Ciudad de México – 19 de Septiembre de 2017 – 13:14 PM

Alonso respiró profundamente y un poco más relajado se llevó la pistola a la
mejilla. Estaba a punto de apretar el gatillo cuando una fuerte sacudida lo mandó
de nalgas al suelo, soltó el arma y al caer al piso esta se disparó dejando escapar
una bala justiciera. La alerta sísmica comenzó a sonar en la calle.

Ciudad de México – 19 de Septiembre de 2017 – 12:44 PM (30
minutos antes)

Alonso llevaba llorando desde que lo despertó la alerta sísmica a las 11 de la
mañana por el simulacro del terremoto del 85, en estos simulacros la gente debe
salir de sus casas como si se tratara de un terremoto real y permanecer por unos
minutos en la calle pero él ni siquiera se levantó, se había dormido a las 7:30 AM.
De un tiempo a la fecha siempre estaba así: con insomnio, ansioso y deprimido.

Se acercó a la ventana y escuchó el murmullo nervioso de la gente cuando la
voz aguardentosa Agustín José, un vagabundo que vivía en la esquina y que solía
maldecir a todo aquel que tirara basura en la calle se escuchó destacando de sobre
los murmullos:

-¡Ahhh ahora sí hijos de la chingada! ¡Les llegó la hora cabrones! – Gritaba a
todo pulmón.

Alonso lo conocía de toda la vida, desde niño cuando con su padre llegó a vivir
a ese viejo edificio en las calles de Puebla y Salamanca en la Colonia Roma de la
Ciudad de México sin embargo nunca había hablado con él.

Alonso era un romántico. Siempre, su gran y único sueño había sido encontrar
el gran amor de su vida y ser feliz como en los cuentos, crear una familia y morir
rodeado de nietos en medio de un jardín lleno de árboles frutales. Esa fue la
promesa que le hizo a su padre cuando estaba en su lecho de muerte:

– Te prometo que voy a prolongar nuestro linaje y lo voy a hacer con verdadero
amor papá- le dijo al viejo cuando agonizante con la cara azul y el fisico menguado
por el cancer no entendió ni una palabra de lo que Alonso estaba diciendo.

Alonso tenía esperanzas pero la vida es cruel y lo descubrió rápido, la vida te
puede escupir en la cara y botarte en la calle desnudo en medio de un remolino

de traumas y emociones y ese fue su caso: Una vez más la que pensó que era el
amor de su vida lo había abandonado.

Pero Alonso tenía un plan así que consiguió una pistola vieja con un conocido
que vivía muy cerca de la Plaza Garibaldi, un mariachi que cuando no estaba
tocando el guitarrón se dedicaba al tráfico de marihuana, autopartes y pistolas y
con el que se reunía ocasionalmente para beber pulque hasta que casi quedaban
inconscientes. Incluso el mariachi le regaló una caja de balas para honrar la
amistad y las platicas en aquellas reuniones.

El arma estaba guardada en el cajón de la cocina (no tenía buró, dormía en un
colchón en el suelo) y llevaba ahí dos días, tenía que planear todo con detalle, no
podía cometer errores y en medio de su coraje una noche antes había incluso
cuestionado a Dios por su miseria:

– ¡Dios mío por qué siempre me pasa lo mismo! – Vociferó con intempestiva
pero honesta rabia.

-Dame una señal, lo único que te pido es una señal de que voy a encontrar el
amor – dijo.

Tenía 35 años, llevaba 15 trabajando de burócrata en una oficina del gobierno
de la ciudad. La misma oficina en la que había trabajado su padre durante toda su
vida.

En una época Alonso tuvo sueños metas y ambiciones, sin embargo la vida le
fue poniendo pequeños placeres enfrente, pequeñas distracciones y en un abrir y
cerrar de ojos, sin darse cuenta pasaron 15 años, 15 putos años …

No parecía tan distante aquel día que entró por la puerta de aquella oficina
con una actitud altanera y soberbia sintiéndose superior a todos los empleados
más antiguos por que según él su paso por ese trabajo iba a ser temporal, solo en
lo que terminaba la facultad de arquitectura y conseguía un trabajo mejor.

El reloj marcó las 13:00.

No lo consiguió, renunció a la escuela después de terminar con su novia de
facultad y ahí empezaron los problemas. En su vida las relaciones sentimentales
siempre fueron más importantes que todo. Sufrió una fuerte depresión que lo llevó

a desistir de volver a poner un pie en el campus por temor a ver a su ex novia
caminando feliz de la mano de otro estudiante o peor aun: de alguno de los
profesores.

-¡Ni madres! – Dijo en aquel entonces – ¡No le voy a dar el gusto de que me vea
verla feliz!

No era muy agraciado fisicamente pero tuvo suerte con las mujeres, tuvo varios
novias (no muchas) y al principio en sus relaciones siempre se comportaba como
si fuera el hombre perfecto, pero después de un tiempo todas sus novias se
terminaron alejando de él por la misma razón.

Para él era imposible de entender que era lo que estaba mal y solía acosarlas
cuando ya lo habían abandonado con la falsa idea de “enderezar su
comportamiento” y utilizándolo como pretexto para volver a acercarse e intentar
convencerlas de volver:

-¿En qué fallé? ¡Por lo menos dime para no cometer el mismo error más
adelante! ¡Tal vez si me dices puedo corregirlo y podemos volver a intentarlo! –
Mentía.

Ese número ya lo tenía ensayado y perfeccionado. Era como una actuación, un
acto de comedia, una rutina triste de un payaso desesperado en un circo sin
espectadores.

Alguna vez una de ellas le contestó y le dijo la verdad, pero él no lo aceptó,
entró en un estado magnificado de indignación y nunca volvió a buscarla, de
hecho nunca más la volvió a mencionar.

Siempre fue así: encontró miles de pretextos para justificar sus faltas y culpar a
los otros de sus errores. Así fueron pasando los años hasta que llegó una
encrucijada decisiva en su vida:

Su ex novia Lluvia.

A Lluvia le gustaban los gatos, tenía varios en su casa como mascotas, era una
defensora aguerrida de los derechos de los animales, era inteligente, muy guapa,
de hecho era la novia más guapa que había tenido, era 2 años mayor que él, tenía
un cuerpo espectacular, era exitosa e independiente, a veces le costaba entender

por que ella se había fijado en él, la realidad es que ella era un 10 cuando él era
cuando mucho un 4.

Era el tipo de mujer al que todos voltean a ver cuándo entraba en un lugar. El
sueño de cualquiera, solo que para él ella tenía un enorme defecto que según sus
conclusiones fue el motivo para que todo fracasara:

Lluvia tenía una fuerte afición por las redes sociales y tenía muchísimos
seguidores, le encantaba retratarse con poca ropa y mostrar su bello cuerpo;
interactuaba y bromeaba con sus fans (si, así les llamaba) y por nada del mundo
permitía que le reclamaran sobre eso.

Para otra persona tal vez eso hubiera sido motivo de orgullo pero para él
aquello se convirtió en una tortura. La Lluvia se transformó en tormenta. Alonso
comenzó a obsesionarse, intentaba averiguar a todo momento en dónde estaba ,
que hacía y con quien se escribía o tenía contacto.

Soñaba que lo estaba engañando, estaba seguro sin estarlo y su vida se volvió
un doloroso calvario del que no pudo escapar hasta que le colmó el plato, su
relación se volvió absurda y como todas sus novias anteriores, Lluvia lo abandonó.

Alonso perdió la ilusión de encontrar el amor de su vida, las ganas de vivir y
la voluntad de sonreír o levantarse por las mañanas.

