El Perro Caballero : Capítulo 1 – Armados Caballeros

El Perro Caballero : Capítulo 1 – Armados Caballeros

Juan Cicero

13/05/2025

Capítulo Uno: Armados Caballeros

En la ciudad capital del reino de Cannist (el reino de los perros), a los lados de la gran plaza central que hay al centro de la ciudad, se alzan cinco edificios: al sur, los dos edificios de los sindicatos que dirigen a los gremios del reino, el edificio azul del Sindicato Pegaso y el edificio rojo del Sindicato Dragón (aunque antes era un solo edificio para el extinto Sindicato Gryffin); al oeste, el palacio real de Cannist, en donde está el castillo en el que reside la familia real (la familia Terrier-Alarcón), el palacio donde los reyes llevan a cabo sus labores de gobernantes, el gran jardín de la reina y el edificio del consejo donde se dirige el gobierno del reino de parte de las catorce casas consejeras; al norte, el Gran Santuario Mayor de Cannist donde los fieles a la Fe de Akim se congregan y tienen la dirección para los asuntos de la Fe, y donde vive y preside el Gran Sabio Mayor de todo el reino, el Gran Sabio Mayor Aurelius Albitar, un magnífico perro San Bernardo; y al este, el Cuartel General del Ejército de Cannist, el cual también es conocido coloquialmente como “La Ciudadela”, y donde se dirigen las operaciones de todas las fuerzas armadas del reino bajo la dirección de los tres mayores comandantes: el General Taiyang del ejército, la Capitana Brianna de la Guardia Civil, y el Gran Maestre Harikan “Han” Solarian de la Órden de La Ciudadela.

Este último edificio es el que nos concierne, porque en su interior, en el salón de eventos de La Ciudadela, se está llevando a cabo el nombramiento de nuevos caballeros y damas de batalla para el reino. Doscientos perros jóvenes de veintiún años que estaban a la espera de, uno por uno, ser convertidos en caballeros por nada más y nada menos que la reina de Cannist: Kika, La Benévola. La más hermosa jack russell terrier del mundo.

Salió muy temprano del palacio real escoltada por guardias espléndidos y las más fieles damas de compañía, así como algunos cortesanos y heraldos, y venían con ella sus cuatro hijos, los príncipes de la familia real Terrier.
Ataviados con uniformes y vestidos de un color distinto cada uno, ahí estaban los cuatro en el estrado del salón de eventos. El gallardo y tímido príncipe Lucas en su uniforme bermellón con botones dorados; la erudita y sagaz princesa Chita en un vestido lapislázuli; el inquieto príncipe Pedro con un verde neón en su uniforme y la enternecedora princesa Vivian llevando un vestido amarillo que encaja con la radiante aura que siempre lleva su infantil presencia. Los cuatro estaban a la espera de que diera comienzo el pequeño gran momento.

Y así, dió inicio. Los heraldos y los músicos dieron comienzo a la ceremonia. De todas las razas y colores, dos centenares de jóvenes perros eran acompañados por sus mentores. Por ahí estaba el joven boxer Alan Montes y su mentor el caballero pastor belga Don Han, y también desde el norte del reino habían venido las tres hermanas border collie Dari, Pavi y Alani Carvajal, al cuidado de su mentora la Dama Norma Luminari.

Pero quienes más emocionados estaban eran cuatro aprendices de un mismo caballero. El pastor suizo Don “Chack” de Garrafa, joven aún pero ya muy experimentado, estaba tan emocionado como sus cuatro acompañantes que ya eran más que sólo sus pupilos, los cachorros que nunca había tenido: el spitz finlandés Tomás Buenaventura Pérez firme y con todo el carisma de quien ha llegado a la madurez, el dálmata Rover Hernández Castillón con su semblante pícaro pero noble, el shiba inu Haruki Sugimura Kawabe risueño y animado, y el maltés Bit Garbanzo Manzanar, tan feliz y realizado como nervioso, pero preparado.

La reina se puso de pie en cuanto las palabras de inicio terminaron, y uno por uno llamó a todos los que estaban en las listas que fueron presentadas ante ella. Al llegar al número veinticinco, Bit Garbanzo Manzanar se puso de pie tras oír la armoniosa voz de la reina pronunciar su nombre. Este entusiasta maltés estaba por recibir el parteaguas de su vida.

Al igual que todos, iba vestido con el uniforme ceremonial de la caballería: un atuendo de tela blanca cubierto por una capa del mismo color, grabada con la huella de la orden a la que se uniría. En su caso, La Orden de La Huella Negra, la más pequeña de las cinco órdenes del reino. Caminó sobre la alfombra roja del pasillo hasta que llegó al estrado superior y se postró ante la reina, iluminada por la luz que entraba a través del vitral con los grabados de los diez reyes de la dinastía Terrier, reflejándose en el vestido dorado de la monarca.

“Es el momento”, pensó Bit, “Akim, Gracias por esto”.

El maltés se puso sobre una rodilla en cuanto las trompetas que lo presentaban dejaron de tocar. La reina sonrió con una calidez maternal y mucha simpatía. Extendió la pata y Bit le dió gentilmente un beso.

– Bit Garbanzo Manzanar Del Valle, hoy serás investido caballero del reino de Cannist con todas las obligaciones que tan elevado cargo conlleva. ¿Estás dispuesto, preparado y listo para aceptarlo?

– Sí, mi señora. – dijo el maltés con entusiasmo apenas contenido – Tomo con gratitud y dignidad el honor que me ha concedido benignamente de servir al Reino de Cannist como caballero, y al Reino de Akim.

El único que estaba en el estrado además de la reina y los príncipes (y del propio Bit, claro) era el Gran Sabio Auxiliar , un pastor australiano que representaba a la figura mayor de la Fe de Akim en el reino, y que estaba contemplando la escena con solemne agrado. Lo acompañaba un Sabio más joven que era un , y éste llevaba la espada con la que sería ceñido el maltés. El Gran Sabio Auxiliar dijo con fuerte voz:

– “Akim, Rey Supremo y Absoluto, de Animalia, bendice esta espada con la que tu caballero será ceñido.”

Recitó una oración en la que pedía que en el simbolismo y en la práctica esa espada fuese usada para defender santuarios, hogares y negocios, y a todo macho, hembra y cachorro entre los habitantes perrunos de Cannist, atrayendo corazones a la luz de la verdad y la justicia, y rechazando y combatiendo las tinieblas y luces del engaño. También invocó a Leakim, el Gran Capitán, el Grifo que comanda a los Guardianes Celestiales.

El Sabio entregó la espada a la reina y ella la sostuvo hacia abajo y así se quedó de pie un rato, con mucha solemnidad.

El Gran Sabio se dirigió a Bit con firme postura y llevando un rollo entre las manos, que fue desenrollando y lo iba leyendo mientras hablaba al maltés:

– Ahora, Bit Garbanzo Manzanar Del Valle de Cannist, ¿juras solemnemente cumplir con las diez leyes principales de la caballería?

El maltés habló con la mayor claridad de voz que pudo diciendo, con honestidad en su intención al estar bien consciente de lo que estaba afirmando:

– ¡Sí, lo juro!

El Gran Sabio prosiguió:

– ¿Juras seguir las virtudes de todo caballero con atención y para vivir rectamente y ser en toda tu actitud un ejemplo de virtud para todo ciudadano del reino y de las tierras extranjeras?

– ¡Sí, lo juro! – repitió el maltés con la misma sinceridad, discernimiento y seguridad de la primera vez.

– ¿Y juras estar siempre al servicio de Las Leyes Sagradas, de la corona real de Cannist, y de todos los ciudadanos que conforman este reino, grandes y chicos, fuertes y débiles, todos por igual?

– Sí, lo juro – dijo Bit una vez más. Y se llevó las patas al pecho al terminar, simbolizando el llevar todos sus juramentos y las virtudes que reclamaba en ellos a su corazón y resguardarlos ahí para siempre, para que fueran los que le dieran vida con cada palpitar y bombeo de su sangre y que si algún día le llegasen a faltar sus promesas, fuese igual a que le llegase a faltar la sangre necesaria para vivir.

La reina asintió agraciadamente y avanzó hacia el maltés, quien bajó su rodilla derecha y se quedó firme con la cabeza inclinada. Con elegancia, la reina le presentó la espada y Bit la tomó de la hoja envainada, la cual se fue revelando cuando la reina desenvainó el arma con delicadeza: la hoja de vidriamante, el material tan claro como el cristal, tan sólido como el diamante y tan fuerte como el acero, pero liviano como seda fina. Sólo unos pocos caballeros tenían el privilegio de llevar espadas de este material, forjado con gran habilidad y famoso por su rareza. Aunque estaba más afilado que una hoja de metal, era un material prodigioso y noble, no cortaba la materia viva y sólo hería para neutralizar, lo que algunos consideraban inútil pero lo volvía el arma más noble y eficaz en el combate.
– Y ahora, haz tu juramento final ante la reina y señora a quien servirás en tu carrera militar – dijo el Gran Sabio Auxiliar.

– Yo, Bit Garbanzo Manzanar Del Valle, juro total lealtad y fidelidad a Akim, su Fe y su Ley por encima de todo; a la corona de Cannist y su familia de cargo, su consejo y sus ciudadanos sean oradores, defensores, trabajadores, nobles o plebeyos –

Hubo un silencio emocionante. La reina sonreía complacida, encantada con el valor, la sinceridad y el amor que veía en los ojos y oía en la voz del joven bichón maltés cuyo corazón latía a mil por hora viviendo como su sueño se volvía realidad en la vida.

– Don Bit Garbanzo Manzanar Del Valle, eres desde este momento caballero del Reino de Cannist… – mientras decía esto, con suma cautela colocó la hoja de la espada sobre el hombro derecho de Bit, y luego la pasó al izquierdo – … y de la Orden de la Huella Negra.

Mientras Bit contenía la emoción y una desbordante sonrisa, la espada se posó suavemente sobre su cráneo, y luego sobre sus hombros de uno en uno nuevamente.

– Por Akim y por Cannist – dijo la reina, dando fin al momento clave del espaldarazo – Ahora levántate, y toma tu espada, caballero.

La reina volvió a poner la espada en pose de cruz y se la entregó al maltés, que la sostuvo por el mango con su pata izquierda mientras volvía a llevarse la derecha al corazón.

– A partir de este momento, Don Bit, eres caballero de Cannist. Actúa como tal y nunca deshonres este puesto.
El maltés levantó la mirada desbordando de emoción. Sus amigos y su mentor lo miraron todos con la más grande alegría. Todos los presentes compartían la euforia del momento que muchos jóvenes estaban viviendo, pero que se sentía de algún modo especial para con ése maltés, que ya tantas aventuras había tenido… Los cuatro príncipes sonreían serenamente, y la princesa Chita, aunque fingía seriedad, le guiñó un ojo a Bit.
El maltés, impulsado por la emoción y también la inquietud, de pronto se dirigió a la reina y sin atreverse a mirarla dijo:
– Mi señora, juro lealtad a la caballería, al reino y a la Ley de Akim, pero soy un débil perro faldero que desconfía de su propia debilidad. Le suplico que no se olvide de mí y pida por mi fortaleza y perseverancia a Akim, junto a los Sabios del reino.
La reina reaccionó con una inmensa sorpresa de la que se sintió muy conmovida y enternecida. La mayoría de los presentes guardaron silencio, pero hubo algunos que soltaron murmullos, ya sea preguntándose qué diría la reina o incluso burlándose de la petición del maltés. La reina asintió y levantó el rostro del maltés para que la viera a los ojos.

– Así lo haré. Porque percibo la bondad y la emoción de tu corazón, y porque has aprovechado este momento para hacer tan noble y humilde pedido, te prometo, Bit, que no habra ningun solo dia en el que no piense y ore por ti en particular, mi caballero.

Con una cálida sonrisa, la reina le dió un beso en la cabeza, como una madre a su cachorro. Todos los presentes se sorprendieron, pues nunca antes un rey había mostrado tal gesto, al menos no en este reinado. Bit sentía el corazón a punto de estallar, o más bien ya lo había hecho, se estaba incendiando al menos.
Luego la reina habló a todos los presentes diciendo a gran voz:

– Un caballero que reconoce su propia debilidad y busca superarla, es más fuerte ya que el más bravo guerrero.

Bit se levantó, ya no como escudero, sino como caballero, recibiendo su espada de parte de la reina, que lo miraba con un calor maternal. Sus amigos, su mentor y todos los presentes aplaudieron emocionados, sabiendo que había algo especial en el nombramiento de este maltés, que ya tenía segura una simpática huella en la historia de Cannist.
– ¡El reino recibe un nuevo caballero! – gritaron todos con júbilo, y Bit volvió a su lugar.

A su ritmo, cada uno de los escuderos presentes pasó. La reina no demoraba más de unos cuantos minutos en atenderlos, pero lejos de hacerlo como algo rutinario y sin emoción, ella sabía que cada uno de estos caballeros era un alma viviendo su propio momento, y cada uno de ellos tenía un corazón que latía con frenesí en su interior ahora que estaban convirtiéndose en héroes y heroínas de su generación. El dálmata Rover se inclinó emocionado y sin borrar su sonrisa. Haruki estaba nervioso y temblaba un poco, pero Tomás como buen líder fue quien mejor mantuvo la compostura de los cuatro. Y después pasaron más y más hasta que al cabo de una hora los 200 jóvenes estaban ya todos armados caballeros y damas de batalla. Cada uno con su atuendo personal y su túnica ceremonial de la orden correspondiente. Los “gemelos” Max y Diego pasaron uno tras otro, el joven, simpático y tímido Alan Montes, y el gallardo Kenai también, así como las hermanas Dari, Pavi y Alani, junto a más perros machos y hembras que estaban en el mismo camino. Así continuó la mañana hasta que al fin todos estuvieron armados y listos, las trompetas sonaron una vez más y los últimos discursos dieron fin a la ceremonia. Los mentores de los jóvenes salieron primero. Las Damas y Caballeros que habían traído a sus aprendices se retiraron sin ellos, e incluso antes del final de la ceremonia: se iban en cuantos sus aprendices llegaban ya armados. Don Chack se retiró del salón en cuanto Tomás volvió a la banca y regresó al Castillo de Garrafa. Ahora que todos los jóvenes eran independientes, salieron en multitud al final.

Y así, Bit y sus amigos salieron de La Ciudadela como caballeros del reino de Cannist. Al encontrarse ante la gran plaza de la ciudad fueron recibidos por una gran multitud que los ovacionó junto a los demás recién armados.
La reina, acompañada de su corte y escolta, volvió al palacio real atravesando la plaza junto a sus hijos. La princesa Chita le chocó la pata a Bit sin detener la marcha, los dos príncipes machos lo felicitaron igual sin detenerse, pero la princesa Vivian se detuvo y abrazó emocionada al maltés, con el genuino cariño que le tenía. La reina se retiró entre aplausos y ovaciones a las que correspondía con modestia y finalmente se resguardó con sus hijos en la residencia de los monarcas del reino.

– ¿Alguien imaginó que sería tan bellamente maternal? – preguntó Tomás.

– Sí lo esperaba. No por nada es una reina – dijo Rover.

– ¡Y vaya reina! – dijo Haruki – Nunca había visto a nadie tan bella, gentil e imponente a la vez… Nadie salvo mi mamá, al menos.

Bit no dejaba de sentir esa conexión que hubo en el momento en que ella le prometió sus oraciones. Esto era lo que más había sellado su juramento para servir a esta monarca y a todo el reino que estaba a su disposición.

– Fue como si estuviera en presencia de una Guardiana Celestial. – dijo el maltés – Como si pudiera haber visto una profecía en su mirada. No tengo idea de qué me diría esa profecía, pero sé que era favorable. Como una promesa amiga.

– Bueno, no es por nada. Estarás en sus contemplaciones diarias de aquí en adelante. Creo que hasta te quiere adoptar. – dijo Rover, dándole un golpe en el hombro a su amigo, que se ruborizó.

– Ya de por sí él y Chita son algo así como “hermanos de otra sangre”. – añadió Haruki. – No nos vendría mal que nuestro compañero sea cercano a la familia real… quién sabe, tal vez se case con la princesa Vivian cuando ella crezca y se nos convierte en príncipe.

Bit le soltó una palmada por el comentario, pero no pudo evitar reír y ponerse más rojo aún.

– Es un excelente comienzo – dijo Tomás – Aunque nos hubiera armado Chack en la bodega del Castillo de Garrafa habría sido fenomenal. ¿Pero La Reina, en la ciudadela de la capital? Esto es empezar en lo alto. Ahora siento como si estuviera en la cima del mundo sin estar preparado, pero aunque miremos abajo, de aquí ya no podemos sino mantenernos firmes y seguir subiendo.
Los cuatro amigos se quedaron ahí en la plaza un momento, aún atónitos en el momento, mirando a los ciudadanos a los que ahora se dedicarían a servir y proteger.
Todos se dedicaban a sus amados y honrados oficios: las piezas de las motos forjadas con acero, la alfarería y artesanías de todo tipo, la pintura, la mimbrería, el ocuparse de los jardines, o el simple pero noble arte de cocinar hamburguesas. En esta plaza se podían ver los dos edificios de los sindicatos que dirigían y organizaban toda esta vida de sociedad, las banderas azules del Sindicato Pegaso enfocado en administrar los gremios de los medios, las artes, la educación y las ciencias, y las rojas telas del Sindicato Dragón que administraba los gremios de los oficios, las empresas, las marcas, la milicia y la seguridad. Los ciudadanos se movían en la plaza vestidos de la manera habitual, con los colores siempre animados que caracterizaban a la moda del reino de Cannist. Vivían aún en las tradiciones que los habían hecho ser quienes eran, el pedazo del mundo que aún no había cedido al flagelo de La Coalición y de la caída del imperio que hace apenas un siglo seguía existiendo. Los cuatro amigos habían conocido el mundo fuera del reino, ese que se podía ver tan bello y a la vez estar tan podrido en muchos aspectos, donde se habían olvidado desde los valores más importantes hasta la más simple calidez de las casas, la ropa o la comida. El reino no podía jactarse de ser una garantía de no caer en el mismo declive. Todos tienen la misma capacidad de volverse tan fieles y justos como la gloria del cielo y de caer a lo más profundo del averno. Cannist había mantenido su identidad, aunque no sólo eran las casas de estilo tradicional ni los escudos heráldicos, ni la música y la comida natural, ni los colores en la ropa o las espadas y armaduras de los caballeros lo que aseguraba la fidelidad de Cannist y su perseverancia como remanente del imperio. Eran las virtudes que aún se luchaba por mantener, aunque en los tiempos modernos cada vez es más difícil perseverar en ellas, y Cannist había sido también golpeado desde dentro por una constante maniobra para hacerlo abandonar lo que era .

