PERIPECIAS DE LA VIDA

Juan y María era un matrimonio joven, ella 19 y él 24 años; tenían un hijo de 2 años, Juancito, y vivían en un pequeño apartamento que alquilaban.

Una tarde de setiembre del ‘89, cuando Juan fue a pagar una cuota de un videograbador que habían comprado por intermedio de una escudería, quien lo atendió era un compañero de su niñez, Gustavo, quien le preguntó:

– ¿Che, compraste terreno?

– No, qué voy a comprar, primero que están carísimos y segundo no tengo un peso –respondió Juan.

– Pero vos sabes –replica Gustavo- que hay dos terrenos muy baratos, mejor dicho: queda uno porque yo ya hice negocio con el otro. ¿Por qué no vas, lo ves y conversa con el vendedor? el mío me salió treinta y ocho mil pesos.

– Bárbaro ¡qué buen precio conseguiste! –exclama Juan- voy hasta casa e invito a mi señora para ir a verlo.

Y así sucedió, Juan llegó a su casa, habló con María de la conversación que había mantenido con Gustavo e inmediatamente salieron, con Juancito, para hablar con la propietaria del terreno. Al llegar a su domicilio, que era lindero al mismo, conversaron y llegaron a un acuerdo. Arreglaron similar precio al que Gustavo le había mencionado y a pagar dentro de cuarenta y cinco días, un gran negocio sin lugar a dudas ya que no tenían ni un peso en el bolsillo en ese momento.

Al salir de la casa de la dueña de los terrenos María le preguntó a Juan:

– Juan. ¿De dónde vamos a sacar plata, si no tenemos un puto peso?

– Ése no es el problema –respondió Juan– no solamente no tenemos un puto peso, sino que honrado tampoco.

A partir de ese momento comenzó la odisea; al llegar a su hogar aprontaron el mate y empezaron a alentar en sus cabezas la gran ilusión de todo matrimonio joven, que es tener su casa propia, y en cada mate que se cebaba iba un proyecto, tan así que, cuando le fueron a dar la primera vuelta al mate, ya habían construido media casa.

Esa noche no durmieron, su imaginación volaba, no solamente compraban el terreno, sino que además construyeron en una noche no sé cuántas casas, con sus respectivas reformas, y así se les pasó la noche, Juan y María terminaron agotados.

Al día siguiente, cuando Juan volvió del trabajo, salieron para el Banco Nacional, tal como lo habían proyectado; al llegar los atiende el portero y Juan, dirigiéndose a él, le pregunta:

– ¿Señor, para sacar un préstamo?

– Si, tiene que ir por aquella ventanilla -contestó el portero.

– Muchas gracias –replicó Juan.

Al llegar a la ventanilla, luego de una larga espera, una señora pregunta:

– ¿Están atendidos?

– No, gracias, veníamos para solicitar un préstamo –contestó María.

– ¿Cuánto necesitan? –pregunta la funcionaria.

– Aproximadamente unos treinta y ocho mil pesos -dijo Juan.

– ¡Ahhhh! –exclama la funcionaria- por esa suma van a tener que hablar con el Sr. Gerente.

– No hay problema, hablamos –replican al unísono los dos.

– Pasen por aquella ventanilla y, cuando los atiendan, le dicen al funcionario que quieren hablar con el Sr. Gerente –informó la funcionaria.

– Muchas gracias –respondió Juan.

Ya en aquella ventanilla, luego de varios minutos de espera, aparece un señor que, casualmente, era el mismo que los había atendido al principio.

– ¿Señor? –dijo el funcionario a modo de pregunta.

– Para hablar con el Gerente –le respondió María.

– ¿Motivo? –le volvió a preguntar.

– Es para solicitar un préstamo –dijo Juan.

– Para solicitar un préstamo tiene que traer recibo de sueldo, fotocopia de la cédula, balance y un recibo de luz o teléfono.

– Pero me dijeron en la otra ventanilla que para solicitar la cantidad que nosotros necesitamos debemos hablar con el Gerente –le respondió Juan.

– Primero tráigame todo eso y después cuando tenga todo solicita audiencia con el Sr. Gerente.

– Bueno…muchas gracias –dijo Juan.

Al salir del Banco, Juan y María se miraron, sin mediar palabra alguna, y a la media cuadra ambos tenían la sensación de que una de las casas que habían construido en la noche se les derrumbaba.

Al otro día con todos los documentos que les habían solicitado, llegaron nuevamente al Banco Nacional, concurrieron directamente a la misma ventanilla donde se les había solicitado la documentación y los recibió el mismo señor que los había atendido el día anterior.

– ¿Señor? –volvió a decir.

– Gracias, ayer estuvimos para solicitar un préstamo y ahora traemos toda la documentación que usted nos había solicitado –dijo rápidamente Juan.

– Déjeme ver –contestó el funcionario…

Luego de revisar toda la documentación, dijo –está casi todo bien, lo único que les está faltando es un timbre de $ 12,00.

– Pero usted ayer no nos mencionó lo del timbre –le dijo María.

– Se les habrá olvidado a ustedes, estoy seguro que les dije –contestó con desparpajo el funcionario.

– Bueno, enseguida se lo traemos –aseguró Juan.

– No, lleve todo y cuando tenga el timbre me alcanza todo junto –sentenció.

– Gracias –respondió Juan, con el tono más amable que pudo.

Salieron nuevamente del Banco, ya no solamente se sentían como dos boludos deambulando con los papeles para arriba y para abajo, sino que además tenían la sensación que los estaban tratando de mentirosos, ya que los dos estaban convencidos de que en ningún momento les habían mencionado lo del timbre. Luego de adquirirlo, volvieron nuevamente al Banco; transcurrida una espera bastante pronunciada, apareció el mismo señor que los había atendido y con una amplia sonrisa -que no se sabía si la misma era tomándoles el pelo o realmente simpatía del funcionario– les dice:

– ¿Bueno, vamos a ver si está todo pronto, al parecer si, mmm…si… está toda la documentación -afirma- pero el Sr. Gerente no los va a poder atender hasta el lunes, porque hay inspectores de Montevideo, sabe? y no se imagina cómo son cuando ellos vienen! hay que estar a disposición de ellos nada más -sentenció.

– Entonces –pregunta Juan– ¿el lunes es seguro que nos atiende?

– Si, vengan tranquilos que los atiende.

– Discúlpeme la insistencia -reitera Juan- pero lo que pasa es que tengo que arreglar en el trabajo los horarios, porque justamente en el horario del Banco yo tengo que trabajar, por eso es que le preguntaba si era seguro, si no igual arreglaba para el martes y veníamos más tranquilos.

– Bueno, déjeme ver cuando hay feria, capaz que es el lunes, a ver… a ver…, no –le vuelve a decir- vénganse tranquilo el martes que va a ser más seguro.

– Está bien –respondieron al unísono Juan y María– el martes estamos acá, muchas gracias.

Al salir del Banco, de retorno a su hogar, sin lugar a dudas el pesimismo aumentaba a un ritmo vertiginoso en el matrimonio, ya que ni siquiera habían podido hablar con el Gerente en estos dos días; además, sentían el nerviosismo habitual de todo principiante en el mundo de los negocios y, si bien todavía no habían pasado por la Escribanía para documentar el negocio, habían empeñado su palabra, y esos cuarenta y cinco días que tenían para cerrar el negocio se acercaban a un ritmo muy acelerado. Durante esos días el único deseo de Juan y María era que transcurriera el tiempo hasta llegar al tan ansiado martes.

Al final, el martes llegó; Juan no fue a trabajar; a la una de la tarde abría el Banco; quince minutos antes, María se aprontaba para salir, pero al ver a Juan con una actitud tranquila, algo sorprendida, le dijo: -Juan, es la hora. ¿Qué te pasa? ¿no te vas a cambiar de ropa?

¿No pensarás ir con ese vaquero gastado y de alpargatas?

– ¡Si, voy a ir así! Total… capaz que todavía no nos recibe el Gerente. ¿Los vaqueros no están limpios? –pregunta Juan.

– ¿Si están -responde María, no muy convencida- pero… de alpargatas??? -le dice, y en el mismo instante se contesta a sí misma –bueno, capaz que tienes razón y otra vez no podemos hablar con el Gerente.

Terminada la conversación, salieron caminando para el Banco, ya que el mismo estaba a unas doce cuadras de su casa y, de paso, dejaban en la casa de la madre de María a Juancito, para estar más tranquilos, ya que para ellos era la primera vez que hablarían con el Gerente de un Banco. En el resto del camino la pregunta era siempre la misma: ¿nos atenderá hoy el Gerente?

Hasta que llegaron; como no podía ser de otra manera ya se sentían unos expertos dentro del Banco; en la puerta, un señor que ingresaba les pregunta:

– ¿Usted no sabe donde se tramitan los créditos?

– Siiiii…!!!, ¡cómo no vamos a saber! en aquella ventanilla, ahí es donde se inician los trámites –responde Juan.

– Muchas gracias -le contesta muy amablemente el Señor.

– Pobre –dice María– todavía no sabe lo que le espera.

Ambos se miraron y con una pícara sonrisa y sin mediar palabra alguna sabían que había llegado su momento, iniciaron camino hacia su ventanilla, por así llamarla. Luego de esperar un rato, aparece el mismo señor de siempre: ¿quién sigue? –pregunta.

– Buenas tardes –responde Juan– no sé si se acuerda de nosotros, venimos porque teníamos audiencia para hoy con el Gerente.

– Con el Sr. Gerente, me dirá. –replica el funcionario.

Juan y María se miran sin responder una palabra, maldiciendo en su interior la ironía del hombre.

– Si -dice el funcionario– esperen por ahí que enseguida los van a atender.

– Gracias –responde Juan.

Miraron para atrás de ellos y vieron asientos disponibles, así que se sentaron, enseguida María comenta:

– Juan, me siento tan incómoda, parece que viniéramos a mendigar, no soporto con la altanería que nos están tratando.

– ¡¿Bueno, -responde Juan– qué vamos a hacer?! lamentablemente es la única posibilidad que tenemos para comprar el terreno, levanta ese ánimo, que la esperanza es lo último que se pierde –sentenció.

Luego de transcurrir no menos de media hora, aparece el funcionario y los llama -pasen por aquí que el Sr. Gerente los va a recibir.

– Gracias –contesta Juan– mientras que María muy colorada de cara se mantenía callada.

– Pasen y tomen asiento –dice el Gerente– mientras con su mirada les sacó una foto a los dos, de los pies a la cabeza.

– ¿Que los trae por acá? –enseguida les pregunta.

– Sabe usted señor que tenemos una posibilidad de comprar un terreno, para con el tiempo poder construir nuestra casita –dice Juan con voz cohibida.

– ¿Y cuánto necesitan?

– Precisamos treinta y ocho mil pesos –responde Juan– mientras María, sin decir nada, seguía atentamente la conversación y su pesimismo cada vez era mayor.

– ¡Es mucha plata! –responde el Gerente– déjeme ver la documentación.

Luego de pasados tres o cuatro minutos, y de revisar la documentación, manifiesta: -de acuerdo a lo que usted gana le podemos dar un préstamo por cinco mil seiscientos pesos, salvo que presente otros ingresos de su señora.

– Pero yo no trabajo –dice María.

– Pero capaz que pueda certificar ingresos por intermedio de un escribano y así aumentar el monto –responde el Gerente.

– Pero el problema es que aún estamos lejos de la cifra que necesitamos –dice Juan– ¿Y hasta en cuántas cuotas lo podemos hacer? –vuelve a preguntar.

– El máximo de cuotas son 24 –responde el Gerente.

– ¿No existe alguna línea de crédito que sea en más cuotas? –insiste Juan.

– No, la verdad que no -responde el Gerente– la única solución que les queda es que consigan ocho personas con ocho garantías que sean propietarios y de esa forma poder llegar a la cifra que ustedes quieren.

– Pero eso es un disparate –contesta Juan– y a su vez le pregunta: ¿Usted lo haría?

– ¡Nooo…! la verdad que no –contesta el Gerente con una sonrisa irónica– y levantándose del asiento los despacha con un –bueno, cualquier cosa estamos a las órdenes.

Juan y María se paran inmediatamente y dándoles las gracias por haberlos atendido se retiran del despacho. ¿Al pasar por la ventanilla el funcionario que los había atendido en un principio los despide con un “y??? cómo les fue muchachos?” en un tono jocoso y con una sonrisa de oreja a oreja; aunque las caras de Juan y María lo decían todo igualmente respondieron con un “mal y gracias por todo” retirándose del Banco.

Salen caminando por la vereda, pensativos, en silencio y anímicamente destrozados, recién faltando un par de cuadras María le dice a Juan:

– Viste que no es tan fácil, nos vamos a quedar sin el terreno.

Juan, aunque por dentro pensaba lo mismo, y buscando levantarle el ánimo a María, le dice:

– Nunca ha sido nada fácil para nosotros, pero vas a ver que lo vamos a lograr, no nos podemos entregar.

– A mi lo que más me duele es como nos tratan y nos miran, parece que fuéramos malas personas ¿te fijaste como te miró el Gerente? yo te dije que te cambiaras de ropa y no fueras de alpargatas, capaz que hubiera sido distinto si te hubieras cambiado de ropa –dice María.

– Nooo!!! -exclamó Juan- de la forma que hubiésemos ido vestidos iba a ser lo mismo, la respuesta siempre iba a ser la misma ¿qué te parece si mañana vamos a otro Banco para plantear el tema? quién quita que agarremos un Gerente más piola, porque la verdad es que, a lo primero me sentía medio cohibido, pero después me defendía.

– No -contesta María– lo mejor va a ser ir a hablar con la señora para decirle que no nos vamos a quedar con el terreno, si en este Banco no lo conseguimos mucho menos lo vamos a poder hacer en los otros, aparte para que te traten como te tratan prefiero quedarme sin el terreno.

Y la conversación quedó ahí, ya que llegaron a la casa de la abuela para levantar a Juancito y luego siguieron para su casa. El tema por ese día no se conversó más.

Al otro día, Juan, como todos los días, a las seis y treinta de la mañana salió para el trabajo. A media mañana lo llama por teléfono Carlitos, un amigo que desde hace un año estaba trabajando en Montevideo y generalmente se encontraban para matear los fines de semana; en la conversación, Carlitos le pregunta:

– ¿Qué te pasa?… Me parece que andas medio bajoneado.

– Y… más o menos, este fin de semana te cuento.

Al llegar el fin de semana, así como lo venían haciendo desde que Carlitos se fue para Montevideo, se reunieron para matear. Mate va, mate viene y Juan le cuenta el tema del terreno y los trámites que había realizado, hasta que Carlitos le increpa, de buena manera, por qué no le había avisado antes, ya que su Jefe tenía conocidos en el Directorio del Banco y sabía que a veces esos temas podían tener solución, además de recordarle a Juan que su jefe lo conocía y tenía mucho aprecio por él.

– Déjame ver –comenta Carlitos– el lunes, cuando vaya a Montevideo, lo hablo con el jefe, capaz que tenemos suerte.

Terminaron la mateada y Juan, al llegar a su casa, le comenta a María la conversación mantenida con Carlitos.

– Nunca ha sido fácil –comenta él– pero, ¿quién quita que no tengamos suerte y por ese lado se nos dé la oportunidad?

– No te ilusiones –dice María– porque en realidad no nos van a dar corte porque somos unos pelagatos.

– Yo sé que tenés razón, pero Carlitos me dijo que su jefe me aprecia y capaz que nos da una mano –contesta Juan.

– No te das cuenta que son todos políticos –replica María– primero nos ilusionan y después no nos dan bola.

– Bueno… pará un poco, vos sabes que con Carlitos nos conocemos de años y siempre ha estado en las buenas y en las malas con nosotros.

– Yo no lo digo por Carlitos –vuelve a replicar María– vos sabes que yo lo digo por los políticos, y el jefe de él es político, y son todos iguales.

– Vamos a esperar –contesta Juan– total, con esperar no perdemos nada y capaz que tenemos suerte.

Y así pasaron los días, hasta que una mañana se encontraba Juan trabajando y recibe un llamado:

– Hola ¿quién habla?

– Carlitos… como te va, mira te la hago cortita, el lunes tenés que venir con María por Montevideo, me parece que vamos a tener suerte, porque el jefe ya habló el tema y los recibe el Secretario del Director del Banco, yo los voy a acompañar.

– Che… ¿tengo que ir de traje o por lo menos de saco y corbata no? – pregunta Juan.

– Déjate de joder, ven como quieras, este fin de semana coordinamos, chau un abrazo.

Juan quedó como enloquecido, lo primero que hizo fue llamar a la casa de su suegra, porque él no tenía teléfono para avisarle a María, ese día anduvo como loco, ¡la ilusión volvió nuevamente!

Cuando llegó a su casa, lo primero que hizo fue besar a María y le dijo:

– ¿Viste?… ¿qué te dije?, capaz que tenemos suerte y nos podemos hacer del terreno y ahí construir nuestra casita!

– Vamos a ver –dice María– capaz que tenés razón y tenemos suerte, pero eso si, esta vez vamos a ir bien vestidos, vos vas a ir de traje. ¿De acuerdo?

– Bueno está bien, por las dudas me lo voy a ir probando, porque desde que nos casamos no me lo he vuelto a poner, espero que me sirva.

– Bueno Juan, no es para tanto tampoco –contesta María.

En la tarde, mientras caminaban por el Parque junto a Juancito, Juan por momentos quedaba pensativo, en un momento que María se da cuenta de la situación le pregunta:

– Juan… ¿qué te pasa?

– Vos sabes que estaba pensando que capaz que el Gerente del Banco se molesta porque vamos a ir a hablar al Directorio, ¿y si lo toma a mal y después nos empieza a complicar? ¿qué te parece si vamos a hablar con él nuevamente?

– Yo no –dice María- ¿por qué tengo que ir a pedirle permiso a él para ir a hablar al Directorio?

– Bueno, no es ir a pedirle permiso, es por delicadeza, ¿qué te parece?

– Yo creo que no pero igualmente te voy a acompañar para que no te sientas mal -responde María.

– Mañana vamos –dice Juan– esperemos que nos atienda.

Al otro día luego de venir de trabajar, Juan se cambió de ropa y se tiró en la cama a jugar con Juancito, hasta que María le recuerda que se va a cerrar el Banco, partiendo nuevamente con ese rumbo.

Al llegar, van directamente a la ventanilla de siempre, casualmente no había gente esperando, recibiéndolos nuevamente el mismo funcionario.

– ¿Qué desean?

– Quisiéramos ver la posibilidad de hablar con el Gerente –dice Juan.

– ¿Habían solicitado audiencia?

– No –responde.

– Esperen un momentito voy a hablar con el Sr. Gerente para ver si los puede atender –dijo el funcionario– y entró.

– Menos mal –dice Juan a María– que no hay nadie, en una de esas tenemos suerte y nos atiende enseguida.

– No te ilusiones –contesta María– de alguna manera se las van a ingeniar para complicarnos.

