CAPÍTULO DIEZ
INVASORA DE MEMORIAS
Son casi las ocho de la noche cuando apago la luz de mi cuarto. Me muevo otra vez en la cama y estiro mi mano para tomar el reloj de pulsera de la mesita de noche; ahora ya son más de las dos de la madrugada. Es por demás, no puedo dormir. Las cosas que he visto en estas últimas veinticuatro horas no tienen sentido.
Salgo de la cama y me dirijo al cuarto de baño para refrescar mi cuerpo una vez más. Es la segunda vez que lo hago esta noche. Cuando salgo envuelta en una toalla él ya está esperándome junto a la ventana. Tal parece que está contemplado la luna, que desde este punto en donde estamos se ve más grande de lo que estaba acostumbrada a verla en la otra dimensión. Sé que me ha escuchado salir del baño, así que no tiene caso ocultarme.
– ¿Has esperado a que me meta al baño para venir por mí?
El chico de cabello rubio y ojos azules no responde y se mantiene oculto al lado de la ventana.
– Sí, no tienes que decírmelo – intento forzar la conversación sin mucho éxito – Lo vi con mi don cuando nos tocamos.
– ¿Eres la invasora de recuerdos? – es lo primero que escucho de él.
– En realidad es invasora de memorias – le respondo y me aturde un poco cómo es que sabe que me dicen así – bastara conmigo para lo que necesites hacer.
Nuevamente el chico se ha quedado mudo. Da unos pasos hacia adelante y puedo ver su rostro claramente con la luz de la luna. Su semblante siempre es el mismo, pero eso no me llama la atención. Son sus ojos tristes y su pasado doloroso lo que me mueven a ayudarle.
– Hazme un favor y solo llévame a mí. No metas a los demás en esto.
– Solo te necesito a ti – vuelve hablar, y esta vez sus ojos reflejan nostalgia.
– Está bien – le digo mientras volteo para asegurarme que no hay nadie espiando detrás de la puerta – una cosa más.
Me mira detenidamente esperando a que le diga lo otro que quiero que él haga.
– Voltéate mientras me cambio.
Salimos de la habitación tomados de la mano utilizando mi don de invisibilidad. Me lleva a un lugar alto del edificio, y no entiendo el por qué vamos hacia arriba y no hacia abajo. Pero pronto lo entenderé; en el lugar a donde llegamos se puede ver mejor la ciudad. Nos subimos al techo de la cúpula que es lo suficientemente alto como para poder distinguir a lo lejos los bordes de la ciudad. Cuando llegamos desactivo mi don y él nos teletransporta a la frontera de la ciudad. Siento la misma sensación de vértigo que sentí la última vez que se teletransporto conmigo para salvarme cuando fuimos sorpresivamente atacados por uno de los guardaespaldas que buscaba detenernos. Aparecemos frente al puerto de abordaje y entiendo cuáles son sus intenciones.
– Si pretendes robar una nave, las mejores están por acá.
– Sus naves tienen un sistema GPS que les permite rastrear la ubicación rápidamente. No pretendo robar nada.
– Entonces ¿por qué estamos aquí?
– Silencio.
El chico rubio desaparece de mi lado para aparecer justo enfrente del guardia que estaba patrullando por esos alrededores. Este reacciona rápidamente y empieza a atacarlo usando súper velocidad. Sé lo que pasara sin siquiera verlo. El chico copia los poderes del guardia y lo somete sosteniendo un cuchillo en su garganta. Con su otra mano saca otro cuchillo con el que pretende herir al hombre, pero me adelanto a la situación y le pido encargarme de eso. Afortunadamente acepta y deja que coloque mis manos en su cabeza; por unos segundos el hombre me mira fijamente para luego quedarse dormido.
– ¿Qué hiciste? – pregunta.
– Utilice Morfeas y lo puse a dormir – le miento.
Se incorpora y camina hacia la puerta de acero que nos separa de una caída libre a la tierra. Presiona un botón y la gigantesca puerta por la que entran las naves se abre lentamente.
– No tenemos mucho tiempo hasta que se den cuenta.
Me toma por el brazo y se lanza conmigo al vacío. Es una sensación muy extraña la de caer, al principio siento miedo, pero luego de unos segundos la adrenalina empieza a fluir por mi cuerpo y tengo la oportunidad de ver todo lo que me estaba perdiendo encerrada en Ciudad Este. A pesar que el aire choca fuertemente contra mis ojos, disfruto del paisaje, es muy hermoso. No pensé que pudiera quedar así después de la radiación.
Nos volvemos a teletransportar y ahora aparecemos unos cuantos metros antes de llegar a la tierra. Me espanto un poco, pero trato de que no se me note. El chico me abraza y tira de un cordón de la mochila que lleva puesta. Es un paracaídas.
Cuando llegamos a tierra unos soldados dejan su formación para correr directamente hacia nosotros y apuntarme con sus armas. Sé que es normal que hagan eso, después de todo yo haría lo mismo. Para mi sorpresa el chico da una señal y los hombres bajan sus armas; parece que es alguien con influencia en este lugar.
