Postrado sobre una camilla, y tras la ventana de un hospital, veo caer la lluvia, aquella lluvia que en mis años mozos contemplé y toqué, sentado aquí, la luna se me hace eterna, los relámpagos más intensos y las horas menos largas, sentado aquí, mi vida toma un poco de sentido, mi vida se vuelve menos antipática.

Los sujetos a mi alrededor me dicen que estaré bien, que lo mío solo es momentáneo, que todo terminará antes de que amanezca, sus batas blancas me dan la impresión de que son doctores. Sin duda alguna mi vida se ve al borde del abismo, sin embargo, quizá no la maldigo como tal, porque como todos, sonreí y disfruté. No sé por cuánto tiempo fui feliz, no sé con quién, sin embargo entre mi vaga memoria, antes de irme, trato de escudriñar algo, algún motivo por el cual, éste día, también sea especial. Además de oírlos a ellos, escucho una voz, conocida pero irreconocible a la vez, aquella voz se hace cada vez más cercana; una silueta se sienta frente a mí y comienza a encomendarme a Dios.

Recuerdo poco y eso incluye a las personas, sin embargo a algunas las guardo en el corazón, a mi madre, por ejemplo, quien estuvo conmigo incondicionalmente, a mi padre, que pese a su existente inexistencia en el hogar nos dio un estudio, a mi hermano y también a los gatos que tuvimos cuando chicos. Sin embargo, partiendo de aquí, los recuerdos se hacen cada vez más nulos y definitivamente no reconozco a ésta persona sentada frente a mí.

Entre el delirio y un rostro frente a mí irreconocible, estoy yo, divagando por mis recuerdos, hablando sin parar, sin respirar y a la nada, aquel ente nunca dijo una sola palabra, solo se sentó y me contempló por compasión…

En ese instante recordé, tal vez, lo que sería el único motivo por el cual este día debería ser tan feliz como los otros, a una persona quien en mi juventud me encendió el alma pero que por la desafortunada vida no pudimos incendiar más que nuestros labios, sé que probablemente me tome a loco, pero en realidad el relato era más para mí que para él, porque aunque estoy consciente que ya es demasiado tarde, quiero confesarme, quiero contar, contarme el final de la historia, así me quede en el intento.

Cerrando mis ojos casi por completo y habiéndole dado punto y final a aquel recuerdo, logro verla, a ella, sí, a ella, los mismos ojos cafés que años atrás me volvía loco, la misma sonrisa y el mismo rostro, pero más viejo, más agotado, ¿Cuánto tiempo estuviste ahí conmigo? ¿Cuánto tiempo estuve ahí contigo?

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS