Por mí, por la indiferencia de la muerte, y por tí, don Cristo.

Por mí, por la indiferencia de la muerte, y por tí, don Cristo.

Dimas Gallardo

05/01/2018

Por mí, por la indiferencia de la muerte, y por tí, don Cristo.

Fui dejando un rastro para que la muerte me encontrara al final del charco de sangre azul removido por la brisa intempestiva que azotaba el pueblo esa tupida noche de luna nueva. Solo los gritos atroces de las pardelas en celo que poblaban los riscos de la comarca se atrevían a surcar el aire que se mezclaba con el putrefacto olor de las heridas abiertas en mis esperanzas, que salpicaron de dolor las nubes bajas atascadas alrededor del campanario del templo, construido con barro, donde descansaba apoyado en uno de sus muros y que estuvieron llorando un rocío anaranjado que tiñó al pueblo en un color sepia durante meses. Pero por más que quise agonizar, por más que mis manos clamaran al infierno engarrotadas en la impotencia del sufrimiento, la santa muerte evitó mi mirada al pasar apresurada en sus quehaceres y me apuñaló por la espalda un sentimiento de completo abandono que reafirmó don Cristo cuando al salir del templo para su paseo nocturno preguntó de forma caníbal <<¿Otra vez borracho muchacho?>>, a lo que contesté con otra pregunta absurdamente retórica <<¿Y tu desde cuando hablas en verso maestro?>>, por lo que terminó acercándose sin responder y, elevándome con ayuda de su brazo, me acomodó de pié sobre la parte izquierda de su cuerpo, y me invitó a seguir bebiendo su sangre en la taberna del pueblo, y brindamos por mí, por la eternidad del amor en el parpadeo de mi vida, por la indiferencia de la muerte y por él, don Cristo, hasta que las casas se hubieron deformado estirándose sobre el tiempo y por las calles circularon torrentes de sagrado orín.

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS