaron a Cancillería?”.
                      • ¡Lo hicimos Señor!, nos respondieron que era información confidencial  y que solo el canciller puede autorizar su entrega. En resumen, estamos seguro que está en Chile”.
                      • “¡Está bien Arturo veré que puedo hacer!, ¡lo llamó cuando sepa algo!. Para que proceda de inmediato a ejecutar la orden. ¡Y no aceptaré un nuevo fracaso!”, el general cortó bruscamente el contacto.

                      Algunas horas después:

                      Caminaba algo cansado hacia su dormitorio, cuando en el interior de su casa escucho, tras de sí, un alboroto. Sintió un súbito debilitamiento, se distanciaron los ruidos que hace unos instantes había sentido. Giro su cabeza notando que un par de sujetos vaciaban cajones, destruían cuadros, descuartizaban el sofá y las sillas. No le importó, se sentía feliz porque se había encontrado con el teniente Juan Francisco Zañartu Winner:

                      • “¡Buen muchacho!, es una fortuna que haya aparecido a tiempo, no pudo ser más oportuno. Finalmente él tiene las llaves de la caja de seguridad, en donde yace protegido el trabajo de mi vida. ¡Está en manos confiables!, él dará uso justo a esa información”.

                      Recordó lo confundido y temeroso que había llegado hace unas horas atrás y que solo se calmó después de que le dio de beber un trago de su mejor brandy. Oscar Andrade no tenía fuerza para seguir caminando, se sentó en un taburete que estaba en el pasillo, y sintió como un líquido tibio escurría por la superficie de su pecho. Con su mano derecha investigó de que se trataba, la retiró de entre medio de la camisa y observo que aquella estaba impregnada con su sangre fresca y tibia. No alcanzo a comprender lo que aquello significaba, lo que veía se volvió algo difuso y lejano, mientras lentamente fue desplomándose hasta precipitar definitivamente al piso. Quedo recostado de espalda mirando al cielo:

                      • “!Muchas gracias don Oscar!, este trago me ha hecho muy bien. ¡Disculpe que lo moleste!, pero no sabía a quién acudir, entonces recordé que hace algunos meses atrás, usted me ofreció su amistad, si la necesitaba. Hoy la reclamó más que nunca, me han intentado asesinar en Ushuaia. Ha sido una fortuna que no cuento dos veces. Pero indudablemente me deben estar buscando para terminar de una vez conmigo, – el teniente hablaba compulsivamente, como si necesitara entregar a alguien todo lo que sabía -, me he fundido pensando en por qué quieren matarme y lo único que se me ocurre es que es por esto”, sacó de un bolsillo la bolita de acero para mostrársela a Oscar Andrade, mientras le explica como aquella llegó a sus manos.

                      En aquel momento recordó vívidamente, lo que hace unos minutos atrás le había dicho el teniente y también lo que le respondió:

                      • “¡Guárdela teniente!, sé perfectamente de que se trata. Pero, por su bien, no le diré nada más. A cambió reciba estas llaves de una caja de seguridad de la sucursal del Banco Edwards-Citi de Avenida Vitacura con Isidora Goyenechea. Allí he guardado el trabajo de toda mi vida, en donde encontrará la respuesta que busca. A usted lo intentaron eliminar, para romper la cadena que permite divulgar una información altamente secreta. Ellos saben que yo la manejó, pero no con quien más la he compartido. Pensaron que uno de ellos era usted. Estas llaves salvaran por el momento su vida. Si logran apoderarse de mi trabajo, usted será hombre muerto. Ahora márchese de aquí lo antes posible”.

                      A ratos sus ojos se nublaban mirando el cielo de la habitación, veía a personas de cuerpos difusos que seguían trajinándolo todo, él los sentía lejanos, con volúmenes imprecisos, parecía estar observando desde la distancia una película antigua, en blanco y negro, borrosa, irregular, defectuosa en imagen y sonido, de los tiempos de Eliot Ness en el Chicago de la prohibición. Cada vez le costaba más mantenerlos abiertos, pero luchaba, pues sabía que cuando se cerraran sería para no abrirse más. Después de esta convicción, no pasó mucho más tiempo, para que sus fuerzas no fueran suficientes ni siquiera para cerrar sus parpados.

                      CAPÍTULO 37

                      ESTO SE ACABO

                      Juan Francisco Zañartu Winner, camino muchísimas cuadras desde que salió de la casa de Oscar Andrade, solo el cansancio hizo que se diera cuenta que deambulaba sin rumbo por las calles de Santiago. El sol comenzaba a ponerse por el poniente, el tráfico vehicular era intenso cuando concluía la jornada. No se sentía bien, una mezcla de frustración, desconsuelo y miedo se habían apoderado de él. Sin darse realmente cuenta había recorrido kilómetros. Se sentó agotado en el escaño de una plaza. Su mente comenzó a divagar, sus emociones pujaban por salir, la defraudación lo paralizaba. Resurgieron antiguas situaciones, tan dolorosos como las actuales:

                      • “¿Por qué Papá me abofeteaste delante de todos?, solo llegue al almuerzo familiar un poco atrasado, no merecía ese trato. Me sentí muy humillado. Algo se rompió definitivamente dentro de mí y el afecto que sentía por ti pareció transformarse en decepción. Pero no hubo tiempo de recomponer aquel daño. Recuerdo este sentimiento de orfandad y pérdida porque lo que siento ahora no es muy distinto de aquello. Todos mis sueños estuvieron siempre en ser marino, ser parte de la tripulación de un barco de guerra, servir a mi Patria desde esa posición. Pero ahora estoy envuelto en una trama turbia. Donde otros parecen estar definiendo mi destino, sin que pueda evitarlo. Tengo miedo, por alguna razón que desconozco, intentaron matarme y lo volverán a repetir hasta que lo consigan. ¡Mi carrera está perdida!. Debo dejar lo que fuera que estoy haciendo. Por Ágata debo salir de esto de alguna forma. Aunque ella también se ha vuelto esquiva, ¡tengo que encontrarla!. Estoy seguro de poder recuperarla. Solo necesito conversar algunos minutos a solas con ella. Sé que me ama como yo a ella”.

                      El teniente Zañartu se levantó tranquilo, la decisión estaba tomada, no estaba dispuesto a perder lo único que hasta ese instante valía la pena rescatar.
                                                                                      —————————

                      Temprano por la mañana llegó al edificio del Ministerio de Defensa Nacional. Después de haber sido registrado y pasar los controles de seguridad, decidió subir los diez pisos por las escalas, lo hizo de a dos escalones, así que llego exhausto al de su destino. Ingresó al pasillo y se sentó a recuperar el aliento en un sillón dispuesto a un costado. Saco de su uniforme un pañuelo, que después de retirar su gorra, uso para secar el sudor de su frente, cuello y cara. Aspiró aire con energía, por algunos segundos lo retuvo en sus pulmones, mientras revisaba por ultima vez su decisión:

                      • «¡Estoy listo!, ¡no hay vuelta atrás!, Ágata me espera, – concluyó convencido -, no hay nada más que hacer”.

                      Se levantó, arreglo su cabello y calzo su gorra. Con paso firme se encaminó hacia las oficinas del comando conjunto de la FF.AA de Chile, ingresó y se dirigió, con decisión, hacia la oficina del general Castañeda:

                      • “¡Teniente alto!, no puede ingresar allí sin previa cita, identifíquese por favor”, gritó la secretaria del general.

                      El teniente siguió su andar como si no escuchará, abrió abruptamente la puerta. El general leía el diario en su escritorio. Cuando vio ingresar a un uniformado, seguido detrás por su secretaria que lo increpaba. El oficial saludó militarmente y después retiró su gorra:

                      • “¡Señor!, necesito hablar urgentemente con usted ”. 
                      • “ ¡Teniente!,¿usted sabe lo que está haciendo?”.
                      • “¡Sí, Señor!», firme y fuerte respondió el teniente.

                      Transcurrieron alguno segundo, en que se contemplaron mutuamente, como si ambos trataran de adivinar las respectivas intenciones. Verónica, la secretaria del general, petrificada tras del teniente, hasta que escucho la voz ronca del general:

                      • “¡Verónica retírese!, déjenos a solas”.
                      • “¡Si Señor!”, respondió mientras retrocedía, con lentitud, de espalda hasta cerrar la puerta.

                      El general, le dio la espalda al teniente. Después de otro tantos segundos en que ambos permanecieron mudos, exclamó:

                      • “¡Me imaginó que usted sabe lo que significa presentarse ante su superior de esta manera!”.
                      •  “¡Si Señor!”, respondió decidido el teniente.
                      • “¡Me imagino que habrán muy buenas razones para ello!”, exclamó el general sin dejar de darle la espalda.
                      • “Vengó a presentar mi renuncia y  solicitarle mi pase a retiró”, añadió el teniente.
                      • “Usted es un oficial naval que está en comisión de servicio. No puedo decidir eso que me está solicitando, – añadió el general, tras lo cual se dio vuelta, puso ambos puños sobre la cubierta de su escritorio y lo miró fijamente -, pero si puedo hacer otra cosa, como pasarlo a la justicia acusado de varios delitos militares en los cuales usted ha incurrido. Por ejemplo, el de abandonar su punto de mando sin autorización superior, desacató a la autoridad militar, sublevación, etc., etc., etc.”.
                      • “¡Lo siento señor!. Me siento frustrado, sin duda lo que estoy haciendo no es para lo cual me he preparado. ¡No soy espía!, sin embargo ya han intentado asesinarme”, se sinceró el teniente.
                      • “Para lo cual usted se preparó teniente, fue para servir a la defensa del País, en cualquier función a la cual fuera destinado por su superioridad, y es eso lo que ha estado haciendo”.
                      • “¡Manipulado!, usted querrá decir señor”, se llevó la mano derecha extendida a la frente, hizo sonar los tacones, se dio media vuelta y se retiró de la oficina, cerrando la puerta tras de sí.

                      Mientras caminaba hacia la salida, de reojo notó que la secretaría corría hacia la oficina del general. Una sensación de alivio lo inundo, liviano como pluma. Por fin desde ahora no tenía nada que ver con este mundo oscuro en el cual estaba. Todo se volvió luminoso, se iría de inmediato a su departamento en Viña del Mar a descansar algunos días y pensar en la forma de encontrar a Ágata:

                      • «Lo primero que haré, será ir a trotar por el borde costero para luego premiar mi esfuerzo con un baño en las aguas heladas del Pacifico. Recuperare las cosas placenteras de mi vida, es lo primero que haré, ¡sin duda!”, aliviado planeo sus pasos siguiente.

                      Tomó el ascensor que lo dejó a pasos de la salida principal. Caminó descuidadamente, como quien vive un sueño liberador. Así sorpresivamente, al acercarse al pórtico de salida, chocó con un uniformado escoltado por otros dos armados:

                      • “¡Disculpe teniente!, soy el sargento mayor policía militar, Rubén Sandoval, tengo instrucciones para detenerlo por el cargo de abandonó de deberes militares, dictado por el fiscal naval de turno. ¡Por favor!, no oponga resistencia para evitar tener que esposarlo, ¡sígame!”.

                      Con dos soldados armados que lo escoltaron por la retaguardia, el sargento acompaño al teniente que fue obligado a caminar nuevamente hacia el ascensor. Bajaron hacia el subterráneo, donde lo esperaba un furgón naval. El personal militar fue reemplazado por infantes de marina. Luego partieron raudo rumbo a Valparaíso con el teniente Zañartu en su interior y un destino incierto.


                      CAPITULO 38

                      ¡LO QUIEREN MATAR!

                      • “¡Hola como va querido¡, ¡vení! tengo tu desayuno preparado, sentáte junto a mí, ténes mucho que contarme de tu viaje a Ushuaia, ¡estoy ansiosa!, no te molesté antes porque cuando llegaste sentí pena por vos, ¡venias bolsa!, solo atine a ayudarte a acostarte, desde entonces has dormido todo un día,¡increíble cheee!.
                      • “¡Voz no sabes nada!, ¡tu hija che está loca!, y yo el muy boludo me ofrezco a  acompañarla. ¡Sabes lo que es manejar 3000 kilómetros de ida y otros de vuelta!. Al menos de ida descansamos, hicimos escalas. Pero de vuelta, tu hija no quiso detenerse, dormimos y comimos algo en las gasolineras. Fíjate que más encima en Ushuaia habremos estado algo más de un día. ¡Che!, al llegar a la hospedería, nos atendieron increíble, nos esperaban con una comida deliciosa. Luego a dormir, el cansancio me hizo despertar pasado medio día, pero Augusta y Bonito, ya no estaban. Pase algunas horas sin saber de ellos. Salí a buscarlos, ¡nada!. Al final del día, cuando entraba en desesperación, el par llegó al anochecer. Ella se notaba furiosa y Bonito estaba lerdo. Las únicas palabras que ella me dirigió fue para decirme que quería marcharse de inmediato. Le dije que no era posible, que necesitaba descansar, ¡insistió!, pero al final transo en pasar la noche y al día siguiente regresamos. Durante el viaje, ¡nada che!, ¡no abrió la boca!, ¡amurrada!, ¡qué carajo!, ¡estoy hecho bolsa!, ¡no sé a qué fue!, ¡che!, tampoco sé porque a Ushuaia, menos porque regresamos abruptamente, ¡che no sé nada!, apenas despierte tendrá que explicarme que fue toda esa locura”.
                      • “¡Bueno, tranquilízate!, debe haber una buena razón, ¡estoy segura!, ella te lo explicará todo. Mientras tanto, mira el desayuno que tengo para voz, ténes todo lo que te gusta: tocino, jamón serrano, pan horneado por mí en casa, mantequilla, leche, queso de nuestra granja, café, mate, en fin todo lo que a vos te apetece, allí hay huevos revuelto con tocino, como a vos te gusta”.

                      Los padres de Augusta departían el desayuno de aquel día, él le contaba sobre los espectaculares paisajes que había observado, especialmente en Tierra del Fuego, algo nuevo para él. Pero no dejaba de reclamar airadamente contra las autoridades argentinas

                      • ¿Por qué para llegar a Ushuaia por tierra, no hay otra alternativa más que pasar a través de controles aduaneros de esos chilenos traidores, uno de entrada y otro de salida?. ¡Imagina!, para llegar a territorio argentino en Tierra del Fuego, antes hay que transitar por el de esos miserables. Además, para atravesar el Estrecho de Magallanes hay que abordar un transbordador de esos mismos desgraciados».

                      Así transcurría el tiempo entre ambos, conversando amenamente, mientras comían sabrosamente, cuando escuchan gritos de desesperación y angustia desde el dormitorio de Augusta:

                      • “¡Lo quisieron matar!, ¡Papá!, ¡Lo quisieron matar!, ¡Papá, ¡Lo quisieron matar!”, gritaba una y otra vez entre sollozos.

                      Ambos se catapultaron desde sus asientos y corrieron hacia el dormitorio. Al abrir la puerta la encontraron sentada sobre su cama, con la cara oculta entre sus brazos, llorando desconsoladamente. Su padre se abalanzó sobre ella, se sentó sobre la cama y la acercó con ternura hacia si para abrazarla. Ella se entregó a su consuelo, hundiendo su rostro en su hombro derecho, sin parar de llorar, mientras él acariciaba su cabello. Su madre observaba aquel tierno encuentro y le pareció que al fin todo volvía a la normalidad. Se había restablecido aquel fuerte vínculo de cómplice intimidad entre ambos. Le vinieron a su mente gratos recuerdos de como ella se vinculó preferentemente con su padre desde muy bebe. Recordó aquellos días en que él demoraba su llegada a casa por la tarde, más allá de lo habitual. Entonces Augusta se volvía mañosa, no quería tomar su leche, hacía de todo para poder calmarla, pero no hacía más que sentir la cerradura de la puerta para parar de gemir y quedar con los ojos bien abierto, escuchando y expectante de lo que ocurría. Al momento de ingresar, no paraba la fiesta en su rostro, sus bracitos se agitaban y esperaba ansiosa que él la cogiera entre los suyos y le diera su mamadera. Unas lágrimas de emoción corrieron por su rostro, mientras los seguía mirando. Un leve gesto en la mirada de él, le decía que debía dejarlos solos. Al salir de la habitación se siente satisfecha. Por fin las cosas se encausan por la ruta de siempre. Atrás quedarían aquellos años en que ambos permanecieron enojados y distantes, que tanto sufrimiento les había provocado. Él intentaba ocultarlo, pero se daba perfecta cuenta que de continuar, más temprano que tarde, terminarían por afectar su salud.

                      En el interior de la habitación, Augusta, más tranquila, seca sus lágrimas y limpia su nariz con un pedazo de papel higiénico que le facilita su padre:

                      • “¡Tenemos que charlar Augusta!, no me parece nada de normal todo lo que ha ocurrido, ¿pasó algo en Ushuaia qué yo no sé?, ¡me podes explicar!. ¿Qué diablos ocurrió?”.

                      Augusta más tranquila, miraba hacia el infinito, parecía no estar en la habitación, transcurrieron largos minutos hasta que afloró una reflexión enigmática desde su boca:

                      • “¡Son tus genes Pá!, cuando algo me enfurece suelo reaccionar de la manera que has visto. Pero siempre al final me arrepiento, actuó antes de escuchar razones. Cuando pasa la tontera, desesperó por oírlas, pero es tarde para obtenerlas con facilidad. Soy tu hija y vos mi padre, desgraciadamente nuestra naturaleza no la podemos cambiar”.
                      • “¡Ven hija!, – la acercó nuevamente para acariciarla y darle un beso en la frente -,¡contame!, te hará bien a vos y a mí”.
                      • “¡Imposible Pá!, si lo hago, es muy probable, que tal como sucedió antes, no volverás a hablarme por muchos años más. ¡No estoy bien!, te necesito mucho en estos momento, no quiero pero tampoco puedo perderte, no estoy en condiciones de soportarlo”.
                      • “¡Hija!, soy un hombre mayor, tu dejaste de ser una nena, estamos obligados a actuar con cordura. Estoy dispuesto a hacer un esfuerzo de contención de mi naturaleza, tal como tú debes hacerlo también, en beneficio de nosotros y nuestro maravilloso vinculó afectivo. ¡Hija estoy dispuesto a escucharte con respeto, comprensión y contaras con mi ayuda incondicional para salir del embrolló en que estés, cualquiera y de cualquier índole”.
                      • “¡Pá!, son cosas muy duras de aceptar para ti. Tengo dudas que puedas hacerlo y termines enfurecido nuevamente conmigo, ¡esta vez para siempre!, tengo mucho miedo, ¡no!, ¡no te diré nada!”.
                      • “¡Nada puede ser más duro para mí que haber perdido mi pierna por culpa de esos chilenos miserables!. Así que hija contáme de una vez, desde que naciste, hemos sido muy cómplices, y nuestra confianza es suficientemente resistente a todo lo que nos pueda ocurrir”.

                      Augusta se quedó pensativa, estaba indecisa, meditó largamente, sabía que a su padre no le sería fácil tolerar su verdad. Pero por otro lado, necesitaba su ayuda, no había alternativa, él era parte de la solución de su problema. Si aquel no lo soportaba, terminaría enfurecido con ella y quizás nunca más le hablaría. Su orgullo no se lo permitiría. Pero si lo lograba y se reconciliaba con ella después de su confesión, la posibilidad de que para ella todo saliera bien era muy alta. Se decidió, respiró largo y profundó, su corazón se aceleró:

                      • “¡Pá!, ¡ok!, te contare».
                      • “¡Bien hija!, – tomó la mano izquierda de Augusta y la apretó entre las suyas – , todo saldrá bien, ¡te lo juro!”.
                      • “¡Estoy enamorada Pá!, créeme que he tratado de escapar de este sentimiento. Pero me he dado cuenta que no puedo. Necesito estar con él y advertirle el riesgo que corre. Quiero hacerlo por mí, es decir por ambos, tengo que ayudar a ponerlo a salvo”.
                      • “¡Hija!, no es detestable enamorarse, no es algo de lo cual haya que huir. Yo pensaría que es al revés, que es un sentimiento muy natural, por el cual, alguna vez todos solemos pasar. ¡No entiendo lo que me decís!, ¿tiene que ver con las palabras que gritabas hace un rato, que yo y tu madre pensamos que era un pesadilla?”.
                      • “¡Pá!, seguramente mi subconsciente durante el sueño me alertó, que él está en peligro y que lo sucedido en Ushuaia no era un suceso accidental, ocasional o aislado”.
                      • “¡Entonces fuiste a Ushuaia solo para encontrarte con él!, y yo creyendo que ibas a entrevistarte con el doctor Sebastián Bertoni para saber sobre la circunstancias de la muerte de tu novio de adolescencia”.
                      • “¡Papá!, ese era mi único propósito para viajar a Ushuaia. Pero allí, extrañamente las historias se comienzan a entrecruzar. Ni siquiera fui yo quien lo encontró  en Ushuaia, ¡sino Bonito!. En algún momento pareció reconocer a un viejo amigo y corrió a su encuentro, haciendo caso omiso a mis órdenes para que se detuviera. El chico a quien reconoció era Juan Francisco Zañartu Winner, la persona de la cual estoy enamorada”.
                      • “Deduzco que Bonito conocía de antes a tu enamorado”.
                      • “¡Si Pá!, pero no sé dónde, ni como, ni desde cuándo. La única alternativa, en donde Bonito pudo conocer a Juan Francisco fue en Buenos Aires, en ninguna otra parte. ¡Yo nunca me entere!, ¡nunca me encontré con él en Capital Federal!. Desconozco absolutamente cómo se gestó esta relación, que además no es superficial, aquel vinculo es muy fuerte”.
                      • “¿Porque decís eso?”.
                      • “Porque cuando el perro se abalanzo sobre Juan Francisco, una detonación quebró el silencio y Bonito cayó herido e inconsciente. La reacción de él fue de una preocupación que rayaba en desesperación. Ni siquiera al verme, dejó de preocuparse por algún instante de Bonito. Me obligó a detener un taxi, se subió con el perro en sus brazos para trasladarlo de inmediato donde un veterinario. Detrás yo me subí también con ellos, sin entender mucho lo que pasaba, preocupada más por la salud de Bonito que por las extrañas circunstancia que rodeaban este encuentro”.
                      • “¿Qué fue lo que paso!, ¿cómo Bonito resultó herido?», pregunto sorprendido el padre de Augusta.
                      • “¡Un balazo Pá!, ¡eso fue!, afortunadamente la bala solo lo aturdió al rozar un hueso de su cráneo, se recuperaría las horas siguiente progresiva y satisfactoriamente”.
                      • “¡Che!, ahora entiendo por qué Bonito estuvo atontado y durmió prácticamente todo el viaje de vuelta, ¡pobre!, debe haber sufrido mucho dolor de cabeza», razonó el padre de Augusta.
                      • “Pero Pá, no fue lo único extraño que paso, fue el mismo veterinario, que cuando le pregunte si conocía al doctor Bertoni, resultó ser amigo y no le costó solicitarle que nos recibiera de inmediato. Aquel accedió sin problema, así que luego de algunos minutos caminando hasta su casa, que se ubicaba en las inmediaciones de su clínica veterinaria, estuvimos conversando con él”.
                      • “¿Qué te contó Bertoni?. Supiste las razones de la muerte del pibe?», pregunto ansioso su Padre.
                      • “¡Pá!, ¡no lo vas a creer!, Antonio no está enterrado en el cementerio de Bariloche. El Dr. Bertoni reconoció su firma en el parte de defunción. Pero no a la persona muerta, sino que aquel corresponde a un lote de 68 que firmó en aquella fecha. De ahí deduce que uno de aquellos muertos es Antonio”.
                      • “Entonces hija puede ser un error, perfectamente el pibe puede estar enterrado aquí”.
                      • “¡No Pá!, al doctor le consta que los 68 cadáveres fueron cremados y enterrados juntos dentro de dos camiones donde los transportaban en una gran fosa excavada en un campo militar de entrenamiento en Ushuaia e ignoraba lo que se les hizo creer a sus familias”.
                      •  “¡No entiendo!, ¿cuál podría ser la razón para hacer eso?”.
                      • “Cuando le pregunte lo que vos señalas, el dijo, que Antonio fue parte de un grupo de marinos muertos, desembarcados la madrugada del 22 de diciembre de 1978 en la base naval de Ushuaia desde un buque de la Flomar . Al pasarlos a la morgue, se dieron cuenta que los cadáveres estaban altamente irradiados. El mando decidió enterrarlos sin siquiera retirar sus cuerpos de los camiones. ¡Pero Pá!, eso ni siquiera fue la razón de mi furibunda reacción, sino la teoría que tenía el doctor para explicar la causa de estos decesos, lo que finalmente fue lo que me nublo el juicio y cargue toda mi furia contra Juan Francisco que estaba junto a mí e hizo que yo quisiera marcharme de inmediato de la ciudad, tal como vos lo hubieras hecho. Con el tiempo he recapacitado, reaccione mal y perdí la oportunidad de charlar con él. Lo que hoy me tiene angustiada y arrepentida porque no tiene culpa en todo esto”.
                      • “¡Che Augusta!, me ténes intrigado, esto es una novela, continua. ¿Cuál fue esa teoría?”.

                      Augusta titubeo, sabía que a partir de este momento dependía la relación futura con su padre:

                      • “¡No Pá!, ¡no me atrevo!. Lo mismo que me afectó a mí, lo hará con vos y te descargaras conmigo!”.
                      • “¡Augusta!, ¡te lo he prometido!, ¡continua!.”, demandó algo enojado.

                      El Padre de Augusta se paró de la cama y comenzó a caminar por la habitación, alerta a lo que su hija tenía que decirle, pero inseguro de poder controlarse. Augusta comenzó a narrar la historia que Bertoni le había contado, su padre caminaba de un lugar a otro de la habitación, cada vez más ensimismado, parecía animal enfurecido, resoplaba por la ira contenida con dificultad, junto a un jadeo que delataba sus dificultades para respirar a medida que su rostro sanguíneo se enrojecía y la venas de su cuello se engrosaban:

                      • “¡Chilenos desgraciados, son todos una mierda, inmundos traidores!», exclamó violentamente sin que pudiera seguir conteniéndose.

                      Por largo rato, Augusta interrumpió su relató:

                      • “¡Continua!”, exigió su padre.
                      • “¡No Pá!, no continuare, no estás cumpliendo con tu compromiso”.

                      Se dio vuelta y la miró fijamente:

                      • “¡Che!, ¡continua te estoy diciendo!, ¡no ténes porque arrepentirte!. Te entiendo perfectamente, reaccionaste como yo lo hubiera hecho con toda razón”.

                      Augusta atemorizada, se sintió intimidada por los ojos destellantes, llenos de ira y rencor con que su padre la miraba. Temía ser agredida, por ello no persistió en su negativa.

                      • “¡Al igual que tu hoy!, me deje llevar por la rabia furibunda y descargue toda la responsabilidad sobre Juan Francisco y hui. ¡No quería saber nada más de él!”.

                      Fue entonces que su Padre se abalanzó sobre Augusta, la agarro de ambos brazos y la levanto con fuerza descomunal:

                      • “¡Que me estas insinuando!, que el tal Juan Francisco es un miserable chileno. ¡Me estás diciendo que estás enamorada de una de esas sanguijuelas!”, gritaba acercando su rostro al de ella mientras la zarandeaba.
                      • “¡Soltáme Pá!, ¡no te voy a permitir que me agredas ni física, ni verbalmente!. Te recuerdo nuevamente el compromiso que vos asumiste conmigo solo hace unos minutos atrás, ¡exijo respeto!”, demandó Augusta enérgicamente.

                      Su padre la soltó y rumiando su rabia pareció volver a razonar, se alejó al fondo de la habitación. Augusta decidida, aprovechando que su padre, estaba distante de ella y sabiendo que si no lo decía ahora, lo más probables es que nunca más habría otra oportunidad de hacerlo:

                      • “¡Pá!, ¡sí!, Juan Francisco es chileno, pero no solo eso, también es oficial naval”.

                      El Padre desencajado, se abalanzo furioso sobre su hija, y alzó la mano para abofetearla:

                      • “¡Pá!, si me pegas, será la última vez que veras a tu hija por el resto de tus días. ¡Tú decides!», amenazó Augusta, a viva voz decididamente.

                      Su padre petrificado, con la mano en alto temblando, permaneció así algunos segundo hasta que finalmente, se desmoronó sobre la cama. Comenzó a llorar como un niño, botando en esas lagrimas muchos años de dolor y sufrimiento. Augusta sintió una gran compasión, se sentó junto a él, lo abrazó y no pudo, tampoco, retener el llanto.

                      Después de algunos largos minutos, cuando ambos pudieron desahogar las penas y los rencores, la tranquilidad volvió:

                      • “¿Cómo hija mía pudiste darme una pena tan grande?, enamorarte de un chileno y más encima de un militar, es como asesinarme en vida”.
                      • “¡Pá!, me arrepentí de no haberle dado tan solo un segundo a Juan Francisco para poder charlar. Automáticamente lo culpe por lo que hicieron sus compatriotas décadas atrás. Aquí en Bariloche, también pensé, en qué hubiera pasado si la guerra entre ambos países no se hubiera evitado. La cantidad de personas que hubieran muerto, soldados y civiles inocentes, ¡de ambos lados!. Sin lugar a dudas, superaría por mucho lo que hoy estamos lamentando. ¡Pá!, ¡lo más doloroso!, es que, a lo mejor hoy, no estaríamos lamentándonos por la pérdida de tu pierna, sino Mamá y yo, lloraríamos la perdida de tu vida”.

                      Al escuchar a su hija, su padre cayó en cuenta que estaba equivocado. La pérdida de su extremidad lo había llevado a guardar rencores más allá de lo razonable. Pero dado como habían ocurrido los sucesos, debía estar agradecido de solo haber perdido eso. La historia que ella le había contado, no se apartaba demasiado de la de su propia experiencia. En aquellos tiempos, ellos también avanzaron hacia el pueblo chileno de Curarrehue, sin que se hubiesen cruzado nunca con soldados chilenos. También con la orden de tomarse el pueblo, cosa que nunca llego a suceder porque una contraorden lo impidió. Todo demasiado parecido a lo que ella le relataba. Alberto Lagarraña se levantó con dificultad, camino lentamente, sin decirle nada a su hija, lo hizo hacia la puerta de salida como si soportará sobre sus hombros todos los años que había guardado rencores culpando a otros de los dolores causados por una cuasi guerra entre pueblos hermanos, tras de sí, cerró la puerta.


                      CAPITULO 39

                      ARRESTADO

                      El minibús naval escoltado por otro vehículo a discreta distancia, tomó la variante a Valparaíso que conecta la Bajada Santos Osas con Avenida Argentina. El teniente miraba por la ventana, pensó que está ciudad, a medida que pasa el tiempo, permanece sin que su arquitectura, su urbanidad, o las actividades de su gente, lo hagan drásticamente, quizás eso sea lo que le da ese sello particular. Una ciudad que se hace todos los días, de acuerdo a las necesidades de sus habitantes, en ello no prima nada más. Es eso justamente lo que lo atrae, porque la siente a su escala. En esta ciudad todos son iguales, expele humanidad, todos se reconocen y todos respetan el esfuerzo que cada uno hace para vivir, sea el mendigo que pide en las esquinas, el comerciante que invita a comprar a la gente en la puerta de su negocio o el feriante que vocea su mercadería, el carabinero que trata de ordenar el tránsito de los vehículos para que las personas lo hagan con seguridad y todas estas actividades se sienten complementarias como si estuvieran tejidas con el propósito de servir a cada uno. ¿Por qué entonces nunca se trasladó a vivir a ella?, en cambio prefirió hacerlo en la cercana Viña del Mar, mucho más moderna pero más corriente como ciudad. Se respondió así mismo, ¡por miedo!. Así es, por miedo, concluyó. Valparaíso no tiene vocación de progreso. Lo suyo es sobrevivir a escala humana y es así que su población es feliz. Sin grandes ambiciones, lo justo y necesario para poder compartir con el vecino, ver crecer a los hijos, disfrutar entre ellos, vivir todos juntos lo necesario, sin egoísmos de por medio. Un gran ideal, atractivo, poético, pero por eso, muy peligroso para personas jóvenes como él, que quieren progresar y alcanzar la globalización e interactuar con el mundo. Valparaíso es un potente imán que atrae, pero del cual se hace muy difícil salir. De pronto advirtió que el vehículo se desplazaba bordeando el sector portuario por Avenida Errázuriz. Pasado el muelle Prat, frente al colonial Edificio de la Aduana. Deduce que lo llevan a la Escuela Naval. Pero al poco rato, se da cuenta que no es así. El vehículo una vez en la cima del Cerro Playa Ancha, se interna por sus calles estrechas, ingresando al final a un pasaje sin salida, que termina en un mirador. Al frente una hermosa vista del puerto y sus actividades, al costado derecho una imponente casona de principios del siglo IXX muy bien tenida. La reja del lugar se abrió automáticamente. El vehículo transito a través de un sendero de maicillo bordeado de jardines, arboledas y fino mobiliario urbano, compuesto de escaños delicadamente labrados, paseos adoquinados, glorietas y pérgolas finamente alhajadas, hermosas piletas de agua esculpidas y presididas de glamorosas estatuas de deidades estilizadas, donde se aprecian multiplicidad de aves, algunas trinan de regocijo y otras se bañan en sus aguas. El teniente no podía creer que algo así pudiera existir en el viejo puerto de Valparaíso. El vehículo ingresó a una rampa que lo sumergió en el subterráneo. Bajó tres niveles, hasta llegar a una especia de explanada, frente a la cual existía una recepción típica de un hotel perfectamente habilitada. Allí lo esperaba una persona que se identificó como Segundo Escobar Reyes, gerente del Hotel Naval de Valparaíso, al cual el teniente Juan Francisco Zañartu Winner conocía por primera vez, a pesar de haber vivido toda su existencia en la zona.

                      • “Teniente Juan Francisco Zañartu Winner, bienvenido al Hotel Naval de Valparaíso, soy el capitán de navío Segundo Escobar Reyes, – lo saludo militarmente, para luego reforzar extendiendo su mano para hacerlo también a la usanza civil -, me imagino su sorpresa. Este hotel es muy discreto, casi secreto para serle franco. Pero es muy importante, aquí se han hospedado personalidad de la talla de Henry Kissinger en viajes absolutamente secretos a Chile y de otras dignidades mundiales de ese nivel. El alto mando naval me ha informado que se hospedará aquí por un tiempo indeterminado, que está en calidad de arrestado e incomunicado. Es decir, no tiene derecho de visita, ni puede recibir información desde el exterior de tipo personal. Pero que en todo lo demás será tratado al más alto nivel de atención que la institución pueda brindarle. Dentro del recinto tiene absoluta libertad de desplazamiento. Por supuesto, usted no está dentro de una prisión, así que no tendrá personal de guardia permanentemente a su alrededor vigilando sus movimientos. Pero lo será a través de los dispositivos electrónicos que se disponen en todos los lugares de este recinto, que hace casi imposible poder huir”.

                      El capitán lo invitó a subir al ascensor que los elevó rápidamente al primer nivel de la casona:

                      • “Esta casa teniente , ¡es una maravilla!, ¡un verdadero museo!. Prácticamente luce, tal como cuando Guillermo Wheelwright, la donó a la Armada de Chile, al momento en que dejó definitivamente la ciudad rumbo a Buenos Aires, donde se instaló a desarrollar el proyecto del Ferrocarril Central. En la primera planta existe una vasta e interesante biblioteca con una acogedora sala de lectura. Aquí nos encontramos en el gran salón, donde se desarrollaban concurridas fiestas bailables.  Al costado derecho, existe una sala de música, donde pianistas, violinistas e importantes grupos de música de cámara se presentaban a reducidos grupos de selectos invitados. Este gran comedor, se extiende hacia una espléndida terraza, con una vista maravillosa a la bahía de Valparaíso. En este costado, está este salón más exclusivo, que incluye un comedor más reservado, apropiado para cenas o almuerzos más íntimos o reuniones de negocio. Allí se encuentra ubicada la gran chimenea. Existen cuatro baños en la planta baja exquisitamente habilitados que incluyen tinas con patas y grifería de bronce pero con manillas enlosadas con finas figuras hechas con hilo de oro. Para subir a los tres pisos superiores, donde se encuentran las habitaciones, todas en suite, se puede acceder a través de esta magnífica escala, que se repite exactamente igual en el 2° para acceder al último nivel. Pero mejoras posteriores la dotaron del ascensor que usted ocupó recién. Acompáñeme, le mostraré su habitación, que será la mejor con la que cuenta este hotel. De acuerdo a las instrucciones recibidas, estando usted aquí será el único residente. Posteriormente, tendrá tiempo de recorrer y deleitarse con los hermosos jardines y disfrutar de las instalaciones anexas, que aunque más recientes, no por ellos dejan de ser importantes, como la piscina, la cancha de tenis, el gimnasio, la cancha de futbol, etc.»

                      Los dos subieron la majestuosa escala que a media altura se abre en dos, lo hicieron a través del brazo derecho y caminaron por el pasillo abalconado, con vista al gran hall de recepción, hasta llegar a la última puerta vidriada con cortina por su interior. Al abrir, lo primero que se viene encima es la inmensidad del Océano Pacificó.

                      • “¡Uf.! ¡que vista!”, exclama el teniente.
                      • ¡Increíble!, ¿no?, – lo conduce hacia la terraza -, desde aquí se ve solamente el mar, hacia abajo el acantilado, 100 metros más abajo revientan las olas en sus paredes. Una vista, sin dudas, absolutamente privilegiada. ¡Bueno!, esta será su habitación. Como usted puede apreciar, una cama deliciosa 2.1/2 plaza, televisor, teléfono, que en su caso solo sirve para contactarse con nuestros servicios. Un gran baño con tina de patas de bronce, lujosa grifería, etc. Usted sin duda disfrutará todas estas instalaciones. Aquí tiene un vestidor, con ropa para todas las ocasiones, formales, deportivas, de gala, ropa interior, toallas, sabanas, y si no está lo que necesita, solo pídalo. En el hotel trabajan cerca de 100 personas en cuatro turnos, entre aseadores, mucamas, jardineros, cocineros, garzones, choferes, personal administrativo y de seguridad. Existen vehículos para el uso de huéspedes, que en su caso es un servicio vedado. Ahora lo dejare tranquilo para que descanse, se reponga, entiendo que no ha sido un día agradable. Perder la libertad, no se compensa con nada, menos con este tipo de lujos, pero ayudan a que esta situación sea llevadera.

                      El capitán se cuadró, algo desganado el teniente Zañartu respondió de igual manera. Observó como el oficial se alejó hasta desaparecer tras la puerta de acceso a la habitación. Volteo, afirmó su peso sobre ambas manos apoyadas sobre el pasamanos de la baranda de la terraza. Respiró hondo, oteo el horizonte, disfrutó el aroma a fertilidad de la briza marina, escuchó el graznido agudo de las aves del mar que sobrevolaban en torno al litoral. Observó las precisas formaciones y el sincronismo del vuelo de las bandadas de pelicanos. Ese espectáculo tranquilo y relajante le hizo sentir el peso de las tensiones vividas el último tiempo. Se sentó sobre el futón cercano, pero el sueño le hacía perder la conciencia a intervalos entre súbitos despabilamientos. Sus pensamientos giraban en torno a su situación. Agradecía estar en este momento preso en dependencias navales y formalizada su situación legal. Creía que, de alguna manera, dicho estatus lo alejaba del riesgo de estar en el exterior expuesto a la arbitrariedad de los que habían intentado asesinarlo en Ushuaia, y que, sin duda, seguirían insistiendo. La gran interrogante para el teniente era descubrir el por qué querían asesinarlo, que había hecho para haberse ganado esa condena. Tenía mucho que pensar y revisar al detalle, cada paso dado a la fecha, eso podría ser su salvavidas. Concluyó, que antes, debía descansar. Se levantó y se dirigió al interior del dormitorio, se recostó sobre la cama y encendió el televisor. Solo había transcurrido algunos segundos, sus ojos se cerraron y el sonido de la televisión se fue haciendo cada vez más lejano. En aquel entresueños, a lo lejos, escuchaba el relató del periodista del noticiario televisivo:

                      • “En este momento, damos el pase a nuestro periodista Ascanio Álvarez, quien se encuentra en la comuna de Ñuñoa en Santiago con un importante  hallazgo”.
                      • “¡Así es Ismael!, estoy en la calle Buenaventura, de esta comuna. En este domicilio se encontró el cadáver del destacado periodista y analista de defensa Oscar Andrade. La PDI se encuentra constituida en el lugar, haciendo las primeras diligencias policiales”.
                      • “¡Ascanio!, – interrumpe el locutor del noticiario – ¿en qué circunstancias se descubrió el hecho y por parte de la policía, se tiene alguna hipótesis, respectó de lo ocurrido?”.

                      El teniente, al reconocer el nombre, se había integrado y escuchaba con atención lo que señalaba el noticiero, sin terminar de salir de su asombro:

                      • “¡Efectivamente Ismael!, a eso de las 8:00 de la mañana del lunes recién pasado, Leticia Villanueva, asesora de hogar, como todos los días, llegó a la casa del periodista a cumplir con sus labores habituales que desempeña de lunes a viernes. Fue ella que, al ingresar al domicilió, se encontró con el cadáver en el pasillo que da hacía los dormitorios. Al comprobar que la casa se encontraba totalmente revuelta en su interior, llamó de inmediato al Carabinero del cuadrante. Aquel, a los pocos minutos, se hizo presente en el lugar, comprobando el deceso por causas no naturales. Efectivamente el periodista fue asesinado mediante el uso de arma de fuego. Se cree que, el motivo más probable fue el robo. Lo que resulta al parecer indudable, dado el grado de desorden dejado en la búsqueda de valores. En fuentes policiales se piensa que los antisociales actuaron dateados. Por que, según las primeras diligencias, no se ha verificado la sustracción de aparatos electrónicos como computadores, celulares, televisores, u otro tipo de especies. Así que se piensa que los delincuentes buscaban algo específico, si lo encontraron o no, es parte de la investigación. Eso es todo lo que puedo informar Ismael desde este lugar”.
                      • “¡Perdón Ascanio!, antes de poner fin a este contacto desde el lugar de los hechos, una última pregunta, ¿existe alguna información preliminar respecto a la data de muerte?”.
                      • “¡Buena pregunta Ismael!, ¡se quedaba en el tintero!. Efectivamente, fuentes policiales, ubican la muerte algunas horas atrás, alrededor de las 18 a 19 horas del domingo anterior”.
                      • “¡Muchas gracias Ascanio!, estaremos atentos a la evolución de esta noticia durante los próximos días. Dejamos por el momento este crimen para pasar a otras noticias”.

                      El teniente apagó el aparato, exclamando para sí mismo:

                      • “¡O Dios!, lo asesinaron solo minutos después de que abandone el lugar. Afortunadamente estoy aquí, – metió sus manos al bolsillo de su pantalón para extraer las llaves que le había entregado Oscar Andrade el domingo recién pasado. Con la otra saco del otro bolsillo del pantalón, la canica de acero. Las observó largamente -, ¡sin duda!, tal como dijo Oscar, ahora de esta llave depende mi vida y también de poder saber porque me quieren eliminar”.

                      CAPITULO 40

                      EN BUSCA DE JUAN FRANCISCO

                      Mientras caminaba por la playa, sintiendo como el agua frías del lago Nahuel Huapi entumecía sus pies, recordó a Bonito su querido perro, que de cachorro solía arrancarse a esta playa ubicada frente a la casa de sus padres. Cuando desaparecía, ella siempre sabía por dónde iniciar la búsqueda, nunca fallaba, allí estaba, jugando con el pequeño oleaje de las aguas del lago. Era tan frecuente este comportamiento, que Augusta término por bautizarlo con el nombre de la playa.

                      Cansada se sentó sobre una roca que sobresalía de la superficie del agua y contemplo aquel maravilloso escenario natural de aguas azul oscuro que daban cuenta de su gran profundidad, el sol iluminaba pleno en su cenit, aportando luz más no calor. Abrigó su rostro bajando todo lo posible el gorro de lana que calzaba en su cabeza, dejando el menor espació de piel expuesta al aire, de manera que solo no le impidiera ver y respirar. Actitud algo contradictoria, pues mantenía los pies en el agua quizás porque ya no los sentía.

                      Estaba triste porque después de la última conversación con su padre, aquel se había vuelto a retraer y notaba que la esquivaba. A pesar de los esfuerzos que hacía su madre para aliviar el ambiente algo tenso y buscar formas de reconciliación. Pero nada parecía surtir efecto. Habían pasado algunos días, desde entonces las cosas entre ella y él habían vuelto a fojas cero, tal como estaban al momento en que decidió regresar a su casa natal. Tendía a creer que recuperar el afecto de su padre no sería posible, así que debía pensar en marcharse:

                      • “¿Pero donde me voy?, – se preguntaba – , en Buenos Aires, salvo mi amiga, ahora no tengo departamento, ni trabajo. ¿A dónde voy entonces?, ¡que saco con irme de esta casa!, pero supongo que debo hacerlo porque esto se ha tornado desagradable. Quizás podría soportar vivir así, pero mis padres no merecen que los incomode de esta manera. Debo intentar encontrar un nido, a partir del cual construir una vida. ¡Juan Francisco es mi oportunidad!, sin duda debo ir por él”.

                      Abstraída en esta meditación, siente que aprietan firme ambos hombros para evitar que voltee:

                      • “¡Hija!, ¡descuida!, ¡soy yo tu padre!, – ella se tranquilizó, él abrazó fuerte su torso desde atrás, mientras apoya el mentón sobre su cabeza – , no quiero enfrentar tu mirada. Así es más fácil para mi hablar lo que tengo que decirte, de lo contrario no lo podría hacer. Tu sabes lo que te amo, qué más quisiera yo que vivas hasta la eternidad con nosotros, ¡pero no puedes!, debes irte de inmediato, antes de que sea demasiado tarde”.

                      Ella retiró con fuerza los brazos de su padre y volteó para enfrentarlo. Lo encontró con sus ojos húmedos. Impulsivamente, la hacen besar su áspera y helada mejilla que luego acaricia tiernamente:

                      • “¿Por qué Pá?, ¿Por qué tengo que irme?, ¿Por qué me estás alejando de vos y de Mamá?”.
                      • “¡Hija!, yo he hecho mi vida como militar, los conozco desde dentro. Lo que tú me has contado, pone en riego tu integridad, tu vida. Yo no puedo permitir que pueda ocurrirte algo malo”.
                      • “¡No te entiendo Pá!”, reclamo confundida.
                      • “A tú novio chileno lo buscan para eliminarlo. Quizás por desarrollar, en Argentina, actividades de espionaje. Si no lo lograron, lo volverán a intentar. Pero esta vez saben algo más”.
                      • “¿A qué te refieres Pá?, ¡exageras!”.
                      • “¡No hija!, ¡no exageró!, ¡los conozco!. Debes irte de inmediato de aquí. Ellos ahora saben de tu existencia. En este mismo instante deben estar haciendo denodados esfuerzos por identificarte. Eso les permitirá, a través de vos, llegar a tu novio. Más temprano que tarde llegaran a buscarte aquí mismo, por eso debes hacerlo. ¡Qué mejor para extorsionarlo, que tenerte a vos en su poder!”.

                      Augusta entendió el pánico que explicaba el comportamiento de su padre. Pero no dejaba de tener razón, de algún modo, había convergencia en lo que ambos pensaban, aunque por motivos distintos. La solución era, para ambos, una sola, marcharse, debía encontrar a Juan Francisco, con él estaba su vida y también su seguridad. 

                      • “¡Pá!, coincido con vos, pero por motivos distintos. Iré en busca de Juan Francisco porque lo amo, intentare construir una vida con él, así que me marchó”.
                      • “¡Está bien hija!, respetó tu decisión, pero debes hacerlo de inmediato. Si vas a Chile no puedes hacerlo por aduana, pues ellos se enteraran en donde estas, si es que no te detienen en el mismo lugar. Para los servicios de inteligencia no hay fronteras. Creo que no saco nada con decirte que tu novio no es la persona que más te convenga. Pero tengo la esperanza que, al menos, ayude a salvar tu vida, si es que realmente le importas”.
                      • “¡Pá!, sé que él me ama, sé qué renunciará a todo por mí”.
                      • “¡Dios lo quiera hija!, te ayudaré a salir de Argentina. Mañana durante la madrugada partiremos al lago Tromen. ¿Te acordas cuando fuimos todos de picnic y te mostré el lugar donde perdí mi pierna?, bueno por dicho lugar, siguiendo aquel sendero que también te mostré, llegas a un pequeño caserío Mapuche, tal como te lo indique. Ellos son muy buenas personas, no te preguntarán nada y te ayudaran en todo. Nunca te delataran a Carabineros, puesto que ambos no se llevan bien. De allí debes caminar alrededor de 3 kilómetros por la orilla sur del Rio Trancura hasta encontrar un sendero que te conecta directamente con el Camino Internacional Puesco o ruta199. Caminando alrededor de 14 kilómetros, encontraras un pueblo llamado Curarrehue. Una vez allí, estarás a salvo, podrás descansar en algún hotel. No uses tu nombre nunca, trata de no identificarte, pero si tienes que hacerlo, da un nombre falso. Excúsate de no mostrar algún tipo de tarjeta de identificación, pasaporte, arguye que lo perdiste o te la robaron. Paga siempre en efectivo, yo te daré dinero chileno para que lo lleves. Allí podrás tomar un bus hasta una ciudad más grande como Pucón, donde podrás abordar otro que te lleve a Santiago. Yo esperó que tu novio, una vez que te encuentres con él, posteriormente te ayude a legalizar tu residencia. Avísanos cuando estés a salvo y hayas logrado encontrarte con él. Siempre que puedas hacerlo con seguridad. Sin exponerte a ser detectada. Estaremos esperando, sin duda tu madre y yo solo podremos descansar cuando aquello ocurra”.

                      El frío en la alta montaña era extremo. Pero estas condiciones no le eran desconocidas, de hecho con su padre, cuando era una adolescente, solían hacer treeking por las montañas de los alrededores de Bariloche. Actividad que hacían a menudo, casi todos los fines de semana.

                      Ahora no tenía miedo de internarse montaña abajo, sino más bien por hacerlo ilegalmente, algo que por principio, por convicción y también por opción estaba fuera de sus costumbres. Por algo había seguido la carrera de las leyes. Estaba bien equipada, desde ese punto de vista todo debía salir bien. Pero temía ser sorprendida, sabía que no reaccionaría bien, era el lado vulnerable de todo esto. Abrazó fuerte a su padre, lo beso en su mejilla:

                      • “¡Gracias Pá!, por ayudarme y disculpa por las penas que te he ocasionado”.
                      • “¡Hija!, tenes que retornar con tu novio. Te juro que tratare de quererlo como a vos, yo siempre te ayudaré, aunque aquello a veces me cueste. Pero no soportaría perder tu amor”.

                      Las lágrimas corrieron por las mejillas del viejo, las que Augusta apresuró a secar con su pañuelo. Dio vuelta la espalda, comenzó a descender por el sendero, volteándose cada cierto tramo, observando que su padre permanecía vigilante, hasta que finalmente el follaje de la vegetación no permitió verlo más. A partir de ese momento todo dependía de ella. Se concentró, apuró el tranco, haciendo uso de toda la experiencia ganada en su adolescencia, recordando las instrucciones que solía darle su padre. Comenzaba a amanecer, los primeros rayos solares traspasaban el follaje, marcando el sendero que se hacía más visible y seguro, el rugido del Rio Trancura parecía menos amenazante. Llegó al caserío Mapuche, tal como se lo había advertido su padre. Inicialmente con sorpresa, una mujer ataviada con atuendos típicos se le acercó:

                      • “¿Tú que haces a esta hora aquí?”, pregunto algo sorprendida.
                      • “¡Estoy perdida!, he pasado toda la noche tratando de salir de este bosque, sé que existe un camino cerca, pero no he logrado encontrarlo, ¿puede ayudarme?”, termino por preguntar a la indígena.
                      • “¡Te veo complicada!, ¡te voy ayudar!. Pero antes, necesitas alimentarte y descansar, te daré un tazón de leche caliente y un pedazo de tortilla de harina de piñón, ¡te repondrá!”, ofreció la mujer indígena.

                      Si bien Augusta, estaba bien alimentada, no habían pasado más de una hora desde que dejó a su padre, no quiso ser descortés con ella, así que aceptó e ingresó a su modesta ruca, donde se sentó sobre cueros de vacas que cubrían el suelo entorno a una olla que colgaba desde un trípode armado con ramas de árbol sobre unas brazas que daban calor. Con un cucharon llenó con leche un pocillo de greda que puso en las manos de la forastera. Luego acudió a una mesa de madera, donde cortó un pedazo de pan que entregó a Augusta:

                      • “¡Toma la lecha y come la tortilla!, te darán fuerza y salud para proseguir. El sendero por donde venias termina más abajo. Ahí encontraras otro que sube hacia el camino de los huincas (Nombre con que los Mapuches se refieren a las personas que no son de su etnia). Pero aún te queda por andar un buen trecho, así que come bien”, insistió la indígena.

                      Augusta bebió la leche que encontró muy buena, pues tenía un agradable sabor a canela. Comió el pan de piñones más que por hambre por curiosidad. Sabia suave y estaba lleno de trozos crocantes de algo semejante al tocino frito, lo que le pareció muy rico.

                      •  “¡Hum!, ¡che!, ¡esto está muy bueno!”, exclamo con sincera sorpresa.

                      Después de consumir los alimentos que generosamente le habían brindado, se levantó y se despidió de la buena mujer Mapuche. Pero aquella no dudo en entregarle una bolsa tejida con dos tortillas que colgó cruzada a su cuerpo, más una especie de botella de greda taponeada con un paño y una tapa también de greda, que tenía una oreja de la cual pudo colgar de su cinturón como si fuera una cantimplora. Aunque no le había cobrado nada, Augusta no dudo en retribuir su desinteresada atención. Así que le dio algo del dinero chileno que su padre le había entregado. Nunca olvidará el brillo de felicidad de aquellos ojos. Se iba muy reconfortada porque un favor había sido pagado con otro. De esta manera, con el corazón alegre, hinchado de satisfacción, reanudó el camino a través del sendero.

                      Llegó al final, se asustó por qué no lo encontró de inmediato. Miro en todas direcciones, solo follaje y un barranco que daba directo al turbulento rio. Estaba por devolverse, cuando miró al suelo y encontró unas gradas hechas de troncos de árbol. Aliviada comenzó a subir, al poco rato, calculo uno 20 minutos, llegó al camino asfaltado. Junto a la berma, se sentó sobre su mochila, vio el transitar de vehículos, la mayoría con patente argentina, algunos camiones, intentó hacer dedo sin mucho entusiasmo:

                      • “¡Nadie me quiere llevar!. Para ser franca, por temor a ser asaltada, si yo fuera uno de los conductores, tampoco llevaría a nadie”, pensó comprensiva.

                      Cargó su mochila sobre su espalda y prosiguió la marcha hacia abajó. Habían transcurrido alrededor de dos horas, cuando se voltea y observa que la sigue lentamente una patrulla de la policía chilena. Le saltó el corazón, sus latidos retumban en las sienes, la respiración se dificultó, siguió caminando al mismo tranco para no despertar sospechas, siente que los policías la observan, al rato la patrulla se coloca a su costado, el carabinero sentado en el puesto del copiloto, le habla:

                      • “¡Señorita!, ¿necesita ayuda?”.
                      • “¡No!, ¡estoy bien!, estoy mochileando”.
                      • “¡Veo que eres trasandina!, ¡te llevamos hasta Curarrehue!, puede ser peligroso para usted transitar sola”.
                      • “¡No gracia!, ¡prefiero caminar!, esa es la gracia de todo esto”, respondió.

                      Pero la respuesta no convenció a los policías. Así que más adelante se detuvieron y ambos bajaron del móvil, pusieron sus manos sobre sus revólveres que colgaban del cinto y caminaron a su encuentro. Augusta no sabía cómo reaccionar, pensaba que si aquellos se enteraban que había ingresado ilegalmente al país, tendría serios problemas. Sudaba copiosamente, mientras se acercaban amenazantes. Los policías se colocaron al frente, impidiendo que ella prosiguiera la marcha.

                      • “¿Señorita?, los mochileros suelen agradecer a las personas que les ofrecen transportarlas. Incluso lo común es que hagan dedo pidiéndolo, y rara vez lo hacen solos. Nos parece extraño su comportamiento, ¿me permite su identificación?”.
                      • “Me llamo Ángela Venado Suarez y vivo en Bariloche”, les contestó.
                      • “No me basta que usted me diga su nombre, necesito alguna identificación que lo certifique”.

                      Vio a ambos lados, y pudo advertir una huella lateral que la llevaba al bosque. Repentinamente largó a correr a perderse hacia el. Pero a los segundos, aquellos hombres fornidos la tenían aprisionada entre sus brazos. Ella gritaba desesperada, lanzaba golpes de pies y manos tratando de zafar. Pero todo era inútil, las fuerzas no le alcanzaban para lograrlo. De pronto vio que un hombre estaba al costado de ella tratando de tranquilizarla, mientras ella yacía, semi – recostada en la butaca de un bus:

                      • “¡Tranquilícese señorita!, ¡despierte!, solo ha tenido un mal sueño, cálmese todo está bien, tome un sorbo de agua”.

                      Después de sorber de la botella, se fue incorporando lentamente:

                      • “¡Che!, ¿dónde estoy?”, exclamo al borde del grito frustrado.
                      • “Usted está en un bus procedente de Pucón. Vine a su asiento a despertarla para avisarle que llegamos a Viña del Mar pero sufría una fuerte pesadilla. ¡Estamos en el rodo viario de esta ciudad!”.

                      Augusta totalmente desorientada, miraba en todas direcciones, sin atinar:

                      * “¡Che!, ¡gracias por avisarme!”, respondió segundos después, una vez repuesta del susto».


                      CAPITULO 41

                      EL LIBRO

                      El comandante auscultó el horizonte girando en 360° el periscopio, el temporal impedía una visual del horizonte de largo alcance:

                      • “¡Bajar periscopio!, ¡navegante informe posición!”, ordenó con voz firme.
                      • “¡SS-21 sobre las coordenadas ordenadas! ¡señor!”, respondió el oficial.
                      • “¡Maquinista!, ¡detenga la marcha!, mantenga la profundidad a alcance de periscopio, ¡pare los motores!”, ordenó perentoriamente.

                      Al terminar de dar las instrucciones, el comandante abrió los parlantes del intercomunicador para que toda la tripulación escuchara lo que tenía que decir:

                      • “¡Señores!, quiero ser franco con todos ustedes en estos instantes. Quizás en las próximas horas seremos protagonistas del momento más importante de nuestras vidas. Solo comparable, al vivido por Prat y la tripulación de la corbeta Esmeralda en el Combate Naval de Iquique. Argentina está a horas de iniciar una conflagración armada con nuestro País. ¡Escuchen bien!, no seremos nosotros los que haremos el primer disparo. Pero si ellos lo hacen, lucharemos como los chilenos sabemos hacerlo cuando de defender la Patria se trata. Aquella soberanía que emana del amor a nuestros hijos, padres, hermanos, esposas, abuelos, a nuestros antepasados y a nuestro pueblo sobre el territorio continental, insular, antártico y marítimo será defendida con la muerte si es necesario. Estamos en aguas internacionales del Atlántico Sur. La misión encargada por el alto mando es la de vigilar, detectar y dar aviso del tránsito de la Escuadra Argentina hacia el mar chileno. Pero diría que no es la única, ni la más importante, existen otras dos más relevantes dependiendo del curso de los acontecimientos. Somos también un cebo. No les quepa ninguna duda a nadie que la Armada Argentina sabrá nuestra posición. Por lo tanto, nuestra presencia los mantendrá ocupados en vigilar nuestros movimientos, distrayendo su atención y recursos. De declararse el conflicto, seremos su primer objetivo y solo tendremos algunos minutos para disparar, simultáneamente, nuestros 8 torpedos, contra un solo blanco, el portaaviones 25 de Mayo. Probablemente no viviremos para saber el resultado. Pero de acertar, nuestro País tendrá la mitad de la guerra ganada. ¡Señores!, entreguemos nuestras almas al Supremo, conoceremos La Gloria y seremos acogidos por nuestra Madre, la Virgen del Carmen, Patrona de Chile. ¡Viva Chile Mierda!, – retumbo al unísono, en todo el buque el ¡Viva Chile Mierda!, y prosiguió-, a partir de este momento tendrán 10 minutos, para que oren, recen el Padre Nuestro y se despidan espiritualmente de sus seres queridos y de sus compañeros tripulantes de este que será, si Dios y la Virgen Santísima así lo estiman, el buque heroico que llenará de orgullo a las generaciones venideras de nuestro querido Chile. Transcurrido este tiempo quiero de ustedes absoluta y plena concentración en sus responsabilidades. Este equipo tiene la obligación de cumplir su misión”, así el comandante de la nave dio por terminado esta alocución patriótica destinada a sacar el máximo compromiso y valentía de sus marinos.

                      La atmósfera artificial en la cual permanecían todos, era pesada, el aire sin haber sido renovado por horas, se sentía viscosamente hediondo a humanidad sudada mezclada con aceites quemados y gases de la combustión. Algunos no resistieron, soltando el llanto desgarrado, otros rezaban o se despedían de sus hijos y esposas en un desesperado y triste murmullo. Entre compañeros se abrazaban, con ojos vidriosos, en un esfuerzo por sentirse seres humanos antes de traspasar el límite entre la vida y la muerte. Pero al momento en que se hizo sentir el zafarrancho de atención, intencionalmente amortiguado, secaron sus lágrimas y todos asumieron nuevamente sus puestos de operación. Se iniciaba el periodo de concentración que nadie sabía cuánto tiempo duraría, ni como terminaría. El silencio fue abrumador, la tensión de la espera de un acontecimiento de consecuencias desconocidas se acrecentó. Así permaneció la tripulación por largos minutos, hasta que la voz del encargado del radar grito:

                      • “¡Fuerza naval enemiga ingresando al campo de alcance del radar!, navegando de oriente a occidente hacia las aguas australes del mar de Chile. En dos horas más, se estima, alcanzará el límite marítimo”.
                      • “¿Se detecta la presencia del 25 de Mayo?”, consultó el comandante.
                      • “¡Si señor!, – respondió el oficial a cargo del sonar-, también de sus buques escoltas, tres en la proa, dos a cada lado y uno en la popa, otros buques los siguen más atrás, dando cuenta de un claro 2° grupo de naves”, complementó el sargento encargado del radar.
                      • “Al menos con este clima, el portaaviones tiene anulada su capacidad aérea”, le murmuro el comandante al capitán, segundo oficial a cargó del buque.

                      El comandante volvió a abrir los parlantes del intercomunicador:

                      • “¡Sala de máquinas!, ponga en funcionamiento los motores a máxima potencia. Espere órdenes para reanudar la marcha a toda velocidad, mantenga el nivel de profundidad al alcance de periscopio. Sala de torpedos, verifique el carguío de los 8 tubos lanzadores, ¡sincronice para disparo simultáneo!. Pulgar sobre disparador, atentó a orden de fuego. Sonar, ataque inminente de torpedos desde buques enemigos. Radar, monitorear rumbo de la fuerza de tarea enemiga, informar cualquiera variación de alguna de sus naves. Inicie conteo decreciente a partir de los 10 segundos antes de que la flota argentina traspase el límite marítimo. Radioescucha, atentó a mensajes encriptados, corra grabadora. Navegante hacer seguimiento de la posición de nuestro objetivo principal, prepare coordenadas para el ataque”.

                      Terminadas las instrucciones correspondientes al estricto protocolo a seguir antes de iniciar un ataque frontal sobre fuerzas navales enemigas, el comandante llamó al oficial, segundo al mando:

                      • “¡Capitán!, tome este papel, allí existe un código en lenguaje de máquinas, lléveselo a telecomunicaciones, que lance al aire está señal y tráigamelo devuelta”.

