Es un niño feo a más no poder

Es un niño feo a más no poder

Cris Quinto

04/01/2018

Es un niño feo a más no poder. La cara redonda como una luna, blanca y redonda. Como un accidente en medio hay una boca carnosa y rosada, brillando babosa con una mueca desagradable y burlona, hacia arriba una nariz demasiado pequeña e inmerecida para semejante luna llena encumbrada por dos ojos saltones, azules de mirada insulsa y lagartera, da la sensación que cada ojo se pudiera mover independientemente. Se le ven las malas intenciones porque mira a los demás chicos fijamente un ratito evaluando si está suficientemente cerca para darle un buen tirón de pelos o vigilando alrededor si nadie mira y puede arrojarle una piedra que ya lleva preparada en el bolsillo. El niño, con su expresión maliciosa espera intranquilo su oportunidad.

Lo observa al niño, que le parece un elemento inmóvil separado de toda la escena. Está en un parque de ciudad, un parque enorme que ocupa varias manzanas, seis manzanas por seis, muy grande. En la parte sudoeste hay un área de juegos infantiles, está enrejada como una cárcel, cuando la mira piensa si las rejas las habrán puesto para que los niños no se escapen buscando los árboles para trepar, los lugares para jugar al escondite y las aventuras que vivió en su infancia.

Bien visto, esa zona de juegos es como un escaparate, hasta bancos hay alrededor como puestos de observación. Se imagino que son para las madres que vigilan desde afuera distraídas en sus cosas ante la tranquilidad que les ofrece la pseudo-carcel referida. Pero si deja volar un poco el pensamiento, hombres con batas blancas, y no madres, podrían sentarse a escribir kilómetros de observaciones, “teoría del comportamiento”, “los juegos y su función sociabilizadora” o cualquier otra gilipollez semejante.

Aprovechados por cazadores como él, mezclados entre las madres, con cara de inocentes observando a los niños y niñas jugar, imaginando perversiones, niñas en posturas lascivas, sienten como se apretaría el bulto del pantalón conta ese pantalocito de pana granate, del niño cercano.

Y aquí está, con las manos en los bolsillos, tiene una mochila de color negro y gris en el regazo, estratégicamente colocada, tiene una doble función, cubrirse la pelvis permitiéndome deslizar las manos debajo y tocarme sin que miradas inocentes reparen en ese comportamiento y además es un receptáculo perfecto en el que transportar caramelos, chocolates, una muñeca de trapo de pequeño tamaño, cochecitos… es como ir a pescar, hay que llevar carnaza para que los peces piquen. EN cada bolsillo una mano y en cada dedo índice lleva puestas dos ajustadas marionetas. el pedófilo, lleva cuidadosamente colocadas dos marionetas en los dedos índices y realiza movimientos espasmódicos pero sutiles con los dedos, ansiosamente.

Ese maldito maricón de los perros grandes una vez lo vio de rodillas entre los árboles mientras sus marionetas hablaban. Era de noche, la luz amarilla iluminaba la bruma del parque en invierno él estaba entre una arboleda no demasiado espesa en la parte más alta del parque, se acuerda que le dolían las rodillas porque en esa zona no hay césped, hay tierra, piedras mediana s y pequeñas que se han visto arrastradas por el agua y raíces que se incrustan en la tierra arcillosa como dedos viejos y puntiagudos. Las marionetas querían hablar y el, respondiendo a las urgencias de su locura, tuvo que arrodillarse allí con el frío y la bruma, con la mochila perfectamente puesta, la espalda erecta como una tabla, el vapor saliéndole de las narices y el dolor punzante subiendo por las rodillas ante la imperante necesidad de hablar de los muñequitos. Las enfrentó colocando los brazos a lado del tronco formando dos eles gemelas, palma izquierda mirando a palma derecha a la altura de su cara, los dedos índices estirados, mirándose desafiantes, una postura religiosa, pasaron 10 segundos.

Pasaron 20 segundos, y las marionetas como juguetes mudos y muertos.

Pasó 1 minuto y no pasaba nada, aquellos dedos no se decían nada y yo esclavo empecé a notar que me ardían los músculos cercanos al cuello y como la quemazón empezaba a extenderse por los brazos como hormigas de fuego galopando hacia mis dedos.

– Malditas marionetas! Malditas! Que queréis decir? Hablad de una vez! – dije, y me sentí un poco ridículo y dramático.

– Queremos que te vayas?.- Dijeron las marionetas con una voz infantil al mismo tiempo.

– Irme? Pero si me voy vendréis conmigo, sois mis dedos…. Como me voy, sois mis dedos, repetí en voz más baja, esta vez para mi mismo, pensando ¿cómo podría irme?

Y entonces, las marionetas, las dos al mismo tiempo, con un timbre aún más infantil, como susurrando y a la vez riendo traviesas, dijeron: córtatelos!

Maldito maricón de los perros grandes, en ese momento aparece por detrás, gritándome: pedófilo asqueroso, loco de mierda! Te dije que si te veía en el parque te pateaba el culo hasta que se te cayeran los huevos!

Me di un susto de muerte, detrás de él venían esos perros gigantes que más bien parecían caballos uno negro, uno marrón y unos manchado de esos que llaman arlequín, esos perros malolientes del diablo, ese maricón quiere alimentar a sus perros conmigo, seguro, eso es lo que quiere el maricón, pero ya le vamos a dar una lección a ese engreído chupapollas.

Como me asusté, rápidamente me incorporé sin caer en la cuenta que me había dejado de circular la sangre de las piernas normalmente y me caí de boca sobre la maraña de raíces piedras, barro, caca de perro y porquería varias raspándome seriamente la cara, volaron mis gafas de culo de vaso en el camino y perdiendo un diente o casi todo un diente. Aullé de dolor, sentí como la sangre procedente de la herida donde alguna vez había habido un diente sano empezó a emanar humeante y metálica hacia fuera de la boca pero inundándola también hacia adentro, pasé la lengua por el lugar donde debería haber habido una pieza dental completa y noté algo duro y filos y pedazos de carne o piel colgando. Pensé: – maricón de mierda, maricón con sus perros maricones. – pero enseguida me dieron ganas de llorar, me hubiera gustado ponerme en posición fetal cerrar los ojos allí mismo y que aquellos dedos incrustados me llevasen debajo de la tierra y me dejasen como en una crisálida, allí nadie me tocaría… me sentí mejor pero enseguida volví en mi y me acorde del maricón, de los perros que me descuartizarían, de mi cuerpo desmembrado por sus sucia cabezas equinas y me incorporé gatee un poco hasta que finalmente me pude levantar y correr ladera abajo por un camino de asfalto que precisamente va a parar a la zona de juegos infantiles en la que ahora me encuentro imaginado prepúberes en posturas lascivas.

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