…
La chica que estoy escoltando en una joven de metro setenta, aproximadamente, su contextura es delgada, su piel blanca y está ligeramente bronceada; su cabello es castaño y lo lleva rizado; sus ojos marrones son profundos cuando me mira y puedo reflejarme claramente en ellos. Si no fuera porque se parece mucho a esa chica y la necesito para salvar a Jeimi no la tratara tan bien como hasta ahora.
Inmediatamente después de aterrizar en la base del pantano la llevo al laboratorio del doctor. Cuando llegamos los preparativos ya están listos; la beneficiaria está sentada en una silla de acero clavada al suelo, se encuentra cabizbaja y su cabello rubio opaco cubre por completo su rostro.
– Señorita Russo – se escucha la voz del doctor – la estábamos esperando.
La chica no se muestra sorprendida y me da la impresión de que ya se conocían.
– Tal parece que no tendremos que presentarnos – continúa el viejo – después de todo ya nos conoce de los recuerdos de número setenta y uno.
Así que de eso se trataba.
– ¿Qué es lo que quieren que haga? – les pregunta la chica.
– Queremos que le devuelvas los recuerdos a una amiga nuestra.
– ¿Sabes siquiera si puedo hacer eso?
– Si ese no fuera el caso, tenga por seguro que no estuviera aquí. Lo único que queremos es que ella – la mujer de la silla – nos pueda recordar.
Al parecer la chica tiene sus dudas sobre hacerlo o no. Pero se le acaban las opciones cuando número treinta cinco le apunta con un arma a la cabeza.
…
Tal parece que no tengo opción.
Me ubico frente a la mujer de la que estábamos hablando y coloco suavemente mis manos sobre su frente para tratar de estimular su corteza frontal y pre – frontal. Segundos después se desprende de mis manos una cálida luz amarilla que me permite navegar en la mente de esta persona.
Sus recuerdos en sí son como un rompecabezas al que le faltan algunas piezas. Aquí es donde empieza mi trabajo. Me sumerjo en lo más profundo de su subconsciente en busca de esos recuerdos reprimidos, y cuando los encuentro me llevo una gran sorpresa.
Abro mis ojos y esta vez son tres las armas que me apuntan directamente a la cabeza.
– Continúe por favor – me pide el viejo con bata de laboratorio con el que anteriormente estaba hablando.
– A partir de aquí los riesgos van a ser mayores – le digo – puede que incluso le cause daño.
Un cuarto hombre me apunta y entiendo que no tengo escapatoria. Continuo.
A medida que voy recuperando los recuerdos de aquella mujer me voy dando cuenta que lo que estoy haciendo es muy peligroso, pero no puedo morir por negarme, no ahora que tengo un objetivo.
Llego a la parte que relaciona a esta mujer con el científico y los hombres armados. No es nada bueno. Así que por más arriesgado que parezca me dispongo a eliminar ese recuerdo.
– Ni siquiera lo pienses – me dice la mujer, que hasta ahora permanecía en un aparente estado vegetal, al momento que coloca una de sus manos en mi pecho.
– Señora… – regreso a ver y encuentro no uno, sino a varios hombres con bata de laboratorio emocionados por el suceso.
– Continua – me ordena ella.
No tengo más opción. Este es mi último esfuerzo por regresarle el “golpe” sin que nadie se dé cuenta; después de todo ya dije que a partir de aquí podría causarle daño.
…
Cuando la mujer por fin reacciona me sorprendo un poco por el trabajo de la chica. Estos intelectuales han estado desesperadamente intentando hacer lo que ella acaba de hacer en tan solo dos minutos.
Después de que le ordenaran que continúe la chica retoma sus labores, vuelve a cerrar los ojos y se concentra. Minutos más tarde la mujer empieza a convulsionar fuertemente y los soldados casi por instinto retiran el seguro de sus armas.
– ¡Alto! Esperen – les dice el viejo – pueden lastimar a la señora.
La chica se empieza a esforzar y se nota en su cara que ha llegado a su límite. Se deja caer de rodillas, pero no suelta la cabeza de aquella mujer; los soldados se apresuran para intentar zafarla, pero es la mujer la que levanta una mano contra uno de ellos y lo hace explotar por los aires. Así que este es el motivo por el que la necesitan.
Después de eso, la luz amarilla que emanaba la chica de sus manos se incrementa y llena toda la habitación. Para cuando la luz disminuye, la chica ya ha soltado a la mujer y se ha quedado inconsciente en el suelo. En cambio la mujer que aún sigue consiente a los pies de la silla de acero sonríe de una manera macabra, y en su mirada se refleja la malicia de sus pensamientos. Ha terminado por sangrar por sus orificios nasales y conductos lagrimales; y aunque su rostro se ve lleno de vida su cuerpo no le responde.
Unos de los hombres, parte de los números, se acercan para auxiliar a la mujer y se la llevan al cuarto de emergencia. En cambio a la chica la arrojan a una celda.
– E cumplido mi parte del trato – le digo al viejo cuando nos quedamos solos – ahora cumple la tuya.
– El trato era asegurar la supervivencia de tu compañero – me dice él con una mirada maliciosa – y hemos cumplido. Pero en cuanto a lo otro, eso estaba fuera de nuestros términos.
El maldito tiene razón, pero me alegro de saber que Jeimi se encuentra bien. Primera parte completada, empieza la segunda.
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