                      El capitán, segundo a bordo, fue personalmente al puesto de operaciones del oficial a cargo de las comunicaciones y se lo entregó, ordenándole que transmitiera esta señal, a lo cual se negó. El oficial en franca rebeldía, descolgó el fono del intercomunicador, marco los números que lo comunicaban directamente con el comandante:

                      • “¡Señor!, necesito confirmar la instrucción dada por el capitán Molina».
                      • “¡Teniente!, – molesto -, lo pasaré a consejo de guerra, está desobedeciendo las instrucciones del mando legitimo del buque, usted está en situación de amotinamiento”.
                      • “¡Disculpe Señor!, no puedo recibir instrucciones que atenten contra la integridad del buque. Si emito esta señal, el enemigo tendrá nuestras coordenadas precisas para atacarnos y hundirnos”.
                      • “¡Teniente!, ¡la última oportunidad!, – advirtió – , proceda con la orden, el tiempo se acaba, sino tendré que relevarlo del puesto y ponerlo bajo arrestó”, exigió firme el comandante.

                      Ante esta enérgica reacción, el teniente se puso los fonos en sus oídos y procedió a emitir al aire en lenguaje binario los pulsos de microondas electromagnéticas con frecuencia codificada. El capitán no tardo en estar junto a su comandante, devolviéndole el pedazo de papel donde se encontraba el código transmitido.

                      Aquel lo tomó y procedió a prenderle fuego usando un encendedor, observando cómo se consumía hasta quedar convertido en cenizas, las que luego disperso con un soplido. 

                      Para la estresada tripulación, los minutos se hacían eternos. Atentos al ataque enemigo en cualquier instante para poder reaccionar inmediatamente. Mientras menos demorará la respuesta del submarino, algunos aún creían que era posible poder maniobrar para esquivar exitosamente los torpedos enemigos. Para todos estos marinos no dejaba ser exasperante que la flota Argentina siguiera acercándose al límite marítimo sin atacarlos.

                      A través del intercomunicador, el sargento a cargo del radar informo a toda la tripulación:

                      • “La Escuadra Argentina se encuentra a tan solo 15 minutos de traspasar el límite marítimo”.

                      El comandante ordenó:

                      • “¡Suba periscopio!, – enfocó los lentes y giro 90° hacia el norponiente -, ¡allí están!, la tormenta arrecia, pero los delata las luces de sus barcos.

                      Desde aquel instante no dejó el periscopio, prefirió seguir directamente a la flota que guiarse por la información instrumental.

                      De pronto, el sargento Flores inició el conteo decreciente:

                      • “¡10!…., ¡9!…., ¡8!», pero, sin mediar instrucción alguna, interrumpió el conteo.
                      • “¿Que pasa sargento?, ¡no detenga el conteo!, una vez que ellos traspasen el límite marítimo, estoy obligado a iniciar las acciones bélicas que obliga la defensa de nuestra soberanía”, gritó enérgico el comandante.
                      • “¡Lo siento señor!, ellos se han detenidos”.

                      A través del periscopio, el comandante volvió a enfocar su objetivo y pudo comprobar que era cierto. Después de algunos minutos, el comandante exclama:

                      • “¡Nuevamente reanudan la marcha!, ¡reinicie el conteo!” – ordenó.
                      • “¡Señor! el buque líder gira hacia el norte. La escuadra naval modifica el rumbo. Ahora se dirigen al nororiente. Al parecer de regreso a su basé».

                      El comandante seguía las maniobras a través del periscopio, y le costaba creer lo que estaba sucediendo. La Flomar reculaba, regresaban a su base. Pero aún más, estallaba un verdadero festejo que se expresaba en el lanzamiento de bengalas desde los buques que iluminaban aquel océano encabritado por las olas. Sin duda eran manifestaciones de júbilo. Observó como una lancha misilera, se salía de la formación y desplegaba un extenso rodeo que terminó por acercarla a la posición del submarino, desde donde lanzó bengalas que claramente eran un saludo de paz. Entonces el comandante ordenó:

                      • “Sala de torpedo, lance tres bengala, luego desarme los tubos lanzadores, y devuelva los torpedos a su posición de almacenamiento”.

                      Al constatar que aquella lancha misilera se alejaba del submarino, el comandante ordenó bajar periscopio. Meditó por algunos minutos, mientras la tripulación del submarino esperaba expectante sus palabras:

                      • “¡Señores!, en estos ultimas horas hemos vivido momentos límites. Solo faltaron siete segundos para dar inicio a un conflicto bélico entre Argentina y Chile de insospechadas consecuencias que, sin lugar a dudas, afectaría la paz no solo de nuestra generación sino también las de muchas otras por venir. Gracias a la Santísima Providencia, que finalmente ha escuchado nuestras plegarias, la guerra no ocurrió. La paz término por imponerse. Dado lo vivido, esto ha sido un milagro”.

                      La tripulación explotó de alegría, lanzaron sus gorras por los aires, muchos estallaron en llanto, otros rezaron de rodilla agradeciendo el favor concedido, los más se abrazaban eufóricos revolcándose en el suelo. Los cocineros aparecieron con botellas de espumante que destaparon y sirvieron dando brindis de alegría. Luego de lo cual brotó con natural orgullo la canción nacional de Chile, cantada a pleno pulmón en posición firme y saludo militar. Calmada la situación, mientras todos caían agotados en cualquier lugar después del esfuerzo de concentración realizado, el comandante abrió los parlantes:

                      • “¡Sala de máquinas, reanude la marcha a toda velocidad, mantenga la profundidad al alcance de periscopio!. ¡Navegante, guie la nave rumbo a casa!. A penas amaine el temporal, emergeremos a la superficie a recargar baterías y renovar el aire. ¡Señores! debó reconocer ante ustedes que me he equivocado. En algún momento les mencione que, no solo teníamos una misión, sino otras dos más. Pero no mencione la más importante de todas, la de mantener la Paz, la mayor de todas nuestras responsabilidades. Los felicito a todos, esta última, la más importante, fue cumplida a cabalidad. Nuestro buque con su presencia y el profesionalismo de su dotación fue fundamental para lograrlo”.


                      El comandante se sentó cansado sobre una de las gradas del puesto de mando. Secó el copioso sudor de su cara con un pañuelo que extrajo de uno de sus bolsillos. Dos quejidos dieron cuenta de las fuertes emociones retenidas. Las lágrimas escurrieron por sus mejillas, las que secó prontamente con el pañuelo que aún tenía en su mano. Fue entonces que retiró desde el bolsillo interior de su guerrera un papel doblado, que abrió y leyó silenciosamente. Luego de lo cual lo destruyo quemándolo, tal como lo hizo con el anterior. 

                      **************************

                      A medio día de un sábado frío, con ráfagas de viento sur polar, Augusta miraba a la gente transitar, a través de un generoso ventanal que la separaba de la Calle Valparaíso. Como todos los sábados, aquella artería principal de la ciudad, se convertía en un centro social. Donde los niños jugaban, los adolescentes planeaban el carrete nocturno y los adultos socializaban con parientes y amigos. Después de lo cual, acostumbraban comprar empanadas en la cafetería Samoiedo, la más famosa y antigua de la ciudad. Fiel a sus tradiciones, ella degustaba un tazón de chocolate, costumbre que conservaba y que le ayudaban a mantener vivo el recuerdo de su origen a pesar del fuerte aroma a café de grano de los vapores que salían de la maquina cafetera que trabajaba a plenitud. Pero parecía importarle poco esta bullanga. Ella meditaba, llevaba una semana desde su arribo a Viña del Mar y no había encontrado ninguna pista que pudiera indicarle donde encontrar a Juan Francisco Zañartu Winner. En el edificio, administradores, conserjes, nocheros, guardias, jardineros, nadie sabía dónde estaba. Mientras residía en su departamento, el teléfono había permanecido mudo. A pesar de todo, a nadie le parecía extraño, puesto que su presencia se hacía sentir, al momento que no debía nada, las cuentas de servicio y gastos comunes se cargaban rigurosamente mes a mes a las cuentas bancarias de sus prestadores. Ella entre sorbo y sorbo de su chocolate que estaba lejos de la calidad del que acostumbraba a beber con frecuencia en su natal Bariloche, mordía un deliciosos sándwich de lonjas de palta con carne de pollo asado aprisionado entre dos rebanadas de pan de miga tostada por ambas caras untadas en mantequilla que convertían ingredientes simples y frescos en algo mágico que la hacían salivar más de la cuenta. Embriagada por ese salto de sabor en su paladar, trapicó al escuchar, con sorpresa, el nombre del teniente Zañartu Winner. Repuesta, algunos instantes después, identifico a las personas que conversaban, en la mesa tras de ella, como el origen de lo que había escuchado. Su primera reacción fue acercarse a consultarles, pero prefirió ser más cauta. Notó que en la vidriera se reflejaban sus siluetas. Solo a uno le podía ver el rostro, al otro solo le observaba su espalda. El primero, un adulto de alrededor de 40 años, pelo negro corto, tez blanca y ojos marrones, cuerpo delgado y atlético, vestía deportivamente. La persona que le daba su espalda tenía una cabeza grande, pelo no tan corto, bien cuidado y canoso, cuello ancho y contextura gruesa. Vestía una remera tradicional, deportiva pero conservadora. Pensó que no debía apresurarse. Antes decidió poner atención a lo que ellos conversaban, especialmente lo que le contaba el más joven al hombre de mayor edad:

                      • “….. en ese instante, al momento en que el teniente Zañartu terminaba la lectura y  cerraba la tapa del libro. Ingresé a la biblioteca de la casa Wheelwright, justo al mismo instante en que  aproveche de comentar en voz alta, lo que lo sobresaltó: ¡Buen libro!, ¿no le parece teniente?, Los Héroes Olvidados del SS-21 Simpson, fue escrito por Nautilos, seudónimo de uno de los tripulantes del submarino, protagonista de esta historia».
                      • “¡Me asustó capitán Escobar!”, reclamó el teniente Zañartu.
                      • “¡Lo siento, no fue mi intención!”, me disculpe.
                      • “¡Curioso!, por primera vez en mi vida de marino que me entero de este episodio naval durante la cuasi guerra con Argentina en diciembre del año 78”, comentó el teniente.
                      • “Le señale que: difícil que lo haya sabido, porque fue escrito por uno de los tripulantes del Simpson. Es una novela, por lo tanto, una ficción. Pero debe contener una gran base de realidad. Según lo que he sabido al respecto y lo que he podido averiguar, lo hizo en honor al heroísmo demostrado por esta dotación naval. Creyó que era necesario dejar un registro para la posteridad de este potente evento naval, ignorado hasta la fecha. Cuando pidió permiso a sus superiores para publicarlo, la autorización le fue denegada. El libro fue requisado y declarado documento confidencial por razones de seguridad nacional. Prohibición que mantiene hasta el día de hoy. Existen solo algunos ejemplares, yo creo que no más de seis, uno de ellos está en esta biblioteca”.
                      • “¿No ha podido averiguar el nombre del autor?”, me preguntó el teniente.
                      • “Algunos piensan que fue el mismo comandante del buque. ¡Él ya murió!, así que no me ha sido posible confirmar esa versión. En realidad el destino de dicha tripulación fue bastante penoso. Una vez que el buque regreso a su puerto base, su dotación fue liberada por varias semanas. Pero solo bastaron algunos días para que muchos de ellos cayeran en cuadros depresivos, en eventos de violencia intrafamiliar, ataques de pánico, alcoholismo, drogadicción y otras dolencias mentales menores como trastornos del sueño derivadas del extremo estrés al cual fueron sometidos. Nadie se salvó, el propio comandante sufrió de ataques de pánico que lo atormentaron durante dos largo años, hasta que al final un ataque cardiaco termino con su sufrimiento”.
                      • “¡Una pena!, porque si aquel episodio fue verídico, merecía sin duda un reconocimiento de todo el país. A cambio, parece que fueron olvidados y abandonados a su suerte”, me comentó el teniente.
                      • “Seguramente aquella ingratitud, fue el motor que hizo escribir este libro a su autor. No puedo entender que no se haya permitido su publicación masiva. Lo he leído varias veces, en busca del motivo de la prohibición de publicar, pero no encuentro nada que lo justifique desde el punto de vista de la seguridad nacional. ¿Qué piensa usted?, ¿hay algo que a su juicio lo haga?”, le pregunte.
                      • “Razonando en voz alta, creo que existen algunos elementos extraños en la narrativa. Lo primero que hace saltar mi curiosidad es la orden de apagar los motores diésel del buque. No soy submarinista, pero me parece difícil hacerlo en la mitad de la nada, aún más estando sumergido. Creo que es imposible. Si bien debe poseer respaldo de baterías eléctricas. Aquellas podrían mantener, en caso de emergencia, las funciones básicas del buque durante un breve lapso de tiempo, algunas horas. No parece que sea razonable esa acción. Pero a lo mejor se refería, a  una  detención de la marcha, dejar los motores operando en banda en el menor nivel de revoluciones posible, pero apagarlos no. ¿Qué pretendía el comandante?, seguramente no ser detectado por el enemigo, pero si uno de sus objetivos era ser un “cebo”, parece un relato contradictorio. Otro aspecto que me llama la atención, es cuando detecta que la flota enemiga avanza hacia el mar austral chileno y ordena emitir una señal electromagnética codificada. Seguramente para informar al estado mayor chileno del avance de la Fuerza Naval Argentina hacia la frontera marítima. ¡Con seguridad!, esta señal también la abría captado la fuerza enemiga. Con lo cual, la ubicación exacta del submarino hubiera quedado expuesta al enemigo que sabía de su presencia en las inmediaciones. Eso está de acuerdo a los objetivos, pero entonces porque antes se habían parado los motores. Pero aún más curioso, ¿cuál era el mensaje encriptado de dicha señal?. Según el relato, el comandante termino por quemar el papel que lo contenía después de transmitido. Por último, parece muy raro, que al acercarse la Flomar al límite marítimo, comience una cuenta regresiva a partir de diez. Normalmente esto se ocupa para que las personas a cargo de controlar un proceso se preparen para un evento que ellos manejan. En este caso la narrativa da a entender de qué, al momento en que la punta de uno de los barcos traspase el límite virtual, coincidiría con el momento de alcanzar el numeral cero y aquello significa descargar los 8 torpedos simultáneamente contra el portaaviones. Muy probablemente el primer barco en traspasar el límite no sería el portaaviones, sino uno de los barcos escoltas de vanguardia. Por lo tanto, se atacaría al portaaviones en aguas internacionales. Nuevamente se contradice con su principal política, Chile no haría el primer disparo. Entonces pierde sentido defender a Chile como un país agredido que tuvo que responder al momento de ser invadido en su territorio marítimo por una potencia extranjera. En esta circunstancia, estando ambos en aguas internacionales del Atlántico Sur, la ofensiva al portaaviones argentino es del submarino chileno¡A mi juicio no resiste análisis!. La cuenta regresiva era para otra cosa y no para dar la orden de fuego. Creo que la respuesta está en el segundo papel que el comandante destruye de la misma manera que lo hace con el primero. Ese contenía otro mensaje codificado, que iba a transmitir de la misma manera que el anterior, al momento de finalizar la cuenta regresiva.  ¿Con que propósito?, ¡ese es el misterio!. Concluyó que, si era válido que haya sido clasificado como secreto de estado. A lo mejor, se temía que los dos mensajes encriptados que fueron destruidos, estuvieran de alguna manera incorporados en la narrativa de este libro. En tal caso, el único que pudo escribir este libro fue el comandante del submarino”.
                      • “Su razonamiento lo encontré impecable y así se lo manifesté: ¡brillante deducción teniente!, no se me hubiera ocurrido nunca hacer ese análisis. Tampoco lo intente, pues me encandile con la hermosa historia de sacrificio y heroísmo que esta dotación ofrendo a la Patria, y que sus autoridades no han sabido reconocer”.


                      Ágata no podía creer lo que estaba escuchando, sobre una servilleta había escrito: Casa Wheelwright y capitán Escobar, reflexionaba como el destino iba trazando el camino de nuestras vidas, al punto de que uno comienza a dudar de que sea nuestra propia voluntad la que en realidad lo hace. No dejaba de sentirse, de cierta forma, manipulada por fuerzas que no podía controlar, menos identificar. Pero en su caso, así era, de la nada surgía de pronto, sin mediar esfuerzo alguno, la información que andaba buscando, envuelta en una
                      historia extraordinaria y desconocida para el común de la gente. Así que ávidamente siguió escuchando la conversación que aquellos individuos compartían.

                      • “¡Veo que sirvió el ardid que pusimos para poder interrogar al teniente sin que aquel se diera cuenta!, fue buena idea poner aquel libro sobre esa mesita de la biblioteca. ¿Me interesa saber cuál es su conclusión capitán?”.
                      • “Mire general, me temo que el teniente no sabe nada. Encuentro que su análisis ante mí fue un ejercicio intelectual absolutamente honesto. Si aquel supiera algo, seguramente no lo hubiera compartido, le hubiera dado una interpretación simple, resaltando la aventura, el heroísmo, el patriotismo de la tripulación y la humanidad de su comportamiento”.
                      • “Es posible que tenga razón. Pero este asunto es demasiado importante, no podemos dejar cabos sueltos, ni correr riesgos”, comento el general.
                      • “¿Qué piensa hacer?”, pregunto el capitán.
                      • “Daré cuenta de esta charla, no seré yo quien decida el destino del teniente Zañartu. Lo que sí sé, es que resolver su caso, es un tema de seguridad nacional, y como tal, no cabe duda de cuál será la decisión. ¡Bueno!, me tengo que retirar, ha sido muy importante conocer el resultado de su trabajo”.
                      • “¡La cuenta por favor!”, exclamo el capitán.

                      Augusta estaba atónita, sus peor presentimiento se había confirmado. En Ushuaia lo habían intentado asesinar, pero no por agentes argentinos como pensaba, sino chilenos. Lo peor de todo es que no importa si sabe o no algo, el interés de la seguridad nacional de Chile era superior y concluyó que sería eliminado a la brevedad. Debía actuar con premura. Si lo quería vivo con ella, no había tiempo que perder. Se levantó, se dirigió a la caja y pago en efectivo sin esperar boleta, ni vuelto. Se apresuró a seguir a distancia a los oficiales. Ambos caminaron hacia Plaza Sucre, allí se despidieron dándose la mano como si de civiles se tratará. El general atravesó Calle Valparaíso y se dirigió hacia los estacionamientos subterráneos, el capitán enfiló caminando hacia Avenida Libertad.


                      CAPITULO 42

                      EL ALMUERZO

                      Dada la baja temperatura exterior al conservar las ventanas herméticamente cerradas, la pieza estaba a obscura y muy calurosa, el aire algo viciado, el sofocó era inevitable. El teniente sudaba, a pesar de permanecer cuasi desnudo sobre la cama a medio cubrirse entre un amasijo de colcha y sabana entrelazadas, extremadamente inquieto a causa de un sueño intenso. Sus ojos se abrieron repentinamente. Sentía que el pecho se le oprimía y una fuerte angustia parecía apoderarse de su voluntad:

                      • “¡El chico dijo que mi vida corría peligro!, que debía abandonar lo antes posible Comodoro Rivadavia, – murmuro en voz apenas audible, se incorporó rápidamente. Cogió su reloj desde el velador, confirmó que eran pasadas las diez de la mañana. No era temprano, con la sabana secó el sudor de su rostro -, ¡tengo que salir de aquí de inmediato!, – se vistió raudamente, extrajo desde el closet su chaqueta, observándola con detención sin poder comprender – , ¿qué diablos hago con este tipo de ropa en esta ciudad austral?”, infructuosamente volvió a revisar el interior del closet en busca de algo más abrigador.

                      Se encaminó rápidamente hacia la puerta de salida de la habitación donde había pernoctado esa noche gracias a la ayuda de aquel chico que le había tendido una mano, mientras se encontraba desorientado en aquel banco de la plaza pública frente a la catedral de la ciudad. Al abrirla bruscamente, quedó paralizado. Se encontró con la mano alzada y empuñaba de un uniformado en el instante justo en que se aprestaba a  golpear la puerta:

                      • “¡Que le sucede teniente!, ¿a donde se dirige?, se le olvidó que está detenido en este lugar, que si bien se trata de un hotel, no lo puede abandonar. De todas forma, – continuó el capitán, a la vez que con la mirada directa a los ojos del teniente Zañartu, obligaba a que su interlocutor fuera retrocediendo lentamente hacia el interior de la habitación -, usted está convaleciente, fue dado de alta recién ayer por la tarde y regresado desde la enfermería a su dormitorio. Acuérdese que por intentar escapar, recibió una fuerte descarga eléctrica que casi lo manda a mejor vida».

                        Confundido, tratando de explicar lo que estaba ocurriendo:

                        • “¿Dónde estoy?”, preguntó atolondradamente el teniente.
                        • “En el Hotel Naval de Valparaíso o también conocido como Casa Wheelwright, – respondió el capitán Escobar -, ¡mire!, usted probablemente esta algo confundido, quizás también, intelectualmente lento, pero después de la fuerte descarga eléctrica que sufrió, este tipo de trastorno es esperable. El doctor señaló que, a pesar de su alta médica, probablemente requerirá aún algunos días para reponerse por completo. Así que no se preocupe, debe guardar reposo relativo, y sus facultades intelectuales se irán restituyendo hasta su plenitud durante las próximos horas.
                        • “¿A qué viene entonces?”, pregunto el teniente Zañartu.
                        • “Primero a interiorizarme de su estado de salud, ¡estaba preocupado!. Por lo visto está bien, algo confundido ¡nada más!. Como se lo dije, este problema estará superado en cosa de algunas horas más. Creí que, como lo tendré casi como huésped en este hotel durante algunas semanas, le gustaría compartir el almuerzo de hoy, así aprovechamos de conocernos mejor, conversando, haciendo que su estadía, algo forzada, sea al menos más grata. Así podría ayudarlo a sobrellevar este periodo, entablando lazos más personales, sobre todo si somos camaradas de la misma institución armada. ¿Qué le parece mi oferta teniente?, ¿acepta mi invitación a que almorcemos juntos hoy a las 13:30 horas en la pérgola, con una hermosa vista a la bahía, rodeado de jardines, aprovechando este hermoso día soleado y fresco, buena música. ¿Qué le parece el panorama?”.

                        El teniente, después de alguno minutos algo dubitativos, término por responder: 

                        • “¡Ok capitán!, ¡tal vez tiene razón!, ¡allí estaré!”.
                        • “¡Excelente!, comeremos rico, acompañados de un buen vino y una conversación interesante. ¡Lo espero entonces!, ¡nos vemos más rato!”, el capitán hizo sonar sus tacos y se despidió militarmente.

                        El teniente cerró la puerta del dormitorio. Se recostó nuevamente sobre su cama, aún confundido:

                        • “¿De donde saque que estaba en Comodoro Rivadavia?, pero el chico me dijo que tenía que abandonar la ciudad, lo recuerdo perfectamente. ¡No sé!. Probablemente tienen razón los doctores, son las secuelas secundarias del golpe de corriente eléctrica que sufrí”.

                        —————————

                        6 horas antes

                        Se daba vueltas y vueltas en la cama, con una frecuencia que lo comenzó a molestar. No podía conciliar el sueño. Además tenía que hacerlo con cuidado para evitar interrumpir el de Claudia su esposa que yacía junto a él. No se resistió más, término por aceptar que por esa noche no podría dormir más. Se levantó sigilosamente de la cama, no sin antes darle un beso en la mejilla a su esposa. Fue a vestirse al baño de los niños. Las cuatro y media de la madrugada marcaba el reloj de la pared de la cocina. Se preparó un café, como a él le gustaba, lo bebía negro de grano colombiano Juan Valdez. No tardo en que su aroma invadiera gratamente el ambiente. Las palabras del general en la confitería se habían instalado en su mente. Su lectura entre líneas era muy fuerte. Por razones de seguridad nacional, el teniente Zañartu sería eliminado. Sin duda alguna, la causa de su insomnio:

                        • “¡Diablos!, ¡no puede ser!, debo estar equivocado, lo que quiso decir es que la situación del teniente la resolverían sus superiores. ¿Pero porque no él mismo?, ¡por que aquello escapa a sus atribuciones!, – se interrogaba a sí mismo- , ¿qué decisión puede escapar a sus atribuciones?, me imaginó que solo la de asesinarlo, – se respondía a sí mismo – , ¡Diablos!, ¡Diablos!, ¡Diablos!, – gritó ahogadamente tres veces, mientras empuñaba su puño con fuerza -, ¿que debo hacer yo?, ¿acaso debo traicionar a un camarada de armas?, ¿en que grado de involucramiento quedare?”.

                        El capitán comenzaba a sopesar su propia responsabilidad:

                        • “¡De inicio!, sin eliminación de por medio, por parte baja, estoy participando de un secuestro. Sé fehacientemente, que el teniente nunca será pasado a un tribunal naval. Como le hemos hecho creer dolosamente. Se le mantiene aquí engañado y contra su voluntad. Si a eso, más encima, se le asesina, mi situación personal se complicará notablemente. Soy cómplice, si ocurre dentro del hotel, pero no por eso dejó de serlo, si ocurriera fuera. Más grave aún, es que se pueda probar una asociación ilícita. De la cual no zafó fácilmente. Tengo plena seguridad que si aquello ocurre, como lo pienso, el Ministerio de Defensa Nacional desligará cualquier responsabilidad institucional”, concluyó el capitán con una mueca de decepción.

                        Transitando abordo de su vehículo por Avenida Jorge Montt rumbó al puerto de Valparaíso, más precisamente al Cerro Playa Ancha donde se encontraba la Casa Wheelwright. Siendo las 5:30 horas de la madrugada, empalmó con Avenida San Martín, en donde el tráfico era escaso, pero que aumentó algo más en Avenida España, la única artería vial que conectaba las ciudades de Viña del Mar con la de Valparaíso bordeando el litoral. Durante el viaje, su mente trabajó aceleradamente. Así que una vez que llegó a su oficina, sentado en su mullida butaca de trabajo, ya contaba con un plan para poner en practica, pero no sin antes tener una convicción de su verdadera necesidad.

                        ———————————————-

                        Ambos hombres sentados en la terraza, protegidos del sol por sendas toldillas blancas, disfrutaban un bajativo. Observaban la bahía de Valparaíso entre un tupido follaje de árboles de distintas especies que ornamentaban de múltiples tonos de verdes aquella postal de fondo. El Océano Pacifico quieto como principal atracción. Flotaban a la gira innumerables barcos mercantes, al costado izquierdo las instalaciones portuarias, el molo de abrigo, donde se encontraban aparcados algunos barcos de la Escuadra Nacional. El toque artístico de este cuadro lo daba la luminosidad, sus reflejos de luz degradada en distintos colores e intensidades, pero que se combinaban hermosamente con las sombras:

                        • “¡Bello día!, ¡Bella vista!, ¡Bella brisa!, comida excelente, todo ha salido perfectos. ¿No le parece teniente?” .

                        El teniente permaneció abstraído sin responder, así que el capitán siguió con su monologo:

                        • “¡El menú estuvo delicioso!, ¡los locos con mayonesa y las machas con queso parmesano, simplemente magistrales!. Hacía mucho tiempo que nos las comía. Después, ese arrebatador caldillo de congrio. Cuento a parte, el vino que nos acompañó, lo elegí personalmente para esta ocasión. Para mí el Chardonnay de Viña Indómita es el mejor del mundo. La sensación en boca es algo espectacular, nada parecido, se dio cuenta que al beberlo, en principio el paladar se encoje, después de saturado, afloran recién los sabores frutales combinado con madera, ¡cosa extraña!, y al tragar se siente fresco pero no burbujea como lo haría un espumante, ¡increíble!, un vino lleno de sensaciones que sorprenden”.
                        • “¡Veo que entiende de vino!, ahora que usted lo dice, sentí esas sensaciones, lo que más me llamó la atención de este vino blanco, es que me provocó ese encogimiento del paladar que usted señala, lo que me sucede normalmente con los vinos tintos muy fuerte como el Sauvignon Casillero del Diablo de Viña Concha y Toro. Pero exactamente como usted lo señala, posteriormente aparece el vino blanco con una diferencia respecto del común, no tiene nada de burbujas y no pierde frescor, todo parece muy contradictorio. Le agradezco que me haya invitado, la verdad es que me hacía falta sociabilizar. Si bien esto es algo que dista de ser una cárcel, el encierro me comienza a generar claustrofobia. En lo único que pienso hoy, es que se aparezca pronto el fiscal naval para dar inicio al proceso y pueda al menos recuperar mi libertad, aunque sea condicional, mientras se lleva adelante el proceso”.
                        • ¨¡Puede confiar en mí!, usted es un camarada de armas y nos debemos lealtad. Me hace acordarme de mis inicios en la Armada. Al volver de mi viaje de instrucción en el buque escuela Esmeralda, fui destinado al destructor  Almirante Latorre, allí serví por más de dos años, pasé un año en la base naval Arturo Prat en la Antártica Chilena y luego con el grado de capitán, mi destino fue la fragata Condell. Fue allí, durante ejercicios navales en alta mar, donde tuve un grave accidente. Al momento en que se activó el zafarrancho de combate, salí corriendo rumbo a mi posición de combate. Mientras bajaba a través de unos escalines hacia un nivel inferior, pise en falso y perdí el equilibrio, de tan mala forma, que quede colgando de un pie que hizo palanca con el escalin superior, no te puedes imaginar el dolor, grite, llore y termine por perder el conocimiento. El resultado fue una fractura de tibia expuesta. Hasta allí llego mi vida de marino. A partir de entonces la Armada me ha destinado a distintas funciones administrativas en tierra y a estas alturas mi carrera militar está terminada. Pero no la echo de menos, mi última destinación administrativa ha sido este hotel y he encontrado un camino donde puedo realizarme. Afortunadamente la Armada me ha capacitado en la administración hotelera, es un mundo fascinante, donde encuentro placer y reconocimiento que me llenan de satisfacción. No hay nada que me alegre tanto, como ayudar a que los pasajeros se sientan bien, alegres, satisfechos con las experiencias gratas vividas y que al final te agradezcan aquello. ¿Y usted que me puede contar de su vida?”.
                        • “Mi vida circula entre la soledad, el amor y la frustración profesional. Un torbellino en el que yo no he podido influir. Parezco buque a la deriva, no sé para donde las corrientes me enrumbaran”, respondió el teniente.
                        • “¡Qué interesante!, esos son ingredientes de novela”.

                        El teniente continúo con su relato:

                        • “Todo lo que ha sucedido, lo gatillo, un largo periodo de soledad en que he vivido. Esa íntima, que uno no suele compartir con cualquier persona, ni con amigos, sino quizás solo con padres, novias, esposas o en algunos casos también con hermanos, la más de las veces con nadie, como sucedió conmigo. Todo parte el día en que mueren mis padres en un accidente vehicular, yo ya estaba estudiando en la Escuela Naval. Aquello fue un golpe duro. No tenía con quien compartirlo, así que me aferre a mis estudios como si fuera mi tabla de salvación. Me concentré en ellos con absoluta dedicación, para evitar o huir del dolor. Pero también con ello, me ensimisme, al punto de disminuir al máximo el contacto social, no estaba de ánimo, ni siquiera para salir de carrete con mis compañeros. Durante mi juventud no quería mostrar mis heridas del alma, así que casi no compartí con chicas. ¡Solo quería olvidarlas, sepultarlas!. Egrese de la escuela como subteniente. Pero además, con un magister en ciencias políticas. Nunca pensé que mi tesis universitaria terminaría en un camino de frustración profesional, que hoy ha convertido en una prioridad la recuperación de una pasión. Un amor con una chica argentina que floreció un verano en que esperaba con ansias la destinación que coronaría mis sueños de infancia, ser un marino tripulante de un buque de guerra. Hoy me aferró a encontrarla, porque es mi nueva tabla salvavidas. Es mi esperanza de poder recuperarme y encontrar, junto a ella, una nueva vida. Para mí, a estas alturas, la carrera naval está definitivamente perdida. Estoy viviendo sus últimos estertores. El destino quiso que, finalmente, mi tesis de grado como cientista político, sepultará mi carrera naval y con ello mis sueños de infante”.

                        El capitán escuchaba atentó, atrapado por el relató.

                        • “Teniente su vida, a su corta edad, parece una vida muy especial, no me equivoque, ¡novelesca!. Por favor continúe con su relató, ¡estoy embrujado!”.
                        • “Apareció en mi vida sorpresivamente. Con ella he vivido las semana más felices de mi existencia. Pero también las más triste, después de la muerte de mis padres. Al día siguiente, de una noche apasionada donde dimos rienda suelta a vivir nuestro amor con total desenfreno, el uno al otro con total desnudes de cuerpo y alma, ella desapareció. No se despidió y no dejó mensaje alguno. Al despertar ella no estaba, ¡literalmente se esfumó!”, el teniente no pudo contener algunas lágrimas que se deslizaron quemando sus mejillas.
                        • “¿Supongo que usted la buscó?, es lo que yo hubiera hecho aunque eso me llevara a la China”, preguntó el capitán.
                        • “El amor fue tan imprevisto como intensó e irreflexivo. Como si dos almas que se hubieran amado siempre de pronto se encuentran. No hay tiempo para charlar, conocerse, identificarse, solo satisfacer pasiones largamente reprimidas que se desatan cuando nuevamente se encuentran. Cuando quise salir a buscarla, me di cuenta que no sabía nada de ella, a lo más dos nombres, pero sus apellidos, si alguna vez me los dijo, no los he podido recordar. Mi única esperanza fue esperar que ella volviera o me contactará de alguna forma. Lo que no ocurrió hasta algún tiempo atrás fortuitamente, en la ciudad argentina de Ushuaia, ¡en extrañas circunstancias!. Allí, un perro que yo había adoptado como mi amigo en Buenos Aires me salva la vida. Herido por una bala cuyo destinatario era yo, lo desploma inconsciente, sobre por mis brazos. Al minuto apareció desesperada su dueña, entonces me entero que mi amigo bonaerense se llamaba Bonito y su ama era mi Ágata. Por fin, – pensé – , la había encontrado, no volveríamos a separarnos, ni yo de ella, ni Bonito de ambos. Pero no fue así, la historia se repitió. 

                        El teniente relató la historia que siguió después y como concluyó todo sorpresivamente:

                        • «Desde entonces no sé nada de ella, y hoy quiero mi libertad para ir por ella”.
                        • “¡Teniente!, como se lo dije, una historia digna de novela, incluso con tintes paranormales, porque lo de Bonito es difícil de creer. Pero además, ¿ambos en Ushuaia al mismo tiempo, sin que el uno supiera del otro?, ¿qué fue lo que el médico le dijo que la indispuso en contra de usted, de tal forma?, ¿quién habría querido asesinarlo?, eso no es solo una historia de amor, sino que existe algo más”.
                        • “¡Efectivamente capitán!, pero para que usted lo entienda, debó empezar con la misma historia desde el principio. Cuando ella desapareció, por primera vez, tan repentinamente como llegó, mis días cambiaron bruscamente. Se apoderaron de mí emociones mezcladas, sufrí de angustia, tristeza y desesperanza. Después de exponer mi tesis de post grado en el “Centro de Estudios Estratégicos de la Defensa Nacional”, afortunadamente, no pasan mucho días y me ordenan presentarme ante el general a cargó de la Secretaría General del Comando Conjunto de la FFAA Chilenas y quedar a sus órdenes. Al día siguiente volaba a Buenos Aires, asignado a trabajar en la legación naval de la Embajada de Chile en Argentina. Mi misión monitorear el desarrollo del proceso electoral argentino para elegir un nuevo Presidente de la Republica y las repercusiones que para Chile pudieran significar la elección de uno u otro candidato, especialmente la candidatura del actual Presidente que se apreciaba, desde entonces, demasiado agresiva contra Chile. Debía analizar las tendencias más probables y los posibles escenarios que permitieran estudiar políticas de prevención, mantención y reacción oportuna, tal que, se pudieran minimizar los riesgos, amortiguar los impactos, y contar con una batería de medidas disuasivas de reacción efectivas. Pero mi objetivo profesional era ser marino tripulante de un buque de guerra y no las actividades diplomáticas. La respuesta fue rotunda, todavía la recuerdo: ¡Teniente a la Patria se le sirve desde muchos frentes de batalla!. ¡Estaba más que claro!, no había para mí otra alternativa. Pensé que, dadas las circunstancias por las que pasaba, no resultaba ser tan malo. Tendría tiempo para ubicar a Ágata. En Buenos Aires, busque desesperadamente actividades que me ayudaran a distraerme, especialmente los días en que no trabajaba. Reanude el footing que acostumbraba realizar rigurosamente en Viña del Mar. Para ello aproveche el parque que rodea a la embajada. Allí conocí a Bonito, en aquel tiempo no sabía su nombre. El perro se encontraba conmigo en el parque, en el horario de mis ejercicios. Al principio me extraño que se marchara con cierta puntualidad, pero después me importaba más que apareciera. ¡Me fui encariñando!. Una vez electo presidente el doctor Madrigal, el clima social para los chilenos empeoró aún más. A propósito de aquello, el gobierno de Chile comenzó a temer por la integridad física de nuestra colonia en Argentina. Por ello se implementó un plan tendiente a protegerla, a través del reconocimiento explícito del gobierno de Chile a sus actividades en Argentina. Destinado especialmente a informar, no tanto a las autoridades, sino al pueblo argentino dentro de los cuales estas personas estaban insertas desde hace muchísimos años. La situación era grave, como lo sigue siendo hoy, así que se incrementaron significativamente los recursos para fomentar esta integración en la base. Todos los funcionarios debían participar de una u otra forma en estas actividades de fomento. Dentro de este contexto, me tocó participar en la celebración del 18 de septiembre en la ciudad de Comodoro Rivadavia. En dicha ciudad, fui violentamente secuestrado. Todavía no entiendo bien lo que eso significó. Se trataba de militares chilenos en servicio activo que al parecer necesitaban que actuara de mediador ante la autoridad militar chilena. Cual topos, desarrollaban actividades, durante décadas, de distinto tipo como: comerciantes, empleados, obreros, empresarios y profesionales independientes, que ocultaban actividades permanente de espionaje. Durante todo este tiempo, habían formado familias con argentinas, tenían hijos argentinos y estaban desesperados porque habían recibido la orden de regresar al País. Temían ser pasados a retiro a causa de la edad. Según entiendo, su reclamo era seguir permaneciendo en Argentina como personal activo. Creían que los tiempos que corrían justificaban, más que nunca antes, su presencia en territorio argentino. Así lograban que sus familias no se separaran. Intuían que tanto hijos y nietos, como sus cónyuges no iban a estar dispuestas a acompañarlos en este retorno”.
                        • “Sigo sorprendiéndome más cada vez que profundiza, es increíble, difícil de creer. De todas manera teniente, no veo la relación que tiene todo esto con su visita a Ushuaia?”.

                        El teniente sabía que su relato ocultaba aspectos importantes. Pero decidió mantenerlos en secreto. Aquellos de alguna manera, tal como se lo había señalado Oscar Andrade, eran su seguro de vida.

                        • “En principio no tuve muy claro porque decidí viajar de vacaciones a la ciudad de Ushuaia. Creía que lo hacía para alejarme, poder pensar en mi futuro, frente a un presente que se hacía crecientemente frustrante profesionalmente. Pero en Ushuaia, caí en cuenta que había sido mi subconsciente el que me había traído hasta esa ciudad. La visita a Comodoro Rivadavia, la violenta experiencia de ser secuestrado, los momentos de incertidumbre vividos, sin saber qué sucedería y temiendo derechamente por mi vida, ¡me afectaron!. Comencé a tener miedo, aquel episodio me ponía en contacto con un mundo paralelo, secreto y peligroso, más propio del espionaje que de la diplomacia. De alguna manera tangencial, si se quiere, sin mi consentimiento, me habían transferido información sensible de inteligencia, más aún, si aquellos militares chilenos eran veteranos de la cuasi – guerra del Beagle. Así fue como entendí que visitar Ushuaia no había sido una decisión tan inocente. Obedecía a la curiosidad de conocer el escenario de aquel conflicto para entender lo ocurrido en Comodoro. Pero también, tome conciencia que la información que disponía significaba que en cualquier momento podía ser asesinado. La única forma de evitar que aquella dejase de ser secreta era eliminar o apresar al eslabón en lo cual me había convertido. Esto se confirmó posteriormente. El tiro fatal estaba planeado, ¡un milagro me salvó!, fue mi amigo Bonito que se interpuso entre la bala asesina y yo”.

                        El capitán absortó por el relató, vertió vino en su copa y de un solo trago se lo bebió como si fuera el más fuerte de los combinados.

                        • “¡Teniente siga por favor!, queda por aclarar, como empalma este cuento con la chica”.
                        • “Lo que sucedió después ya se lo relaté. Allí me enteré que mi fiel can amigo de Buenos Aires se llamaba Bonito, su amo era ama y era nada menos que Ágata, la chica argentina, que yo buscaba con desesperación para reanudar nuestra relación afectiva”.
                        • “Si pero teniente, en su relato usted señala que ella huye nuevamente de usted, enojada por lo que le había contado el doctor respecto de un novio adolescente”.
                        • “El doctor había sido el director del hospital de la base naval de Ushuaia. A quien le correspondió recibir en la madrugada del 22 de diciembre de 1978 a cerca de un centenar de cadáveres que se desembarcaron desde un buque que provenía de la Flomar. Para todos no fue un misterio que aquello correspondía a marineros tripulantes de buques de la armada Argentina que entraron en batalla, muy probablemente, con la Escuadra Nacional Chilena. Los cadáveres fueron enterrados clandestinamente en un predio de entrenamiento perteneciente a las fuerzas armadas argentinas. El doctor fue quien firmo aquellos certificados de defunción, uno de ellos era el que correspondía al adolescente ex pololo de Ágata. El problema es que, por alguna razón la autoridad naval argentina de aquel tiempo, ocultó todo esto. Entiendo el enojó y la rabia de ella, sabe que soy chileno y además marino de su armada, supongo que a partir de ese  momento intenta hacer un esfuerzo por olvidarme para siempre, entonces huye de mi”.
                        • “Pero teniente, es la primera vez que escucho que existieran eventos de enfrentamiento armado en esta cuasi guerra del Beagle”.
                        • “Al parecer se trató de una guerra de frentón, duró algunas horas, pero la confrontación armada existió. Lo que no deja de extrañar, es el secreto que ambos países han guardado al respecto. ¿Por qué?, que es lo que se está escondiendo. ¡No lo sé!, ¡no tengo la información!”, concluyó su relató el teniente Juan Francisco Winner.
                        • “Teniente, relacionando su relato con la historia del submarino Simpson, ambos se contradicen. Su tripulación incluso se felicitó porque pudieron conservar la paz, sin haber disparado ni un solo tiro”, comentó el capitán.
                        • “¡Así es capitán!, no tengo explicación para esto. Será desafío para los historiadores despejar estos eventos bélicos deliberadamente escondidos de la opinión pública, tanto por Chile como por Argentina. Pero todo lo que he relatado, a lo mejor explica el ocultamiento de la historia del SS-21 Simpson. ¡Bueno capitán! quiero agradecerle esta charla, no sabe lo liviano que me siento al compartir aquello que me estaba carcomiendo por dentro. Ha sido largo, está oscureciendo, así que me iré a dormir”.

                        El capitán se despidió y caminó hacia su despacho, se sentó en su butaca, pensativo y preocupado. Concluyó que la historia que acababa de escuchar, de ser cierta, condenaba al teniente a ser eliminado en cualquier momento. Empalideció, esto no tenía buen final, lo iban a matar, estimaba que este acontecimiento no pasaría de esta semana. Tenía que pensar rápidamente en cuál sería su actuación frente a este asunto. Repasó nuevamente la información recibida. Le pareció sincera y coherente la narrativa. No había contradicciones, las que surgieron se aclararon en la medida en que el relato fue avanzando. Habían argumentos y razones, si bien especulativas, también eran probables y posibles, a su vez, se complementaban bien con la historia del submarino Simpson. También le parecía sincera su frustración. Sobre todo siendo joven lleno de sueños y aferrado a recuperar su vida a través de buscar a su mujer amada, no solo le pareció humano, sino algo genuinamente juvenil. Si lo mantenía dentro del recinto hotelero, el teniente sería asesinado en cualquier instante, dentro del establecimiento o fuera de el, a través de cualquier subterfugio lo sacarían de aquí. Muy probablemente aprovecharían de zafarse de responsabilidades involucrándolo de alguna forma, debía estar atento a ello, a partir de este mismo instante. La decisión la tenía tomada, prácticamente no había otra alternativa, su futuro dependía de la suerte del teniente. Debía actuar con urgencia.

                        CAPITULO 43

                        LA FUGA

                        “¡Tu vida corre peligro!, ¡debes huir de inmediato!. Te han hecho creer que vendrá un fiscal naval a interrogarte, pero en realidad, estás secuestrado, aquello nunca ocurrirá. Hoy tienes una oportunidad para escapar, desde las 15:30 a las 15:40 hrs. se producirá un Black Out de seguridad. Durante ese corto periodo de tiempo se hará el cambio del sistema existente a otro de última generación. Debes ocultarte en el pick up de la camioneta del contratista Briones Seguridad Digitalizada Cía. Ltda., que lleva adelante este cambio. La camioneta pasará a cargar combustible a una estación de servicios ubicada en Avenida España frente a la bajada Yolanda del cerro Los Placeres, allí debes descender y esperar a que alguien pase a recogerte”.

                          Amuño el papel que contenía este mensaje y lo guardó en un bolsillo de su chaqueta. Estaba incómodo, cubierto por una lona, en el pickup de la camioneta Ford F-100 doble cabina. Esperó largas horas, hasta que se puso en marcha alrededor de las 18:00 hrs. de aquel día jueves. Tenía miedo, cuando leyó por primera vez el mensaje en la hoja de papel que apareció en la mañana sobre una mesa de su habitación, la ansiedad lo invadió, la cabeza se saturo de  interrogantes que debía analizar rápidamente. ¿Hacer caso o quedarse donde estaba?. Si aquello resultaba ser cierto y se quedaba, lo podían envenenar con mucha facilidad, no alcanzaría a darse cuenta de cualquier intento por matarlo. Por el contrario, si aceptaba que alguien quería ayudarlo, existía una posibilidad de escapar vivo de esto. No por eso no dejaba de embargarlo la duda. Una alternativa era que quisieran sacarlo del hotel para asesinarlo en otro lugar.

                          • “Para hacer esto no requieren dejar esta carta, – se respondió de inmediato -, para sacarme de aquí solo bastaría que me dijeran que estoy citado a la fiscalía naval».

                          Este razonamiento lo hizo concluir rápidamente que el mensaje no era falso. Debía abandonar el hotel, porque no había chance de sobrevivir. Sin embargo, persistía la duda respecto de seguir las indicaciones del mensaje. Podían existir motivos para él desconocidos que justificarán sacarlo de este lugar para asesinarlo en otro:

                          • “Al menos tengo un cincuenta por ciento de probabilidades de que sea cierto y pueda zafar de esta situación. Pero si no es así, de todas manera puede darse una ventana para escapar. Así que aquella probabilidad es mayor”. Pensó en ese momento, que descartar la primera de las alternativas había sido acertada.

                          A velocidad regular, la camioneta transitaba cerro abajo. La parte trasera saltaba fuerte, más aún en aquellas calles llenas de baches. Pasó por su mente, saltar de la camioneta en alguna detención forzada por algún semáforo. Pero dedujo que si alguien quisiera matarlo eso era lo que pretendía, que él escapara, así podrían buscarlo hasta encontrarlo, por supuesto muerto:

                          • “ Un detenido que había huido, fue abatido al ser encontrado por las fuerzas de seguridad, – imaginó que dirían luego los principales noticiarios de la televisión  -, ¡la coartada perfecta!. ¡no les seguiré el juego!, tengo confianza en que alguien intenta ayudarme”.

                          Después de algunos largos minutos, dado el tráfico lento de aquella jornada de jueves en horario peak, la camioneta giro a la izquierda y se detuvo. Con cuidado, levanto levemente parte de la lona que lo cubría para poder observar su entorno. Constató que se trataba de una estación de servicio Shell, que se ubicaba al centro de la avenida, como si se tratará de una isla. Confirmó que se cumplía la indicación del mensaje.

                          Tanto el chofer como el acompañante descendieron del móvil para dirigirse hacia la cafetería, aprovechando que el bombero inyectaba gasolina y limpiaba los parabrisas. Lo hicieron conversando sin preocupación alguna. Al parecer no sabían de su existencia. Procuró que se alejaran lo suficiente para poder descender del vehículo sin que ellos lo detectaran. Lo hizo con el desplante de uno de sus tripulantes, para no levantar la sospecha del bombero que se esmeraba en sus quehaceres. Incluso le pidió le indicará donde se encontraba el baño, en cuya dirección se encaminó hasta desaparecer de su vista. Desde la distancia, siguió detenidamente la trayectoria de los otros al regresar al vehículo. No advirtió absolutamente ninguna anormalidad en sus actos. Pagaron la cuenta y partieron. Respiró aliviado:

                          • “¿Qué hago?, si quiero huir debería hacerlo ahora, es el momento, pero lo más probable es que esté siendo observado, – miró con detención en varias direcciones, tratando de detectar personas en actitudes sospechosas -,¡diablos!, parece que no hubiera nadie vigilándome, pero ¡no!, ¡es tentador!, pero no puede ser, no es lógico, seguiré adelante con las instrucciones. Se supone que una persona vendrá a recogerme, ¿seré capaz de reconocerla?”, a partir de dicho instante esa fue su inquietud.

                          En su cabeza habían más preguntas que respuestas, estaba consciente que un error le costaba la vida. Un automóvil sedan ingresó a cargar gasolina y descendió de aquel, nada menos que el capitán Escobar. Al igual que los tripulantes de la camioneta, se dirigió a la cafetería, donde pudo observar que se sentó en una de las mesas al aire libre a beber un café mientras oteaba pensativo sus alrededores.

                          Las dudas nuevamente se apoderaron de su cabeza:

                          • “¿Será posible acaso que él sea la persona encargada de recogerme?, ¡no puedo creerlo!, pero no veo otra alternativa, es al único que puedo reconocer. ¿Qué hago?, – luego de meditarlo largamente, finalmente se decidió -, ¡está bien!, al parecer tengo que correr el riesgo, no tengo más opción”, al teniente le pareció extraño que el garzón le trajera al capitán dos café en vez de uno. Ese detalle le dio cierta garantía para correr el riesgo de enfrentarlo.

                          El teniente se acercó a la mesa donde se encontraba el capitán Escobar. Este último al reconocerlo, lo llamó alzando su mano derecha:

                          • “¡Teniente!, veo que entendió el mensaje, temía que se perdiera en el camino hasta aquí. Pero que bien que nada de ello haya ocurrido. ¡Siéntese!, ¡aquí está su café!”, lo invitó.

                          El teniente Juan Francisco Zañartu Winner aceptó y bebió un sorbo del café cortado que le acercó el capitán Escobar.

                          • “¡Teniente!, ¡antes que nada!, me puede devolver el mensaje”.

                          El teniente lo extrajo de su bolsillo, entregándoselo en el acto. El capitán lo planchó sobre la mesa pasando su mano varias veces. Lo leyó detenidamente, como si constatará su originalidad:

                          • “¡Gracias teniente!, ¡es el mismo!, – sacó de uno de sus bolsillos un encendedor y procedió a quemarlo, dejando el residuo sobre el cenicero de la mesa -, disculpe teniente, no desconfió de usted, pero debó hacerlo por mi seguridad”.
                          • “¿Porque está haciendo esto?”, pregunto el teniente.
                          • “¡Miré teniente!, usted me cae bien, especialmente por su juventud, comprendo que se ha visto envuelto en una realidad algo turbia, más allá de su propia voluntad. Por otro lado, somos colegas de arma de la misma institución, lo que hace que mi lealtad esté más comprometida. Por ese motivo, he querido ayudarlo, sobre todo estando en condiciones de decirle que cuento con información que me hace sospechar que usted puede llegar a ser eliminado en cualquier momento por cuestiones de seguridad nacional que desconozco. Bajo este contexto, creo que debe abandonar de inmediato el País. Su vida corre riesgo inminente. ¡Mire!, – le informó- , me he tomado el día de mañana viernes como día administrativo, no iré a trabajar hasta el próximo lunes. Así que tiene hasta el domingo para abandonar el País. El lunes tendré que denunciar su fuga a mis superiores”.
                            • “¿Cómo puedo confiar en que lo que usted me señala es verdad?. Capitán, no sé si agradecerle, pues aún no sé si lo que está sucediendo es al fin y al cabo una ayuda».
                            • “¡Mire Teniente!, entiendo que no es fácil confiar, pero haré algo que alguien comprometido en un plan para asesinarlo no haría nunca. Acompáñeme a cenar a mi casa, le presentare a mi familia, a mi esposa, después se marcha fuera del País. Tome este sobre con dinero suficiente para que pueda sostenerse algún tiempo mientras busca la manera de sobrevivir. En su interior también está el banco y el número de mi cuenta corriente para que lo devuelva una vez que pueda hacerlo. Estoy seguro que usted no me defraudará”.
                            • “¡Gracias capitán!, – lo meditó algunos segundos y le pareció que era una garantía, pero que debía tomarla para que fuera efectiva -, ¡aceptó su invitación!”.
                            • “Ahora que las cosas están claras, vamos a mi casa a comer una rica cena. En todo caso, llegará un poco a la suerte de la olla.


                            CAPITULO 44

                            El TERCER REENCUENTRO

                            El teniente Juan Francisco Zañartu yacía dormido. Ella recostaba su cabeza sobre la espalda desnuda del teniente. Observaba despierta, a través de la ventana, como el día aclaraba, como el cielo, cada vez más azulado era surcado por blancos cúmulos de nubes. Estaba tranquila, en absoluto estado de sosiego, felicidad que experimentaba por segunda vez en su vida. A partir de la cual, fantaseaba proyectando una vida en común con hijos y familia, pero no sin dificultades que abordar:

                            • “¿Pero esos hijos serían chilenos o argentinas?, sin duda argentinos, ¿pero él lo permitirá?, – se preguntó -, ¡che que importa eso ahora!, cuando llegue el momento lo resolveremos”, sonrió, sin querer asumir hoy el dilema por venir.

                            Acarició suavemente con su mejilla la piel del teniente, la olio y luego la beso:

                            • “¡Esta agotado!, en cambio yo me estoy reactivando. Después de lo de anoche, no creo que tenga fuerzas para proseguir, – especuló, en la duda de si sería pertinente demandarle más -, de todas forma no tuve cabeza para más. A penas lo vi, mi mente se llenó de hormonas, no pensé más que en sexo, estaba convertida en una hembra en celos, ¡salvaje!.¡Che!, en cambio él, en casa de mi amiga, al encontrarnos sorpresivamente, me trato como si fuera la primera vez que nos veíamos. Incluso antes que nuestros anfitriones nos presentarán, él me extendió la mano y me dijo, – imitando burlescamente su voz – mucho gusto en conocerla, soy el teniente Juan Francisco Zañartu Winner, sus ojos se clavaron en los míos como tratando de convencerme de que ambos nunca nos habíamos conocido. Cuando, sinceramente, me aprestaba a saltar sobre sus brazos para besarlo sin pudor alguno. ¡Quede descolocada!, y no tuve más espacio que seguir su juego, – finge burlonamente su propia voz -,  igualmente, mi nombre es Ágata, le respondí siguiendo su juego. ¡No me importó!, ¡lo había encontrado al fin!. Pensé que esto tendría que aclararse más tarde. Pero en ese instante solo quería sexo, ¡eso era lo primero!, después habría tiempo para todo lo demás, explicaciones incluidas. ¡Estoy tan bien así! que quisiera permanecer en este estado. Encontrarlo ha resultado ser tan fácil que nuevamente me asusta”.

                            Fue una tortura interminable estar juntos en aquella cena, haciéndose pasar por desconocidos. No se acordaba de nada, ni siquiera de lo que comió, menos de los temas conversados, pero si de la incomodidad del calzón mojados a causa de su calentura. Seguramente se conversaba sobre Wheelwright, pero ella hacia un gran esfuerzo mental tratando de atender la charla para alejar sus fantasías sexuales. Por fin, al término del bajativo, él se paró para despedirse de sus anfitriones, fue en ese instante en que a ella se le ocurrió hacerle una solicitud:

                            • “¡Che teniente!, ¿vos podes encaminarme a mi hotel?”.
                            • “¡No te aflijas Ágata, yo con Segundo iremos a dejarte!”, ofreció de inmediato su amiga.
                            • “¡No tengo inconveniente Ágata!, pero no ando en vehículo, así que solo podría acompañarla caminando”, respondió el teniente.
                            • “¡Che gracias amiga!, preferiría la compañía del teniente. La noche está ideal para caminar, bajar la comida, respirar aire fresco para luego tener un sueño reponedor”, agradeció rogando para que ella no insistiera.

                            La esposa del capitán, mujer al fin, percibió la atracción entre ellos, así que decidió no insistir: 

                            • “¡Está bien Ágata!, el teniente te cuidará, sino ¡pobre de él!”, rio cómplice.

                            A poco andar de la casa de sus anfitriones, ambos no resistieron el impulso de besarse, deseos reprimidos por meses. Ella no recuerda ni como, ni en que momento llegaron al hotel, pero si los detalles de aquella noche que la ruborizan:

                            • “¡Che!, tengo mi espíritu como una taza de leche, suave, dulce, pacifico, quieto y feliz, ¡no puedo pedir más!, como me voy a arrepentir de las cosas que hago, si aquellas finalmente me hacen bien”, se justificó.

                            Acercó su cuerpo desnudo hasta entrar en contacto con el de él, y se quedó nuevamente dormida.

                            Ambos consumían el desayuno que el teniente había solicitado a la habitación. Aquel parecía almuerzo por lo abundante y variado. Él comía un trozo de carne de vacuno asada a la parrilla, ella literalmente se engullía un pote completo de huevos revueltos con tocino. Satisfechos, por algunos segundos, solo se contemplaron sin decirse nada, hasta que Juan Francisco rompió el silencio:

                            • “¡Ágata!, necesito que conversemos y aclaremos todo lo ocurrido, ¡supongo que esta vez no desaparecerás!”.
                            • “Juan Francisco no sé cómo comenzar a explicar lo que me ha sucedido. Terror a perder el cariño de mi familia, rabia porque vos sos un chileno y militar encima, lo que radicalizó aún más mi intención de olvidarte para siempre, ¡pero no pude!. Una vez en Bariloche, en casa de mis padres, racionalice lo sucedido en Ushuaia. Al darme cuenta que el disparó que aturdió a Bonito no fue casual, sino la finalidad era matarte a vos, la angustia se me hizo inevitable. El perderte para siempre se convirtió en miedo. ¡Por eso estoy aquí!, según mi padre, ex oficial de la Gendarmería Nacional Argentina, yo había pasado a ser una presa de los servicios de inteligencia que permitiría tu captura». 
                            • “¡Ágata me abandonaste en mi departamento sin dejar rastró!,¡te esfumaste!. No sabes, el sufrimiento que eso ha significado para mí. ¡No saber porque lo hiciste!. No encontrarte al despertar después de una noche tan feliz, fue sumamente duro. La desesperanza y la pena invadió todos los aspectos de mi vida».

                            Ella se levantó de la silla y se le acercó, sentándose sobre sus rodillas mirándolo de frente mientras lo envolvió entre sus brazos para besarlo:

                            • «¡Yo también he sufrido mucho!. A Chile hui del dolor provocado por la traición brutal de mi amiga que se acostó con el que estaba a horas de ser mi esposo. Pero gracias a vos todo aquello ya no existe». 

                            Poco a poco, los besos fueron más y más apasionados como las caricias también más osadas:

                            • «¡Juan Francisco no perdamos el tiempo en recordar nuestros dolores!, ¡acaríciame!».

                            Juan Pablo palpó la suavidad de su entrepiernas:

                            • “¡Que rico!, ¡más arriba!, ¡che, más arriba!, ¡mi pubis!, ¡así!, ¡está bien!”.

                            Algunos segundos después, ambos habían perdido la conciencia, solo disfrutaban el uno del otro. Juan Francisco se dio cuenta que estaba dentro de ella, solo segundos antes de que ambos cayeran desfallecientes. Resintió su peso, laxó y sin fuerzas, entre sus brazos lo levantó y lo recostó sobre la cama. Al poco tiempo, se dio cuenta que había pasado más de una hora:

                            • “¡Ágata!, ¡es hora!, – la remeció suavemente -, tenemos que marcharnos, hay que entregar la habitación”.
                            • “¡Noooo!, ¡no quiero!”. 
                            • “¡Ágata son la 10:00!, ¡no podemos seguir aquí!, tengo hasta el domingo para abandonar el País. El lunes el capitán denunciará mi fuga. A partir de entonces, las fronteras estarán cerradas para mí, ¡así que a bañarse de inmediato!”, le sacó el poleron que la cubría. Ella se colgó de su cuello, y lo volvió a besar apasionadamente, mientras él acariciaba su espalda desnuda.
                            • “¡Che quiero más!. Solo lo haré si vos te bañas conmigo, me jabonas y me dejas que haga lo mismo con vos”.
                            • “¡Bueno!, ¡así será!, pero vamos. Tenemos que ver la manera de escapar del País”, accedió apremiado.

                            ——————————————

                            En el restaurante del hotel, Ágata bebía un café negro, agitó su mano derecha para indicarle al teniente donde se encontraba: 

                            • “¡Che aquí Juan Francisco!”.
                            • “¡Listo Ágata!, ¡hecho el chek out !”.
                            • “Antes de marcharnos, sírvete el café que pedí para vos”.
                            • ¡Ágata no hay tiempo!. A bordo del bus seguimos conversando. Partiendo por que me cuentes de ti, de conocer tu nombre completo, solo sé que te llamas Ágata. Debemos salir del País sin correr riesgos innecesarios, ¡mi vida y la tuya están en peligro!. Por eso necesito conocer todo lo que ha sucedido contigo. No podemos cometer errores, ¿entiendes?”.
                            • “¡Che!, ¡yo mejor que vos sé del aprieto en el cual nos encontramos!, – respondió algo molesta -, de partida te volveré a repetir mi nombre, al parecer lo olvidaste, me llamo Augusta Isabel Lagarraña Fernández, mi padre es Alberto Lagarraña Albertí y mi madre Sonia Fernández Méndez. Pero mi nombre social es Ágata”. 
                            • ¡Cierto lo olvide por completo!, quizás el de pila me confundió, – trató de excusarse y explicar al mismo tiempo -, pero ¿por qué usas el de Ágata?”.
                            • “¡Che!, ¡porque me gusta!, ¡me siento identificada!, es hermoso, es brillante, optimista y fresco. El de Augusta, lo encuentro añejo, opaco, formal, no siento que yo sea así. Mi padre me regaña cada vez que lo ocupo. En cambió a mi madre le causa risa, porque cree encontrar en esta actitud una rebeldía infantil que ha permanecido conmigo a lo largo del tiempo”.
                            • “¿Qué haces en Chile?, ¿a qué viniste?”.
                            • “¡Che!, ¡ya te lo dije! a buscarte y advertirte que estas en peligro. Una cosa así lo hace una mujer enamorada y, por supuesto, no por gusto”.

                            Para tranquilizarla, él acarició su mano:

                            • “¡Yo también te amo!, no sabes lo que te he extrañado todo este tiempo. Pero como vez, la circunstancias nos obligan a estar juntos, ya no puedes huir de mi como lo has hecho hasta ahora”.
                            • “¡Che!, ¡me instale en tu propio piso infructuosamente a esperarte!. Con mucha suerte, en una cafetería, por simple coincidencia, como muchas que me han ocurrido desde que te conocí, escuché el dialogo entre dos hombres que hablaban de vos. Uno de ellos era al que hoy conozco como el capitán Segundo Escobar. Así me entere que eran tus propios colegas de armas los que andan tras tuyo. Una vez que se marchan del lugar, sigo a Escobar hasta su casa. Los días que siguieron vigile desde la distancia todos los movimiento de los ocupantes de dicha vivienda, hasta poder determinar sus rutinas, especialmente la de la que parecía ser su esposa. Idee una estrategia para hacerme su amiga. A mi juicio, el lugar ideal para abordarla era el supermercado, pues acostumbraba a hacer las compras del hogar personalmente. Lo más difícil fue encontrar un motivo para entablar una conversación que nos hiciera entrar en confianza. Demore varios días. En una noche de desvelo, recordé los dos apellidos que había anotado en una servilleta. Registre mi cartera hasta encontrarla. Una de ellos era el apellido del capitán y el  otro el de Wheelwright. Este último lo investigue en la biblioteca de la ciudad. Así me enteré, de cómo este norteamericano había amasado una fortuna en distintos países, entre los que se encontraba también Argentina, específicamente en Buenos Aires. Allí había fundado el Ferrocarril Central. Pero que antes, había residido en Valparaíso donde formó una de las mayores empresas naviera de América. Había encontrado el motivo, me convertí en una historiadora que escribía la biografía de Guillermo Wheelwright. Lo demás fue fácil, una pregunta sobre un producto en el supermercado, una palabra de agradecimiento, en retribución una invitación a tomarse un café, así gane un tiempo para charlar y conocernos. ¡En eso, nosotras las mujeres somos hábiles!. ¡Che!, nombrar la palabra Wheelwright fue la clave, me abrió las puertas al capitán. Según su esposa, él era la persona más indicada para guiarme en mi recopilación de antecedentes para la biografía que preparaba. Así que me invitó a cenar para que pudiera entrevistarlo. Y allí me encuentro, sorpresivamente, con vos que descaradamente finges desconocerme cuando ya habíamos compartido en bolas la misma cama. ¡Che no sabes la rabia que me dio!”.
                            • “Comienzan a encajar las piezas de tu historia con la mía. Después del atentado que sufrí en Ushuaia, creo haber encontrado la razón por la cual quieren asesinarme. Por tu seguridad, por el momento, no te la diré. Mientras menos sepas mejor será para ambos».
                            • “¡Che, no puedo creer que después de los riesgos que he asumidos por vos, no quieras confiar en mí!”.
                            • “¡Ágata!, quizás no me exprese bien, en realidad creo conocer por qué sé instaló la sospecha sobre mí en los organismos de seguridad chilenos, pero no más que eso, te prometo que pronto lo sabrás todo”.
                            • “¡Está bien no me cuentes!, – respondió indiferente -, ¡estoy en otra!. Disfrutó porque me siento feliz. Gracias a vos logre superar los día más doloroso de mi vida y pude abrir rápidamente un nuevo capítulo”.
                            • “De todas manera no logró comprenderte del todo. Necesitó saber tu historia completa”.
                            • “¡Che!, quien iba a pensar que estando en la playa de Reñaca, mi vista se cruzaría con un arrogante que se internaba en el mar, que incluso para una ignorante como yo, no era lo más sensato, pensé sorprendida: ¡esta loco!, ¡ese tipo está demente!. La ola reventó inmisericorde sobre él».
                            • “¡Ese tipo era yo!, – exclamo del teniente – , ¡qué vergüenza!, tenía esperanzas de que nadie me había observado”.
                            • “¡Sí!, ¡eras vos!. El ataque de risa que tuve fue incontenible y un resultado maravilloso para mi. La pena que me invadía se redujo a nada. Lo vivido anteriormente se convirtió en algo insignificante, sin importancia, solo un mal momento para olvidar. Todo cambió a partir de entonces. Volví a sentir la vida latente dentro de mi. Me interese por vos, hasta lograr encontrarte. El resto de la historia la sabes. Los días esplendidos y felices que pasamos juntos fueron increíbles. Pero cuando supe que además de chileno también eras un militar, las dudas me abrumaron, la confusión se instaló. ¿Qué haría?, ¡mi padre odia a los chilenos y vos no solo lo eras, también eras un marino de su armada!. Si no me habló por años por el solo hecho de haberme ido a estudiar leyes a la Universidad de Buenos Aires, llevar adelante un noviazgo con vos, para mí padre sería una traición insuperable. No encontré solución, confundida y en pánico, decidí arrancar sin dejar rastro. Como vos señalas, con la firme convicción de olvidarte para siempre. Una querida amiga de secundaria me aconsejo regresar a casa de mis padres porque allí tendría el tiempo, la tranquilidad y el consuelo que necesitaba, para poder superar esta difícil circunstancia. Allí resolvería los que, creía, eran los dos problemas más grande de mi vida. El primero recomponer mi relación con mi padre y después tratar de ver la manera de recuperar la que tenía con vos. ¡No me arrepiento!, ha sido la decisión más sabía que pude tomar. De vuelta en casa, lo primero que recibí fue el baño de cariño que me dieron mis amadas mascotas. Aquellas que han vivido conmigo siempre, mi perro Bonito y mi yegua Florencia. Mi Mamá siempre incondicional, a veces siento cierto remordimiento porque he sido, desde muy bebe, más cómplice con Papá que con ella. Con mi madre no ha sido lo mismo, pero nunca ha dejado de ser incondicional y firme soporte, fundamental en mi vida. Pasaron algunas semanas, se fue dando un acercamiento gradual con Papá. Yo estaba contenta, más aún cuando un día Papá nos invitó a todos a un picnic. Vos podes imaginar lo que para mí aquello significó. Él nos llevó a orillas del Lago Tromen, donde había pasado la noche del 22 de diciembre de 1978 en las cercanías del paso fronterizo de Mamuil Malal, allí nos reconciliamos. Pero antes de esto, en un día de paseo sola con mis mascotas, recordé a Antonio, mi novio de adolescente. Al dejar Bariloche para ir a estudiar leyes a la Universidad de Buenos Aires, nos juramentamos que apenas cumpliera con su servicio militar, nos reencontraríamos allá. Sus cartas se fueran distanciando hasta que un día dejaron de llegar. No me pareció extraño, pensé que nuestros sentimientos, más adultos y geográficamente lejos el uno del otro, se habían terminado por resentir hasta la natural extinción. Pero nunca existió nada que pusiera fin a este ciclo de nuestras vidas. Por eso se me ocurrió visitarlo en su casa para saber de él. Nunca me imaginé, lo que en ella encontraría, su madre era un ánima en pena. Me contó que Toñito, – como ella lo llamaba-, había muerto, dolida reclamaba, que había entregado a la armada Argentina a su hijo vivo y ellos se lo habían devuelto en un cajón herméticamente cerrado. Para despedirse por última vez no le permitieron ver su rostro. No sabes el sufrimiento de aquella mujer, así como el mío, ambas lloramos desconsoladamente. Cuando la dejé, me di cuenta que los problemas de mi vida no eran dos, sino tres, esté era uno que estaba oculto en mi subconsciente, pero su daño, sin saberlo, me erosionaba todos los días. Tenía que resolverlo, yo necesitaba saber que había pasado con Antonio, sin duda las cartas de él, habían dejado de llegar porque murió, no porque dejara de amarme. Necesitaba llegar a la verdad de lo ocurrido. No sabes cuánto me ayudo mi padre en la búsqueda de antecedentes. Un día apareció con su certificado de defunción. Al leerlo me fije que quien lo firmaba era un tal doctor Sebastián Bertini, Director del Hospital Naval de Ushuaia de aquel tiempo, el mismo que vos ya conoces. Le dije a mi padre, que me iba de inmediato a Ushuaia a entrevistarlo. Mi padre me detuvo, él había decidido acompañarme pero iríamos por tierra porque llevaría a Bonito. ¡No lo podía creer!, pero acepté por no contrariarlo y dañar nuevamente nuestra especial relación que estaba en franca recuperación. El resto de la historia tú la sabes, porque en Ushuaia nuestras vidas se volvieron a cruzar”.
                            • “¡Sí!, – reafirmó el teniente -, a Ushuaia había ido de vacaciones y allí me encuentro con dos antiguos conocidos: ¡tú y Bonito!, ¡increíble!,¡sorprendente!, ¡mágico!, – comentó aún incrédulo el teniente – ¿Por qué desapareciste nuevamente sin darme la más mínima explicación?, dejándome nuevamente entre triste, confundido e intrigado?”.
                            • ¡Amor!, no olvides que soy hija de mi padre, mi carácter es explosivo al igual que el de él, primero enfurezco, luego de algunos días, reflexiono y me arrepiento. Quizás por ello, ambos somos confidentes desde que nací. No pude resistir mi rabia después de escuchar la teoría del doctor que explicaba la muerte de Antonio. En ese instante, el odio contra los chilenos brotó con fuerza inaudita y ese despreció lo descargue con furia en voz. Te culpe por ser cómplice del asesinato de Antonio. De vuelta en Bariloche, lo primero que hice, incluso  antes de descansar, fue visitar a la madre de Antonio. Fui la portadora de la confirmación de la muerte de su hijo, pero también del engaño al cual había sido sometida. Antonio estaba muerto, pero su cadáver no estaba enterrado en el mausoleo naval de Bariloche, sino en un campo de entrenamientos militar al norte de Ushuaia. Ella me abrazó, lloró por fin sus últimas lágrimas de dolor y me preguntó, – ¿Y tu hija? -, ¿yo?, – le conteste – , ¡estoy bien!, más tranquila y liberada de una duda que ignoraba que existía pero que horadaba mi alma. Supe que él nunca dejo de amarme, se fue sin incumplir su compromiso de volver a mi cuándo terminará su servicio militar. Para mí saber esa verdad basta para poder cerrar este capítulo de mi vida con tranquilidad. Pero entiendo que para vos no es suficiente, quizás quede la etapa de lograr justicia, – ¡Sí, hija!, ese será mi lucha en el futuro, mi hijo merece reparo, reconocimiento en vez de olvido y demerito inmerecido -, nos despedimos en paz entre nosotras. Mientras caminaba hacia mi casa por la orilla de Avenida Bustillos, sentía mi espíritu liviano como algodón de azúcar. Me sentí liberada para reír y cantar, ¿por qué? – me pregunte yo misma – , porque todo estaba saliendo bien, había recuperado la fuerte relación emocional que había perdido con Papá, ahora también podía cerrar mi ciclo de vida con Antonio. Es decir había logrado solucionar dos de los tres problemas que impedían que yo tuviera el control de mi vida. Pero esa constatación de que aún quedaba, la más importante de todas, poder amarte sin esconderlo, sin destruir la relación con papa, me hizo nuevamente decaer. Llegue a mi casa deprimida, a encerrarme en mi cuarto. No sé cuánto dormí, solo sé que desperté agitada, gritando ¡lo van a matar!, ¡lo van a matar!. Fue entonces, una vez que me tranquilice, que le conté a mi Papá de mi relación con vos y de tu calidad de chileno y militar. Fue un momento muy duro, al punto que temí por mi integridad física y tuve que hacerme respetar. ¡Afortunadamente no me golpeo!, pasaron largas semana sin dar señas de que el vínculo, pudiera recomponerse nuevamente. En cierto momento llegue a la convicción de que lo mejor era irme de la casa de mis padres. Era lo mejor para ellos. Para mí significaba ir en búsqueda de vos, donde sabía que sería bien recibida. Fue entonces que mi padre un día, sorpresivamente, mientras yo meditaba tristemente esos últimos días en la playa a orillas del lago, me enfrentó con vergüenza, aunque sin humillarse, y me aconsejó abandonar el país con prontitud pues temía que mi novio chileno fuera un espía, al cual los servicios de inteligencia de Argentina buscan eliminar. Pero que ahora también me buscaban a mí para llegar a vos a través de la extorción. Me ayudó a ingresar a Chile ilegalmente para evitar dejar huellas que permitieran ubicarme con facilidad. El momento en que nos despedimos fue emocionante, me prometió que haría todo el esfuerzo por aceptarte porque no estaba dispuesto a perder mi cariño. Sabiendo el sacrificio que él estaba haciendo, decidí que lo tuyo no debía ser tan fácil. Era necesario pedirte una prueba de amor para que tú y yo pudiéramos entablar una relación sentimental sería. Aquella no podía ser otra que renunciar a la Armada de Chile. ¡Era lo menos que podía hacer!, dado el esfuerzo que hacía mi padre por aceptarte como futuro yerno. ¡Estoy dichosa!, ¡feliz!, porque dada las circunstancias, pedirte esta prueba se ha vuelto innecesaria, ¡eureka!, – gritó al tiempo que lanza la servilleta por el aire -, he resuelto mis problemas, mi felicidad depende de ahora en adelante solo de mí”.

                            El teniente sonrió, se levantó para abrazarla:

                            • “¡Ágata!,¡no cantes aún victoria!, tenemos que salir vivos de aquí. Hay que abandonar el país a más tardar antes de las 8:00 horas del  próximo lunes, y, al menos yo, debo abandonar Argentina antes del próximo martes a las 8:00 horas. ¡ Así que a ponerse en campaña!. Por lo pronto, debo estar en Santiago hoy viernes antes que cierren los bancos. Y tú tienes que salir del país tal como ingresaste».
                            • “¡Juan Francisco!, ¡a vos no te dejó!”, respondió Ágata decidida.
                            • “¡No hay alternativa!, toma mi pasaporte y llévatelo. Pasare la frontera con mi carnet de identidad. Nos reuniremos en Bariloche, lo más probable es que lo haga a primera hora del domingo por el paso fronterizo Cardenal Samoré. Tú, debes ingresar a territorio argentino en la mañana del sábado, te pediría que saques pasajes a Münich, Alemania, alrededor de las 20 horas del próximo lunes. El domingo en cualquier horario debó viajar a Buenos Aires. Por lo tanto, también es necesario sacar pasaje aéreo desde Bariloche”, – al terminar de dictar las instrucciones puso en las manos de ella un fajo de billetes – , cámbialos por dólares en Pucón.
                            • “¿Che Juan Pablo!, ¿y yo?, en donde estoy considerada, ten claro que estoy con vos en esto”.
                            • “¡Así lo esperó!, pero también podrías esperar en Argentina hasta que me instale en algún lugar de Europa, y luego viajar con más tranquilidad y seguridad”, respondió Juan Francisco.
                            • “¡Juan Francisco me voy con vos ahora!, ¡está claro!”
                            • “¡Ok!, entonces a duplicar los pasajes”.
                            • “¡Así será!”, respondió decidida Ágata.
                            • “Ahora vamos a tomar un bus a Santiago son cerca de las doce. Estoy algo justo para llegar al banco”.

                            La pareja se levantó de la mesa, Juan Francisco se acercó a la caja a pagar el consumo, mientras en la recepción Ágata solicitaba un taxi .

                            CAPITULO 45

                            LA CAJA DE SEGURIDAD

                            Después de que Ágata bajará del tren subterráneo en estación Universidad de Santiago con el propósito de abordar un bus al sur de Chile con destino a la ciudad de Pucón. El teniente miró que su reloj marcaba las 13:45 horas, a la salida del Metro Tobalaba por calle Luis Thayer Ojeda. Concluyó que de no hacer un esfuerzo adicional, no llegaría. Su propia seguridad hacia impensable esperar todo el fin de semana. Así que si no lo hacía ahora, quizás en cuánto tiempo más, meses o años, no podría regresar a hacer este trámite. Tenía que lograrlo, necesitaba develar el misterio que estaba condicionando su vida de manera tan dramática. Emprendió una loca carrera, agitado con el corazón palpitando fuerte, corría a toda velocidad desde la estación del Metro, esquivando cuanto obstáculo se interpusiera, atropellando peatones, saltando escaños, atravesando, prácticamente sin detenerse, el semáforo en rojo de Avenida Apoquindo, obligando a los vehículos a frenar en seco. Sin esperar a oír los improperios que le lanzaban sus conductores. Continuó a toda carrera hacia el norte por el costado oriente del Canal San Carlos hasta encontrarse con Avenida Andrés Bello, donde giro hacia el oriente hasta el Edificio Las Industrias, en cuya placa estaba la sucursal del banco que buscaba. Al ingresar, el guardia miró su reloj, pero el teniente le indicó que aún faltaban dos minutos para el cierre de la atención a público en todos los bancos en Chile

                            Estaba exhausto, necesitaba recuperar el aliento. Así que optó por sentarse en un sillón, mientras secaba con su pañuelo el sudor de su rostro. Su respiración se fue normalizando, tuvo algún momento para agradecer la suerte de haber recuperado a Ágata. Estaba inquieto por ella, pero lo tranquilizaba el hecho de reconocerla como una mujer fuerte, no tenía dudas que lograría su objetivo sin ninguna dificultad.

                            Repuesto, después de algunos minutos, se acercó al mesón de atención al cliente:

                            • “Señorita necesito arrendar una caja de seguridad, me puede indicar como hacerlo”.

                            La empleada le señalo con su dedo índice, la persona a quien debía dirigirse. No sin antes agradecerle la información, el teniente se dirigió de inmediato hacia ella: 

                            • “¡Señor buenas tardes!, necesito acceder a una caja de seguridad”.
                            • “¡Buenas tardes!, por favor indíqueme el número de la caja”, le solicitó el empleado:
                            • “4378 WjY-56”, respondió el teniente.

                            Demoró algunos segundos en responder:

                            • “¿Señor Juan Francisco Zañartu Winner?, pregunto el empleado.
                            • “¡Si!, ¡ese soy yo!”.
                            • “ ¡Por favor!, me permite su cedula de identidad”, solicitó el empleado.

                            El teniente lo extrajo desde su billetera, mientras sorprendido pensaba para sí:

                            • “¡Este viejo pensó hasta en el más mínimo detalle!”. 

                            El funcionario verificó el número con el del registrado bancario y luego le respondió:

                            • “¡Señor Zañartu!, por favor adelante, pasé por aquí”.

                            El teniente pudo ingresar al recinto donde estaban dispuestas muchas pequeñas cajas en sus paredes. Buscó el número de la suya, extrajo de su chaqueta la llave que le había confiado Oscar Andrade Fuenzalida aquel fatal domingo y procedió a abrirla. Con cautela, lo primero que hizo fue observar lo que había en su interior. Visualizo dos carpetas formato oficio, idénticas, del mismo color ocre, aunque una le pareció que estaba comparativamente más ajada que la otra. Además se sumaba una hoja doblada en la mitad que había sido desprendida de un cuaderno. Extrajo la hoja para leer su texto:

                            «Estimado teniente, no olvide que en este instante usted está siendo filmado por las cámaras de seguridad del banco. Para el día en que lea este papel yo ya no estaré vivo, pero no quiero irme sin antes transferir a alguien de mi confianza, décadas de investigación respecto del conflicto del Beagle. Tengo la convicción que usted hará que esta información surja de las tinieblas, pero de tal manera, que el daño que pueda llegar a producir sea mínimo. Además, quiero que sepa que lo más probable es que sus pasos estén siendo vigilados por los organismos de seguridad del estado y aunque no sea así, debe asumirlo como tal, para salvaguardar su integridad física y también la de los documentos que le estoy confiando. Dentro de la caja encontrará dos carpetas, la más antigua ocúltela con discreción entre sus ropas para no dejar registro en el video que en este instante se filma. Llevé la otra en su mano siempre a la vista. A continuación destruya este papel en muchos pequeños trozos y bótelos a su paso, esparciéndolos en varios papeleros del banco. Aprovecho de despedirme de usted y agradecerle la compañía que me brindó. ¡Buena Suerte!».

                            El teniente, siguió escrupulosamente las instrucciones camino de salida del banco. Después de otear en diferentes direcciones, no creyó realmente que lo estuvieran siguiendo. Tenía hambre, así que antes de dirigirse a tomar un bus rumbo a la ciudad de Osorno, paso a un restaurante de Avenida Isidora Goyenechea. Sentado en su interior, leyó el menú, eligió un simple trozo de bife chorizo acompañado de una papas doradas, quizás añorando lo que solía consumir en aquellos especiales días en Buenos Aires. Para beber un vino tinto chileno, de los mejores y más conocidos, Cabernet Sauvignon Casillero del Diablo. De postre una ensalada de frutas frescas de la estación, para finalizar con un café de grano cortado. El Metre tomo nota del pedido, no sin antes arreglar cuidadosamente la mesa y desearle un grato pasar. Mientras tanto, el teniente aprovechó para ir al baño, donde se lavó las manos y refresco su cara. Devuelta en su mesa, notó que la carpeta que traía en su mano y que descuidadamente había dejado sobre ella, había desaparecido. Asustado, buscó en cada una de las otras sillas y en el suelo. ¡Pero nada!, efectivamente se había esfumado. Desde ese instante dejó de sentirse seguro, no cavia duda de que era seguido.

                            CAPITULO 46

                            ESPIANDO AL TENIENTE

                            Seis de la tarde de aquel sábado soleado, frente a la Avenida Jorge Montt en Viña de Mar, la gente disfruta caminando por el paseo junto a la playa, los niños se divierten en las plazas de juegos, los jóvenes pasan el tiempo trotando, paseando en bicicletas o hacen, en varios puntos, sus rutinas de gimnasia dirigidas por guías de distintas especialidades de moda. En su casa, el capitán Escobar junto a su esposa acostumbran dedicarlo a mantener el jardín. Al capitán le gusta está actividad, lo relaja, es totalmente diferente a lo que habitualmente hace y encuentra que lo conecta a las cosas básicas e importantes de la vida. Aquel momento de esparcimiento fue interrumpido por un llamado telefónico:

                            • “¡Aló!, ¿con quién hablo?”, contestó fuerte, algo molesto por haberlo sacado del momento que disfrutaba.

                            La respuesta demoró algunos segundos y se escuchó algo tartamudeada al otro lado de la línea:

                            • “Habla el cabo Marín, ¡señor!”.
                            • “Que desea Marín, acaso no le ordene que cuidara sigilosamente la seguridad del teniente desde la noche del jueves en adelante hasta que hiciera abandono del país. ¿Esperó que me tenga alguna novedad que justifique la interrupción que hace de mis actividades del día?”.
                            • “¡Señor!, le tengo una buena y una mala noticia. Comenzaré por la mala. He perdido el rastro del teniente. La última vez que lo vi fue entrando al salón vip del Aeropuerto Arturo Merino Benítez. He esperado desde entonces su salida. Me convencí que lo había perdido. He preguntado, pero me han señalado que en su interior no hay nadie que se asemeje a sus características”.
                            • “¡Marín!, su obligación era que vigilará a distancia al teniente para velar por su seguridad hasta que abandonase el País. Sin duda hiso uso de su pasé diplomático para ingresar al salón vip del aeropuerto y luego lo abandonó por vía aérea, sin tener que pasar por policía internacional. Para los diplomáticos como él, existe una puerta directa a la sala de embarque. Así que consideró que su misión está cumplida, queda liberado a partir de este momento”.
                            • “¡Pero Señor!, entonces no le interesa conocer la otra noticia que le tengo, ¡La buena!”, respondió sorprendido.
                            • “Bueno Marín cuéntamela, pero solo a título anecdótico”.
                            • “¡La buena Señor!, es que mientras iba al baño dejó descuidadamente sobre la mesa del restaurante donde se aprontaba a almorzar, una carpeta que momento antes había retirado de un banco”.
                            • “¡Muy mal pues cabo!, no eran esas sus instrucciones, – reaccionó enojado -, no lo sancionaré por ello, aunque debiera hacerlo. ¿Qué hay dentro de la carpeta?”.
                            • “Solo una hoja de papel escrita a mano. Pero me parece que lo que dice es importante.  A lo mejor, para usted también”.
                            • “¡Léamela a través del teléfono!”, ordenó curioso.
                            • “ ¡Comienzo entonces capitán!:

                            «Estimado teniente, antes de abandonar este mundo, conociéndolo, he aprendido a valorar su integridad profesional y eso me hace confiar en usted. Como es bien sabido, como periodista especializado en defensa, he dedicado casi toda mi vida profesional a investigar sobre las circunstancias que envolvieron la cuasi guerra entre Argentina y Chile por el diferendo del canal Beagle. La motivación principal, para realizar este esfuerzo, fue las poco claras explicaciones que tuvo Argentina para suspender la beligerancia cuando las órdenes de inicio de la invasión al territorio nacional chileno estaban dadas. Las FF.AA trasandinas estaban en marcha en múltiples frentes, especialmente marítimas pero también terrestres. Por parte de Chile, nunca existieron explicaciones, más bien, hasta la fecha solo un silenció total. Solo le adelantaré mis conclusiones, confió en que usted buscará las pruebas que me constan existen, ¡pero hay que encontrarlas!. Hare las siguientes afirmaciones, que espero usted pueda llegar a demostrar sin dejar dudas al respecto:

                            * Chile dio inicio a las hostilidades, no Argentina.

                            * Chile atacó a la Flomar desde aguas internacionales, dando muerte a alrededor de una centena de tripulantes de sus buques, pero usando métodos no convencionales.

                            * El ataque se perpetró desde el submarino SS-21 Simpson.

                            Chile no estaba en condiciones de repeler un ataque por medios convencionales, por las sanciones internacionales que sufría la adquisición de material bélico e incluso la de repuestos para operar los equipos existentes.

                            * Chile sorprendió a la Argentina planteando una guerra bioquímica masiva de larga duración.

                            * Argentina a punto a una guerra convencional, de corto alcance y de resultado rápido.

                            * La orden era que, Chile no opondría resistencia inmediata a la invasión argentina del territorio nacional.

                            * Chile desgastaría la moral de los soldados argentina, atacando bioquímicamente a la población civil argentina masiva e indiscriminadamente desde la retaguardia. Las muertes y enfermedades se darían progresivamente en el tiempo, haciendo cundir el pánico y la deserción en la tropa invasora. Quebrantando la disciplina de su ejército. Esta estrategia le daba una chance a Chile de victoria en el largo plazo.

                            ¡Gracias a Dios!, el alto mando argentino se dio cuenta del plan chileno, aunque tardíamente, dado los resultados de las primeras escaramuzas, especialmente las ocurridas con la Flomar en las inmediaciones de las islas en disputa y otras ocurridas en múltiples localidades fronterizas. Asumieron que no estaban preparados para una guerra de estas características. Fue en ese instante, que aceptaron la mediación del Papa y ordenaron a sus fuerzas a replegarse al interior del territorio argentina tan rápidamente como fuera posible.

                            * Argentina ha guardado silencio, porque existen muchos indicios de que hechos de corrupción al interior del alto mando de sus FF.AA pusieron en serio riesgo la seguridad del país. A tal punto fue sería esta situación, que no encontraron nada mejor que ocultar cualquier sospecha, iniciando una guerra contra Inglaterra para recuperar las islas Malvinas, a sabiendas de que no había ninguna posibilidad de éxito. Lo lograron, desviaron el foco de atención de la opinión pública nacional e internacional.

                            * Chile guardó silencio, porque hubiera sido seriamente castigado por la comunidad internacional por llevar adelante un plan de defensa que provocaba la muerte indiscriminada de civiles inocentes, y por haber dado inicio a las hostilidades desde fuera de sus fronteras.

                            Teniente es duro enfrentar esto, pero necesario, porque pone en evidencia que en cualquier momento los seres humanos nos convertimos en animales, sin que siquiera nos demos cuenta de ello. De haber ocurrido esta guerra, habría sido una de exterminio, que hubiera durado años, que involucraría al resto de los países del cono sur de América, habría dañado por décadas el futuro desarrollo económico. Pero habría dañado, por siglos, profundamente la paz  entre los pueblos del cono sur ”.
                             

                            El capitán se había puesto pálido, sus piernas le temblaban, lo que lo obligó a sentarse en la primera silla que encontró al alcance de su mano. Se indispuso del estómago y a duras penas pudo contener las arcadas, evitando devolver en la sala. Después de algunos largos minutos sin responderle al cabo Marín, solo atino a ordenar:

                            • “Marín vengase de inmediato a mi casa a entregarme dicho manuscrito. Por su seguridad, usted debe de olvidar el contenido de este mensaje. Solo así lo puedo proteger, de lo contrario tiene sus días contados. No lo puede comentar con nadie, incluido su esposa o cualquier otro familiar por cercano y de confianza que sea”, colgó sin decir nada más.

                            CAPITULO 47

                            LA DUDA

                            Amanecía al momento en que el minibús de turismo cruzaba el puesto fronterizo chileno Cardenal Samoré:

                            • “¡Por fin en Argentina!. Fue buena idea ir primero al aeropuerto, logré despistar a mis seguidores. ¡Aunque el viaje en bus fue agotador!. Al menos, el hotel guardó mi reserva y sumado a la fortuna de encontrar en la recepción a este tour que esperaba completar un pasaje para un paseo a Bariloche al día siguiente, temprano por la mañana. ¡Valió la pena!. Aunque, ¡lo malo!, es que casi no he dormido. Pero no me arrepiento, la ventaja fue que el trámite aduanero y de policía internacional lo hizo la empresa turística sin tener que moverme del bus”, pensó el teniente agradecido de que todo hubiese salido bien.

                            Sin embargo, estaba consciente que no debía descuidar su seguridad. Para él, Argentina era más peligrosa que Chile. Aquí podrían matarlo y desaparecer como un NN, sin que a nadie le importe, impunemente. Así que la precaución no podía dejarla de lado, tenía que abandonar este país en el más breve plazo. La lectura de los antecedentes que le había confiado Oscar Andrade, lo tenían anímicamente mal. Al punto que no estaba seguro que comprometer una relación sentimental con ella sería posible. Sentía un abrumador peso moral que le dolía y lo defraudaba. Aunque no tuviera ni remotamente ninguna participación, estas quizás nunca se aliviarían.

                            • “Si le cuento esto a Ágata, no me lo perdona nunca más. ¡Sé cuál será su reacción!, ¿valdrá la pena contarle?. ¡No sé!. Sobre llevar esto por el resto de mis días será incluso difícil para mí. El solo hecho de ser chileno me lo hace más amargo, pero ser además soldado, me avergüenza. ¡No sé!, quizás sea el momento de partir sin ella, desaparecer, el tiempo me hará olvidar. Necesito meditar con rapidez, reflexionar, encontrar un fundamento que explique y tranquilice mi conciencia. A lo mejor, la intuición de ella de huir, de alejarse de mí, al fin parecía ser el camino correcto, ¡diablos!.¿Qué hago?, ¡no quiero estar sin ella!”, el teniente, no dejaba  de buscar afanosamente alguna razón que le permitieran aceptar esta historia como algo legítimo.

                            El mini bus se detuvo en Villa La Angostura, donde el tour tenía preparada una parada para desayunar y descansar en un restaurante ubicado en la Avenida Los Arrayanes. Para cuando se detuvieron, el teniente comunicó al guía que no continuaría con ellos y regresaría a Osorno por sus medios. Encontró una pequeña pero acogedora cafetería, donde pidió un café Cappuccino acompañado de Medias Lunas. Se acurrucó en un mullido sofá de cuero, que enfrentaba un enorme ventanal, a través del cual, se observaba un impresionante farellón de granito de cientos de metros de altura, que en su base era bañado por lenguas de agua alimentadas por una impresionante cascada que caía desde su cumbre plana coronada con bosques de Lengas. Todo un paisaje prehistórico de extraordinaria belleza.

                            Requería un tiempo a solas, indispensable para poder reflexionar. De no encontrar una razón que aliviara su dolor moral, la mejor decisión seria desaparecer sin darle a ella ninguna explicación, para así no arruinar su vida. Eso le parecía preferible a herirla. La amaba demasiado como para poder soportar su odio eterno. Al momento en que su desayuno le era servido, el teniente comentó en voz baja:

                            • “¡Más que esto, preferiría beber al seco una botella de ron de 45°!, pero debo mantenerme sobrio, con todos mis sentidos alerta, de lo contrario puedo perder la vida con mucha facilidad, – concentraba su mirada en la cascada de agua que caía rodeada de una estela de bruma levantada al reventar estrepitosamente en las rocas al pie del farellón, donde se abría en un abanico de chorros que se dispersaban en distintas direcciones, creando un nubarrón de millones de gotas a su alrededor que lo mojaba todo -, solo tengo tres alternativas: la primera, – la más obvia – , no decirle nada y soportar este pesado secreto el resto de mis días. La segunda, – también obvia – , decirle todo, el resultado lo sé, me enviará al diablo y temo perderla para siempre. La tercera, es la más dolorosa, simplemente renunciar a ella, como alguna vez ella lo intentó conmigo, ¡desaparecer!, ¡esfumarme para siempre! sin dar ninguna explicación. Esta última alternativa, la hará sufrir por algún tiempo. Sé perfectamente cuanto duele eso, pero el tiempo terminará por curarla. Para mí sería doblemente doloroso. Por un lado, perderla para siempre, por el otro, quedar con el alma pesada como piedra. Esta última la descartó sin mayor análisis. ¡Prefiero mil veces la segunda!, me parece más sana. Quizás después de algún tiempo se de cuenta que para cuando sucedieron los acontecimientos yo no había siquiera nacido. Entonces exista la posibilidad de que ella le dé una oportunidad a esta relación. Quizás se dará cuenta, que salvo el haber nacido chileno y ser soldado sea mi única culpa».

                            Solo la segunda le daba una vaga esperanza, las restantes solo significaban perdidas.

                            • “¿Cómo diablos llegaron a planificar y poner en práctica una cosa tan brutal como esa?, – pero al instante sé recriminó -, tengo que ser racional, no debo dejarme llevar por las emociones, ni prejuzgar”.

                            El teniente resolvió hacer un revisión histórica objetiva de lo acontecido. Poniendo en contexto la escasa información de que disponía para tratar de comprender estos eventos que hoy le revientan en la cara sin tener arte ni parte. Solo de esa forma podría lograr alivianar su espíritu para tomar una decisión más certera respecto de Ágata.

                            • “Creo que para entender mejor lo ocurrido, debo hacer un listado de afirmaciones objetivas e indesmentibles: 
                            1. Argentina declaro insalvablemente nulo el laudo arbitral.
                            2. Los gobiernos de Argentina y Chile eran dictaduras militares.
                            3. La Enmienda Kennedy le impedía a Chile comprar armamentos y repuestos para el material bélico que poseía. La dictadura chilena, no estaba en condiciones de embarcarse en una guerra convencional, no había material bélico para oponerse a Argentina.
                            4. Después de perder el laudo, la dictadura argentina estimulo la confrontación con Chile. Los mandos militares canalizaron dicha efervescencia hacia la recuperación militar de las islas en disputa en el Canal Beagle.
                            5. Al revés del gobierno argentino, el chileno no informó a la población de la real envergadura de la crisis. La prensa fue censurada. Lo que hizo pensar a sus ciudadanos que no existía riesgo de guerra y que cualquiera fuese el problema, el arregló sería diplomático. 
                            6. Desde el año 1975, mucho antes que Argentina la planteara como posibilidad, la dictadura chilena si pensó en la guerra.
                            7. La dictadura Argentina estableció el Plan Soberanía. No era un plan quirúrgico para tomarse tres islas pequeñas en la desembocadura oriental del Canal Beagle. Era una invasión masiva del territorio chileno, en el menor tiempo posible, simultánea por varios puntos fronterizos. Su objetivo era tener bajo el control de sus fuerzas armadas, las principales ciudades chilenas, antes de que el Consejo de Seguridad de la Naciones Unidas obligara a un cese de hostilidades».

                            Para no perder el hilo, el teniente Zañartu prosiguió con su deducción:

                            • «Con lo que sé hoy, la dictadura chilena no enfrentaría convencionalmente la invasión argentina. Su estrategia de defensa se convertiría en una dantesca ofensiva, después de algunas semanas de iniciada la invasión argentina. Cundiría la desmoralización, se precipitaría la indisciplina y la deserción en las fuerzas invasoras. Solo cuando aquello comenzará a ocurrir, entrarían en combate sus fuerzas armadas regulares». 

                            En este punto, el teniente recordó las palabras que el canciller de aquel régimen dijo en una entrevista de televisión muchos años después: «Nunca negocie pensando en que si teníamos que ir a una guerra, la perdíamos, sino al contrario, la hubiéramos ganado y el ejército chileno hubiera invadido Buenos Aires, nos hubiéramos demorado algún tiempo, pero lo hubiéramos logrado, y bajo esa figura, uno negocia muy tranquilo»

                            • «¿Qué le daba tanta seguridad al entonces canciller de la dictadura?. Sin duda la respuesta la tengo en mis manos», se respondió a sí mismo.

                            El teniente concluyó que por fortuna, la guerra fue interrumpida a tiempo, sino el desastre, para ambos países, hubiera sido de proporciones. Pero también para el resto del cono sur de América. No sintió ninguna culpabilidad personal, Chile evitó con esta estrategia disuasiva que se desatará una guerra de exterminio, que habría matado a millones de personas, la gran mayoría inocentes. Para el teniente la lección fue clara, ambas dictaduras no tuvieron control social y aquellas usaron su poder omnímodo para, en el caso argentino, estimular la unidad nacional a través de la recuperación por la fuerza de las islas en disputa. Y, para el caso chileno, mantener una falsa normalidad en la población civil que permitiera al régimen preparar un plan de guerra secreto y absolutamente desbordado de cualquier límite ético. Mientras los argentinos planificaron una invasión militar tipo Blizt Krieg, los chilenos lo hicieron con un ataque masivo de largo aliento, desde la retaguardia y sin discriminar contra la población civil argentina, de tal manera, de crear el desconcierto y la deserción en la tropa invasora.

                            • “¡Algo así!, en una sociedad bajo control social nunca hubiera llegado a este punto”, concluyó el teniente, más tranquilo al lograr dejar atrás el sentimiento de culpa que había comenzado a afectarlo, desde que leyó la investigación de su fallecido amigo Oscar.

                            Desde su chaqueta extrajo la bolita de acero, como las que se usan en los molinos. Recordó como aquella había llegado a sus manos y un escalofrío le recorrió el cuerpo. La comparó con la que aparecía fotografiada en el informe de Oscar:

                            • “¡Son idénticas!, incluso coinciden en esta pequeña marca de fabricación.

                            Se le vino a la memoria el rapto sufrido en Comodoro Rivadavia, recordó las palabras con que aquella canica de acero había sido puesta en sus manos: 

                            “¡Teniente!, no es lo que aparenta, esa bolita de acero de apariencia inofensiva, es en realidad un arma letal, …….  Esto en su momento evitó una guerra, pero en el futuro si se desencadenará otra, significaría millones de muertos a discreción. Esa es la causa de nuestra angustia”. 

                            Le pareció suficiente para acudir al informe, para releer lo que señalaba el texto respecto de esta bola de acero: 

                            “Esta canica de acero, es a la vez un arma y una pila. Lo primero, porque si se destruye mata y lo segundo permite activar el mecanismo que hace que se autodestruya a través de una señal codificada, compuesta por una secuencia de pulsos de microondas electromagnéticas de pequeña amplitud y frecuencia emitidos desde el exterior. El gobierno chileno inició su fabricación alrededor del año 1975 en una fábrica montada y operada con el máximo sigilo en una caverna en las profundidades de la mina El Teniente. Se alcanzaron a producir 4.876.704 unidades. Existen antecedentes que permiten afirmar que gran cantidad de ellas fueron repartidas secretamente en toda la Patagonia Argentina, tirándolas en fuentes de agua, casas, centros sociales, clubes, unidades militares, casinos, restaurantes, mercados, estadios, e incluso unidades navales y aéreas, etc.».

                            Este artilugio es bastante simple en su funcionamiento. Está compuesto por un núcleo de uranio no enriquecido, recubierto de una capa de plomo y luego una de acero inoxidable. El uranio y el acero permiten que se produzca una pila química. Lo que mantiene activó un micro transistor electrónico que al reconocer una señal codificada emitida en base a una secuencia rudimentaria de pulsos de microondas electromagnéticas que hacen detonar una micro carga explosiva altamente inestable (TNT u otro) que autodestruye las capas de acero y plomo, dejando que la radiación se propague libremente. Esta bola de molino es una bomba sucia y mata a las personas por contaminación radiactiva».

                            El teniente Juan Francisco Zañartu Winner, no terminaba de asombrarse, cuando intentó imaginar qué pasaría si este artefacto le explotara en este instante:

                            • “Comprendo que, por lo que he leído, primero alguien tendría que emitir una señal compuesta por una secuencia de pulsos de microondas electromagnéticos secuenciados de acuerdo con alguna serie de tiempo pre-establecida idéntica a la codificación de fabrica que posea el microchip. Aquel reconocería la señal binaria, creando un arco eléctrico que provocaría la ignición del explosivo. La explosión sería menor, como la de un cuete de artificio, que no llamaría mayormente la atención. A partir de entonces, el artefacto comenzaría a propagar su contaminación radiactiva. ¿Cuánta gente moriría y en cuánto tiempo?, probablemente yo moriría en algunas horas más, y personas más distanciadas en algunas semanas o meses. Pero lo más terrible, es que nadie se daría cuenta, de que el lugar permanecería contaminado. Más grave aún, si esto se activará al interior de una fuente de agua o depósito de alimentos que al consumirse mataría a muchos más. ¡Macabro!, ¡diabólico!, ¡niños, ancianos, bebes, cuánta gente inocente, habría muerto!. No dejó de pensar que fue un plan de terror, ¿en qué mente humana se puede fraguar algo así?, ¡espantoso! ¡nada muy heroico!. Lejos del sueño de un soldado como yo, de enfrentar una lucha en igualdad de fuerzas por una causa justa, en una atmosfera que estimula sublimes actos de heroísmo”.

                            Dándose valor, necesitaba establecer su real alcance. Continuó con una segunda lectura. Releyendo el informe, se encontró con que esparcir estas canicas de acero a discreción en las grandes ciudades del sur de Argentina, no fue la única manera, sino que también las FF.AA argentinas compraron una gran partida de un producto para sanitizar el agua de grandes estanques a una empresa inglesa. Gran sorpresa del teniente fue constatar que la publicidad de la caja que las contenía para su venta, mostraba la foto de la canica y resaltaba sus grandes propiedades higiénicas para eliminar y mantener libres de gérmenes por largos años el agua depositada en grandes tanques. Ver la foto de este envase en el informe de Oscar, le trajo a su memoria que en alguna parte lo había visto. Aún más, lo había tenido en sus manos e incluso le había llamado la atención porque decía made in england en su base. Miró detalladamente la foto, efectivamente en su base estaba dicha frase:

                            • “¿¡Donde diablos tuve en mis manos esta caja!?, ¿en Comodoro Rivadavia? ¡no!, – se corrigió de inmediato -, debió ser en Ushuaia, porque en Buenos Aires no fue, ¡diablo!, ¿dónde fue?, ¡estoy seguro de haberla tenido en mis manos!”.

                            Contrariado, se hecho hacia atrás en el cómodo y mullido sofá de cuero, cerró los ojos para intentar recordar. Pero, al rato, no pudo evitar quedarse dormido. Después de algunos minutos, despertó agitado:

                            • “¡No puede ser!, ¡está caja la soñé!, ¡oh Dios!, esa caja me la mostro un joven conscripto naval argentino en Comodoro Rivadavia, – sus ojos se humedecieron al recordar el sueño con aquel chico muy asustado, triste, extrañando a su novia y a su Mamá, porque no habían respondido sus cartas – , fue un sueño muy emotivo, ¡pero fue un sueño!», insistió reforzando el hecho.  

                            Lo que no evitó que siguiera recordando el relató del muchacho del sueño. Que en algunas partes había sido algo muy vivido e intensó, pero hasta ahora casi olvidado por completo: “Debo reconocer que tengo miedo. Más aún me pregunto, valdrá la pena mi sacrificio, sabiendo de la corrupción de la jerarquía militar. Te cuento que al día siguiente de llegar de Bariloche, ¿voz crees que me destinaron a una función militar, nada, a mi batallón completo lo mandaron a hacer aseo y mantención a la casa del comodoro Rinaldi, Comandante de la Guarnición Naval, allí nos han mantenido casi todo el tiempo, salvo ahora ultimo cuando llego la Flomar al puerto a cargar petróleo, víveres, municiones y agua. ¡No sabes vos, como esta gente vive!, Rinaldi tiene una hacienda dedicada a la ganadería, tiene miles de cabezas,………………., más todo lo que te puedas imaginar, la riqueza es enorme, ¿Cómo lo hace?, me pregunto, si solo recibe el sueldo de Comandante de Guarnición. Algo huele muy mal en todo esto. La otra vez limpiando su escritorio encontré este envase que corresponde a unas canicas de acero que echamos a los estanques de agua de los buques, cada vez que se llenan, después del prolijo aseo y pintado antes de zarpar, según ellos para sanitizar el agua eliminando gérmenes e insectos. No pude dejar de sospechar, cuando leí el papel sobre el cual se apoyaba este envase, ¡más encima de origen Inglés!, en donde se sacaban las cuentas, y las utilidades que esta compra le reportaría, eran varios millones de dólares. Desde entonces, me desvelo pensando por que debo dar mi vida por ellos, me embarga la desconfianza y el deseo de huir, pero no me atrevo. Si lo hago soy hombre muerto, si no lo hago tengo una probabilidad de sobrevivir. ¡Ese es mi futuro!,  – descorazonado me pasó el envase, lo leí y después intenté devolvérselo, pero aquel lo rechazó, de ahí supe que el origen era ingles, tal como el chico lo señalaba -, ¡No!, guárdalo, a lo mejor alguna vez me podes ayudar a denunciar a estos gusanos, – me respondió». 

                            No tardó el teniente en reaccionar:

                            • ¨»Lo guardé, sin darle mayor importancia, en algún bolsillo lateral de la chaqueta que vestía». 

                            Pero eso no término allí. Recordó vagamente que también, en el sueño, le pasó un papel para que se lo entregará a su novia a cambio de ayudarlo a salir de la ciudad. Porque, según él, corría peligro mi vida al ser chileno y soldado. El papel era un pedazo del diario que portaba. Donde escribió un mensaje para ella, allí dejó su teléfono de contacto en Buenos Aires, pero por si no lo lograba, también dejó el de los padres de ella que residían en Bariloche

                            • «¡Todo eso lo guarde en mi chaqueta de tweed gris! «.

                              El teniente pensó, – incrédulo -, que si esto fuera verdad, dichas cosas deberían estar aún guardadas en su chaqueta. Así que acerco la mochila, donde portaba todo lo que tenía, extrajo la chaqueta y comenzó a registrar cada uno de sus bolsillos. Al revés de lo que esperaba, su sorpresa fue grande, cuando constato que tanto, el envase de cartón de las bolas higienizadoras de agua, como el pedazo de papel de diario existían, estaban allí, los sacó y los puso sobre la mesa, contempló impresionado, sin poder creer lo que sucedía, pero también con temor por lo que esto significaba, su corazón no latía, brincaba. Los contempló largamente, sin atreverse a leerlo. Para darse valor respiro hondo, sabía que esto superaba su comprensión, pero era real. Sudando, levantó con su mano derecha, el pedazo de hoja de diario doblada, con la ayuda de su otra mano, la desdoblo y con cuidado observó con detención: En la parte superior izquierda, las letras en pequeño formato, se leía “Diario El Patagónico” y en la misma línea a la derecha aparecía la fecha: “Diciembre, 20 de 1978”:

                              • “¡Dios!, ¡esto no puede ser!, ¡raya en la irrealidad!. ¿Cómo puedo tener en mis manos un pedazo de diario de aquella fecha?”.

                              No se detuvo, siguió leyendo más abajo, hasta ver escrito con lápiz pasta azul, sobre la impresión del diario, el mensaje a su novia que el muchacho había escrito delante de él.

                              • “¡Pero eso fue un sueño!, en ningún momento aquello fue real”, resistía incrédulo lo que le estaba sucediendo.

                              Leyó el mensaje, sin terminar de reconocer su absoluta impresión, sobre algo que vivió, pero nunca pensó que pudiera ser más que un sueño:

                              “¡Agu!, no sabes lo que te extraño, mi único deseo hoy, es estar con vos, no he tenido noticias. Solo resisto lo que estoy viviendo, porque tengo la esperanza de salir vivo y reencontrarme con vos en Capital Federal, tal como nos comprometimos al despedirnos en Bariloche. ¡No me olvides!, ¡no me dejes!, ¡escríbeme!, lo necesitó. Un amigo que he encontrado aquí en Comodoro, llevará personalmente a vos, por mano, este mensaje. Amándote cada día, añorando tu correspondencia que no ha llegado.
                              Toño”.

                              Más abajo los teléfonos de contacto en Buenos Aires y en Bariloche. Pidió de inmediato al garzón un teléfono para cumplir con su compromiso:

                              • “Al parecer esto ocurrió, aunque no lo recuerdo como algo real sino como un sueño”, – decidió llamar a los padres de la novia para cumplir con su amigo. A pesar que estaba totalmente contrariado, pues les iba a entregar un mensaje escrito  hace varias décadas atrás -, y que explicación les voy a dar cuando me pregunten porque se los estoy informando recién. ¡No sé!, algo se me ocurrirá, podría decirles que el mensaje me lo encontré botado, – especuló, en busca de una respuesta creíble – , de todas forma el mensaje, a estas alturas, ellos debieran conocerlo, – concluyó decidido – , capaz que este número no exista o bien corresponda a personas que no tengan idea, ni relación alguna con este chico. Pero a mí me servirá para probar que este episodio fue tan solo un sueño”.


                              CAPITULO 48

                              VERDAD IMPOSIBLE PERO REAL

                              A pesar del cansancio, aquella noche no pudo conciliar el sueño. La agitación la consumía a causa de la ansiedad que le producía la incertidumbre vivida, así como la por venir, nada certero, todo en desarrollo. Inquieta, no sabía nada de él aún hasta esa hora:

                              • “¡Che son solo las 6:00 de la madrugada del domingo!, – se recrimino -, muy probablemente debe estar tratando de cruzar la frontera. Todavía no hay de que preocuparse. Tengo todo organizado para salir pronto de Argentina, comprados los tickets aéreos, para hoy a las 15:45 horas vía Aerolíneas Argentinas a Capital Federal  y para el lunes a Münich a las 20:18 horas a vía Lufthansa, con escalas en Dakar y Frankfurt. En Capital Federal tengo tomada una pieza para hoy en el Hotel Sheraton donde al fin podremos descansar”, repasaba lo hecho, buscando alivió a su nerviosismo.

                              De pronto su mirada se posó sobre Bonito que, como siempre, yacía durmiendo a sus pies:

                              • “¡Oh Dios! y ¿Bonito? ¡che no he pensado en vos!, ¡no puedo dejarlo!, ¡morirá de pena!”, – recostó su cabeza sobre el cuerpo de su entrañable mascota mientras con una de sus manos acarició su pelaje -, ¡perdóname!, recién me doy cuenta que no te he considerado a vos. ¡Es imperdonable!, pero te juró que apenas pueda te llevare a vivir con nosotros. Sé que, también, amas a tu nuevo amigo, él dice que vos haz sido mágico, que lo acompañaste cuando se sentía solo. Le salvaste la vida en Ushuaia. Has sido un hilo invisible que ha unido nuestras vidas, de lo cual te agradecemos tanto”.

                              Su madre contemplaba con ternura a Augusta desde el umbral de la puerta de su dormitorio:

                              • “¡Hija!, tu padre y yo, ¡como siempre ha sido!, cuidaremos bien de Bonito, al igual que de Florencia, no te preocupes por eso, debes concentrarte en resolver este entuerto en que estas. ¡Ven vamos a desayunar!. En cualquier momento sonará el teléfono y presiento que no habrá mucho tiempo más que para despedirnos. Solo nos quedaremos con la esperanza de poder regularizar nuestras vidas lo antes posible. Cuanto desearía conocer y departir con tu novio y futuro yerno. Tu padre nuevamente está triste, lo conozco, se fue a trabajar, yo diría inventó uno, para eludir estos momentos que van en contra de lo que desearía”.

                              Ella se levantó para abrazarla fuertemente sin poder contener el llanto:

                              • “¡No quiero irme!, pero no puedo quedarme. Ambos corremos riesgo. ¡Pero Mamá!, apenas logremos instalarnos y encontrar un trabajo, te enviaré los pasajes para que vos y Papá nos visiten, y se queden con nosotros por una largo temporada. ¡Por supuesto!, Bonito tiene que estar con nosotros lo antes posible. Temo que se muera de pena, eso no me lo perdonaría nunca en la vida”.
                              • “Tú sabes que yo te he pedido pocos favores en la vida. Pero quisiera hacerlo por tu padre, que te adora desde el primer día de tu vida. Vos sabes que desde que dejaste el hogar para ir a estudiar a Capital Federal, él se ha vuelto un hombre retraído y solitario. Le ha costado asumir tu adultez. Hija quisiera pedirte que no lo olvides. A penas puedas cásate con tu novio, aquí en nuestra casa, y hazlo feliz compartiendo los nietos que vendrán”.
                              • “¡Te lo prometo Mamá!, ¡así será!, lo haremos aquí en Bariloche. Juan Francisco es un buen hombre. Aún hoy no entiendo porque estamos mezclados en esto que parece tan turbio. Pero una buena explicación debe existir y es lo primero que procurare encontrar”.
                              • “¡Vamos hija a merendar!, tengo un desayuno con todo lo que a vos te gusta desde muy pequeña. ¡Toma mi pañuelo y sécate las lágrimas!”.
                              • “Gracias Mamá por ser como eres conmigo, por darme el espacio para ser y decidir mi vida, ¡no te fallaré!».

                              Cuando ambas mujeres se dirigían al comedor, sonó el teléfono:

                              • “¡Atiende hija!, mientras llevó el agua caliente al comedor”.

                              Augusta se apresuró a levantar el auricular:

                              • “¡Hola!, necesito hablar con Agu, ¿vive allí?”, consultaron desde el otro lado de la línea.

                              Augusta en principio se desconcertó, porque desde hace mucho tiempo no la llamaban por ese sobre nombre. Pero se fue enojando progresivamente, en la medida que recordaba que así la llamaban en forma burlesca en la secundaria. En aquel tiempo, todos sabían que no le gustaba su nombre, así que solían molestarla llamándola Agu.

                              • “¡Vos sos muy desagradable!, – lo encaró – , sabes que me molesta que me nombren de esa manera, ¿Vos quién sos?».

                              Espero algunos segundos sin obtener respuesta del otro lado, pero de pronto, sin más, cortaron la comunicación. Augusta se dirigió a la mesa del comedor donde la esperaba su madre para desayunar, entre enrabiada y sorprendida, se sentó resoplando:

                              • “¿Qué pasó hija?, ¿quién era?”.
                              • “¡No sé Má!, ¡cortaron!”.
                              • “¿Porque tan enojada entonces?”.
                              • “¿Preguntaron por Agu, y vos sabes qué significa eso para mí?”.
                              • “¡Olvídalo hija!, alguien que no te quiere se enteró que estás aquí y quiso hacerte pasar un mal momento. ¡Ahora mira la mesa que tengo para vos!. El primer desayuno de tu nueva vida y esperó que en aquella tu Padre, Bonito, Florencia y Yo sigamos contando con un espacio”.
                              • “¡Gracias Mamá!, siempre habrá un espacio muy importante que atesorar para todos”.  

                              Sonó nuevamente el teléfono, mientras madre e hija disfrutaban el desayuno:

                              • “¡No te muevas Mamá!, iré yo, voy a desenmascara a ese boludo desgraciado que me está molestando”.

                              Decidida se dirigió al teléfono, descolgando enérgicamente el auricular:

                              • “Vos de una vez, me vas a decir quien sos, o ¡me vas a seguir molestando!, ¡contéstame ahora!”.
                              • “¡Soy yo Ágata!, ¡Juan Francisco!, acabó de llegar a Bariloche. ¡Todo ha salido bien!, no he tenido dificultades”.
                              • “¡Juan Francisco!, ¡amor estás aquí!, por fin puedo respirar tranquila. Vos ténes que venir a casa, no podemos irnos sin que vos conozcas a Papá y Mamá. ¡Voy a buscarte de inmediato!, ¿Dónde te encontrás?”.
                              • “¡Ágata!, cuanto quisiera que nuestra relación pudiera ser normal, lamentablemente las circunstancias que nos rodean no lo permiten”.
                              • “¡Pero!, ¡mira!, tengo pasajes a Capital Federal a las 16 menos 15, son las 12:00 y pico, ¡tenemos algo de tiempo!”.
                              • “¡No Ágata!. Tengo algo muy importante que entregarte y también que contarte. Para ello necesito tiempo. No será fácil para ti digerirlo. ¡Necesitaras tiempo!, y aun así, no se si, finalmente, lo harás”.
                              • “¡Me asustas!, ¿vos acaso llamaste hace un rato atrás?”.
                              • “¡Si lo hice!, – respondió Juan Francisco – y es respecto de eso que necesito hablar en privado y tranquilamente contigo”.
                              • “¡Que querés que te diga!, ¡estoy sorprendida!, ese apodó lo usaban en mi colegio cuando querían molestarme. ¿Comó lo supiste? ”.
                              • “¡Ágata!, quiero que sepas que, ¡pase lo que pase!, te amo como nunca a nadie en la vida. También tengo miedo, lo que tengo que contarte es duró para mí, pero muchas más será para ti. Tengo la esperanza que nuestro amor pueda sobrevivir a esta verdad increíble pero finalmente real”.
                              • “No aguanto más este misterio, ¡voy de inmediato!. ¿Dónde estás?”.
                              • “Justo al frente de la catedral, en la misma cuadra, hay una pizzería muy buena y es la única en el sector. Ven preparada para que de aquí nos dirijamos de inmediato al aeropuerto”.

                              Muy apremiada, Ágata se despidió de su madre, intentó tranquilizarla, pero difícilmente lo logró, porque ella no lo estaba. Se preguntaba una y otra vez que cosa misteriosa que aún no conociera podría poner en riego su relación con Juan Francisco, pero sin duda él estaba asustado. Tenía que irse de inmediato. Juntó sus cosas en una maleta y una mochila que cargaría en su espalda. No quiso que su madre la fuera a dejar. Prefirió usar el transporte público. Le pidió que la despidiera de su padre, dejándole el mensaje que lo llamaría desde Buenos Aires.


                              CAPITULO 49

                              EL ULTIMO OBSTACULO

                              Había llamado al número de teléfono que aquel joven soldado del sueño le había dejado escrito en el pedazo de papel de diario y su asombro lo tenía absolutamente desconcertado. La voz que había respondido al otro lado de la línea le pareció muy semejante a la de Ágata. Para que no cupiera ninguna duda, había colgado y vuelto a marcar, así pudo confirmar que era ella. El número telefónico correspondía a la residencia de sus padres en Bariloche, tal como se lo había señalado el chico del sueño:

                              • “Es decir, el chico del sueño es el novio adolescente de Ágata. ¡Dios mío!, ¡eso es un imposible!, – exclamo incrédulo a que una cosa así pudiera ser verdad -,¿pude haber estado con él en diciembre 20 de 1978?, ¿cómo?, – volvió a mirar el pedazo de diario, confundido, leyó nuevamente: “Diario El Patagónico, diciembre, 20 de 1978” -, ¡esto es increíble!, – desconcertado, el teniente no sabía qué hacer con el trozo de papel de diario en sus manos -, como diablos se lo voy a explicar a Ágata, ¡me va a mandar freír monos a la Antártica!. Pero es real, aquí está la prueba de que esto sucedió. Si por un momento pienso que fue así, ¡qué significa eso!, – un escalofrío le recorrió el cuerpo de la cabeza a los pies – , significa que este chico, desde el pasado, ha unido las piezas de su propio rompecabezas, usándonos a Ágata, a Bonito y a mi. Al pensarlo así, todo adquiere sentido, todo está relacionado, y todo coincide con un solo objetivo reconstruir la verdad. De esta manera, Bonito, Ágata, la bola de metal, la historia del Simpson, todo está relacionado y explica lo sucedido, ¡Diablo!, ¡que fuerte!”.

                              Para el teniente Juan Francisco Zañartu Winner un sol radiante de medio día, aunque gélido, resultaba gratificante. Había decidido contarle todo, estaba asustado por la reacción de Ágata. Entendía perfectamente que, para ella alejarse, entre rabia e incredulidad, podía ser definitivamente la mejor alternativa.

                              El tintineo de la puerta avisaba el ingreso de una persona a la pizzería donde se encontraba. El teniente levantó la mirada algo despreocupado y vio ingresar a Ágata cargando con dificultad una pesada maleta más una mochila en su espalda. Sin reaccionar, la observó casi hipnotizado, la encontraba bellísima y afligida parecía serlo aún más, pues expresaba su carácter natural, fuerte y determinado. A causa de la luminosidad del día, su cara brillaba y sus ojos destellaban un verde intenso. En el centro del salón, detuvo su andar y escrutó las mesas en busca del teniente. Al encontrarse, sus miradas se clavaron. El mundo en su entorno dejó de existir. Como si fuera aún una adolescente, corrió a abrazarlo, él la estrechó con fuerza entre sus brazos, hundió su cara en su cuello y aspiro su aroma. Así permaneció sin soltarla por largos minutos, disfrutando aquel momento. Con sus labios afiebrados lo besó apasionadamente como si quisiera tragar su alma. Al terminar, en un susurro le dijo:

                              • “¡Vamos al baño!, ¡estoy ardiendo!, ¡necesito que vos me hagas tuya!”.

                              Incomodó, el teniente, le acaricio las mejillas y con su pañuelo seco cuidadosamente sus ojos húmedos:

                              • “No sabes lo que quisiera hacerte mía en este mismo instante. Pero no puedo sin antes contarte una historia increíble, pero al mismo tiempo muy dura. No sé cómo te afectará, a mi me ha costado digerirla. Me temó que cuando la sepas me abandonaras para siempre. Antes quiero decirte que te amo, no hay para mí en la vida nada más valioso que tú. Hare siempre todo lo posible, porque sigamos viviendo juntos el resto de nuestros días. Pero aquello debe ser construido a partir de la verdad”. 

                              Se sentaron en la mesa, con ella bruscamente serenada, mirando el esplendido día a través del ventanal.

                              • “¡Che me asustas!, pensé que ya no había secretos entre nosotros y menos que fueran tan serios como para ocasionar lo que vos temes. Pero de todas formas, si es así, concuerdo con vos, tengo que saberlo antes”.
                              • “Solo minutos antes, creía que todo lo que me ataba a mi vida militar había quedado definitivamente atrás y podíamos iniciar una nueva juntos. ¡No será así!, aún le queda a nuestro amor resistir el último embate. En todo caso, cualquiera sea tu reacción, la voy a respetar. Si es negativa a mi interés, te dejaré partir, aunque aquello signifique que el resto de mis días, solo sean para sobrevivir”.
                              • “¡Comenzá de una vez! ¡estoy asustada!. ¿Qué verdad puede ser tan fuerte como para que termine por desechar lo nuestro?”.
                              • “¡Toma Ágata!, este mensaje escrito en este pedazo de diario con lápiz pasta es para ti. Cumplo con mi compromiso de entregártelo”.

                              El teniente siguió detenidamente sus gestos faciales. Ágata lo leyó en silenció, sus ojos estallaron en lágrimas, levantó su mirada al cielo y se mantuvo así por largo segundos. Luego los bajó dejando su mirada clavada en el pedazo de papel de diario:

                              • “¿Cómo vos conseguiste esto?, ¿de dónde salió?, ¡es de Antonio!, mi novio de la secundaria, ¡Toño!, así lo llamábamos todos. El número de teléfono es el que tuve en Buenos Aires. Yo misma se lo entregue, al momento de despedirnos aquí en Bariloche. El otro es el número de teléfono de la casa de mis padres, que él lo sabía de siempre, incluso desde antes de ser novios, cuando éramos solo compañeros y nos juntábamos a hacer nuestras labores escolares. Recuerdo que nos comprometimos a reunirnos allá en Capital Federal, a penas terminara con su conscripción en la armada. ¡Aquello nunca sucedió!, dada la distancia y el tiempo, pensé que la relación había terminado por diluirse. Ahora, al leer está nota, comprendo que no fue así. Me extraña que se haya dirigido a mí como Agu, él sabía que me molestaba mucho, ¿vos qué sabes de esto?, ¡explícame!”.
                              • “¡No mucho Ágata!, me enteré solo unos minutos atrás. Al marcar el teléfono de la casa de tus padres, reconocí tu vos y lo confirme al volver a llamar. Ahí me di cuenta que el muchacho que escribió este mensaje era tu novio de la secundaría».
                              • “¡Entonces está vivo!, ¿él te entregó a vos este mensaje?».
                              • “¡Si Ágata!, él personalmente me lo entregó, pero está muerto. Falleció en la madrugada del día 22 de diciembre de 1978!”.
                              • “¡Me estas mintiendo!, – gritó -, vos me muestras un mensaje escrito por Antonio, en seguida me dices que murió algunos meses después de terminar la secundaria. ¿Quién diablos escribió este mensaje?”.
                              • “¡No miento Ágata!, él escribió delante de mi este mensaje para ti. ¡Pero él está muerto!. Para mí también es muy difícil aceptarlo, ¡pero es así!”.
                              • “¡Vos me querés volver loca!, ¡me querés decir que un muerto escribió, delante de vos, este mensaje para mi !. Es decir, él viajó a nuestro tiempo o vos lo hiciste al suyo. ¡Por favor Juan Francisco!, ¡me estas mintiendo!, ¿de dónde sacaste este papel?”.
                              • “¡Yo viaje al tiempo de él!. Hasta hace unos minutos atrás, siempre creía que esto había sido solo un sueño. Las muestras físicas demuestran que existió el viaje al pasado. Una de ellas es este pedazo del diario El Patagónico donde escribió el mensaje. Resulta que en una oportunidad, cuando estuve retenido en el Hotel Naval de Valparaíso, intente escapar. Ignoraba que el alambrado que cerraba dicho sector estaba electrificado. Sufrí una fuerte descarga que me hizo perder el conocimiento. A causa de esto, estuve internado algunos días en la enfermería. Desde entonces, este sueño se instaló muy vívidamente en mi mente. Encontré este trozo de papel dentro de uno de los bolsillos de mi saco solo hace unas horas atrás, cuando me encontraba en Villa La Angostura.
                              • “¡Vos mentís descaradamente!, – grito-, vos sos un espía chileno, por eso conoces mi vida, vos tenés otras intenciones y pretendes enamorarme para lograrlas”.
                              • “¡Ágata no soy espía!, ¡nunca lo he sido!. No conozco tu historia de vida, salvo la que me has contado. ¡No te he mentido!, ¡te amó!, no hay otro motivo detrás de esto. No hay otra explicación. ¡También estoy desconcertado!. No puedo hacer nada más para que me creas”.

                              Ágata estaba furiosa, confundida y triste, comenzó, – entre algunos sollozos –, a relatar:

                              • “Cada vez que peleábamos por algún motivo propio de aquella edad, él se descargaba llamándome Agu porque sabía que odiaba mi nombre Augusta. En represalia lo llamaba Toño porque así dejaba de ser especial para mí. Era la única que lo llamaba por su nombre verdadero Antonio. Sabía perfectamente que de esa manera lo hería, lo rebajaba a su condición de adolescente como todos los demás y no reconocerlo como todo un hombre en propiedad para pretenderme. Miró para atrás y me doy cuento que solo eran pendejadas de adolescentes que jugábamos a ser mayores. De Antonio me gustaba su increíble nobleza. Esa que nace de la profundidad del ser, que vos reconoces porque fluye con tanta naturalidad que parece imposible de creer, pero que resulta tan fácil de aceptar sin desconfiar. Por eso creo que el mensaje es verdadero, nadie más que él sabía lo que significaba entre nosotros estos apodos despectivos”, reflexionó con sus ojos cuajados de lágrimas a punto de estallar como un manantial de muchas tristezas guardadas.
                              • “¡No sé qué decir!. En ese sueño, al responder a una pregunta que este muchacho me hacía, recuerdo que le dije que era un militar chileno que trabajaba en la embajada. En ese mismo instante, se preocupó solo de protegerme y buscar, con casi desesperación, la manera de que saliera luego de Comodoro Rivadavia. Llegó al extremo de encontrar un lugar seguro para que pasara la noche. Una actitud desprendida que brotaba de él sin medir las consecuencias que podría acarrearle de saberse. Su disposición a ayudarme llegó a emocionarme, a tal punto, que me comprometí con él a hacerte llegar este mensaje”.

                              Al momento que secaba sus lágrimas con un pañuelo, Ágata nuevamente se puso en alerta:

                              • “¡No es lo único!, ¿qué pretendes?, ¡me estás matando de angustia!”.
                              • “¡Lo sé!, pero no he terminado, debó proseguir. Es indispensable hacerlo para que podamos amarnos sin que en el futuro surjan recriminaciones. Fue en la entrevista con el doctor Sebastián Bertoni en Ushuaia que me enteré que existía Antonio, tu novio de la secundaria”.
                              • “¿Qué tiene que ver eso con el mensajes que vos me acabas de entregar?, pregunto Ágata confundida.
                              • “No me cansó de pedirte que no olvides, que a pesar de lo que suceda, ¡te amo! y este sentimiento en mi es sinceramente profundo. ¡Sé lo que mató a tu novio!”.
                              • “¡Che!, ¡eso no es novedad!, el doctor Bertoni lo señaló. Antonio murió por haberse expuesta a una fuente radioactiva. Seguramente armamento o equipos radiactivos a bordo del buque que tripulaba”, le respondió algo cansada.
                              • “¡Esto lo mato!”, el teniente puso la bolita de acero sobre la mesa. 
                              • “¿Que querés decirme vos con esa canica?”, mientras la tomaba entre sus dedos para examinarla desde distintos ángulos.
                              • “¡Ágata!, conoces la historia solo en parte. Se la escuchaste a Escobar en la confitería Samoiedo. ¿Te acuerdas de la novela del submarino Simpson que, según me  contaste, se la había relatado Escobar a la otra persona con la cual conversaban?. ¡Ágata!, hoy al interior de la armada chilena la acción de este submarino es recordada como un hecho heroico y memorable, casi una leyenda, tanto o más importante que la protagonizado por su máximo héroe Arturo Prat en la Guerra del Pacifico. En la madrugada de aquel día 22 de diciembre de 1978, el submarino SS-21 Simpson, vigilaba en aguas internacionales los desplazamientos de la Flota de Mar Argentina (Flomar), donde Antonio era uno de sus tripulantes. Después de recibir la orden, la Flomar inicio su desplazamiento para invadir las islas Pictón, Nueva y Lenox. El comandante del submarino puso en práctica el protocolo de acción frente a esta eventualidad. Ordenó enviar al aire una serie de pulsos electromagnéticos de microondas cuya secuencia correspondía a uno de dos códigos en su poder. El segundo no fue necesario de emitirlo, porque el primero había logrado su objetivo. Minutos después, la Flomar recibe la contraorden de suspender la acción bélica y retornar a su base». 
                              • «¿Y?. ¿Qué queres decirme vos con todo eso?, ¡sigo sin entender nada!”.
                              • “¿No te llama la atención que un hecho de tal envergadura sea solo conocido y celebrado por algunos pocos?. ¿Por qué se oculta de la opinión pública?, ¿por qué se le priva a la Patria conocer a sus héroes?. Deben existir poderosos motivos políticos para que ello sea así. Sin duda, en esto, prima el interés nacional”.
                              • “¡Sigo sin comprender lo que vos querés decirme!”.
                              • “¡Ágata!. Pocas horas después de este incidente. En la madrugada del 22 de diciembre de 1978 en el puerto de Ushuaia, 68 cadáveres fueron desembarcados dentro de bolsas negras, entre ellos el de Antonio. Tú ya sabes esa historia, te la contó el doctor Bertoni hace algunos meses atrás”.
                              • “¿Y?. Lo que vos me has contado en nada cambia lo que sabía, ¡Antonio murió por estar expuesto a radiactividad!”.

                              El teniente saco desde uno de sus bolsillos un envase y lo puso sobre la mesa junto a la bolita de acero.

                              • “En el sueño, tu novio no solo me entregó un mensaje para ti. Por si, en algún momento,  se presentaba la oportunidad de ayudarlo a denunciar hechos graves de corrupción al interior de la FF.AA argentinas, me pidió que guardase este envase de cartón. Cuando después de verlo, no con mucho interés, intente devolvérselo, recuerdo textualmente sus palabras: ¡No! guárdalo, a lo mejor, alguna vez me podes ayudar a denunciar a estos gusanos”.

                              Ella tomo el envase, lo leyó por ambos lados:

                              • “¡Che!. ¿Qué me querés decir con esto?. Está claro que este envase ofrece está canica de acero de fabricación inglesa como un producto que ayuda a mantener libre de gérmenes e insectos, por largos periodos de tiempo, al agua almacenada en los tanques”.
                              • “En el sueño, el chico, me dijo que aquel producto fue comprado por la Armada Argentina en grandes cantidades a una empresa inglesa. Hablamos de años anteriores a 1978. Estaba indignado porque miembros de las fuerzas armadas argentinas le compraban a los ingleses. Decía tener pruebas de que existía corrupción en los altos mandos y eso lo tenía muy mal anímicamente. A pesar de ello, la opción de desertar era peor que la de permanecer. ¡Estaba muy desmotivado!, y eso a días de iniciar una acción bélica es un asunto muy delicado”.
                              • “¡Lo de la corrupción no me extraña !, es parte de la vida de los argentinos y eso también lo sabía Antonio”, comentó Ágata descartando el argumento.
                              • “Si te dijera que la empresa que fabricaba este producto era una empresa de fachada inglesa, pero de capitales chilenos, ¿cambiaría en algo tu opinión?”.
                              • “¡Che!, en tiempos prebélico eso es inaceptable. ¿El alto mando argentino sabía de esto?”, consultó algo molesta.
                              • “¡No lo sé!. Pero, al menos, denota que la corrupción puso en serio riesgo la seguridad nacional de la Argentina. La inteligencia chilena fue capaz de poner en manos de su armada una verdadera amenaza”.
                              • “¿Esta canica de acero?, ¡una verdadera amenaza!, ¡vos has perdido el sentido de las proporciones!. Es solo un artículo sanitario para mantener el agua para los soldados libre de gérmenes”, Ágata respondió con sorna  despectivamente.
                              • “Tu novio en aquel sueño, no fue quien me entregó esta bolita de acero. La recibí en Comodoro Rivadavia de manos de un sub oficial del ejército chileno en actividad hasta hace solo unos meses atrás. Residente en Argentina desde algunos años antes del conflicto del Beagle, ha vivido desde entonces en este país, casado, con hijos y nietos  argentinos. Es decir un Topo, que en la jerga de inteligencia, se entiende como tal, a militares que se infiltran en el país enemigo para desarrolla actividades de espionaje y sabotaje desde el interior. Para pasar inadvertidos, se casan, forman familia, tienen hijos y trabajan normalmente durante años en el país enemigo, estableciendo lasos de negocio, trabajo y sociales con la comunidad que le permiten desarrollar su actividad en perfecto sigilo y secreto”.
                              • “¡Che!, ¡no sé qué tiene que ver todo esto con Antonio!. Lo ocurrido pasó hace mucho tiempo atrás, como para que todavía existan esos Topos como vos los llamas, aún que la canica que vos ténes sea la misma que contenía este envase”.
                              • “¡Que aún existan!, a mí también me ha sorprendido mucho. Pero así es y no son pocos, pueden ser varios miles. Cuando este grupo de topos me secuestró en Comodoro, su reclamo era que les habían ordenado su repliegue a territorio nacional. Pero ellos se resistían, querían seguir viviendo en Argentina. Porque aquí tenían a sus familias más directa. Esgrimían el argumento de que, dada la realidad actual de las relaciones entre ambos países desde la asunción a la presidencia argentina del doctor Madrigal, a su juicio el ambiente era muy parecido al periodo prebélico sufrido antes del año 1978. Por lo tanto, su misión seguía siendo perfectamente justificable. Comprendí entonces, que su motivación, era que yo fuera portavoz de este mensaje a las autoridades chilenas. Me entregaron está bolita de acero advirtiéndome de que se trataba de un arma peligrosa que no debía intentar destruir para verificar el relato”.

                              Ágata volvió a observar detenidamente la bolita de acero:

                              • “¡Che!, ¿ Pero que puede ser lo que la convierte en un arma peligrosa?”.
                              • “¡Ágata!, ¡reaccione igual!, con incredulidad absoluta. Pero esto ha costado la vida de un amigo que descubrió el secreto. A mí como principal sospechoso de estar en conocimiento de este secreto, me han intentado eliminar o al menos mantenerme controlado para evitar su difusión y con la esperanza de encontrar un documento especifico que tengo en mi poder”.
                              • “¡Es decir vos sabes lo que esto significa!”.

                              Nervioso el teniente sacó de su mochila una carpeta y la puso sobre la mesa. Esto le develaría a Ágata la verdad de lo que se oculta. Ignoraba y le inquietaba su reacción:

                              • “¡Sí lo sé Ágata!. El viernes por la mañana, después de dejarte en la estación del Metro de Santiago retire de una caja de seguridad de un banco este informe de mi amigo Oscar, usando las llaves que él me confió antes de ser asesinado en su casa. Este informe arma esta historia, explica lo que nos está sucediendo. Revela la verdad de lo ocurrido en nuestras vidas. Será muy difícil y duro para ti. Quizás por ello, me odiaras para siempre. Pero tengo una esperanza, que cuando superes las primeras emociones, puedas reflexionar sobre los aspectos trascendentes envueltos. Finalmente logres recapacitar y podamos reconstituir nuestro amor. Siempre te estaré esperando, sin importar el tiempo que transcurra”.

                              El teniente puso sobre las manos de Ágata el informe de Oscar Andrade para que lo leyera. Ella ávida, se sumergió en el texto al punto de olvidar donde estaba. Juan Francisco Zañartu Winner, seguía sus gestos, observaba como sus lágrimas surcaban sus mejillas, lacerándolas como hilos de ácido, sus mocos semi – líquidos colgaban de su nariz, goteando de vez en cuando. Pasado algún tiempo de lectura, el dolor en la gestualidad de su rostro mutaba, sus mejillas se afiebraban, notaba que su temperamento sanguíneo estaba a punto de estallar. La explosión de rabia parecía inminente. Las esperanzas de Juan Francisco de poder volver a su romance se alejaban:

                              • “¡No puedo seguir leyendo esta mierda!, ¡eso son ustedes los chilenos,  traidores, un atado de criminales!, ¡miserables!. ¿Cómo pudieron tan solo planificar esto?. Reaccionar a un ataque argentino con un ataque masivo contra la población civil, indefensa, vulnerable y por la espalda, es horroroso. En vez de hacerlo de frente como hombres. Mataron con estas canicas a Antonio un ser noble ¡precioso!.¡Son todos unos desgraciados!, ¡que queres que diga de vos! ¿uno que no los representa?. ¡Si!, vos sos uno de ellos, de los mismos que planificaron un genocidio. ¿Cómo es posible que se hayan dedicado años a distribuir en todas las ciudades del sur esta canicas letales?, ¿dónde están ahora?, ¡4.800.000!, ¡que brutalidad!, ¡contéstame!”.

                              El teniente trató de calmarla acariciando su mano derecha:

                              • “¡Suéltame basura!, ¡contéstame!, ¿dónde están ahora esas canicas?”.
                              • “¡No lo sé!. No creo que nadie sepa dónde están. Quizás una parte menor pueda ser eliminada desde las bodegas de la FF.AA argentinas”.
                              • “¡Vos me estás diciendo que la mayoría sigue activa. Más aún, siguen representando un peligro para la población y no se saben dónde están. ¡pero que malditos!”.
                              • “¡Así es Ágata!, siguen siendo un peligro potencial. Basta que desde un satélite, un avión, una persona, un buque, se emita el código adecuado. Solo depende del radio de acción que se le quiera dar. Fue el código que el comandante del submarino Simpson destruyó después de haber activado el primero cuyo alcance solo afectaba a la Flomar.  Este código lo maneja una mafia ilegal  formada al interior de la FFAA chilenas. No obedece órdenes de ningún mando institucional, menos del gobierno y su Ministerio de Defensa. Esta poderosa organización es una herencia dejada por la dictadura, para decidir una guerra con la Argentina, independientemente del gobierno de turno. ¡Es el poder de decisión de una dictadura más allá del tiempo y de la propia muerte del dictador!”.
                              • “¡Malditos!, ¿me quéres decir que en cualquier instante un grupo de delincuentes nos hacen mierda?”.
                              • “¡Así es!, ¡por desgracia!. ¡Ágata!, no quiero dar razones para excusar lo obrado, solo explicar que los regímenes políticos imperantes en dicho periodo era el de dictaduras en ambos países. Yo solo quiero salvar nuestra relación. Quiero que formemos una familia, no sé qué voy a ser, si tú no puedes superar este odio. No he participado, ni directa, ni indirectamente. Al revés he puesto mi vida en peligro para que todo esto aflore a la superficie, sea conocido, investigado y castigado con severidad. Pero no estoy solo en esto, alguien me está ayudando, ¡también a ti!”.

                              Ágata, se paró, se mantuvo unos segundos mirándolo con los ojos enrojecidos de tanto llorar, hinchados en rabia, aunque todavía contenida, tomo un vaso de gaseosa de la mesa, lo elevó como si quisiera beber un sorbo, pero lo descargó sobre el rostro del teniente, mientras encolerizada le gritó:

                              • “¡Bastardo!, ¡mal nacido!, ¡basura!, esto es lo que vos mereces, chileno mugriento y traidor ¡odio eterno!, ¿vos podes pensar, tan solo, que después de esta barbaridad que he conocido podré amarte, engendrar hijos de un puerco asqueroso como vos?. ¡Nunca!, ¡nunca!”.

                              Salió corriendo, atropellando a su paso sillas y mesas. El teniente, secaba su cara, desconsolado, sin fuerza, comprendiendo que tenía razón, que su rabia era legítima. Sin embargo, estaba convencido de haber jugado todas sus cartas. No tenía más que dejar que se marchara. De esta forma, el teniente asumía resignado, que tendría que olvidarla, aunque eso le llevara el resto de sus días. Sus ojos se humedecieron, dolido de ser tratado con una dureza que creía no merecer:

                              • “¡Será difícil la vida en el futuro sin tu amor!”, se despidió. 

                              Mientras observaba a Ágata, a través de la vidriera, como huía de él, cual demonio representado, atravesando la calle y corriendo en dirección a la catedral de Bariloche que se erguía al frente.

                              CAPITULO 50

                              EL PERDÓN

                              El garzón se acercó a la mesa donde se encontraba el teniente:

                              • “¡Che!, ¿vos te encontrás bien?, ¿deseas algo más?”.
                              • “¡No gracias!, ¡tráigame la cuenta !”.
                              • “¡Che!, ¡brava la mina!”, comentó el garzón confianzudamente .
                              • “¡Sí!, ¡así y todo la amo!, pero además tiene toda la razón”.
                              • “¡Vos debes haber hecho algo muy grave!, ¿cómo pagas?
                              • “¡Con tarjeta de crédito!”, respondió presuroso el teniente, algo molesto por el
                                indiscreto garzón.
                              • “¡Traigo el móvil de inmediato!”.

                              El teniente, seguía con la vista como su vida se le escapaba, perdiéndose al fondo, casi al subir las escalinatas que antecedían el magnifico acceso a la
                              catedral.

                              • “¡Aquí está!, ¡pásame la tarjeta!”.

                              El teniente accedió señalándole que incluyera la propina. El mozo la deslizó por la cinta magnética y digito el valor del consumo, luego le entregó el móvil para que
                              ingresara su clave personal.

                              • “¡Che Gracias!, ¡te esperamos nuevamente!, volvé pronto y con la novia en la buena”.

                              Estaba pronto a levantarse para ir a tomar un taxi que lo trasladase al aeropuerto, afortunadamente Ágata había dejado sobre la mesa los tikets aéreo. Dejaría encargado en el local el resto, su maleta y mochila, para que cuando ella las reclamará se las  devolvieran. El tintineo de las campanillas anunciaron el ingreso de un cliente a la pizzería. Casi como parte de una rutina adquirida, el teniente dirigió hacia allí su mirada. Era nada menos que Ágata, el brinco de su corazón le creo un vértigo inesperado. Su intentó por levantarse de la silla para marcharse, no pasó de ser un amago. Ágata atravesó el comedor hasta sentarse nuevamente junto a él. Permaneció largo rato en silenció, con la mirada en la cubierta, quizás pensando en cómo iniciar la conversación. Entre incrédulo y esperanzado, Juan Francisco Zañartu la observaba sin decir palabra. No era momento para estropear aún más las cosas. De pronto ella rompió el incierto silencio:

                              • “¿Desde cuándo vos sabes que esto era verdad?”, preguntó Ágata como quien ha descubierto en todas estas circunstancia una verdad mayor, más profunda. 

                              Así lo interpretó el teniente:

                              • “¡Desde que Bonito me salvo de ser asesinado en Ushuaia!”, respondió seguro que ella también pensaba en lo mismo.
                              • “No creo que eso sea lo único”.
                              • “¡Por supuesto que no!, Bonito fue mi querido y único amigo en Buenos Aires, durante un periodo muy triste para mí. Cuando sin esperanzas de encontrarte no me quedaba otra cosa que tratar de olvidarte, haciendo diariamente footing como enajenado. En Ushuaia, me enteró que aquel perro maravilloso era el lazo secreto que me unía a ti, ¡es algo increíble!. Allí empecé a atar cabos, un viaje a Ushuaia simplemente inexplicable, tal como el tuyo a Viña del Mar donde te conocí. Desde entonces comencé a creer que lo que estábamos viviendo era mágico”.
                              • “¡Bonito nos une a la misma historia!, es mi mascota desde muy pequeña junto a Florencia. ¡Como vos lo decís, es mágico!. Antonio nos ha unido en una historia destinada a revelar la verdad. Lo ha hecho desde el pasado, ¡increíble!, ¡maravilloso!, ¡yo diría que hermoso!”, se expresaba con sus ojos encandilados de fantasía.
                              • “¡Ágata!, no solo ha modificado el presente, las implicancias que esto tiene en nuestro futuro, el de nuestros hijos y el de nuestros países es de una envergadura sin precedente y todo eso ha sido digitado por una persona desde el pasado”.
                              • “¡Amor discúlpame!, soy como mi padre, totalmente sanguínea, pero afortunadamente, también como mi madre. Ella razona desde la distancia, actúa con nobleza, con amor y respeto, en silencio, sin estridencias innecesarias, de tal manera, que sana y restituye con humildad. Si hubiera sido solo como mi padre, no te perdono nunca más, afortunadamente no soy igual, – tomo las manos del teniente para proponerle -, ¡vámonos de aquí!, ¡estoy tranquila con mi espíritu en paz!. No tengo reproches, ni para ti, ni para mí, solo agradecimiento para Antonio que nos ha salvado”.

                              CAPITULO 51

                              AL ENCUENTRO DE LOS PROTAGONISTAS

                              Cerró la tapa del grueso cuaderno que sostenía sobre sus manos, retiró sus gafas, y masajeo sus cansados parpados. El periodista Rafael Marengo Caballero había terminado de revisar, una vez más, la extraordinaria historia novelada que había conocido hace 8 años atrás en su oficina de la Gasetta Literaria del diario La Nación de Buenos Aires. Se la había relatado un funcionario militar de la agregaduría naval de la Embajada de Chile. A quien había conocido ligeramente, con anterioridad, en una reunión oficiosa que sostuvieron a propósito de una entrevista que le había hecho al candidato y hoy Presidente de la República Argentina, doctor Faundez Madrigal Sotella. Recordó que aquella había causado gran revuelo nacional y encendido, una vez más, el patriotismo en la población. Si no hubiera sido por la sólida documentación que le proporcionó el teniente, nunca la hubiera considerado, ni menos arriesgar su bien ganado prestigio de periodista serio y bien informado. Aquel lunes, cuando preparaba su columna para el día siguiente, alrededor de las diez y seis horas con treinta minutos, sonó su intercomunicador. Era su secretaria, para decirle que el señor Juan Francisco Zañartu Winner de la Embajada de Chile necesitaba hablar con urgencia con él pues tenía que abordar un vuelo a las veinte horas. En esa reunión apurada, en que el teniente se limitó a contar una historia difícil de creer, le entregó un informe cuyo pie de firma decía Oscar Andrade Fuenzalida. No pudo digerir lo que contaba el teniente, este insistía en que no tenía el tiempo para responder preguntas, pues debía partir, su vida estaba en peligro, no podía perder el vuelo. Sin embargo, le aseguraba, que con la documentación de respaldo que le entregaba todo quedaría muy claro que incluía tres fotos, una de un viejo papel de diario con una leyenda sobre escrita, la otra de un envase y la tercera de un canica de acero.

                              • “Fue una vorágine esa entrevista”, – comento para sí el periodista argentino.

                              Tal como empezó, la entrevista término. Imprevistamente el teniente abandono la oficina, una despedida rápida, sin mayor ceremonial. Rafael Marengo, quedo desconcertado, con una gran cantidad de información, entregada en escaso tiempo, sin posibilidad de aclarar o precisar algunos aspectos. Sin embargo, en el transcurso de los días posteriores, el estudio y análisis de la misma, le demostró que aquella era de tal calidad que parecía haber sido recolectada durante muchos años. La historia que le había contado el teniente se iba convirtiendo en una verdad insoslayable, que él con toda su experiencia investigativa, no podía ignorar. Lo más cuestionable eran los aspectos sobrenaturales del relató, cuyas pruebas eran débiles. Sin embargo para él, no tenía mayor importancia el cómo se había llegado a tener esta información casi irrefutable, sino la historia que respaldaba. Era tan increíble, que por primera vez en su vida profesional no sabía cómo tratarla. Un mal manejo de la misma, podía significar un daño grande a las relaciones de ambos países y, dada las circunstancias políticos del momento, un motivo para llevar adelante una invasión militar a Chile que justificarían los fines que el gobierno de Madrigal buscaba. Nada menos que obtener un puerto soberano en el Pacifico. Nunca olvidará la angustia y los insomnios que sufrió por varios días hasta que logró encontrar una fórmula para revelarla. En cierta forma, creyó haber traicionado los principios del periodismo, pero primó en él la responsabilidad.

                              No fue capaz de poner innecesariamente en riesgo la vida de gente inocente. Esa que se levantaba con mucho esfuerzo todos los días a trabajar para procurar los bienes necesarios para alimentar, criar, educar y cuidar a sus familias:

                              • “Que sabían ellos de estas manipulaciones indecentes que dos dictaduras hicieron a sus espaldas. ¡No seré yo quien le dé maní al monstruo de la guerra!”, se justificó.

                              No se arrepintió de lo obrado, obtuvo correctamente los resultados que esperaba. Logró que el gobierno chileno desmantelara al Comando Conjunto de la FF.AA de Chile, removiera al generalato más antiguo y pasaran a retiro a los oficiales más cercanos a aquellos mandos superiores de las instituciones armadas del vecino país. En Argentina provocó que el gobierno desechara la idea de una acción militar para conquistar un puerto en el Pacifico. Bajaron notoriamente las acciones beligerantes, que fueron reemplazarlas por negociaciones. ¡Estaba satisfecho!, pudo quitarle la espoleta a esta bomba de tiempo. Después de lo revelado, nada volvería a ser lo mismo ni para Argentina, ni para Chile:

                              • “Después de que se lance esta novela, tampoco será lo mismo para Ágata, Juan Francisco y para mí, – pensó satisfecho el periodista Rafael Marengo -, pero antes, necesitó conocer a Ágata, una de las protagonistas. También profundizar en la personalidad de Juan Francisco. Para que sus avatares sean el fiel reflejo de ellos mismos. Quiero que esta novela sea creíble porque aunque lo parezca, no es ficción”.

                              Miró su reloj de pulsera:

                              • “¡Che!, el tiempo pasa lentamente, ¡aún quedan dos horas para la cita!,            – estaba ansioso  -, quizás resulte mejor que me arregle y salga a caminar por el centro de Münich”, resolvió decidido.


                              CAPITULO 52

                              TABERNA HOLFBRAUHAUS


                              Rafael Marengo salió a la Calle Sporkassen, donde se ubicaba el pequeño, pero cómodo Hotel Luis, donde se hospedaba, al frente la Vikhaulien Market. Caminó hasta Marien Platz donde destaca el imponente edificio medieval, sede del ayuntamiento de la ciudad. No le llamó mayormente la atención que en Europa casi todas las ciudades antiguas tiene el mismo concepto. Son ciudades fortificadas, a las cuales se accede a través de pórticos, que si bien hoy no representan un impedimento para la libre circulación, se imaginó que antiguamente aquellos si disponían de gruesas e infranqueables puertas.

                              Observó los alrededores de Marien Platz, a excepción del edificio del ayuntamiento, su arquitectura sobria, simple y típicamente alpina. A esa hora, cerca de las 18 horas, el sol comenzaba a ponerse y los peatones a disminuir. Costumbre diametralmente distinta a su natal Buenos Aires, incluso se atrevería a decir que a cualquier ciudad latina, en donde durante el día, el flujo si bien es intenso y para nada relajado, todo cambia al oscurecer, las calles se repletan de gente animada, comiendo, sentada en las terrazas de bares, confiterías, restaurantes, disfrutando una animada y desaprensiva charla. Muy distinto le parecía aquí en Münich, – miró el reloj -, no eran aún las 18:00 horas y la gente ordenadamente comenzaba a retirarse a sus hogares. Pero aún se apreciaba actividad al interior de los locales, especialmente bares y restaurantes. Era momento de caminar hacia el lugar de encuentro con el teniente Juan Francisco Zañartu Winner. Transitó dos cuadras por Calle Hoch Brücken hasta doblar a la izquierda y seguir tres cuadras más por Calle Bräuhaus, donde en la esquina derecha con la Platz 9 se encontraba la más que añosa y tradicional Taberna Holfbrauhaus. Al ingresar, lo primero que le impacto, fue como los alemanes gritaban y se reían, entre choques de grandes y espumosos shops, el aire lleno de humo y aromas pesados de fuertes puros. Las muchachas atendiendo con tenidas tirolesas típicas, acompañadas por la música folclórica de un acordeonista que se paseaba entre las mesas y bancas rusticas de madera bruta:

                              • “¡Parece que estaba equivocado!, las apariencias suelen hacer la desconocida. Este ambiente festivo en nada se diferencia al de Buenos Aires a esta misma hora. Seguramente la única, es que lo hacen al interior, probablemente a eso obliga el clima”, recapacitó sorprendido de la alegría del lugar, que en cierta forma choca con la seriedad con que normalmente el germano se muestra frente a los demás. 

                              Deambuló algunos instantes entre las mesas, sin tener muy claro que hacer, nadie se acercaba a atenderlo. De todas formas no sabría tampoco como reaccionar a un saludo en este idioma. De pronto se percató que una mano alzada le hacia señas, era el teniente Juan Francisco Zañartu Winner. Se estrecharon en un fuerte abrazo, al parecer los años no había transcurrido en vano:

                              • “¡Qué bien se te ve a voz!, ¡saludable!, ¡a pesar que no contas con una gorra que al menos disimula!”, bromeó.

                              El teniente rio de buena gana:

                              • “¿Y voz che?, ¡hace rato que no te has visto la ponchera!”.

                              Ambos rieron felices de encontrarse en un plano más distendido, como dos buenos amigos de aventuras pasadas.

                              • “¡Bitte Fräulein!”, llamo el teniente la atención de una garzona. ( ¡Por favor señorita!)
                              • “¿Was?”, respondió la ocupada muchacha. (¿Que?)
                              • “¡Zwei Bier!”, solicitó el teniente. (¡Dos cervezas!)
                              • “¡Gut!, ¿gro&e?” (¡Bien!, ¿Grandes?)
                              • “¡Mittelgro&en!”, respondió el teniente a la chica. (¡Tamaño medio!)
                              • “Esperó que me haya entendido. Este es un idioma difícil. Han pasado años y aún me cuesta sobremanera. Menos mal que a Ágata no le ha sido tan difícil. Entre los dos hacemos medio alemán. ¡Nos salvan las niñitas!, con ellas armamos uno completo”, río el teniente.

                              Dos shops medianos, rebalsando espuma por los costados, llegaron al poco rato:

                              • “¡Danke Fräulein!, – para pagarla por caja cuando se fueran, el teniente recibió su cuenta -, así son las cosas en un pueblo profundamente honesto de capitán a paje. Aquí la confianza en el prójimo es absoluta. No se les pasa por la cabeza que tú puedas irte sin pagar el consumo”, le comentó el teniente al periodista. (¡Gracias Señorita!)
                              • “¡Ni que pensar que esto pueda darse en uno de nuestros países!”, acotó Rafael Marengo.
                              • “¡Prefiero no juzgar!, los latinos podremos irnos de un lugar sin pagar la cuenta, pero aparentemente somos incapaces siquiera de cometer actos inhumanos de la magnitud que lo ha hecho este pueblo de apariencia civilizada, honesto, culto y muy educado. Sin duda las circunstancias a las cuales pueden llegar a ser sometidos los pueblos, determinaran su reacción y eso no asegura un trato respetuoso a los derechos humanos, sean estos latinos o germanos. La fuerza por sobrevivir es infinitamente mayor que la razón, – reflexionó en voz alta el teniente, tras lo cual, alzo su brazo con el vaso de cerveza -, ¡Salud por Argentina y Chile!, países que al borde de la guerra, han podido encontrar caminos alternativos para evitarla”.

                              Ambos derramaron cerveza al estrechar sus jarros, dando un trago largo que solo se interrumpió cuando la respiración se tornó indispensable.

                              Rafael Marengo seco sus labios con una servilleta, lo que extendió a su camisa también mojada con la salpicadura ocasionada por el brindis, mientras expresaba:

                              • “¡Que buena cerveza!, esta ha sido quizás la mejor que he bebido en mi vida, ¡realmente magnifica!”.
                              • “¡No puedes esperar otra cosa!. Para muchos esta es la cervecería más famosa y antigua del mundo. Su origen se remonta a 1589, desde ese tiempo hasta hoy ha sido el centro político y social de la ciudad. Aquí fue donde Lenin en 1919 proclamo la República Soviética de Bavaria ,¡no tuvo mucho éxito!. Un año después, aquí mismo, se fundó el Partido Obrero Alemán, que luego pasó a llamarse Partido Nacional Socialista Obrero Alemán. Aquí nacieron los 25 puntos que dieron sustento al régimen Nazi, de tan triste recuerdo”.
                              • “ ¡Al parecer el lugar donde se ha consumado la historia europea contemporánea!”, comentó Rafael Marengo.
                              • “Pero supongo que no viniste a reunirte conmigo por esto, ¿no es cierto?”, comento el teniente a su invitado.
                              • “¡Cierto!, necesitaba hablar con vos. Con el relato que vos respaldaste en mi oficina, por lo grave, tuve que tratarlo con mucho cuidado. Estoy en la última etapa, para dar cuenta de aquel en formato de novela, cerrando así la posibilidad de crear un nuevo conflicto, ni ahora, ni nunca más. En esta novela ustedes son los protagonistas”.
                              • “¡No ha pasado mucho con la historia que te conté!. Es lo que se advierte desde la distancia. Aquella es suficientemente potente para sacudirlo todo y dañar las relaciones entre ambos países, por los siglos de los siglos, como lo diría el curita de mi iglesia”.
                              • “¡Che por eso mismo!, ¿qué ha sido de vos?, ¿de Ágata?”.
                              • “¡Estamos bien!, finalmente nos casamos en Bariloche cuando pasó un tiempo razonable. Si mal no recuerdo fueron dos años. Sus padres nos acompañaron. No deja de emocionarme, recordar la dicha de esos viejos y como renacieron con sus nietas. Especialmente mi suegro que hizo un enorme esfuerzo para superar antiguos rencores. Para aceptarme tuvo que luchar con sus dolencias emocionales pero lo logró. Al año tuvimos a Camila nuestra primera hija, hoy ya tiene 8 años. Un año después de nuestro matrimonio nació, Andrea. Ambas nacidas aquí en Alemania”.
                              • “¡Che son muy felices!, y ¿subsistir no ha sido problema?”.
                              • “Fue difícil para mí, no tanto para Ágata, quien al mes consiguió un trabajo como abogada en el principal bufet de Münich. Por supuesto, como buena argentina, no tardó mucho en hacerse cargo del departamento que administra los negocios con Latinoamérica. Eso mismo nos ha permitido mantener contacto con nuestros países de origen”.
                              • “¿Y qué fue de vos?”, consultó Rafael Marengo.
                              • “Para mí fue más difícil, nadie me iba a contratar como ex militar. Sin embargo, contaba con una maestría en ciencias políticas. Fue a ella que se le ocurrió que me matriculará en una carrera corta relacionada con los negocios internacionales. Una vez que ingresé, fue relativamente fácil, al cabo de un año, seguí los pasos típicos hasta llegar a ser profesor de una catedra de post grado en relaciones internacionales. Por supuesto, al principio ella financió mis estudios, pero no puede quejarse, la inversión le dio un buen retorno. Lo más increíble fue cuando, para renovar pasaporte para viajar, tuve que ir al consulado chileno, al identificarme, me indicaron que tenía una carta y varios cheques fiscales correspondiente a mi grado de teniente de la Armada de Chile. Aquella señalaba escuetamente, que el Ministerio de Defensa, al tanto de mi situación militar, había rechazada mi pase a retiro y que la Armada de Chile había recibido la instrucción de redestinarme al servicio exterior como asesor de compras bélicas para las FF.AA. Me acuerdo que ese día me fui con Ágata de carrete, los dos solos para celebrar nuestra suerte. Desde entonces no nos podemos quejar”.
                              • “¡Vaya!, los servicios secretos te tenía perfectamente ubicado, no todos los que salen de sus países de esta manera tienen esa suerte. Pero creo que en algo pudieron influir mis gestiones en relación a revelar la historia que vos me contaste”.
                              • “¿A qué te refieres?”, pregunto curioso el teniente.
                              • “¡Che!, me refiero a que voz documentaste una historia que la hacía incuestionable. No sabes lo que me costó, no salir a difundirla por los medios sin más. Pero, la misma, me hizo meditar en sus consecuencias y lo que deduje no me gustó. Hubiera cumplido con mi misión de periodista, no cabe duda de ello, pero a cambió hubiera producido tal revuelo en la sociedad argentina, que probablemente volverían a surgir rencores imposible de resolver en el corto plazo. Todo además, azuzado por los de siempre, aprovechando un gobierno en resuelta beligerancia desde antes contra Chile. El monstruo de la guerra volvía a ser una alternativa para la Argentina. Me pregunte, ¿dónde están esas bombas sucias sembradas por millones en el sur argentino?, ¿estaban aún activas?, ¿estaba la clave que las detonaba aún vigente dentro de la FF.AA chilenas?, ¡no!, las pruebas de esta historia eran demasiado contundentes como para correr el riesgo. Pensé en la manera de desactivar el conflicto, resolví solicitar una entrevista periodística al Ministro de Defensa de Chile, la cual se me  concedió. Me acuerdo que estando en su despacho en Santiago, le entregue copia del informe que vos me habías entregado. Demoró su tiempo en leerlo, pero tuve el privilegio de observar atentamente como sus facciones se descomponían. Recuerdo, que una vez que terminó, me miro y no dijo nada, entonces quebré el silenció: ¿Queres que difunda por la prensa de mi país este documento?, ¿vos sabes lo que esto puede significar?. El Ministro me respondió: Lo sé, entiendo la gravedad, por ello es que le solicitó plazo para investigar antes de que usted lo haga público. Le respondí su solicitud, señalándole: demorare su publicación tres meses, durante ese tiempo esperó poder apreciar desde la distancia las acciones suficientes y necesarias que me permitan destruir el documento en beneficio del bienestar e integridad futura de ambas naciones. Después de constatar que tenía al gobierno chileno agarrado de los huevos. Necesitaba agarrar los del gobierno argentino. Se me ocurrió publicar en la Gasetta Literaria un reportaje sobre la probidad en los niveles superiores de las FF.AA argentinas y su impactó en la seguridad de la Nación, como ejemplo, difundí la fotos del envase de las canicas antibacterianas para limpiar las aguas para consumo humano almacenadas en tanques. Aludí someramente al comodoro Rinaldi, Comandante de la Guarnición Naval de Comodoro Rivadavia en tiempos del conflicto del Canal Beagle. Nunca me imaginé el quilombo que se armaría en la prensa argentina, la comunidad, las autoridades civiles y militares. No tuve nada más que hacer, los medios de la competencia, hicieron el resto, desnudando los bienes de la familia Rinaldi y como habían sido adquiridos. Entre medio, aparecieron el tráfico de raciones de guerra y de vestimenta militar durante la guerra de Las Malvinas. El impactó fue de tal envergadura que al gobierno no le quedó otra cosa que iniciar investigaciones a través del Ministerio de la Guerra. El congreso nacional abrió comisiones de investigación. Los resultados fueron tomados por fiscales que iniciaron procesos penales para sancionar a altos mandos de las FF.AA argentinas. Esta situación destruyó la posición de poder que tenía el gobierno de Argentina frente al de Chile. Al tener al alto mando de las FF.AA argentinas tan cuestionado en su prestigio y en su confiabilidad. El gobierno argentino no tuvo más camino que bajar la presión sobre Chile, allanándose a soluciones negociadas para alcanzar puertos chilenos del pacifico que permitieran sacar sus productos de exportación hacía la región del Asía –Pacifico«.
                              • “¡Entiendo entonces que lo que tú señalas, en cuanto a que a eso se debe el cambió de actitud del gobierno y de la Armada de Chile respecto a mi persona!. Esa sería una manera de mantenerme bajo control”, concluyó el teniente.
                              • “¡Sin duda que así es!, pero no te preocupes pues yo tengo la llave. Mientras eso sea así no estarás en peligro. En todo caso, el gobierno chileno ha tomado medidas significativas. Pero me falta la última parte para que la historia quede completamente expuesta a toda la opinión pública”.
                              • “Lo que has hecho me parece suficiente, se han logrado los objetivos”, respondió el teniente.
                              • “¡Che!, ¡no me parece!, el pueblo se merece conocer la verdad completa”.
                              • “¿Pero cómo lo harás?”.
                              • “¡A eso quería llegar!, necesito la autorización formal de voz y de Ágata para publicar la historia novelada de ustedes. ¡Mirá!, aquí tenes, una copia de un ejemplar borrador, para que Ágata y vos la comenten, y ¡Che!, ¡me autoricen publicarla!”.

                              El periodista sacó de su mochila el pesado ejemplar y se lo pasó al teniente:

                              • “¡Es pesado y grueso!, – exclamó el teniente mientras hojeo al azar algunas páginas -, en lo que a mí se refiere, ¡feliz!, dispuesto a protagonizar está novela de Rafael Marengó. Pero tienes que preguntarle directamente la opinión a Ágata y en eso actuaré en conjunto con ella, si no acepta yo tampoco lo haré”.
                              • “¡Che!, ¿cómo lo hago?, ¡ténez que presentármela para poder solicitarle su autorización¡”.
                              • “No hay problemas, ¡vamos a casa!, te la presentaré de inmediato. Ella me espera a cenar, llegaré con un compatriota de invitado sorpresa, le va a encantar, estará muy contenta”, respondió Juan Francisco Zañartu Winner.

                              CAPITULO 53

                              HOGAR ZAÑARTU – LAGARRAÑA EN MÜNICH


                              El taxi que el teniente y su invitado habían abordado, recorrió calles y avenidas, que a esa hora, no muy tarde, alrededor de las 20:00 horas, a Rafael Marengo le parecieron casi desérticas:

                              • “¡Che!, ¡muy extraño!, no es tan tarde para que no hayan transeúntes en las calles, solo alguno vehículos!”, comentó el periodista, con cierto desconcierto.
                              • “Primera vez que escuchó tal comentario. A mí en cambio, me parece casi normal, y además, no muy distinto de lo que sucede en Santiago”.

                              Rafael hizo un esfuerzo por tratar de orientarse respecto del lugar de donde había salido, lo que la oscuridad o más bien esa iluminación de pocos lux que acostumbran las ciudades europeas, lo hacía más difícil: 

                              • «¡Tan distinta a las latinoamericanas o incluso respecto de las yanquis!», pero no insistió por mucho tiempo más en explicarse estas diferencias, los que para él resultaba ser solo un vano esfuerzo.

                              El vehículo se detuvo frente a un edificio de 4 niveles. No pasó mucho tiempo de estar frente a la puerta del hogar de los Zañartu – Lagarraña. El teniente tocó el timbre. Segundos después se abrió la puerta, arrojando desde su interior un haz de luz acompañado de aromas de una comida inconfundible, que a Rafael Marengo le hizo recordar a su amada Argentina. Ella saludó al teniente con un efusivo abrazo seguido de un entusiasta beso en los labios. Solo entonces se dio cuenta que estaba acompañado:

                              • “¡Che!, ¡disculpa!, – miró al teniente – , ¡Juan Francisco, porque vos no avisas, cuando vienes acompañado!, – lo regañó -, ¡por favor discúlpame!, soy Agáta Lagarraña, esposa de este señor, ¡pasá!, ¡pasá!», lo invitó a su interior.
                              • “¡Lo siento Ágata!, pero pensé que tratándose de un compatriota tuyo sería una buena sorpresa invitarlo a cenar con nosotros”, explicó el teniente.
                              • “¿Voz sos argentino?”,  Ágata insistió en que él mismo se lo confirmará.
                              • “¡Che!, disculpa por llegar de esta manera tan imprevista, pero accedí a la invitación de mi amigo, espero que a vos no te moleste. Soy Rafael Marengo, periodista del diario La Nación de Buenos Aires”.
                              • “¡Che que va!, – lo abrazó – , ¡estoy feliz!, no sabes lo que extrañó a mi gente. ¡Estoy cansada de chilenos y alemanes!”, bromeó causando la risa de ambos.

                              Desde el interior, aparecieron en pijama, dos menores curiosas:

                              • “¡Mute!, ¿qué ocurre?”, preguntó la mayor en una jeringonza casi inentendible, dejando en evidencia de cuál era su lengua nativa.
                              • “¡Nada hijas!, vengan les voy a presentar a un amigo de Papá, – las presentó – ella se llama Andrea y la mayor Camila”. 

                              Rafael Marengo se encuclillo para quedar a la altura de las infantes y las saludo de mano, las niñas algo remolonas, corrieron después a besar a su padre.

                              A continuación del saludo de sus hijas, el teniente las llevó de la mano a su dormitorio:

                              • “¡Buenas noches hijas!, tienen que dormir, mañana tienen colegio temprano”, les grito Ágata.

                              La hija mayor voltio su cabeza para mirar a la distancia a su madre:

                              • “¡Die schule!, mute, ¡die schule!”, la corrigió.

                              Ágata rio y comentó:

                              • “¡Como amó a mis hijas!, ¿no le parece que son preciosas?. No les gusta que les hable en español, pero ¡che! ¡no les hago caso!. No pueden olvidar de donde vienen, donde están sus raíces. No importa que ahora se enojen, después me lo agradecerán, – concluyó -, ¿y vos, de donde sos, tu nombre me suena, alguna vez se lo escuche a Juan Francisco?».
                              • “¡Muy probablemente haya sido así!, lo conocí en tiempos en que trabajaba en la agregaduría naval de la Embajada de Chile en Argentina. Además, creó que fui la última persona que vio en Buenos Aires antes de que, con voz, abandonaran Sud América para siempre”.
                              • “¡Si!, ahora recuerdo quien sos, Juan Francisco pasó a dejarte unos documentos que respaldaban una historia que ambos habíamos vivido antes de abordar el Lufthansan que nos trajo definitivamente a Europa. ¡Qué aventura esa!, ¡che!,¡no podes imaginarte los sustos que pasamos!. ¡El miedo!, creó que aún no ha pasado del todo, pero estamos mejor”, recordó Ágata.
                              • “Por eso mismo, es que le solicité una entrevista a Juan Francisco la que pude concretar hoy. ¡Bueno!, hace un rato atrás le pedí su autorización para publicar la novela de la aventura que ambos protagonizaron. Es importante publicarla, puesto que de esta forma concluyo con mi obligación periodística. Usando este formato para contar una verdad y así atenuar su impactó en la sociedad argentina. Salvaguardando la paz social venidera de ambos países. Vos estarás consciente de lo grave que fue la historia vivida”, aprovechó la ocasión de estar a solas con Ágata para conversar sobre este tema.
                              • “¡Che!. ¿Cual fue la repuesta de Juan Francisco?”, preguntó Ágata.
                              • “Él no tiene inconveniente, pero si vos no quéres, tampoco dará la autorización”.
                              • “¡Che!, ¡para mi es algo muy íntimo!. Es decir, es fuerte desde el punto de vista político, pero al contrario, para mí ha sido algo muy afortunado en mi vida”, puso en duda su consentimiento.
                              • “¡Che disculpa!, pero ¿porque para vos resulta algo tan personal?, me gustaría comprender”.
                              • “Voz no podes imaginar el bienestar que ha traído a mi vida. Agradezco el amor que sentía Antonio por mí, que fue capaz de traspasar las leyes del tiempo, el espacio y de la vida para hacer generosamente el bien. No creas vos que solo a mí, principalmente a su madre, pero también a Juan Francisco, a mi padre y creo que a través de vos puede también hacerlo a nuestros países”.
                              • “¿Crees que la novela puede vulnerar la intimidad de aquella vivencia?. No sería bueno también que los argentinos y los chilenos conozcan ese gran bien que nos regala desde el pasado, la generosidad de un ser humano que ya no está entre nosotros”.
                              • “¡No lo sé!, ¡tengo dudas!”.

                              El periodista no dejaba de sentir cierta frustración, no quería que está historia terminara perdida y olvidada por este atesoramiento:

                              • “¡Che!, me pareces que estas siendo algo egoísta. Hay otros que, como bien vos lo señalas, necesitan conocerla para sentir lo que vos”, trató de convencerla.

                              Ágata se quedó pensando, por algún momento, en el razonamiento del periodista, concluyendo que tenía razón.

                              • “¡Tenes razón Rafael!, gracias por recordarme que hay otros que necesitan saberla. Se me viene a la mente, la madre de Antonio, mi propio padre, incluso el propio Juan Francisco que aún no ha asumido la verdadera dimensión de esto,  – termino por aceptar el razonamiento de Rafael Marengo -, ¡está bien!,
                                ¡aceptó!. Te voy a autorizar a que la publiques”.
                              • “¡Gracias Ágata!, un último favor, ¿vos estarías dispuesta a prologarla?”.
                              • “¡No soy escritora¡, ¿cómo podría hacerlo?”.
                              • “Muy sencillo, solo contame que sientes, cual sería tu reflexión sobre esta experiencia y yo la incorporó, ¡pero vos la firmas”.
                              • “Mi reflexión es que la vida es pasajera, el único y gran objetivo es ser feliz. El gran problema: ¿cómo lograrlo?. He comprendido, ¡che!, que aquello no se logra si vas dejando cavos sin atar, todos los caminos que inicias deben quedar correctamente cerrados. Solo así puedes sentar la felicidad como una construcción que se hace peldaño a peldaño. Cada uno de ellos se vuelve indestructible, pasan a ser patrimonio de tu existencia presente, futura, aquí y después, más allá del tiempo y también del espacio. Antonio me enseño eso, porque desde el pasado cerró los caminos que dejó abiertos, y con ello nosotros logramos ser felices, pero ahora también él lo es”.
                              • “¡Buena reflexión!, pero ¿cómo vos llegas a esa conclusión?”.
                              • “¡Muy simple!, si en mi desesperación no hubiera viajado a Viña del Mar, jamás habría conocido a Juan Francisco que es hoy mi marido, al cual amó y es el padre de mis hijas. Los rencores inculcados por mi padre contra los chilenos habrían imposibilitado mi reconciliación con ellos, pero tampoco habría ayudado a la madre de Antonio a poner termino al duelo eterno y doloroso que sufría. Antonio, me permitió recuperar el amor de mi Papá, ayudarlo a superar la larga pena que le producía este enojo conmigo, hacerlos felices con sus nietas y el amor a su yerno, militar y chileno, le permitió aceptar la pérdida de su pierna como un desafortunado accidente. ¿Decime cómo puedo no estar agradecida por el bien que hizo Antonio en ayudarme a encontrar la causa de su muerte, pero también saber que nunca dejó de amarme y ser tan generoso de permitirme encontrar el amor nuevamente, darme la familia maravillosa que tengo?, es imposible poder dimensionar el bien hecho que hoy atesoro como mi propio patrimonio inmortal”.
                              • “¡Che, vos has sacado una gran lección de esta extraordinaria historia!, ¿crees vos, que Juan Francisco, estaría dispuesto a prologar también mi novela?”.
                              • “¡No lo sé!, voz tenes que preguntarle, ¡pronto vendrá!. Resulta que todas las noches, comparte con las niñitas, se queda con ellas hasta que se duermen. Lo hace porque es el único tiempo que dispone para compartir con ellas, así que se ha convertido en su rutina diaria. A mis hijas les hace muy bien ese cariño que él les regala todos los días”.

                              Después de un tiempo que el teniente Juan Francisco Zañartu Winner apareció desde el pasillo que comunicaba con los dormitorios, se dirigió a un pequeño bar donde preparó unas copas del mejor vino chileno que había podido conseguir hace poco en Alemania.

                              • “¡Ya!, se durmieron las chicas, – entusiasta ofreció a su invitado y a Ágata -, ahora a degustar este vino de los mejores del mundo, que por fortuna encontré aquí, en Alemania. Antes de pasar a la mesa a comer este rico asado argentino hecho por mi esposa acompañado de ensalada a la chilena hecha por mí”.

                              Ella aún algo emocionada por la reciente conversación con Rafael Marengo, se levantó y antes de aceptar la copa, lo abrazó y besó en la boca largamente. El teniente algo sorprendido, la miró y noto algunas lágrimas que brotaban de sus ojos que con su pañuelo ayudó a secar.

                              • “¡Gracias amor por tanta felicidad!”, le declaró Ágata sus sentimientos.
                              • “¡Yo también te amo!, ahora atendamos a nuestra visita, ¿te parece?”.
                              • “¡Disculpa Rafael!, Ágata está un poco sensible”.
                              • “¡Che!, ¡disculpa de que!, el intruso soy yo, pero me siento muy honrado de poder participar de vuestra intimidad y aceptó con gusto el vino, soy hincha del vino chileno”, respondió Rafael tratando de desviar la atención para salir de una situación que lo hacía sentirse algo incómodo.

                              Ágata más recuperada:

                              • “Los dejo por unos instantes disfrutando el vino, voy a armar la cena”, se disculpó y se retiró rumbo a la cocina.

                              Después de brindar haciendo trinar con un leve golpe ambas copas, Rafael Marengo le contó al teniente:

                              • “¡Che!, Ágata ha aceptado, supongo que ahora no habrá impedimento para que vos autorices la publicación de mi novela. Pero antes quisiera que también vos la prologues, ¿estarías dispuesto a hacerlo?. Antes que vos digas nada, te adelantó que tu esposa ha aceptado ambas cosas. Aún más, sus lágrimas eran a causa de la emoción que le provocó su reflexión respecto de la historia vivida, ¿vos me podrías hacer también la tuya?”.
                              • “Me pides algo difícil, me ha costado asumirla y a veces he pretendido olvidarme de ella, porque no deja de darme temor lo trascendente que es”.
                              • “Ágata lo ha abordado bastante bien, su reflexión es maravillosa”.
                              • “Lo sé y la conozco. Pero yo no he podido hacer los mismo, quizás soy menos sensible que ella y tiendo a racionalizar más, entonces cuando me encuentro con lo que no puedo explicar, lo ignoró”.
                              • “Ahora ha llegado el momento de abordar este tema pendiente, ¡yo puedo ayudarte!. Puede hacerte muy bien, ¿no te parece?”.
                              • “¡Esta bien!, ¡puedes que tengas razón!. Lo primero que se me viene a la cabeza es que de no ser por Bonito yo habría sido asesinado en Ushuaia. En tal caso, nada de esto sería realidad y quizás ambos países estarían en un nuevo periodo prebélico. Pero no puedo explicar racionalmente, hasta hoy, como pude conocer a la mascota de Ágata sin saber que lo era. Lo extraño mucho, con aquel animal yo tenía un vínculo especial, sobrenatural si se quiere, nos dejó al año después de que logramos traerlo con nosotros. Nunca habría pensado que un animalito pudiera entregar generosamente tantas emociones hacia sus seres queridos. Al día de hoy no puedo superar aún la pena que su perdida me dejó. Me consuelo con que al menos fue feliz el año que vivió con nosotros y se fue tranquilo. Esta experiencia me ha hecho muy sensible al dolor de los animales. Nosotros los humanos, tenemos con ellos una gran deuda que debemos corregir a la brevedad”, el teniente volvió a sacar el pañuelo con que antes había secado las lágrimas de su mujer para ahora hacerlo con las suyas.
                              • “Tu esposa señalo que esta vivencia la hizo comprender que la principal misión de los seres humanos es ser feliz en esta vida y que aquello se logra cerrando bien los camino que uno recorre buscándola. Bajo ese aprendizaje Bonito construyo su felicidad, lo hizo correctamente porque permitió que ustedes alcanzaran la suya”, comento Rafael Marengo con el ánimo de ayudarlo a sacar afuera las emociones guardadas.
                              • “¡Así es!, la hipótesis de Ágata que cada vez me convence más, – respondió el teniente dando cuenta que es un asunto que lleva meditando largo rato -, pero no fue el único, también lo hizo Antonio Smith Cassala”.
                              • “¿Cómo es eso?”, preguntó con interés Rafael Marengo pues de alguna manera estaba llegando al fondo, a lo que quería, ayudaba a Juan Francisco Zañartu Winner a encontrar su propia lección.
                              • “No sabes lo importante que fue conocerlo en mi vida antes que apareciera Ágata. De eso me he dado cuenta ahora recientemente. Aquel me entregó las pruebas necesarias para vincular historias aparentemente distintas pero que resultaron ser la misma, ¡increíble!, no salgó de mi asombro”.
                              • “¿Puedes explicarte mejor?, ¡no estoy entendiendo!”, alego el periodista.
                              • “Antonio Smith cerro a través de nosotros, los caminos que en su vida quedaron inconclusos. Su propia felicidad dependía de ello. Todo esto me sobrecoge, pero es verdad, la pruebas físicas están y son imposibles de cuestionar, a ti te constan como periodista responsable que eres”.
                              • “Es decir como un rompecabezas que no se termino de armar, pero que desde el pasado fue completado correctamente para corregir el destino en que se marchaba”.
                              • “¡Exactamente!, has dado con las palabras correctas. ¿Cómo pudo suceder esto?, ¿cómo lo explicamos sin tener que cambiar nuestros conceptos de la vida, de la muerte, de la trascendencia más allá del espacio – tiempo, de la física?. Por el momento no me queda otra cosa que aceptarlo. Serán otros los que tendrán que explicarlo. Pero para el devenir de la humanidad es necesario saber leer lo que significa”.
                              • “¡Nuevamente me pierdo Juan Francisco!”, el periodista volvió a reclamar mayor claridad.
                              • “¡Muy simple!, en el futuro inmediato, el mundo tendera a organizarse entorno a centros de poder. A diferencia de hoy, será un mundo multipolar. Lucharan agresivamente por conseguir hegemonías sobre los otros. Los países pequeño o medianos serán colonizados brutalmente para lograr dominio mundial absoluto en el más breve plazo”.
                              • “Hay forma de evitarlo”, preguntó el periodista.
                              • “¡Sí!, los países más pequeños o menos poderosos deben tender a unirse en federaciones. Así podrán actuar como uno solo, lo que les permitirá equilibrar el poder de los otros”, respondió el teniente, más en su calidad de cientista político y experto en relaciones internacionales que como persona o militar.
                              • “Será la única forma que aquellos países puedan conservar sus identidades propias, de lo contrario serán rudamente conquistados. Tal como lo hicieron los antiguos imperios en nuestra historia”, remató el propio Rafael Marengo, dando cuenta que había entendido la dinámica del proceso político en desarrollo.
                              • “¡Che todo listo!, – batiendo sus palmas, Ágata desconcentró a los contertulios – , la mesa está servida, vengan los comensales a cenar y espero ser bien calificada”.
                              • “¡No has sido la única, yo también participe, prepare las ensaladas!”, corrigió Juan Francisco Zañartu, a quien la charla le había hecho bien y se sentía más ligero de ánimo.

                              Algunas horas después, durante el bajativo que ofreció el teniente, Rafael Marengo deleitándose a sorbos el whisky “On de Rock” cuyo vaso sostenía en su mano derecha, se levantó del cómodo sofá en el cual se encontraba.

                              • “¡Querido amigos!, después de haber escuchado sus reflexiones, quiero decirles, que les guste o no, he concluido que yo no estoy ajeno, sino que también soy parte de esta historia. Soy el eslabón final, la última pieza que arma este rompecabezas por completo”.
                              • “¡Vos sí te pasaste!, – reclamo Ágata -, sin duda estas borracho, ¡que argentino más patudo!”, mientras miraba a Juan Francisco, reía algo entonada por el alcohol.
                              • “¡Che!, Ágata, ¡es cierto!, pues a mí me tocó desactivar el proceso prebélico que estaba en curso, y me felicitó porque lo logre. Chile desmanteló el Estado Mayor Conjunto de sus FF.AA, dio de baja a la mayoría de los generales más antiguos y reorganizo al alto mando. En este proceso, sin duda se perdió el código para siempre. En Argentina, la justicia está sometiendo a proceso por corrupción a los más altos mandos de la FF.AA. Todo va viento en popa en el sentido correcto. ¡Todo esto es maravilloso!, ¡un éxito!», declamó exultante el periodista ayudado por el efecto del alcohol.

                              Dadas sus características de personalidad, el teniente más sereno, calmó un poco los extremos que el whisky propiciaba en el exceso en el discurso de ambos.

                              • “¡Mantengamos la calma!, ¡Ágata!, Rafael tiene razón, lo que señala es verdad y creo que nuestra misión, la de los tres, es luchar por lograr que ambos países formen una alianza estratégica que dé inicio a la formación de una federación».
                              • “¡Che!, estoy seguro que después de muy poco tiempo, el resto de los países de Sud América irán convergiendo hacia la integración a la Federación, – agregó Rafael Marengo – ¿vos Ágata, que pensas?.
                              • “¡Che!, ¡pienso que estamos todos borrachos!, el sueño de Bolívar, al fin, hecho realidad, ¡Difícil no!, pero no imposible. Tengo la primera idea para apurar el tranco”.
                              • “¿Cuál es esa maravillosa idea que tiene tu cabecita algo alcoholizada?, pregunto el teniente riendo burlonamente junto a Rafael Marengo.
                              • “¡Ambos son unos boludos!, ríen solo porque soy mujer y los machistas como vos, piensan que nosotros las hembras no pensamos. Pero se equivocan los dos. Tengo la idea que no cuesta nada implementar y sus resultados son inmediatos: ¡Todos los nacidos en Argentina o en Chile nacen binacionales, por ese solo hecho, en igualdad de derechos y deberes!”.

                              Ambos se miraron sorprendidos sin poder explicar porque a ellos no se les ocurrió antes.

                              • “¡Ahora!, ¡vos Rafael no podes irte en las condiciones en que te encuentras!, puedes quedarte a dormir aquí en el sofá, te traeré ropa de abrigo”.

                              En la oscuridad del salón, Rafael Marengo pensó que Ágata tenía razón. Solo faltaba voluntad política, que solo la presión internacional terminaría por apurar un proceso inevitable para la simple sobrevivencia de los países de América del Sur. Al momento de apagar la luz del salón, curioso se acercó a unos pequeños cuadros como pequeñas vidrieras que colgaban ornamentalmente de la pared adyacente al interruptor. Sorprendido observó que dentro de cada una de ellas estaban las tres pruebas físicas de esta historia:

                              • “¡No terminan de sorprenderme!, – exclamo -, un enigma que representa un desafío para la ciencia explicar. Pero aquello modificó el desarrollo del presente y alteró el futuro por venir».

                              Apagó la luz, se acostó en el sofá, cerró los ojos tranquilos porque mañana ninguna tragedia humana amenazará el porvenir de nuestros hijos. La colisión armada de ambos países por razones geopolíticas se había evitado nuevamente.




                                                                URL de esta publicación:

                                                                OPINIONES Y COMENTARIOS