No puedo creer todavía que sintieras celos de un pianista. La música, antes tema indiferente para ti, te provocó malestar la tarde que te invité para ver al niño prodigio, un muchacho de dieciocho años cuyo padre tiró una moneda al aire la mañana de navidad que colocó bajo el árbol un hermoso piano en lugar de una cometa.
Le llamo niño porque a mi edad no podía verlo de otro modo, y prodigio porque nadie más en mi círculo de amistades nació con el don de la música. Pero bastó un abrazo inocente y mi promesa de nunca faltar a un concierto, para que despertara en ti ese hombre que nunca terminé de conocer. Despertó en tus ojos ese brillo posesivo, no quisiste pisar nunca más el teatro de la ciudad, y despreciaste a todos los músicos que me provocaban una sonrisa.
OPINIONES Y COMENTARIOS