– Vos siempre negativa, no me levantes tanto la autoestima de esa forma que me va a hacer mal –ironizó Juan.

En ese momento llega el funcionario, pasen por acá les dice. Juan y María se miran y diciendo solamente muchas gracias, avanzaron hacia la gerencia.

– Adelante –los recibe el Gerente.

– Buenas tardes. ¿Cómo anda? –replican al unísono Juan y María.

– ¿Qué los trae por acá, nuevamente? –pregunta el Gerente– tomen asiento.

– Usted se acuerda que nosotros, estuvimos el otro día, porque andábamos con la intención de comprar un terreno –dice Juan.

– ¡Cómo no me voy a acordar de ustedes! ¿consiguieron las dieciséis personas necesarias para llegar al monto que necesitan? -preguntó, y agregó: pero saben que estuve pensando y con catorce alcanza, porque uno de los créditos puede ir a nombre de Uds. –le dice el Gerente– con un aparente tono irónico y una sonrisa que tampoco se quedaba atrás.

Juan y María se miraron y en su mirada se reflejaba la indignación, impotencia y ganas de mandarlo al diablo; si bien no hacía todavía dos minutos que se habían sentado, se pararon y Juan dijo:

– No mire, usted sabe que eso es muy difícil. Veníamos para hablar porque nos enteramos de que en algunas oportunidades los directores del Banco autorizan a elevar el monto de los préstamos y a extender los plazos de pago. Es por eso que decidimos venir a hablar con usted, porque íbamos a intentar ir hasta Montevideo para ver si podíamos hablar con alguno de ellos para plantearle nuestra situación y sin perjudicarlo a usted, no sea cosa que vayamos a hablar y usted se sienta perjudicado, por eso es que venimos a pedirle su opinión.

– ¡Nooo…pero por favor!!! – exclama el Gerente, sonriente y mirando nuevamente de arriba abajo a Juan, vestido como siempre de remera, vaquero y alpargatas– vayan, hablen con quienes quieran, conmigo no van a tener ningún problema, pero no van a lograr nada, lo que van a lograr es perder tiempo y dinero ya que ellos acá no tienen injerencia, soy yo quien resuelve este tipo de problema y la única solución es la que le mencioné anteriormente.

– Bueno, entonces muchas gracias –dice María- saliendo rumbo a la puerta, no sin antes despedirse del funcionario que siempre los recibía.

Al salir a la calle, no se hizo esperar el reproche de María:

– ¿Viste? ¿qué te dije? siempre lo mismo, venimos y nos toman del pelo, parece que venimos a mendigar y todavía aguantar esas sonrisas irónicas y sarcásticas, además te digo, viste como nos miran de arriba abajo, ¿por qué no te cambiaste de ropa?

– Bueno, ¡yo sé que tienes razón! -dice Juan– pero ahora podemos ir tranquilos a Montevideo y si logramos que nos den el préstamo no se va a poder molestar que pasamos por encima de él.

Y así siguieron discutiendo hasta llegar a su casa; en definitiva María ya presumía que esto iba a suceder y la intención de Juan se debía a que si posteriormente llegaban a lograr su objetivo no le gustaría que el Gerente le dijera que lo habían dejado de lado o pasado por alto, ya que esta situación se da muy a menudo en las estructuras de las empresas que dependen de un Directorio, donde estos deciden sin tener en cuenta muchas veces las opiniones de los jerarcas de menor escala; en definitiva Juan se sentía liberado para toda acción posterior, más teniendo en cuenta que el lunes debían concurrir a Montevideo.

Los días pasaron el pesimismo de María aumentaba cada día y Juan siempre mantenía viva su esperanza, habían conversado con Carlitos sobre lo sucedido con el Gerente, de la forma que los había tratado y de la ironía con que los recibían cada vez que concurrían al Banco.

– Dejen quieto, no se hagan problemas –les dijo Carlitos– van ver hay un famoso dicho: “el que ríe último ríe mejor”, no hay que perder las esperanzas, total en el peor de los casos el resultado va a ser el mismo que tienen hoy, además vos siempre decís “nunca es fácil para Juan”, entonces. ¿Por qué ahora va a ser así?

Ese toque de humor de Carlitos enseguida sacó una sonrisa del joven matrimonio y con un “tenés razón, nunca es fácil para Juan”, pasó la conversación a otros temas, que era el gran objetivo de Carlitos para distender los ánimos de la pareja.

Pasó el fin de semana y el lunes, cerca del mediodía, Juan y María se aprontaban para ir a tomar el ómnibus para Montevideo. María, rubia de ojos claros, muy bien maquillada, se había vestido de pollera y blazer verde agua, realmente estaba muy hermosa, mientras que Juan se había puesto el traje azul con el cual se había casado, quedándole un poco ajustado, principalmente el saco, que lo tenía que usar desprendido, aunque no ocultaba su incomodidad con su vestimenta, ya que no le gustaba andar de saco y corbata. La Terminal de ómnibus quedaba aproximadamente unas diez cuadras de su casa; a Juancito, como siempre, lo dejaron con la abuela y entonces partieron.

En el camino, ya sobre el ómnibus, la conversación de Juan y María estaba basada sobre lo poco que les gustaba viajar a Montevideo, pera esta vez tenían la suerte que Carlitos los estaba esperando y los iba a acompañar.

Cuando llegaron, Carlitos no los esperaba, la primera reflexión de María fue:

– Ahh viste? son todos políticos, todo bien, ¡todo bien pero cuando llega el momento no están!

– No seas mala vaya a saber qué le pasó, capaz que no pudo venir, lo voy a llamar por teléfono –responde Juan, tratando de justificar a su amigo.

Enseguida van hasta un teléfono monedero y Juan lo llama.

– Vamos –dice Juan– Carlitos está en la oficina, que queda a dos cuadras de acá y de paso ya saludamos a su jefe, que se ha portado muy bien con nosotros, a pesar de conocernos poco.

– Está bien, vamos, pero es como yo te digo “son todos políticos” –repite María.

Esas dos cuadras fueron interminables para el matrimonio, más que nada por la incomodidad de caminar entre tanta gente, nada que ver con la tranquilidad de la ciudad de Minas donde ellos residían.

Al llegar a la empresa donde trabajaba Carlitos, éste los recibe con una sonrisa y un “disculpen me resultó imposible ir a esperarlos, pasen por aquí tomen asiento y si gustan un cafecito”.

– No por favor –dice María– observando para todos lados el lujo que había en aquellas oficinas.

– No gracias –dice Juan- se ve que andan muy bien tus cositas.

– No seas malo –contesta Carlitos– no me castigues, nos tomamos un café, pido locomoción y partimos para el Banco.

– Bueno, está bien no sin antes saludar a tu patrón por las molestias causadas y agradecerle el gesto, pero ¿no me digas que tienes chofer y todo? –bromeó Juan- ¡cuando se enteren allá los muchachos! ¿quién te ha visto y quién te ve? –insiste jocosamente.

Y así fue, saludaron al patrón de Carlitos y salieron para el Banco, cuando llegaron había grandes colas, pero Carlitos mostraba su tarjeta personal y todo el mundo a sus pies; tal era el asombro del matrimonio por la facilidad que pasaban de una oficina a otra, que en una oportunidad Juan en tono bajo y jocoso le dice:

– Carlitos es como yo te digo “¿quién te ha visto y quién te ve?”, muestras tu tarjeta y todo el mundo a tus pies.

Carlitos, con una amplia sonrisa enseguida manifiesta, “no seas malo, sino es así salimos mañana del Banco.”

Al llegar al despacho del Director, muy amablemente un señor los recibe.

– Buenas tardes, a sus órdenes, ¿qué deseaban?

– Tenemos una entrevista con el Sr. Huelmo Pérez, sírvase mi tarjeta –se presenta Carlitos.

– Enseguida los va a recibir –contesta el funcionario.

A los pocos minutos, aparece en escena el Sr. Huelmo Pérez, saludándose muy amablemente con Carlitos, mientras Juan y María esperaban sentados en un coqueto sillón.

– ¿Estos son los muchachos? –pregunta el jerarca.

– Si…ellos son –contesta el amigo de la pareja.

– ¿Cómo andan ustedes? Pasen por acá. –los hace pasar.

– Muy bien, gracias –contestan al unísono Juan y María.

Siguiendo a Huelmo Pérez y Carlitos, ambos ingresan a una hermosa y amplia oficina, con un gran escritorio y cómodas sillas, donde se ubican.

– Bueno, acá vengo con los muchachos, el jefe me solicitó que los acompañara porque tiene mucho interés de ver si existen posibilidades de que puedan sacar un préstamo por el dinero que ellos necesitan –manifiesta Carlitos.

– ¿Cuánto necesitan ustedes?

– Treinta y ocho mil pesos –dice Juan muy tímidamente y con voz entrecortada.

– ¿Trajo algún recibo de sueldo? –pregunta Huelmo Pérez.

– Si -dice María muy rápidamente, sacando de su cartera un recibo.

– Permítame, a ver qué podemos hacer, bueno hasta veinte mil lo podemos hacer, pero, si me disculpan un momentito, enseguida vuelvo –dice el director, retirándose de la oficina.

Quedando solos María, Juan y Carlitos, se notaba claramente en los rostros de Juan y María un cierto optimismo, a lo que no se hizo esperar el comentario de Carlitos:

– Van a ver que vamos a tener suerte.

– Por lo menos nos atienden como gente y a uno lo hacen sentir más cómodo, no es como allá, que a uno lo hacen sentir como a un mendigo –dice María.

– Inmediatamente Juan guiñando un ojo a Carlitos y con una sonrisa irónica dice: “son políticos”.

– María, enseguida dándose por aludida manifiesta: “eso también es verdad”.

Mientras Carlitos disfrutaba de las bromas entre el matrimonio, con una amplia sonrisa presumía que se iba a llegar a un final feliz, el optimismo de aquellas personas se notaba a flor de piel, hasta que Juan reacciona y dice:

– Bueno vamos a esperar que dice este hombre, porque con veinte mil no nos alcanza y en realidad no debemos olvidarnos que “nunca es fácil para Juan”.

– Bueno, pero estamos más cerca –manifestó María.

La conversación se cortó en el momento que Huelmo Pérez ingresa al lugar y, con una sonrisa, les dice:

– Parece que vamos a tener suerte, vean ustedes si pueden llegar a cumplir con esta cuota por un plazo de 48 meses.

Inmediatamente Juan y María sonrieron y mirando la hoja donde se encontraba escrito el importe; al ver el mismo quedaron pensativos y en suspenso, hasta que Juan expresa:

– La verdad que esta ahí, pero nos vamos a tener que ajustar el cinturón y si Dios quiere vamos a cumplir.

– Haremos el esfuerzo –manifestó María– porque la verdad sin sacrificio no hay nada.

Interviniendo Carlitos en la conversación, pregunta: ¿y el trámite como es, lo realizan directamente acá?

– No, al ser ellos de Minas lo deben realizar en aquella sucursal –dice Huelmo Pérez– yo les entrego este formulario firmado por el Director autorizando el monto y se lo presentan al Gerente de Minas.

– Bárbaro –dice Carlitos– mientras que Juan y María se miraban.

– Bueno, se llevan este formulario firmado y sellado por el Director y cualquier inconveniente que les pueda surgir me llaman, estoy a sus órdenes –manifiesta por último Huelmo Pérez, entregándoles su tarjeta personal.

Se despidieron y salieron los tres del Banco. Afuera los esperaba la locomoción que los había trasladado hasta el Banco, mientras en el auto comentaban.

– ¿Qué van a hacer? –pregunta Carlitos.

– Mira, capaz, que damos una vuelta y le compramos algo para Juancito, porque acá está más barato –responde María.

– Si es por mí, ya nos vamos, andar en Montevideo no me gusta, que quieres que te diga -agrega Juan.

– Y bueno, le compramos algo a Juancito y nos vamos –dice María.

– Y vos ¿a qué hora te vas para allá? –pregunta Juan a Carlitos.

– Yo me voy a última hora –responde.

– Bueno, entonces nos llevas hasta tu oficina, le agradecemos a tu jefe y nos vamos –concluye Juan.

Tal cual lo planearon, lo hicieron y de esa forma antes de la noche ya estaba el matrimonio volviendo para Minas. Durante el viaje en el ómnibus, no pararon de conversar sobre el tema, nuevamente se volvieron a ilusionar, reactivaron los proyectos que habían dejado y en sus caras se notaba la alegría.

En la noche en su casa comenzaron a planificar para el día siguiente.

– ¿Te imaginas la cara del Gerente cuando le entregue este formulario firmado por el director? -comenta Juan– ¿Viste las vueltas que tiene la vida? Menos mal que fuimos y le avisamos que íbamos a ir a hablar a Montevideo, pero estoy seguro que él no se imaginó que podríamos tener acceso a algún director, pero nosotros le avisamos.

– Es problema de él –responde María en forma tajante– si le gusta bien y sino también, él lo único que hizo fue ponernos trabas y tomarnos del pelo.

– Bueno, mañana voy a salir más temprano del trabajo e inmediatamente que llegue nos vamos para el Banco –dice Juan.

Al otro día, aproximadamente a las tres de la tarde, estaban por salir para el Banco. Juan, como siempre, de remera, vaquero y alpargatas, hasta que María le pregunta:

– ¿No te vas a cambiar de ropa?

– ¡Nooo!, -exclama Juan– voy a ir cómodo, estoy deseando verle la cara al Gerente cuando le presente el formulario firmado por el Director.

– No cantes victoria –interpone María– vaya a saber qué traba nos pone ahora.

Ya como ritual, dejaron a Juancito en la casa de su abuela, siguiendo para el Banco; al llegar, como de costumbre, fueron derecho a la ventanilla de siempre.

Ahí los recibe el funcionario de siempre y con una sonrisa le pregunta:

– ¿En qué andan por acá?

– Quisiéramos hablar con el Gerente –responde Juan.

– Van a tener que esperar, porque hoy está muy ocupado y no sé si puede atenderlos –contesta el funcionario.

– ¿Y no le puede preguntar? –responde María.

– Vamos a intentarlo. ¿Pero, qué es lo que necesitan? –pregunta el funcionario.

– Lo que pasa es que hablamos con un Director del Banco y nos dijo que habláramos directamente con él –dice Juan.

– ¿Cómo qué hablaron con un Director? –pregunta sorprendido el funcionario.

– Sí, con un Director –afirma María.

– Esperen un momento –dice el funcionario– y salió presuroso.

– ¿Viste cómo se apretó cuando le mencionamos al Director? –comenta Juan con una amplia sonrisa.

A los pocos minutos vuelve el funcionario diciendo: enseguida los atiende el Sr. Gerente.

– Bueno, gracias –contesta Juan.

A la media hora aproximadamente, aparece el funcionario, pasen por acá – expresa-

Al ingresar, ya conocían el camino y el Gerente los esperaba sentado cómodamente en su sillón, manifestando: ¿Qué los trae por acá?

– Sabe usted que fuimos a Montevideo y hablamos con un Director y nos entregó este formulario firmado, para dárselo a usted –dice Juan, presuroso.

– ¡Así que fueron a hablar con el Director y nada menos que con el Presidente! –le comenta en tono irónico el Gerente.

– Así es -dice María.

– Nosotros le dijimos que lo íbamos a hacer –le comenta Juan.

– Sepan ustedes que este formulario no tiene validez ninguna, quién autoriza los créditos en esta Sucursal soy yo –dice el Gerente sonriente– y en todo caso el Gerente Regional, por lo tanto, es como les dije, fueron a Montevideo a perder dinero y tiempo, esto no me sirve para nada –agregó.

Juan y María se transformaron, parecía que les había caído un balde de agua fría encima, estaban mudos y sorprendidos.

– ¿Entonces, este formulario no nos sirve para nada? -pregunta Juan.

– Exactamente -responde el Gerente– no les sirve para nada, lo lamento y levantándose para despedirse les señaló la salida, como si ellos no la conocieran.

– ¿Me puede dar el formulario? –pregunta Juan– mientras que María estaba muy colorada de cara, sin poder expresar palabra alguna.

– Sí, ¿cómo no…? –responde el Gerente– lamentablemente no van a tener suerte.

Juan tomó el formulario y junto a María se despidieron, resultándoles esos minutos una eternidad.

Salieron del Banco, que parecían que habían visto al diablo, sin mediar palabra alguna, hasta que luego de caminar tres o cuatro cuadras, María expresa:

– ahora sí que no vengo nunca más, nunca había pasado un momento así, que nos tomen del pelo y se nos rían en la cara!

– Espera, apenas llegue a la casa de tu madre, llamo a Carlitos para decirle lo que nos pasó –dice Juan.

– Mira, lo mejor es dejar este tema por terminado, porque esto no da para más –se lamenta María.

– ¡No te apures, esto no puede ser así, tan pintados no pueden estar los de Montevideo! –dice Juan.

Al llegar a la casa de la suegra, Juan llama a su amigo, comentándole lo sucedido. A Carlitos le parecía mentira lo que estaba escuchando y, ante la impotencia, Juan le manifiesta que se daban por vencido.

– Espera, espera, – dice Carlitos– déjame hacer un llamado por teléfono ¿qué hiciste con el formulario? –le pregunta.

– Acá lo tengo –dice Juan– por más firma y sello que tenga, el Gerente me dice que no sirve para nada, no es por tomarte del pelo, pero tu amigo el Presidente del Banco parece que está pintado –le comenta Juan dándole un poco de humor a la conversación.

– En media hora te llamo –dice Carlitos.

María le comentaba a su madre, que nunca había pasado tanta vergüenza con la situación vivida, mientas que Juan le decía: espera, espera a ver qué pasa.

– Son políticos y no hay nada que hacerle –dice María.

No habían pasado quince minutos, cuando llama Carlitos para decirles: vayan al Banco que está la plata para cobrar.

– Vos me estás tomando del pelo –dice Juan.

– No -dice Carlitos- vayan que el Presidente llamó al Gerente y lo puso en su lugar.

– No entiendo nada –dice Juan– en ese momento un auto tocaba bocina frente a su casa.

– Es un taxi –dice María– y viene el Gerente del Banco.

– Te corto le dice Juan a Carlitos, parece que está el Gerente en un taxi.

– ¿Viste? -le comenta Carlitos- debe tener un susto bárbaro.

Juan, al salir, ve al Gerente con una cara de susto, diciéndole:

– Muchachos, ¿qué hicieron??? casi me hacen echar del Banco! ¿dónde tienen el formulario? firmen ustedes y vamos conmigo que está el dinero para cobrar.

Juan y María no sabían lo que estaba pasando, era tanta la amabilidad del Gerente y la sorpresa de los funcionarios que cuando llegaron al Banco, que ni siquiera hicieron cola en la caja para cobrar, ya que el mismo Gerente les terminó pagándole el préstamo en el mostrador.

Al salir del Banco era tanta la alegría que sentían que, Juan, en tono burlón, le decía: “son políticos” qué vas a hacer!!!

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