Por eso tras planear todo meticulosamente, después de una borrachera con el
mariachi en Garibaldi sin dejar claras sus intenciones se había hecho de aquella
pistola para acabar (según él) con su sufrimiento de una vez por todas.

-No es justo – pensó – solo vine a este mundo a sufrir es mejor acabar con todo,
yo no merezco esto.- dijo frente al espejo la noche anterior mientras se limpiaba
una lagrima falsa del rostro.

Era la hora de llevar a cabo su plan, ¿qué podía salir mal? Ese día después del
simulacro se levantó y fue a la cocina, sacó el arma del cajón y la colocó en la mesa,
la miró por unos segundos sin parpadear, después la tomó con la mano derecha y
la apretó con fuerza.

En realidad era un cobarde. Nunca tuvo la intención de matarse. Solo le
importaba que Lluvia regresara a su lado. Su idea era pegarse un tiro en la mejilla
e inventar que se había querido suicidar para que Lluvia regresara corriendo a su
lado.

El reloj marcó las 13:10

– Espero que se arrepienta, hija de la chingada – dijo en voz alta, después se
llevó el revolver a la mejilla. La mano no paraba de temblarle, desistió.

– ¡Puta madre! ¡puta madre! ¡puta madre! – Dijo. Se puso de pile respirando
profundamente tratando de calmarse.

Estiró el cuerpo e intentó relajarse se sentó y cerró los ojos como si fuera a
meditar:

– Piensa en lo que va a pensar – dijo en voz baja como si se estuviera contando
un secreto – Seguro que después de esto va a regresar … piensa en eso – Finalizó.

Intentó relajarse y se colocó el arma en la boca apuntando directamente en la
mejilla hacia afuera para que la bala atravesara la piel sin tocar ningún órgano
vital.

Ese era su plan desde el principio: llamar la atención. Estaba a punto de apretar
el gatillo cuando su teléfono recibió un mensaje y sintió como si una luz celestial
lo hubiera iluminado porque la pantalla del teléfono decía que la remitente del
mensaje recién llegado era la causante de su última tragedia: Lluvia.

Un millón de ideas pasaron por su cabeza en una milésima de segundo:

¿Quiere regresar? ¿Se dio cuenta de cuanto me ama? ¡Vamos a ser felices para
siempre!

Iba a tomar el telefono con las manos temblando de la ansiedad y en eso:

El reloj marcó las 13:14.

Todo comenzó a balancearse de manera violenta, su televisión y varias de sus
pertenencias cayeron al suelo, el telefono se deslizó por la mesa y cayó al piso

mientras afuera la alerta sísmica sofocaba el aire con su trágico sonido.

A la distancia se escuchó el estruendo de vidrios reventados, en la calle había
gente llorando y gritando y se escuchaba voz aguardentosa de Agustín José
gritando a todo pulmón:

– ¡Se los dije cabrones! ¡Se está viniendo! ¡Se está viniendo! ¡Nos llegó la hora
hijos de la chingada! *

Alonso se asustó.
-Ay no, no, no, no, el celular …. El celular – comenzó a repetir.

Comenzó a buscar el teléfono desesperado sin soltar la pistola mientras el
edificio se balanceaba de un lado a otro y escuchó el cemento de las paredes
crujiendo lo que hacía pensar que en cualquier momento su departamento se iba
a partir en dos hasta que vio el teléfono en el piso de la cocina.

Una fuerte sacudida lo mandó de nalgas al suelo y soltó el arma que al caer se
disparó dejando escapar una bala fugitiva.

Entonces una enorme grieta apareció de repente en el techo de su departamento
y un pesado pedazo de cemento cayó desde el techo en el piso de su recamara.

Se dirigió a la cocina gateando a toda velocidad para tomar el celular cuando
todo se comenzó a venir abajo. Por instinto se metió debajo de la mesa de la cocina
intentando protegerse. Hizo un esfuerzo sobrehumano estirándose para tomar el
celular y la esperanza de vivir y encontrar el amor volvió. Tomó el celular con la
mano y se acomodó debajo de la mesa temblando.

Comenzó a leer el mensaje de Lluvia y su corazón se iluminó:

Alonso … solo quería decirte que …

No alcanzó a leer el mensaje cuando el edificio se derrumbó. Una Oscuridad
total. A lo lejos escuchó gritos histéricos que se fueron apagando poco a poco,
después, silencio.

El reloj marcó las 14:07

Le costó trabajo saber en donde estaba cuando abrió los ojos. No se veía nada y
había poco espacio, estaba acostado sobre una plancha de cemento boca arriba y
encima de él había una masa enorme de escombros solo contenida por la casi
destruida mesa de la cocina. No se podía mover mucho y tenía dificultad para
respirar debido al polvo. Entonces escuchó y reconoció la voz de Agustín José :

-¿Hay alguien con vida? – Se escuchaba lejana como si viniera de otro mundo.
Todavía no comprendía lo que había pasado. Le dolía el cuerpo.
Se tocó la mejilla y entonces recordó todo.
– El celular … Lluvia – dijo.

Comenzó a tocar a su alrededor hasta que lo encontró. El telefono estaba muy
cerca de su pierna izquierda. Lo tomó con la mano y se sintió aliviado pero se
comenzó a sentir débil, con sueño. Tenía el estomago húmedo y caliente. Se tocó y
descubrió un pequeño orificio perfectamente redondo justo en medio de la barriga.
Metió el dedo y este se humedeció rapidamente con su sangre. Al caer la pistola al
suelo y dispararse, aquel proyectil solitario se le había impactado justo en la
barriga pero él no se había dado cuenta.

Tomó el teléfono con las manos. Solo le quedaba 2% de carga a la batería. Había
olvidado ponerlo a cargar.

Entonces la carga del teléfono pasó del 2% al 1%. Alonso abrió el mensaje no
había red y solo se había cargado una parte:

Alonso … solo quería decirte que … no puedo más con mi conciencia, estoy
dispuesta a volverlo a intentar si hacemos juntos un esfuerzo… Pero tengo que
confesarte algo muy fuerte Alonso … No sé si me vas a poder perdonar …

El teléfono se apagó y Alonso reaccionó desesperado:

– ¡No! ¡No! ¡No! ¡Lluvia! ¡Lluvia! – Gritó con todas sus fuerzas mientras seguía
sangrando.

Agustín José escuchó el grito agónico de Alonso desde abajo de los escombros:

-¿Hay alguien ahí? – Preguntó – ¿Hay alguien ahí? ¡HeyAquí! ¡Aquí hay alguien
vivo!¡Aquí hay alguien vivo! ¡Ayúdenme!

Cuando abrió los ojos vio a Agustín José mirándolo desde arriba, estaba
tapando el sol con su cabeza y un halo de luz rodeaba su rostro dando la impresión
de que tenía una aureola de ángel alrededor.

Alonso apenas podía mantenerse despierto.

– Lluvia- dijo.

– ¡Hay sol! – Dijo Agustín José – No está lloviendo.

Cuando lo sacaron de los escombros estaba pálido.

– Lluvia ¿Lluvia? – Repetía

No está lloviendo … tranquilo muchacho hay sol … mira hay sol, mira el sol –
le contestó Agustín José mientras le acariciaba la frente con la mano.

Agustín José reparó entonces en el orificio que tenía Alonso en la barriga y en
el celular que con el último suspiro que dio dejo caer al piso. Lo tomó y lo guardó
en el bolsillo mientras tapaban el cuerpo de Alonso con una sabana llena de tierra.
Alonso no encontró el amor. Agustín José vendió el teléfono un tiempo hasta que
lo cambió por una botella de aguardiente. Nunca lo logró encender y nunca se
enteró de lo que decía aquel mensaje de Lluvia que al final quería entregarle su
corazón a Alonso.

FIN

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS