Es una mañana otoñal y el viento sopla fuerte. La vecina avisa a su nieta que llegan tarde y salen corriendo. Mientras tanto, todavía en pijama me preparo el mejor café del día y de repente, apareces tú. Golpeas la puerta con total confianza, como si previamente te hubiese invitado.
Y yo con estas pintas.
Apareces ahora, justo cuando creía haberte olvidado, cuando creía que vivir sin ti no era tan complicado. Ya apenas recordaba nuestros ratos juntos, nuestras miradas, las cervezas en el bar, las sonrisas completas y las medias. Apenas lo recordaba hasta que te he vuelto a ver. Como siempre, brillas.
Ludovico Einaudi suena de fondo y no me lo pone fácil. A cada minuto me siento más frágil. Siempre has tenido ese poder.
Tú, que siempre escuchas con atención pero que también hablas más que yo. Tú, que respetas los silencios pero también interrumpes. Tú, la máxima sensibilidad escondiendo en la manga un puñal. Y ahora que te veo me doy cuenta que el solo hecho de creer que no volverías es ingenuo.
Tú, que siempre has estado ahí, aunque yo en mi cobardía, me empeñara en hacerte a un lado para proteger mis heridas, las cuales -ilusa de mí-, deben abrirse para sanar, como quien se corta un dedo y no va al hospital porque sabe que aquello dolerá. Mejor un apaño en casa, que no es para tanto, una tirita, ya sabes.
Porque la sangre es tan escandalosa como necesaria, pero a veces se nos olvida, porque duele.
El verano pasado te vi bañándote en el mar, también en el bar de siempre cantando un tema de Andrés Suárez, allí entre todo el bullicio, era como si solo estuvieses tú.
Te vi en la plaza donde juegan los niños que no tengo y le dan de comer a las palomas. Nos cruzamos en una calle oscura del centro, era medianoche, olías tan bien… Aquella noche no pude dormir.
Creí haberte olvidado, haber aprendido a vivir sin ti. Pero el vino tinto y el queso curado aún me traen tu sabor. También los jerséis de punto grueso y la manta del sofá.
No tengo remedio y lo sabes. Lo sabes todo. Y yo hoy al verte de frente lo he sabido también. Igualmente siempre llego tarde. Perdona el retraso.
Pasa. Sírvete algo. Ponte cómoda. No te vayas. Quédate esta noche, y también mañana. Y el invierno entero. Porque este reencuentro no puede ser más hermoso.
Sálvame si quieres, yo te dejo aunque a veces duelas,
mi querida poesía.
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