Y el objetivo de este ataque no era meramente destruir los castillos o los monasterios. Eran sobre todo los ciudadanos, esos perros que vivían día a día en el reino al que llaman hogar, algunos sin pensar mucho en lo que acechaba a todo este pequeño mundo que tenían, otros cediendo a su declive, y otros perseverando día con día en la luz y la virtud que hacía a Cannist ser lo que siempre había aspirado a ser. Los ciudadanos que eran a quienes estos caballeros habían de proteger y servir, y que también eran los más feroces combatientes del frente más delicado de la lucha, ese que sostenía a toda su sociedad.

Podían verlos también ir por aquí y por allá visitando los sitios de interés del centro, y sobre todo acudiendo al Gran Santuario Mayor desde donde vieron la figura de un magnífico perro San Bernardo asomándose desde un balcón en una de las torres, y encontrandolos con la mirada, sonriendoles y levantando la pata con agrado. Era el Gran Sabio Mayor del reino, Aurelius Albitar. Los cuatro correspondieron el saludo emocionados.

Los chicos y chicas que habían sido armados se fueron dispersando. La mayoría ya se retiraban al Cuartel de las cuatro órdenes, o bien, los que fueron armados en La Orden de La Ciudadela regresaron al edificio para buscar sus habitaciones.

– ¿Y ahora, líder? – dijo Rover a Tomás, emocionado de que su buen amigo, que siempre los había liderado aún bajo la autoridad de su superior, ahora era por completo su líder oficial y el capitán de este cuarteto. Tomás sonrió con la seguridad de su nuevo puesto.

– Al castillo de Garrafa. Una última visita a nuestro mentor, y de ahí, al cuartel de las cuatro órdenes… a comenzar nuestra vida de caballeros.

Hechas ya todas las ceremonias, Bit y sus amigos no vieron la hora de lanzarse a correr por todo el reino con los estandartes reales y las espadas brillando a contraluz buscando toda clase de aventuras, saliendo en las motos y llegando a donde pudieran, aunque era claro algo que ellos ya habían vivido en los campos y los mares cuando eran escuderos, pero ahora sentían que estaban listos para lo que sea. Aquellas aventuras los habían atacado por la espalda, ahora ellos las recibirían de frente, o al menos así sentían que sería.

Pero había una cosa más que hacer, antes de ir al cuartel general de caballeros en el oeste de la ciudad y unirse a todos sus compañeros de ceremonia que iban a celebrar la nueva etapa permanente de sus vidas.

Así que los cuatro marcharon, llenos de júbilo y conteniendo la emoción mientras cruzaban las calles saludando a todos los que los veían asombrados, desde cachorros emocionados hasta ancianos admirados. Hicieron el trayecto de vuelta al castillo de Garrafa (Chack se había adelantado, pues los mentores salieron primero que los nuevos caballeros, y es su deber ir de vuelta a sus castillos o casas, y que sus aprendices los alcancen para tomar sus cosas y despedirse de ellos). Hasta que estuvieron otra vez entre las arboledas que daban hacia el territorio de Chack, y pudieron comprobar que estaban solos, los cuatro se pusieron a saltar y a correr, con todo y capas y armaduras llevando las espadas a un lado, y a gritar como los perros más felices de la tierra. Cachorros que se habían vuelto adultos y caballeros que no habían dejado de ser cachorros. Los mismos que ahora cumplían lo que habían soñado.

Cannist tenía nuevos caballeros.

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